Especial Fidel (2)
Autori Vari — Varios Autores
Epistolario a Fidel
Pablo Mora
Fidel Amigo:
El mundo está con Usted y con su Cuba, nuestra Cuba, más bandera que nunca desplegada a la esperanza. A pesar de todas las interferencias en estos días de noche oscura, el mundo sintoniza, está pendiente del Territorio Libre de América. Quienes sabemos del camino, del viento, del Moncada, del Che, de la sierra, de la muerte y la arboleda — los mejores testigos de sus sueños —, rogamos para que Martí los acompañe y nos recuerde que la inteligencia se ha hecho para servir a la patria y que la libertad es la religión definitiva, mientras la poesía de la libertad el culto nuevo. La voz de Europa, la del mundo, la de América y América Latina esperan a cada instante por su voz, por la voz de Martí y la de Bolívar, las voces certeras del encuentro en Libertad. Porque nunca la tierra más firme ni más azul el mar que desde la garita de las islas.
Desde estos ventisqueros de Los Andes, de donde partiera el Héroe a liberar sus patrias, pedimos a la gallarda cubanía, empuñada entre sus manos, ilumine la noche que se cierne sobre América. Que la espada de su isla no cese en la trocha que nos falta por abrir. Que las manos de Bolívar fuljan en sus manos, hasta que América alcance su destino al fragor de sus hazañas, mientras vibre su espada en el camino. Que el ejército rojo, insomne, vele por nosotros en esta noche de América, al lado del barco mercenario que nos mira, nos apunta, nos vigila.
En esta suprema encrucijada de historia y liderazgos, donde cada quien quiere su imagen agigantar, decida Usted, Amigo, como los héroes, entre el destino y el poder. Usted que tiene la palabra, el destino y el poder, díganos: ¿Cómo subsanar el hambre en Libertad? ¿Cómo sobrevivir? ¿Cómo trascender en sobrevida? ¿Cómo grabar el sueño entre los árboles para que vaya andando en el aire, como ellos, hacia arriba? ¿Cómo compartir la luz del mundo al mismo tiempo que la noche oscura? ¿Cómo condenarnos juntos o salvarnos todos con las mismas manos y las mismas sombras?
Comandante Amigo: Cada uno tiene su Moncada, su encuentro con la historia. Ojalá, entre los reales dominios de la violencia, sepamos ajilar esta caña, abrir este camino entre los dioses y los lobos que asechan la esperanza. Salud, estrella de cinco puntas, estrella de todos los justos. Salud, Sol solitario, Sol de José Martí, Sol del 26 de Julio. Sol de América, Sol del Mundo que haremos, los que vamos a vivir le saludan. Prohibido llorar sobre los vivos. Préstenos su esperanza, ternura y arrechera; sus montañas, sus morteros: su magia, soledad, naufragio y suerte; sus planos, sus trincheras, sus secretos, para empuñar fusiles nuevamente.
Mientras tanto, al calor del merensón, de la música caribe en que se esconde el diapasón del Tiempo, señálenos Usted el rumbo, el ritmo, el paso, el viraje, el aire que nos falta, el necesario, para andar en alta mar, en alta vida. Solo, entonces, el hombre peregrino, en medio de esta horrenda polvareda, marchará alegre y sin ningún sonrojo. Convencido de que roja será la rosa que recuerde su paso. De que roja será la rosa en el azul del sueño. Hasta que vuelva el fantasma a recorrer el mundo y nosotros le sigamos llamando Camarada.
¡Hasta la empuñadura! ¡Hasta la Victoria Siempre, Comandante! ¡Hacia la esperanza! ¡El laurel y la luz del ejército rojo a través de la noche de América con su mirada mira!
San Cristóbal, 26 de Julio de 1998
A 45 Años del Moncada
Respuesta de Fidel Castro a Pablo Mora
Fidel Castro Ruz
Sr. Pablo Mora.
Estimado amigo:
Mucho agradezco su amable carta, que me fuera entregada durante la ceremonia de conmemoración del 26 de Julio; como usted sabe, el Protocolo constituye uno de los peores tormentos a que todo Jefe de Estado debe someterse. Su misiva, señor Mora, me permitió sustraerme durante un buen rato a la recepción ofrecida por nuestra Cancillería al Cuerpo Diplomático; con el pretexto de leerla — mis ayudantes la anunciaron como correspondencia de Estado — pude retirarme por largo rato a una discreta sala privada. Allí aproveché para descabezar un breve pero profundo sueño; es que los años pesan, señor Mora, y no puede pretenderse que el cuerpo de este septuagenario Comandante mantenga intacta la fortaleza física de aquel impetuoso abogadito que, hace hoy 45 años, dirigiera el casi suicida ataque contra el cuartel Moncada.
Debo y quiero ser cuidadoso en mi respuesta, señor Mora. Usted me es absolutamente desconocido; por tanto, estoy obligado a creerlo no solo un compañero sino, además, un compañero bien intencionado. Por esa razón, no debo ni quiero dejar sin comentar algunas de sus expresiones, que me parecen peligrosamente equivocadas en un revolucionario. Me alegrará que estas modestas reflexiones atraigan su atención.
