Cuba

Una identità in movimento


Costumbres de un pueblo

Lázaro David Najarro Pujol


En Santa Cruz del Sur habitaban personas muy amables, sencillas y humildes. Sus pobladores fraternizaban de tal manera que podían considerarse como una familia. No había discordias. El saludo era un hábito consciente. A través de una reverencia con el sombrero se les mostraba respeto a las damas. Los habitantes del pueblo comenzaban a recuperarse de las secuelas de la guerra por la independencia de Cuba, en la que el territorio tuvo un papel bastante protagónico.

La población tenía sus costumbres. Le gustaba madrugar para contemplar la salida del sol. A esa hora se podía encontrar deambulando por las calles tanto a un anciano como a un niño. La gente combatía su tedio, organizando bailes, fiestas, pesquerías, excursiones marítimas...

Aunque era normal en la época, existían dos sociedades: una de blancos y otra de negros. En fiestas de efemérides patrióticas y religiosas se conglomeraba la gente del pueblo.

En luna llena, las dos calles de Santa Cruz se iluminaban. A media noche, evocando amor, se escuchaban las tradicionales serenatas.

El cine en Santa Cruz del Sur se introduce en los primeros años de la década del 20. Se cuenta que inicialmente, las películas se traían de Camagüey a caballo, hasta que en 1923 se inaugura el ferrocarril.

"Las películas del año se contrataban con un viajante que recorría los pueblos y llegaba con exactitud para las fechas con variedades, dependiendo el valor de cada cinta de la calidad o demanda"[1].

Todas las noches los jóvenes acudían al teatro. Se ofrecían películas silentes. Con una pianola se animaba el filme. Al terminar la función, de regreso a los hogares, estaban dispuestas las cenas nocturnas. El Teatro Capitolio, La Casa Consistorial, con su campana centenaria y el edificio de Yacht Club, eran escenarios de constantes conglomeraciones de jóvenes.

En el parque público de Playa Bonita y su glorieta, todas las noches acudían los jóvenes para escuchar los conciertos que ofrecía la banda de música de la localidad. Las muchachas y los muchachos de la clase adinerada vestían las más lujosas prendas de la época. Mientras la agrupación interpretaba una de sus melodías, algunas parejas de jóvenes les daban la vuelta al parque y otras se detenían a conversar.

En las temporadas ciclónicas los vientos de sudeste causaban grandes marejadas. Las dos calles y los 9 callejones se cubrían por las aguas del Mar Caribe. Las aguas penetraban en el interior de las casas, la mayoría de madera. Algunas personas paseaban en los chalanes por las calles cubiertas por el mar y brindando un trago de ron a cuantos se encontraban en los portales de las viviendas. La gente salía a fiestear en temporadas ciclónicas con el agua a la cintura convirtiéndose en un hábito peligroso, en un motivo de júbilo popular. No siempre es aconsejable que las costumbres se hagan leyes, pero todos estaban acostumbrados a ese coqueteo del mar con la tierra. Tras cambiar el tiempo las aguas regresaban a su sitio de origen y nuevamente se podía transitar por las calles y largos portales de madera. Volvía a renacer la creencia en aquella generación, de que Santa Cruz del Sur tenía algún ángel tutelar.

No obstante, los hombres del pueblo fueron construyendo poco a poco una barrera protectora. El mar quedó separado de la tierra mediante una cerca doble de jatas que se rellenaron de rajón, aunque esa medida no impedía que, en las temporadas ciclónicas, las aguas marinas inundaran las calles de las zonas más bajas de Playa Bonita.

Esa barrera no impidió el destructor paso de un temporal que azotó el pueblo el 13 de junio de 1904 y que causó grandes daños materiales, ni del ciclón que atravesó la provincia de Camagüey el 14 de octubre de ese propio año y que su vórtice penetró por la sureña demarcación.

Santa Cruz del Sur se presentaba como una ciudad encantadora en una faja de tierra a la orilla del mar, con edificaciones ahiladas y ligeras, muchas asentadas sobre marismo, con palizadas que comunicaban a cada vivienda un aspecto aéreo. Para franquear algunas de estas edificaciones era necesario pasar de la calle al portal por un puente rudimentario, pero artísticamente concebido.

