El fundador del rústico santuario, según nos traslada la tradición, fue un limeño llamado Manuel Antonio, conocido históricamente por el apodo de "El Peregrino", que aludía a la principal actividad a la que había dedicado su vida hasta aquel momento.[2] La construcción, además de hospedar una imagen pintada de la Virgen de la Regla, posiblemente interpretada en óleo sobre tela, le sirvió de vivienda a "El Peregrino". Poco después, en 1690, Manuel Antonio fue autorizado para vestir los hábitos de ermitaño y en consecuencia el mentado bohío fue reconocido oficialmente como una ermita, pues se hallaba en lugar rural.
A pesar de su humilde apariencia, el santuario atrajo la atención, y, desde luego, la visita de los marineros y soldados que llegaban a la ciudad, o servían en la guarnición del Puerto, en alguno de sus castillos o torreones, amén de otros peregrinos. Así fue que en las proximidades de la edificación que simbolizaba la casa de la Virgen de la Regla, apareció y creció, poco a poco, un humilde asentamiento de pescadores. En breve, el lugar fue conocido por el nombre de Regla. Es evidente que se tomaba como referencia directa a la Virgen de la ermita.
El 24 de octubre de 1692, un devastador huracán, bautizado como "San Rafael", azotó sin clemencia alguna a la Habana.[3] En medio de la tormenta arribó a la Bahía, desde el puerto de Tesico, en Caibarien,[4] una nave desarbolada, prácticamente deshecha, que conducía el único de los marinos que logró salvarse de la catástrofe: Juan de Conyedo Martín, asturiano y natural de Conyedo, en el Consejo de Colunga.[5] Este hombre se había encomendado a la misericordia de la Virgen de la Regla, y le prometió dedicar su vida al culto religioso de su imagen. Y lo hizo efectivamente.
Reconstruyó la ermita, que había sido arrasada por el huracán, y que, en apariencias, había abandonado su fundador — tal vez muerto a causa del desastre natural. Nunca más se supo de él.
En aquel mismo año, (posiblemente 1694, ver más adelante), fue colocada, sobre el nuevo altar, una imagen de busto de la Virgen de la Regla, tallada en madera. Esta había sido costeada y traída desde Cádiz por don Pedro de Aranda y Avellaneda, castellano de la fortaleza de San Salvador de la Punta. (Según aseguran los feligreses, es la misma que hoy se venera en la capilla principal del templo, la Iglesia Parroquial de Regla.)
Conocidos tales hechos, tomados por extraordinarios por los marineros y el pueblo, ellos se encargaron de aumentar rápidamente la fama de dicha devoción en la capital de la Isla, y fuera de ella. Por tanto, en 1714 la Virgen de Regla fue declarada y proclamada públicamente, y con grandes fiestas, la "Patrona y Protectora de la Bahía de la Habana" y, oficialmente, la ermita se instituyó en Santuario.
En este caso, es válido deducir, hubo un cambio del nombre de Virgen de la Regla (de la Orden de San Agustín) por el de la Virgen de Regla; quedó suprimida la partícula la, y entonces de expresa propiedad sobre el lugar, ahora denominado Regla. Ocurrió una apropiación espontánea del símbolo, surgió un significado "nuevo" de la entidad, asociado a un sitio de tierra cubana, junto a la ribera de la Bahía de La Habana, que a su vez fue nombrado Regla.[6]
(Inclusive, esta cuestión trató de ser oficializada por los vecinos mediante una solicitud hecha al Rey en 1817, para fundar una nueva villa de 3 km2 de superficie, en honor a "Nuestra Señora de Regla", según afirma José Olavarrieta Benítez en su Ponencia, 1991, p. 11).[7]
Con posterioridad, en 1717, fue colocado solemnemente el sacramento en el Santuario, en presencia del obispo diocesano de Cuba don Jerónimo Valdés.
Más adelante, el segundo obispo de La Habana,[8] el doctor Juan José de Espada y Landa, en 1805 elevó la jerarquía del sitio al nivel de Iglesia Parroquial de Regla, promoviendo personalmente la construcción del templo que hoy existe. La inauguración del nuevo edificio ocurrió el 8 de septiembre de 1811.
La Virgen de Regla echó raíces en la historia habanera
En el siglo XVIII, tuvo lugar otro hecho significativo para la imaginación y memoria colectiva. Se cuenta que el santuario de Regla — cuya ubicación es, precisamente, frente a los dos fondeaderos que existen dentro del puerto de la Habana — no fue atacado por el fuego de los ingleses durante su asedio a la ciudad, en 1762. Tampoco fue violado el Santuario, a pesar de ser perfectamente visible desde la Loma de la Cabaña, en la costa Noreste de la Bahía, y de ocupar este edificio una posición importante sobre una de las penínsulas que avanza hacia el centro del Puerto.[9]
Es probable que la pobreza y endeblez de la obra religiosa no inspirara preocupación alguna a los invasores. Sin embargo, todavía este acontecimiento se recuerda por los católicos reglanos como algo realmente portentoso. Los creyentes aseguran que la iglesia y el pueblo sobrevivieron