Dice usted, señor Mora, que el mundo está conmigo, y con "mi" Cuba. ¿Lo cree usted realmente? ¿Cree que en ese mundo dominado por las transnacionales de la desinformación, los pueblos tienen acceso a los datos reales del proceso que sigue nuestra isla? ¿Cree usted que continuamos viviendo bajo el manto de la mística, como ocurrió en la década de los sesenta? No se equivoque usted, señor Mora; no cometa el error de subvalorar al adversario: hoy por hoy, las más descarnadas apetencias del discurso liberal campean desde Fairbanks hasta El Cabo, desde Punta Arenas al Mar de Laptev. Y no serán los ruegos a ningún héroe los que nos ayudarán a sortear las dificultades del camino, por más que ese héroe se llame Martí, Bolívar o Espartaco. Nuestro objetivo, señor Mora, no se afinca en la implantación de ninguna religión definitiva, que eso pertenece a la conciencia libre y soberana de cada cual. No luchamos por religión alguna, sino por crear, paso a paso, un orden más justo, más libre, más pleno, que permita que cada cual, respetando la de los otros, pueda seguir su propia religión. Tampoco intentamos afirmar nuevos cultos; ya ve usted, nuestros propios ritos patrios siguen el esquema de los ritos nacionales burgueses. Eso no nos preocupa, naturalmente, porque en definitiva sabemos que los ritos no son más que herramientas que ayudan a mantener el entusiasmo y el fervor tan necesarios en los momentos duros que nos ha tocado vivir.
Las voces de América y del mundo, señor Mora, las voces de Bolívar, Martí, San Martín, Moreno, Túpac Amaru, Lumumba, Albizu Campos, Aquino, Durruti, Sandino, Artigas, Guevara y de tantos otros héroes no necesitan esperar por la voz de nadie, mucho menos por la mía. Los pueblos, téngalo por seguro, saben escucharlas. No para obedecerlas sin más, ni adherir a ellas como si fueran nuevas Tablas de la Ley; pero sí para escucharlas con espíritu crítico, desechando de ellas lo desechable, y aprovechando de ellas lo aprovechable. El mensaje del combatiente, señor Mora, deberá cumplirse un día y quedar, entonces, vacío de virtualidad creadora. El ejemplo de esos hombres, en cambio, nunca se agotará. Y en eso, nada tiene que ver mi voz.
Ha de saber, señor Mora, que esa "gallarda cubanía", como usted llama a mi pueblo, no admite ser empuñada por nadie. El pueblo cubano comenzó su revolución a fines del pasado siglo (lo de 1959 es, apenas, un jalón), y en ella continúa, por su propio impulso, por su propia fuerza. ¿Cree usted, señor Mora, que los pueblos admiten ser "empuñados"? La confianza en el pueblo, señor, es imprescindible en todo revolucionario. Porque de nada sirven los dirigentes si no son respaldados, seguidos y empujados por esas miles de anónimas personas, mujeres y hombres, que conforman eso que llamamos "pueblo".
Pero no corresponde a Cuba iluminar
"... la noche que se cierne sobre América".
No corresponde a Cuba, mantener su espada en la trocha que a otros corresponde abrir. No es rojo nuestro Ejército Revolucionario, señor Mora, sino verde, muy verde, tan verde como nuestras palmas. Somos solidarios, sí, y hemos dado suficientes pruebas de serlo con todos los pueblos del mundo. Pero una cosa es la necesaria solidaridad que entre todos nos debemos, y otra es el creer que estamos para cumplir tareas que otros dejan de llevar a cabo. Más bien es Cuba la que debiera hoy reclamar ajenas solidaridades. No una solidaridad expresada en solemnes declaraciones o rimbombantes rimas; sino una solidaridad militante que contribuya a modificar la relación de fuerzas y nos facilite el camino. No escapará a su clara inteligencia, señor, que la mejor manera con que un revolucionario puede manifestarse hoy solidario con nuestra Revolución, es impulsar cambios progresistas en su propio país.
Se equivoca usted, señor Mora, cuando me asigna la
"... palabra, el destino y el poder".
La primera la tengo, claro está, en todos aquellos foros en que me es dado expresarme, por mandato y autorización de mi pueblo. ¿Conoce usted, señor Mora, la hermosa frase con que un latinoamericano héroe de la gesta independentista interpeló a su propio pueblo? Permítame transcribirla:
"Mi autoridad emana de vosotros, y ella cesa ante vuestra presencia soberana. Porque yo ofendería gravemente vuestro carácter y el mío, vulnerando vuestros derechos más sagrados, si pasase a decidir por mí un asunto reservado sólo a vosotros".
Esto, señor Mora, fue dicho en abril de 1813, por alguien a quien su pueblo había conferido entonces la máxima autoridad; hoy, a 185 años de pronunciada, esa frase sigue siendo un mandato para todo revolucionario. Yo tengo la palabra de mi pueblo, por mandato expreso de éste, y la tendré hasta que los cubanos no decidan otra cosa. Pero sólo soy su dirigente máximo; no tengo más poder ni más destino que el que tal nombramiento me ha asignado. Ni tampoco quiero otro. Que, como dijo Martí,
"... toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz".
Y como escribiera Steinbeck,
"... cuando el pueblo necesita líderes, los líderes crecen como setas".
No me formule, entonces, esas sus interesantes preguntas sobre "cómo sobrevivir", ni como "trascender en sobrevida", ni cómo "subsanar el hambre en Libertad", "cómo grabar el sueño entre los árboles", o "cómo condenarnos juntos o salvarnos todos con las mismas manos y las mismas sombras". Interrogue usted a su pueblo. "Vete a mirar los mineros, los hombres en el trigal, y cántale a los que luchan por un pedazo de pan", pedía don Atahualpa Yupanqui. A ellos debe usted interrogar, no a mí. En ellos, encontrará usted todas las respuestas. Como dijo en cierta ocasión el Che:
"Recurrimos — quizás demasiado seguido — al pueblo. A veces en asambleas, a veces en diálogos directos en las fábricas, con los obreros, con estudiantes, pero siempre tratando de que nuestra voz y la voz de la gente puedan intercambiarse y que las ideas se intercambien así, que no haya limitación de categoría, limitación de estrados, ni ningún tipo de limitación, para que las ideas vayan y vengan entre todo el pueblo y nosotros".
