Cuba

Una identità in movimento

Nicolás Guillén: una pequeña antología — 6


Nochebuena

Morir de amor

Romance del «Jaloao» de Emilio Ballagas

Habana

A Argeliers León

Avión

Congrí-Lechón

Epístola dirigida al señor Eneido Trazarco, en París

Envio

A Regino Pedroso

Flores a María... y a Mariano

A Juan David

A Juan David

Ana


Nochebuena
I
Esta noche es Nochebuena,
que gocen los corazones
y entre valses y danzones
esperen todos la cena.

Esconde el alma su pena,
olvide sus decepciones
y alabe, en dulces canciones,
la vida, que es grata y buena.

No importa que el viento grite,
ni que la rama tirite
allá en el parque sombrío:

tiene amores nuestro pecho
y está tan caliente el lecho...
¿Quién tiene frío? ¡No hay frío!

II
Música, entusiasmo, ruido...
Doquiera brota un cantar
que se complace en curar
nuestro corazón herido.

En dulces charlas perdido
goza el pueblo en sepultar
su tristeza secular
en la gruta del olvido.

Pero... mirad la Alameda:
veis a la Miseria! Rueda
en triste y callado enjambre...

Hay quien con el hambre luche,
mas ¡nadie un lamento escuche!
¿Quién tiene hambre? ¡No hay hambre!

III
Todo es loco movimiento;
nadie en divertirse ceja
y sobre la pena vieja
sus alas abre el contento.

Llovizna. Murmura el viento
y en el escándalo deja
su rumor que empieza en queja
y acaba, al fin, en lamento...

Cruzan las damas, inmóviles
en cerrados automóviles;
por eso no pueden ver

cuando se extiende una mano:
— ¡Deme una limosna, hermano,
que no tengo qué comer...!

IV
El vasto templo está lleno,
en los altares se canta
la aparición de la santa
figura del Nazareno.

Truena el órgano sereno,
el incienso se levanta
y el alma pía se encanta
y goza el que es santo y bueno...

Vibra el bronce musical
del templo en el portal
desamparado y sombrío,

se apiñan, en negro enjambre,
niños que mueren de hambre,
viejos que mueren de frío...


Morir de amor
Pobre del triste mortal
a quien depara la suerte
morir con la dura muerte
de la bala o del puñal.

Pero es más pobre, a mi ver,
y tiene más de sufrir
el que se siente morir
de amor por una mujer.

Acaba pronto la bala;
el puñal, rasga y termina;
¡qué bien va la punta fina,
qué bien va el plomo con ala!

Pero el amor nunca acaba:
vierte sombra en nuestra luz,
nos hiere, busca una cruz
y luego en la cruz nos clava.

Allí, la hiel que envenena,
la esponja que al labio asusta,
la cruel lanzada y la adusta
corona de espinas llena.

Y allí clavados sufrir,
pálida y mustia la frente,
muriendo perennemente
sin acabar de morir.

¿No es más feliz el mortal
a quien depara la suerte
morir con la dura muerte
de la bala o el puñal?


Romance del «Jaloao» de Emilio Ballagas
Emilio salió de rumba
y se tomó tres mojitos,
Nicolás lo acompañaba
sin maracas y sin gritos.
Frente a la barra sentados
el ron traicionero vino
y con voz áspera y dura
a Emilio Ballagas dijo:
—Vas a beberme, compadre,
pero has de hacerlo con tino,
que yo al que me quiere doy
lo que al que me odia quito.
¡Pobre de Emilio Ballagas
que bebiendo de continuo
vio llenarse de fantasmas
su blanca senda de lirios!
¡Pobre de Emilio Ballagas
mirando con ojos fijos
la máscara del alcohol
haciéndole rojos guiños!
No te vayas, no te vayas,
Emilio, que soy tu ritmo,
con alcohol se hacen los sones
o con el ron, que es lo mismo.
Tienes mi voz, eres nota
saliendo de mi hondo abismo,
soy el ron, no me abandones,
no me abandones, Emilio.
Así se hablaba Ballagas
cuando blanca sombra vino
y acercándose, pausada,
con serena voz le dijo:
—Soy Emilio Bacardí,
no te me emociones, hijo,
conozco lo que te pasa
pues anduve ese camino,
da tres vivas a mi nombre:
di Emilio, Emilio y Emilio.
Y malhaga quien no supo
embriagarse de continuo;
el ron sabe hacer los hombres,
tanto si van a Presidio
como si están cual tú estás
aplastando blancos lirios.

Emilio se dio una ducha
y a contarme el cuento vino.

(Hecho por Nicolás Guillén, con tragos y sin literatura).


Habana
Mar con ambición de palmas
y espuma de rumba y son.
Ventanas de donde cuelgan
anchas sonrisas de negras.
El cielo azul, rojo sol.