Con lámparas de luz brillante se realizaba el alumbrado público de Santa Cruz, porque en esa época en este pueblo no existía planta eléctrica. Al oscurecer, un farolero encendía las lámparas de luz brillante y las apagaba a la salida del sol. Este empleado formaba parte del ejército de los cuatrocientos sesenta y dos mil once faroleros, de los seis continentes, mencionados por Antoine de Saint-Exupéry en el libro El Principito[2].

Además el principal medio de transporte consistía — en la comunidad sureña camagüeyana — en cinco coches tirado por caballos. No había automóviles. Desde la Punta, donde está el canal, y hasta el cementerio viejo, Playa Bonita cubre un área de más de 2 kilómetros de costa, con solo dos calles: una paralela a la otra. El resto de la zona esta cubierta por manglares pantanosos, con gran predominio del mangle prieto, el mangle rojo y la yana, ésta ultima en menor cuantía.

La vegetación de la demarcación, en general, corresponde a sabanas arenosas, sabanas húmico-arenosas y matorrales. Además Santa Cruz del Sur es de llanuras costeras, semisumergidas hacia el sur. Las llanuras bajas y cenagosas se encuentran por lo general sometidas a un régimen de inundación que se extiende en períodos de lluvias. El poblado es atravesado de este a oeste por una zona de hundimiento regional orogénico. Su puerto es uno de los que mantiene mayor temperatura durante el invierno y medias en el verano de hasta 38 grados centígrados. Registra vientos predominantes del noroeste, el este y el sur. La costa pantanosa está encañada a veces por esteros profundos, especialmente hacia la porción sureste, al extremo del cual, y sirviéndole de límite con la comunidad de Vertientes, desemboca el río Remedio o Negro en el estero de Agua Dulce.

Al sureste desemboca el río Najasa y varios arroyos que vierten sus aguas en la ensenada de Manopla.

La gente del pueblo no le daba tanta importancia a las ceremonias nupciales. Muchos simplemente se juntaban y otros acudían al cura del pueblo o se casaban por la notaria. Lo más importante era estar unidos para toda la vida: en las buenas y en las malas. Por lo general así fue.

Casi niña, Caridad Pérez Mesa quedó huérfana de padre:

"Precisamente mi papá murió cuando cumplí los quince años y como nos dejó un poco de recursos, mi madre y yo pudimos criar a mis hermanitos pequeños. Al cumplir los 16 años de edad, en 1921, me casé con Antonio Ponce de León Torres. Eso sí, el matrimonio era algo sagrado y nos uníamos para toda la vida. Mi esposo tenía un camión y se dedicaba a transportar arena, piedras y mangle rojo, este último para las panaderías. En la cañada daba garrote a los maderos que se exportaban".

A los quince años de edad Eloisa Guerra González se casó con José del Risco.

"Al principio no dediqué mucha atención sobre él. Era un hombre bueno. Me visitaba con frecuencia, pero jamás pasó por mi cabeza que, aún con los sueños de la infancia, iba a contraer matrimonio. Con el roce y con el tiempo nos enamoramos. Eso fue en el año 1926. Aquí por lo general contraíamos matrimonio muy joven".

Pero Rita de Quesada, consideró que podía esperar más para casarse:

"A la edad de 23 años me casé con José Cañete Acuñas, marinero del barco La Dorotea. Estudió para patrón y se convirtió en práctico de puerto".

La región devino refugio permanente de una impresionante variedad de aves marinas: el flamenco, la paloma torcaza, el "coco", la garza, la gaviota, la corúa, el alcatraz y muchos otros.



Lázaro David Najarro Pujol Lázaro David Najarro Pujol, escritor y periodista.
Labora en la emisora Radio Cadena Agramonte de Camagüey.
Autor de los libros Emboscada y Tiro de Gracia,
ambos publicados por la Editorial Acana de Camagüey.



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