Sí, buena cosa es que saludemos todos al Sol. Bueno es que compartamos esperanzas, ternuras y arrecheras. ¿Pero por qué habla usted de
"... empuñar fusiles nuevamente"?
Los fusiles, señor Mora, se toman y se cargan y se disparan cuando ello es necesario, cuando no queda otra salida, cuando morir o matar es la única alternativa que resta para reconquistar la dignidad. Pero la Revolución ha de hacerse, señor Mora, para poder enterrar los fusiles, de una vez y para siempre. La Revolución es Paz, y por eso cuesta tanto, justamente. Permítame usted que recurra a otro concepto del Che:
"La fuerza — decía él — es el recurso definitivo que queda a los pueblos. Nunca un pueblo puede renunciar a la fuerza, pero la fuerza sólo se utiliza para luchar contra el que la ejerce en forma indiscriminada. Nosotros (y podrá parecer extraño que hablemos así, pero es totalmente cierto), nosotros iniciamos el camino de la lucha armada, un camino muy triste, muy doloroso, que sembró de muertos todo el territorio nacional, cuando no se pudo hacer otra cosa (...) Hay algo que debe cuidarse; que es, precisamente, la posibilidad de expresar las ideas; la posibilidad de avanzar por cauces democráticos hasta donde se pueda ir; la posibilidad, en fin, de ir creando esas condiciones que todos esperamos se logren algún día en América (...) Porque si esas aspiraciones del desarrollo económico — que son, en definitiva, las aspiraciones de bienestar en cualquier forma que sea y como quiera llamársele —, la aspiración del pueblo a su bienestar se puede lograr por medios pacíficos, eso es lo ideal y eso es por lo que hay que luchar".
No seríamos revolucionarios, si pretendiéramos señalar "el rumbo, el ritmo, el paso, el viraje, el aire", como usted nos requiere. La Revolución, señor Mora, pretende que cada uno piense con cabeza propia, enriqueciendo con sus ideas el patrimonio colectivo. Sabemos que es éste un proceso que exige muchísimo tiempo; "sabemos que no hay tierra ni estrella prometidas", que todo ha de ser aprendido y vuelto a aprender, que debemos rectificar una y otra vez nuestras ideas, para amoldarlas a la dinámica de un mundo que cambia aceleradamente ante nuestros ojos. ¿Pero acaso el marxismo no nos señala, justamente, que el desarrollo de las fuerzas productivas conlleva la transformación acelerada de los marcos sociales? ¿Y qué es este cambio tecnológico al que asistimos, sino un desarrollo sin precedentes de las fuerzas productivas?
Quizá convenga olvidar el viejo fantasma que hasta hace poco andaba recorriendo el mundo. ¿Puede sostenerse, hoy por hoy, la existencia de una clase obrera en ascenso, sobre la que caería la hermosa tarea de hacer parir una nueva sociedad? ¿No alcanzan los datos económicos para comprender que esa clase obrera — en el sentido marxista del término — tiende a desaparecer, para ceder su sitio a otro sector social? ¿No será ese innumerable conjunto de marginados y desempleados cada vez más lejos del circuito económico, hundiéndose cada día más en la miseria, el llamado a convertirse en la nueva clase revolucionaria? No me pida respuestas, señor Mora; soy apenas un revolucionario que tuvo la suerte de estar en el lugar apropiado, en el momento apropiado y en las circunstancias apropiadas; no soy un teórico. Confíe en el pueblo, y busque en él los nuevos marcos teóricos ajustados a las nuevas realidades. Conocerá usted muchos fracasos, pero no desespere; antes o después, los pueblos siempre encuentran su camino.
Y nada de laureles, señor mío; nada de empuñaduras, ni de ejércitos rojos. Si ha de haber laureles, será para honrar la memoria de nuestros muertos; mientras deba haber ejército, entre nosotros su color será verde olivo (y que cada pueblo elija el suyo); si ha de haber empuñaduras, será en las manceras de los arados.
Y ya que estamos, ¿qué tal si mientras avanzamos, vamos dejando por el camino el lastre de tanto rimbombante adjetivo?
San Cristóbal de La Habana, 26 de Julio de 1998
Decálogo de la Revolución
Pablo Mora
PRIMERO. El verdadero hombre, el verdadero pueblo, no miran de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber, de qué lado el devenir de la utopía, el sueño. Aprende a ver, a pulsar las grandes injusticias, los grandes ideales, a considerar las grandes patrañas o mentiras. Faro que traza porvenires, cada pueblo profundiza aceleradamente los conocimientos, la cultura general y la conciencia pública de puertas adentro y de cara al mundo, siendo su mayor aporte a la humanidad su propia Revolución, en defensa de los valores humanos para los seres más humildes en su justiciero afán de libertad.
SEGUNDO. Es posible soñar, el sueño forma parte de nuestra realidad, consecuencia legítima de la genuina utopía concreta, enarbolando, profundizando y perfeccionando el respeto y la comunicación con el pueblo de modo participativo, en la convicción de que la revolución social radica en la capacidad del hombre para transformarse a sí mismo, transformando su entorno. Sin cultura no hay libertad posible. La alfabetización ha de signar todo desarrollo cultural, haciendo que cultura y nación constituyan binomio indisoluble proyectado hacia la futuridad, vinculado con los sueños, con la dimensión humana de cada territorialidad, espiritualidad, en esperanza abierta hacia las conquistas e ideales.
