Todos los días Rosa Torres Acosta y las hermanas Zoila y Clotilde Ponce de León Torres, las tres muy jóvenes, pasaban inadvertidas, a la vista de la gente del pueblo, camino a la caseta de la Cuban Telephone Company en Santa Cruz del Sur, ubicada en Playa Bonita, besada por las olas del Mar Caribe.
Sin embargo, Rosa, Zoila y Clotilde, sin proponérselo, han transcendido en la historia.
El nueve de noviembre de 1932, a estas sencillas, solidarias y encantadoras muchachas les correspondió la misión de establecer comunicaciones con la ciudad de Camagüey para solicitar un tren de auxilio. El pueblo era amenazado por un huracán de gran intensidad.
No mucho se conoce de las tres jóvenes, al no ser lo que se narra de ellas, cuando en la madrugada del 9 de noviembre se encontraban en sus puestos de labor.
Rosa, Zoila y Clotilde presintieron, antes que muchos el peligro, pero prefrieron arriesgar sus vidas ante de abandonar su misión como telefonistas en el momento en que era imprescindible continuar realizando las peticiones de socorro con la voluntad de salvar de las furias del mar, las lluvias y los vientos a miles de personas.
Siempre escuché de algunos santacruceños que las conocieron efímeramente que aquella madrugada la compañía de teléfonos les indicó que abandonaran la pequeña caseta telefónica convertida, por voluntad propia, en su cuartel general para las comunicaciones con la capital provincial. Pero se negaron con la esperanza de poder mantener el enlace.
El huracán de categoría 5 en la escala Saffir-Simpsom avanzaba al oeste, entre el Cabo Gracias a Dios, en Nicaragua, y Jamaica, en busca de Centroamérica, pero pronto, en forma de recurva cerrada, se desvió al norte nordeste y se ubicó a 150 millas al oeste de Punta Negra, en Jamaica, por lo que la provincia de Camagüey se reportaba entre los territorios de mayor peligro.
El meteoro presentaba vientos sostenidos de 222 kilómetros por hora, la velocidad de traslación era de 22 y el diámetro del vórtice de 66 kilómetros.
En Santa Cruz del Sur se comenzaron a sentir los efectos del fenómeno atmosférico. La noche del 8 lloviznaba y las nubes cubrían la claridad de la luna y las estrellas. El parte del Observatorio Nacional llegó por telégrafo en la madrugada del nueve de noviembre. No había tiempo para adoptar medida alguna. Pronto el mar tomaba posiciones en las zonas más bajas de la larga calle de la Marina a la orilla del mar y en los callejones perpendiculares. Rosa, Zoila y Clotilde se percataron del peligro, pero continuaron en sus puestos de labor.
En la madrugada, la marea tomó altura y comenzó a penetrar lentamente por la rendija de la puerta y las tablas de las paredes de la caseta de la Cuban Telephone Company. A fuera se escuchaba el silbido ensordecedor del viento y el golpe de las olas contra las débiles paredes del local. Las tres jóvenes continuaban con los audífonos pendientes a cualquier señal de auxilio, no para ellas sino para el pueblo desamparado y dejado al azar de su suerte.
Siempre pensaron que no todo estaba perdido, y continuaron transmitiendo los pormenores del huracán, desafiando a la muerte. El mar hizo flotar primero los muebles y después las aguas comenzaron a entrar por los ventanales. Los que estaban al otro lado de la línea telefónica, de pronto dejaron de escuchar a las operadoras santacruceñas.
Rosita, Zoila y Clotilde no pudieron escapar a la muerte segura. Una ola gigantesca cubrió la caseta de la Cuban Telephone Company, la levantó como castillo de arena y la sepultó entre el agua, el fango y los maderos. Solo dos horas le bastó al huracán para cobrar decenas de victimas. El mar subió en Playa Bonita a seis metros de altura y continuó avanzando por tierra firme varios kilómetros con su carga de muerte. A las doce hubo una tregua y de nuevo el huracán se ensañó con la gente. Unas olas inmensas acabaron de destruir lo que quedó del pueblo, con la excepción de una casona de madera, de dos plantas que resistió la furia de las aguas y el viento durante aquellas horas infernales.
No tuve oportunidad de conocer personas que pudieran profundizar sobre las tres valientes mujeres, sus sueños y aspiraciones, pero el recuerdo de ellas no debe quedar sepultado en el silencio, como quedaron sepultados sus cuerpos juveniles.
En el Parque Central de Santa Cruz del Sur se encuentra ubicada la tarja que perpetúa la memoria de las intrépidas telefonistas.
Lázaro David Najarro Pujol, escritor y periodista.
Labora en la emisora Radio Cadena Agramonte de Camagüey.
Autor de los libros Emboscada y Tiro de Gracia,
ambos publicados por la Editorial Acana de Camagüey.