Estos requisitos que, en mi hipótesis general, representan indicadores de elementos populares en la historia de la cultura cubana, los reúnen pocos santos y santas católicos en Cuba. Pero, el estudio de caso que se ha resumido en esta serie de artículos sobre la Virgen de la Regla, sí los posee y los ha abordado de la forma más completa y breve en que pude realizarlos.
Quizás el lector tomo nota de que el conocimiento de la devoción de la Virgen de la Regla (de San Agustín), en Cuba se remonta al siglo XVII, décadas finales, después de que San Cristóbal de La Habana ya poseía el título de Ciudad (1592) y había sido nombrada Capital de la Isla de Cuba (1607), precisamente por la aventajada situación geográfica y las muy excelentes condiciones naturales que determinaron la creación del Puerto, junto al cual nació, creció y se desarrolló — bajo el amparo del rico potencial de uso de la bahía — la villa, después ciudad capital de San Cristóbal de La Habana, y, en particular, el casco urbano de la zona de intramuros.
La Habana había alcanzado ya su alta posición jerárquica, la cual mantiene hasta el presente, dentro de la red urbana fundacional de la colonia Isla de Cuba. ¿Corresponde, o no, esta realidad a la significación creadora y jerarquizada de la Virgen de la Regla, o de Yemaya en el panteón de la Santería cubana? Por otra parte, la imagen del estrecho canal, que separa a las márgenes del puerto y permite la entrada a la amplia bahía, inspira protección, seguridad, intimidad, propia de una madre.
La gran Bahía aparece al final del antepuerto como un gigantesco espejo de agua, o un pequeño Mediterráneo, subdividido por ensenadas, penínsulas y puntas con ligeros promontorios, que, al Noreste, cerraban el majestuoso y abrupto paisaje rural defendido por castillos fortificados, las elevaciones de El Morro y La Cabaña. La Habana, vista hoy día desde el mirador de la Loma de La Cabaña, al pie del Cristo de La Habana,[6] es un paisaje artificial imponente. Pero, ¿cómo percibieron esta ciudad, junto a la gran bahía y al puerto donde fondeaban cientos de navíos, sus fundadores, sus primeros habitantes de la época colonial?
Sin dudas las zonas urbanizadas, La Habana, Regla-Guanabacoa y Casablanca, fueron apreciadas como pequeños espacios construidos, cercanos a una inmensa masa de agua, que se erigía en epicentro comercial americano gracias a las diversas estrategias monopolistas organizadas por el imperio español de antaño.
A simple golpe de vista, un buen observador, nacido en los inicios del siglo XIX, veía las murallas encerrando al antiguo reciento urbano — hasta 1863, ya que a partir de ese año comenzó la demolición de los altos muros. Un poco más allá, nuestro hombre divisaría claramente la zona extramuros, desordenada y dispersa, con edificios de baja altura y densidad constructiva. Al fondo de ese paisaje urbano, esparcidos entre la campiña, distinguiría — con menos nitidez — los pueblos nuevos de los suburbios, sumidos en un entorno rural.
La ciudad estaba conectada con el poblado de Regla por diminutas embarcaciones que navegaban a remos, a vela, o, a vapor, de forma similar a la practicada por las actuales lanchitas de motor de petróleo. Le daban un toque pintoresco a la transportación dentro de la ciudad, mitad urbana y mitad marinera.
Estos artefactos permitían la pesca dentro de los límites de la bahía, el paso de los viajeros (civiles, marineros y militares) de una margen a otra de sus costas, o, lanzar una ofrenda a Yemayá desde el mismo centro de alguno de sus fondeaderos (Tasajera, frente a la Punta de Catalina, sería el más probable). Así fue La Habana, que a fines del siglo XIX, todavía encomendaba su sobrevivencia, contra los huracanes, las epidemias y los posibles ataques desde el mar, a la protección de la Virgen de Regla.
La mezcla de poblaciones de origen étnico diverso, pero, interrelacionadas en el mestizaje demográfico y la mulatez cultural, fueron rasgos caracterizados magistralmente por la sentida devoción a la imagen de una Virgen negra, cuyo origen evoca rectamente al Continente Africano.
El derrotero de esta tradición se inició en Hipona, África, en el siglo IV d.n.e., y atravesó el Mar Mediterráneo hasta Chipiona, se detuvo en Cádiz, Europa, y, desde allí, cruzó el Océano Atlántico para hacer posible el arribo de "una réplica" de la imagen sagrada para los católicos, a la costa del primitivo asentamiento cubano (Regla) en el siglo XVII .
Por último, el siglo XIX presenció la fusión de la Virgen de Regla y el orisha Yemayá. Yemayá y Oshun (sincretismo de la Virgen de la Caridad del Cobre) están hermanadas. Esta fraternidad sagrada, religiosa, de los símbolos más importantes de los antiguos Departamentos occidental y oriental, en que se dividió oficialmente la Isla hasta 1878, podría también interpretarse simbólicamente, en el sentido de la unidad indisoluble de la patria cubana. Son una representación espiritual de los vínculos más estrechos y profundos existentes entre las más variadas poblaciones y culturas de Cuba.