TERCERO. La fuerza del pueblo es realmente invencible, y la fuerza del pueblo unido, por supuesto, indestructible. Los fusiles se toman y se cargan y se disparan cuando ello es necesario, cuando no queda otra salida, cuando morir o matar es la única alternativa que resta para reconquistar la dignidad. Pero la Revolución ha de hacerse para poder enterrar los fusiles de una vez y para siempre.
CUARTO. La Revolución es paz, y por eso cuesta tanto. La fuerza es el recurso definitivo que queda a los pueblos. Nunca un pueblo puede renunciar a la fuerza, pero la fuerza sólo se utiliza para luchar contra el que la ejerce en forma indiscriminada. Se puede iniciar obligadamente con el camino de la lucha armada, un camino muy triste, muy doloroso, cuando no se pueda hacer otra cosa. Mas si la aspiración del pueblo a su bienestar se puede lograr por medios pacíficos, eso es lo ideal y eso es por lo que hay que luchar.
QUINTO. Por la palabra comienza toda revolución, en la medida en que sólo se consigue evitar los equívocos e hipocresías cuando la palabra realmente dice lo que significa. La Revolución tiene como propósito que cada uno cuente con su palabra, piense con cabeza propia, enriqueciendo con sus ideas el patrimonio colectivo. Ser revolucionario es tener una postura revolucionaria en todos los órdenes, dedicar su vida a la causa de la revolución de los pueblos, a la plena redención de los pueblos oprimidos y explotados.
SEXTO. La justicia — pan del pueblo — casi siempre hambrea al hombre. Ante un pueblo con justicia, sobra el arma. Defender los derechos del pueblo pareciera subversión. Se empieza por la palabra. Al pie de ella, nace el pueblo. De nada sirven los dirigentes si no son respaldados, seguidos y empujados por esas miles de anónimas personas, mujeres y hombres, que conforman eso que llamamos "pueblo". En aprieto, el pueblo apela a la pólvora. Despierta la conciencia, se encienden las pasiones, surge la tormenta que arrasa, renueva, restaura, limpia, purifica. Al precio de su sangre, insurge el pueblo en busca de palabra. Se rebela. Desaforado, corre tras el pan. La guerra, el último remedio, sólo medio; el fin, la paz.
SÉPTIMO. Perdida la palabra, al pueblo no le queda sino asirse a la pólvora para reencontrar el camino, que puede ser de mucha o poca sangre. Las revoluciones que empiezan por la palabra, a las veces concluyen con la pólvora de manos del pueblo, de los hombres. Tendremos que elegir entre empuñar los fusiles o las manceras de los arados. Frente a toda dificultad, confiar en las capacidades humanas para crear, sembrar y cultivar valores e ideas, apostar por la humanidad, compartir la hermosa convicción de que un mundo mejor es posible.
OCTAVO. Cada uno tiene su encuentro con la historia. Cada uno tiene su Moncada. Ante los reales dominios de la violencia, abramos camino entre los dioses y los lobos que asechan la esperanza. Cantémosle a los que luchan por un pedazo de pan. Salvémonos todos con las mismas manos y las mismas sombras. Saludemos al Sol, al Sol del Mundo que haremos. Compartamos fracasos, esperanzas, ternuras y arrecheras; soledad, naufragio y suerte. Confiemos en el pueblo y busquemos en él los nuevos marcos teóricos ajustados a las nuevas realidades. Antes o después, los pueblos siempre encuentran su camino. La revolución es una necesidad histórica, un hecho inevitable. De pueblo en pueblo, la revolución un día llegará. Podrá el día estar lejano, mas signado; y ninguna reforma, ningún artificio, ninguna represión podrá evitar su adviento.
NOVENO. Luchemos por crear, paso a paso, un orden más justo, más libre, más pleno, que permita que cada cual, respetando a los otros, pueda expresar su propio credo, sus propias ideas, avanzando por cauces democráticos hasta donde sea posible. Las ideas pueden más que las armas por sofisticadas y poderosas que éstas sean. La paz consiste en el fomento de un orden nuevo mediante la acción solidaria de los hombres. La paz pasa a través de la revolución — la revolución integral —. Tiende a realizar una humanidad nueva. Es cuestión de crear la tierra nueva, asumiendo personal y comunitariamente el riesgo de la aventura humana. Sólo una tierra distinta hará menos increíble el cielo.
DÉCIMO. Definitivamente, grabar el sueño entre los árboles, desentrañar los secretos al asombro, tener mucha imaginación para ver la realidad, asumir absurdos, enigmas, laberintos y zozobras; perpetuar la gloria del mundo en un grano de maíz, mantener la espada en la trocha que corresponda abrir, compartir la luz al mismo tiempo que la noche oscura, encender lámparas en el túnel de la infamia enloquecida: empuñar las manceras del arado en el lugar apropiado, en el momento apropiado y en la circunstancia apropiada.
San Cristóbal, Táchira, Venezuela. Lunes, 16 de enero de 2006
Fidel Castro a los ochenta, accidente y recuperación
Lisandro Otero
A pocos días de cumplir su octogésimo aniversario el Comandante Fidel Castro sufrió un accidente de salud que interrumpió temporalmente su programa de trabajo. Dados los antecedentes de una salud vigorosa, que ha resistido múltiples esfuerzos, su recuperación se producirá tras el período normal de convalecencia. La preocupación mostrada por las fuerzas partidarias de los necesarios cambios sociales en nuestra América es indicadora del prestigio alcanzado por el líder cubano. Su larga trayectoria revolucionaria, sus empeños por mejorar las condiciones de vida de las masas humildes, han marcado el rumbo principal de todos sus esfuerzos. Más de medio siglo de briosos esfuerzos le han dado el tono a su fructífera existencia.
En 1853, al cumplirse el centenario del nacimiento de Martí, un grupo de jóvenes quijotes atacó el cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, e ingresó en la historia por vía de una presencia armada. Fue, entonces, que Fidel Castro asumió el liderazgo de un movimiento de renovación ético y una seria voluntad de reforma social. En la medida en que la insurrección sediciosa fue convirtiéndose en revolución — con el cambio de una clase social en el poder por otra —, se advirtió la dimensión política y la visión estratégica de Fidel. En primer lugar advirtió que no podía realizarse un movimiento profundo de estructuras sin enfatizar el mismo antiimperialismo que había auspiciado Martí. Aún sabiendo que se enfrentaría a fuerzas vigorosas de contención y freno insistió en esa vía de liberación nacional, dificultosa pero imprescindible. Ese fue un propósito combativo con el cual Fidel marcó el naciente proceso político: el distanciamiento y rechazo de los poderes imperiales.
El nuevo libertador, tras Céspedes y Martí, que echó a andar un proceso emancipador fue Fidel Castro. El 26 de julio de 1953 se convierte así en el tercer intento de alcanzar la soberanía cubana tras el 10 de octubre de 1868 y el 24 de febrero de 1895. Sólo que la alta y ambiciosa meta de la autarquía halló un imperio decidido a no dejarse arrebatar su jugosa presa. Medio siglo de luchas políticas y combates armados han sido necesarios para no dejarse arrebatar, en esta ocasión, la emancipación tan trabajosamente alcanzada.
Para derrocar a la dictadura fue necesario el concurso de múltiples organizaciones que, entre todas, desplegaban un vasto mosaico de ideologías, conceptos, criterios y matices del espectro político. De haber persistido cada una promoviendo sus doctrinas y credos respectivos la desunión habría debilitado el movimiento revolucionario. Habría sucedido algo similar al fenómeno disociador que frustró la República Española. Era esencial en aquellos momentos de la alborada cohesionar y unificar sin fisuras todos aquellos componentes disímiles. Ese fue el primer rasgo de la visión a largo plazo de Fidel: haberse percatado que sin la armonía de todos los sectores la Revolución no podría avanzar. La tarea no fue fácil: una empresa ciclópea erizada de rivalidades, de contradicciones históricas, de celos y pasiones activas, pero finalmente logró la difícil fusión.
Fidel Castro se percató que tenía además, ante sí, la áspera faena de modificar la naturaleza. Era una empresa de dioses: donde hubo un río crear una represa, desbastar una montaña para que transcurriese una carretera, modificar razas animales, aclimatar nuevos cultivos, erigir escuelas y hospitales en terrenos inhóspitos, modificar la constitución física de muchachos desnutridos para hacer de ellos campeones atléticos, enseñar a leer y escribir a todo un pueblo en un tiempo mínimo.
Ello requería una operación colosal de persuasión masiva. Había que razonar, analizar y convencer a las vastas masas de la necesidad de emprender los nuevos caminos. Fidel Castro estaba dotado de una facilidad tribunicia que mucho le ayudó en esa misión. Su capacidad oratoria, su manera didáctica de descomponer complejos problemas en sencillas verdades, de lograr la atención del público de manera amena, sin fatigar, capturando la atención de capas sociales disímiles fue una de sus facultades que permitió un avance rápido de las transformaciones.
El pueblo cubano había sido sometido durante años a prejuicios, deformaciones ideológicas, ofuscamientos, dependencias y desviaciones de sus costumbres. Era necesario recuperar tradiciones, arrojar luz, devolvernos la raíz, borrar recelos para que la nación cubana emergiese libre de ataduras. Esa fue otra de las grandes tareas de Fidel Castro, haber actuado como el maestro paciente y persuasivo de toda una generación. Su énfasis en los antecedentes históricos, su inquietud por reverdecer las cepas originales, que dio origen a la identidad criolla, permitieron anular decenios de desactivación de nuestra conciencia nacional.
Para acometer esa tarea monumental era necesaria una voluntad inconmovible, un carácter enérgico que no se desanimase ante las dificultades, una obstinación estable y sólida. Fidel Castro demostró tener esas cualidades y a la vez probó poder empeñarse con rigor en un vasto plan de avance científico, educativo, tecnológico y cultural, que actualizase un país con un pesado lastre de subdesarrollo. Para ello era necesaria una mentalidad capaz de absorber y albergar una enorme dosis de referencias. Como lector persistente e infatigable fue capaz de mantenerse al día, actualizándose periódicamente, impregnándose de la copiosa corriente de información que fluye incesante en el mundo contemporáneo. En esa labor le ha incitado una curiosidad universal, una avidez por entender y asimilar. Eso lo saben muy bien quienes se han sometido a sus exhaustivas interpelaciones.
Es evidente que nunca le han tentado las gratificaciones materiales ni la prodigalidad suntuosa. Su estilo de vida de una espartana frugalidad no ha hecho uso de los símbolos de poder que su cargo le ha permitido. La austeridad que lo anima se ha extendido a su entorno: no hay estatuas, ni retratos oficiales, ni estímulo alguno a una veneración desmedida. El aprecio que le tiene su pueblo se basa en una racionalidad y no tiene nada que ver con un irreflexivo desbordamiento emocional, ni una exaltación inducida.
Quizás el rasgo que más le asiste es la entrega a las necesidades foráneas, haber educado a todo un pueblo en el cuidado del bienestar ajeno que puede ser más satisfactorio que atender el propio. Los combatientes cubanos han acudido a lejanas fronteras para contribuir a la liberación nacional de numerosos pueblos, las inmensas prestaciones de servicios médicos y educativos, haber entregado el pan propio para satisfacer a quien lo requería de manera más perentoria, es una hazaña humanitaria que algún día la historia sabrá reconocer en sus verdaderas dimensiones. Ello requiere el concurso de una magnanimidad ilimitada.
En síntesis Fidel Castro significa firmeza, obstinación, solidez de principios, desprecio de los obstáculos, audacia, inteligencia, tácticas guerrilleras de improvisación inesperada, capacidad de persuasión, oratoria inteligible y didáctica, curiosidad universal.
Ahora, cuando cumpla ochenta años de existencia, Fidel Castro puede contemplar complacido la obra de su vida: haber creado un país consolidando el legado nacionalista, restaurando sus créditos culturales, instaurando la justicia social mediante una distribución más equitativa del patrimonio autóctono, velando por la calidad de vida de sus ciudadanos, no obstante las muchas limitaciones que la agresividad enemiga le ha impuesto.
Pese a la constante satanización que una maquinaria publicitaria bien retribuida hace de su personalidad, Fidel Castro a enseñado a pensar de manera diferente a toda una generación de latinoamericanos y ha conducido a su país por un laberinto de escollos y contradicciones con un arrojo y una firmeza inconmovibles, logrando crear en una pequeña isla del Caribe, pese a la hostilidad y al cerco estadounidenses, un espacio decoroso donde puede vivirse con dignidad.
Il Fidel Castro che io conosco
Gabriel García Márquez
La sua devozione per la parola. Il suo potere di seduzione. Cerca i problemi dove sono. Gli impeti dell'ispirazione sono propri del suo stile. I libri riflettono molto bene l'ampiezza dei suoi gusti. Smise di fumare per avere l'autorità morale per combattere il tabagismo. Gli piace preparare le ricette di cucina con una specie di fervore scientifico. Si mantiene in eccellenti condizioni fisiche con varie ore di ginnastica giornaliera e di nuoto, praticato frequentemente. Ha una pazienza invincibile. Una disciplina ferrea. La forza dell'immaginazione lo trascina negli imprevisti. È tanto importante imparare a lavorare come imparare a riposare.
Stanco di conversare, riposa conversando. Scrive bene e gli piace farlo. Il maggiore stimolo della sua vita è l'emozione per il rischio. La tribuna di improvvisatore sembra essere il suo mezzo ecologico perfetto. Incomincia sempre con voce quasi inaudibile, con una direzione incerta, ma approfitta di qualsiasi bagliore per continuare a guadagnare terreno, palmo a palmo, fino a che dà una specie di graffiata e si impadronisce dell'udienza. È l'ispirazione: lo stato di grazia irresistibile ed abbagliante che possono negare solo quelli che non hanno avuto la gloria di viverlo. È l'antidogmatico per eccellenza.
José Martí è il suo autore preferito e ha avuto il talento di incorporare la sua ideologia nel torrente sanguineo di una rivoluzione marxista. L'essenza del suo stesso pensiero potrebbe esistere nella certezza che fare un lavoro di massa è fondamentalmente occuparsi degli individui.
Questo potrebbe spiegare la sua fiducia assoluta nel contatto diretto. Ha un idioma per ogni occasione ed un modo diverso di persuasione secondo i differenti interlocutori. Sa situarsi al livello di ognuno e dispone di un'informazione vasta e molto varia che gli permette di muoversi con facilità in qualunque mezzo. Una cosa si sa con sicurezza: stia dove stia, come stia e con chi stia, Fidel Castro è lì per vincere. Il suo atteggiamento davanti alla sconfitta, nonostante negli atti minimi della vita quotidiana, sembra ubbidire ad una logica privata: non l'ammette, e non ha un minuto di calma fino a quando non riesce ad invertire i termini e trasformarla in vittoria. Nessuno può essere più ossessivo di lui quando si è proposto arrivare a fondo di qualsiasi cosa. Non c'è un progetto colossale o minimo, nel quale non si impegni con una passione accanita. E specialmente se deve affrontare un’avversità. Non sembra mai come in questo momento di aspetto migliore, di umore migliore. Qualcuno che crede di conoscerlo bene gli disse:
"Le cose devono andare molto male, perché lei si vede molto risoluto".
Le reiterazioni sono uno dei suoi modi di lavorare. Per esempio: Il tema del debito esterno dell'America Latina, era apparso per la prima volta nelle sue conversazioni da circa due anni, ed aveva continuato ad evolvere, ramificandosi, approfondendosi. La prima cosa che disse, come una semplice conclusione aritmetica, era che il debito era impagabile. Poi, apparvero le scoperte scaglionate: le ripercussioni del debito nell'economia dei paesi, il suo impatto politico e sociale, la sua influenza decisiva nelle relazioni internazionali, la sua importanza provvidenziale per una politica unitaria dell'America Latina... fino ad ottenere una visione totalizzante, quella che espose in una riunione internazionale convocata ad effetto e che il tempo si è incaricato di dimostrare.
La sua più rara virtù di politico è quella facoltà di scorgere l'evoluzione di un fatto fino alle sue conseguenze remote... però questa facoltà non l'esercita come un'illuminazione, bensì come il risultato di un raziocinio arduo e tenace. Il suo aiutante supremo è la memoria e la usa fino all'esagerazione per sostenere i suoi discorsi o le sue chiacchierate private con raziocini soffocanti ed operazioni aritmetiche di una rapidità incredibile.
Richiede l'aiuto di un'informazione incessante, ben masticata e digerita. Il suo compito di accumulazione informativa comincia da quando si sveglia. Fa colazione con non meno di 200 pagine di notizie del mondo intero. Durante il giorno gli fanno arrivare informazioni urgenti ovunque sia, calcola che ogni giorno deve leggere circa 50 documenti, a questo bisogna aggregare i dossier dei servizi ufficiali e dei suoi visitatori e tutto quanto possa interessare alla sua curiosità infinita.
Le risposte devono essere esatte, perché è capace di scoprire la minima contraddizione di una frase casuale. Un'altra fonte di vitale informazione sono i libri. È un lettore vorace. Nessuno si spiega come possa avere tempo né che metodo utilizza per leggere tanto e con tanta rapidità, benché lui insista che non ne ha nessuno in particolare. Molte volte sta leggendo un libro all'alba ed alla mattina seguente già lo commenta. Legge l'inglese ma non lo parla. Preferisce leggere in castigliano ed a qualunque ora è disposto a leggere una lettera che gli cada nelle mani. È lettore abituale di temi economici e storici. È un buon lettore di letteratura e la segue con attenzione.
Ha l'abitudine degli interrogatori rapidi. Domande successive che lui fa a raffica istantanea fino a scoprire il perché del perché del perché finale. Quando un visitatore dell'America Latina gli diede un dato affrettato sul consumo di riso dei suoi compatrioti, lui fece i suoi calcoli mentali e disse:
"Che raro che ogni persona si mangia quattro libbre di riso al giorno".
La sua tattica maestra è domandare su cose che sa, per confermare i suoi dati. Ed in alcuni casi per misurare il calibro del suo interlocutore, e trattarlo di conseguenza.
Non perde occasione per informarsi. Durante la guerra dell'Angola descrisse una battaglia con tale minuziosità in un'accoglienza ufficiale che costò molto tempo convincere un diplomatico europeo che Fidel Castro non vi avesse partecipato. Il racconto che fece della cattura ed assassinio del Che, quello che fece dell'assalto de La Moneda e della morte di Salvador Allende o quello che fece delle stragi del ciclone Flora, erano come grandi reportage parlati.
La sua visione dell'America Latina nel futuro, è la stessa di Bolívar e Martí, una comunità integrale ed autonoma, capace di muovere il destino del mondo. Il paese del quale sa di più dopo Cuba, sono gli Stati Uniti. Conosce a fondo l'indole della loro gente, le loro strutture di potere, i secondi fini dei loro governi, e questo l'ha aiutato a contrastare il temporale incessante del blocco.
In un'intervista di varie ore, si trattiene su ogni tema, si avventura per i suoi luoghi impervi e per quelli meno pensati senza trascurare mai la precisione, cosciente che una sola parola usata male, può causare danni irreparabili. Non si è mai negato a rispondere a nessuna domanda, per provocatoria che sia, e non ha mai perso la pazienza. Su quelli che gli nascondano la verità per non causargli più preoccupazioni di quelle che ha: Lui lo sa. Ad un funzionario che lo fece, gli disse:
"Mi occultano verità per non inquietarmi, ma quando alla fine le scopro come minimo morirò per l'impressione di affrontare tante verità che non mi hanno mai detto".
Le più gravi, senza dubbio, sono le verità che gli sono occultate per nascondere le deficienze, perché al lato degli enormi risultati che sostengono la Rivoluzione come i risultati politici, quelli scientifici, quelli sportivi, quelli culturali — c'è un'incompetenza burocratica colossale, che colpisce quasi tutti gli ordini della vita quotidiana, e specialmente la felicità domestica.
Quando parla con la gente della strada, la conversazione recupera l'espressività e la franchezza cruda degli affetti reali. Lo chiamano: Fidel. Lo circondano senza rischi, gli danno del tu, discutono con lui, lo contraddicono, gli reclamano cose, con un canale di trasmissione immediata dove circola la verità a fiotti. È allora che si scopre l'essere umano insolito che lo splendore della sua propria immagine non lascia vedere. Questo è il Fidel Castro che credo di conoscere: Un uomo di abitudini austere ed illusioni insaziabili, con un'educazione formale all'antica, di parole caute e maniere tenui ed incapace di concepire nessuna altra idea che non sia enorme.
Sogna che i suoi scienziati trovino la medicina finale contro il cancro e ha creato una politica estera di potenza mondiale, in un'isola 84 volte più piccola rispetto al nemico principale. Ha la convinzione che il risultato maggiore dell'essere umano è la buona formazione della sua coscienza e che gli stimoli morali, più che i materiali, sono capaci di cambiare il mondo e spingere la storia.
L'ho sentito nelle sue scarse ore di nostalgia alla vita, evocare le cose che avrebbe potuto fare in un altro modo per vincere più tempo alla vita. Vedendolo molto oppresso dal peso di tanti destini altrui, gli domandai che cosa era quello che più volesse fare in questo mondo, e mi rispose immediatamente:
Traduzione di Aldo Galvagno,
Webmaster del Sito WEB SiporCuba
Fidel
Juan Gelman
Dirán exactamente de Fidel
gran conductor el que incendió la historia etcétera
pero el pueblo lo llama el caballo y es cierto
Fidel montó sobre Fidel un día
se lanzó de cabeza contra el dolor contra la muerte
pero más todavía contra el polvo del alma
la Historia parlará de sus hechos gloriosos
prefiero recordarlo en el rincón del día
en que miró su tierra y dijo soy la tierra
en que miró su pueblo y dijo soy el pueblo
y abolió sus dolores sus sombras sus olvidos
y solo contra el mundo levantó en una estaca
su propio corazón el único que tuvo
lo desplegó en el aire como una gran bandera
como un fuego encendido contra la noche oscura
como un golpe de amor en la cara del miedo
como un hombre que entra temblando en el amor
alzó su corazón lo agitaba en el aire
lo daba de comer de beber de encender
Fidel es un país
yo lo vi con oleajes de rostros en su rostro
la Historia arreglará sus cuentas allá ella
pero lo vi cuando subía gente por sus hubiéramos
buenas noches Historia agranda tus portones
entramos con Fidel con el caballo.
Tranquilidad y confianza
Francisco Forteza
Dos mensajes del líder cubano Fidel Castro esta semana han llevado a la población de la Isla, primero a un sentimiento de consternación, el cual ha ido diluyéndose en el transcurso de las horas en otro de tranquilidad y confianza basado en que la vida sigue su curso.
Cubanos de todo el país, y extranjeros — personalidades o no — han causado una verdadera lluvia de mensajes en las redacciones de medios de prensa locales con el factor común de desear el restablecimiento del dirigente enfermo, quien en un segundo mensaje, el martes, tras la proclama del lunes en la cual delegó provisionalmente sus cargos principalmente en Raúl Castro, su sustituto constitucional, prometió noticias sobre su salud cuando estas sean viables.
"Yo no puedo inventar noticias buenas, porque no sería ético, y si las noticias fueran malas, el único que va a sacar provecho es el enemigo. En la situación específica de Cuba, debido a los planes del imperio, mi estado de salud se convierte en un secreto de estado que no puede estar divulgándose constantemente; y los compatriotas deben comprender eso. No puedo caer en el círculo vicioso de los parámetros de salud que constantemente, a lo largo del día, se mueven", dijo Fidel Castro en su nota, que transmitió por teléfono a Randy Alonso, panelista principal del programa diario de opinión pública La Mesa Redonda, el cual se transmite por televisión y radio.
"Puedo decir que es una situación estable, pero una evolución real del estado de salud necesita el transcurso del tiempo. Lo más que podría decir es que la situación se mantendrá estable durante muchos días, antes de poder dar un veredicto", expuso el dirigente cubano.
También agradeció
"... por todos los mensajes de nuestros compatriotas y de muchas personas en el mundo. Lamento haberles causado tanta preocupación y molestia a los amigos en el mundo".
Expuso además que
"... de ánimo me encuentro perfectamente bien. Subrayó que "lo importante es que en el país todo marcha y marchará perfectamente bien", y advirtió a los enemigos que "el país está preparado para su defensa por las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el pueblo".
"Nuestros compatriotas lo conocerán todo a su debido tiempo, como pasó cuando mi caída en Villa Clara. Hay que luchar y trabajar", fue como concluyó su nota.
Entre los amigos más públicos, en el mundo de quienes recibió mensajes de pronto restablecimiento, los medios informativos cubanos destacaron el del presidente venezolano, Hugo Chávez, que se encontraba en Vietnam cuando supo de la enfermedad del líder cubano. También se divulgaron notas al respecto del presidente de Bolivia, Evo Morales, del de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva y del de Ecuador, Alfredo Palacio.
En las calles de esta capital y en ciudades del interior del país, la preocupación inicial que causó en los cubanos el anuncio de que su presidente estaba enfermo, cedió poco a poco a un ambiente de tranquilidad y confianza, matizado por reuniones en centros de trabajo y localidades que fueron definidas como de reafirmación revolucionaria.
En una de esas reuniones, en la sede de la Asamblea Nacional del Poder Popular (parlamento), en un barrio de esta capital, el presidente de la entidad, Ricardo Alarcón, expuso que la mejor manera de reaccionar ante los acontecimientos es
"... empinándonos para estar a la altura de este joven de 80 años que, convaleciente de una operación complicada, todavía se toma el empeño de adoptar las medidas para asegurar que seamos capaces de enfrentar cualquier agresión".
El legislador reveló que el lunes estuvo "junto a Fidel" y que el líder le transmitió
"... la confianza y la certidumbre de que todos unidos vamos a ser capaces de cumplir con las tareas de hoy y con las que nos va a exigir el futuro".
"Hasta el último instante — y no estamos en el último instante ni nada que se parezca a eso — Fidel Castro estará junto a los cubanos luchando; nosotros lo que tenemos es que ser capaces de levantarnos, de empinarnos, de tratar de aproximarnos a su altura", exhortó.
Sobre las reacciones en el mundo de los amigos de Cuba, Alarcón afirmó que en estas
"... hay un sentimiento de tributo, de homenaje hacia ese luchador perenne, que sigue peleando, que ha redactado de su puño y letra una Proclama en la que tomó en cuenta hasta el último detalle, para que mientras él repose, la Revolución continúe".
En ciudades y localidades del país, mientras tanto, no eran visibles reforzamientos militares ni policíacos, aunque la opinión popular es que "la guardia" en ese sentido está "levantada". Existe el criterio — bien fundamentado — de que el gobierno de Estados Unidos podría aprovechar una supuesta situación de incertidumbre interna en Cuba, para lanzar un ataque bélico, amenaza que se ha reforzado durante todo el período de mando del presidente George W. Bush.
En vistas de que esa incertidumbre no ha aparecido por ninguna parte en la Isla, en Washington pareció primar, al menos por el momento, la cautela.
El portavoz del Departamento norteamericano de Estado, Sean McCormack, lanzó una "advertencia " habitual ante la prensa en la capital del río Potomac al decir que su gobierno "hará todo lo que pueda" para continuar con los planes de una llamada transición cubana, denunciada con énfasis no solo por Cuba sino por muchos en el mundo como un verdadero programa que persigue la dependencia total de la Isla a Estados Unidos.
"Hemos dejado en claro que nuestra política con respecto a Cuba sigue siendo la misma", expuso el portavoz.
El lunes, otro vocero, esta vez Peter Walkins, de la Casa Blanca, dijo que
"... no podemos especular sobre la salud de Fidel Castro, pero continuamos trabajando por el día que Cuba sea libre".
LA HABANA, 2 DE AGOSTO (WORLD DATA SERVICE)
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