Sol espeso. En panes de oro,
se puede cortar el sol.
Sobre el sol patina el aire
con un patín volador.
Tierra de ojos entreabiertos,
vena de sangre y sudor:
en boca de sed de coco
saliva de marañón.

¡Noches blancas en el puerto
sobre los mástiles negros!
Mulatas y marineros
viajando en una canción.
Aguardiente de los bares,
espinazo de fox-trot,
navaja de lengua muda
y puñal de filo en flor.


A Argeliers León
¡Póngale música!
Querido Argeliers León
(pon, pon)
te llegó el segundo «ta»
(¡ja, ja!).
Todo París sabe ya
que eres un buen cuarentón,
querido Argeliers León.
¡Pon, pon, ja, ja!
Por eso estamos aquí
(¡ji, ji!)
bailando en un solo pie
(¡je, je!)
para brindarte café
y un trago de bacardí;
por eso estamos aquí
ji, ji, je, je.
Que pases la fiesta tú
(¡pu, pu!)
con risas, guitarra y ron
(¡pon, pon!)
querido Argeliers León,
comiendo ajiaco y fufú,
que pases la fiesta tú,
pon, pon, pu, pu.

París, 7 de mayo de 1958


Avión
Millones de corpúsculos
flotan en el rayo de sol
que entra por la ventana.
De pronto, lo atraviesa una mosca.
¿A dónde irá ese avión?

Moscú, 1973
(A Pavel Grushkó)


Congrí-Lechón
Gracias os doy desde aquí
(y me toco el corazón)
por este amable lechón
tan amigo del congrí.
Milagro tal nunca vi,
digo con suave emoción...
¿Qué haremos con el lechón?
Pues comerlo con congrí,
si, como en esta ocasión,
no viene solo el lechón,
sino acompañado así.

Aunque no como congrí,
siempre he comido lechón,
cuando veo que llega, así,
cual llega en esta ocasión.
Por eso es que en cuanto a mí
(repiqueteando un cajón)
exclamo lleno de unción:
¡Bienvenido sea el congrí
cuando viene con lechón!
Bonita, buena ocasión,
que aprovecho desde aquí,
tocándome el corazón:
Bienvenido sea el lechón
cuando viene con congrí.
¡Caramba, qué confusión!

¿Perdido habré la razón
con el lechón,
con el congrí,
con el congrí,
con el lechón?
Pi,
pon,
pooon,
piiii.

¡Pon,
Pi!
Lechón,
Congrí.


Epístola dirigida al señor Eneido Trazarco, en París
I
Llegó tu desatado poema, según creo
escrito en Francia un día que andabas de paseo.
¿En Perpignan, acaso? (Su hortaliza, su vino).
¿Quizás en Montpellier? (Su jardín, su tocino).
En fin, en algún kiosco suave en Saint-Tropez.
(Su sombrillón rayado, su coñac, su café).
O de la blanda Niza en la bruma dorada.
(Sus gaviotas, sus nubes, su ocaso, su alborada).

II
Los chacales

Dices que de qué sirve escribir buena prosa,
si los chacales velan. ¡Situación lastimosa,

voto al Chápiro! (Eneido, me haces meter la pata
y jurar —¡con Salgari!— como cualquier pirata).

Lastimosa decía, y aun diría fatal:
ir a dar al estómago de un inmundo chacal.

Son seres espantosos carentes de pureza,
incapaces de amor y de domestiqueza.

Vuelven lo blanco negro, lo que es más lo hacen menos,
tornan los buenos malos, violentos los serenos.

Dueños de los periódicos con turbios consejeros;
de los últimos puestos saltan a los primeros.

(Desde luego que en ello no es menester que insista:
la prensa de que hablas es la capitalista).

En fin, son los causantes de los más graves males,
los más perversos entre todos los animales,

y como en los contratos, como en los testamentos
(tú lo dices), destruyen lágrimas, juramentos,

porque así es, compadre, la manera de ser
de estos monstruos hediondos que nadie puede ver.

III
Más chacales
Yo no sé si tú piensas que no hay chacales varios,
y que tan sólo existen chacales literarios,

cuyo quehacer estriba, como tales chacales,
en amargar la vida de los intelectuales.

¿No hay el chacal banquero, de severo decoro,
el pecho endurecido con lingotes de oro?

¿Y el bandido que impera por sus santos chichones,
con una buena dómila de gordos perdigones?

¿O bien politiqueros de muy baja ralea,
con una idea fija, con una sola idea,

ver la manera, el modo de llegar al gobierno,
pues lo demás ya sabes que les importa un cuerno?

Nada de exclusivismos, que ello es inoportuno:
¡chacales para todos, si no, para ninguno!

Así están muchas patrias. Pero ya se oye en ellas
un clarín que se enciende, y hay un furor de estrellas

perforando la noche. A Chile arder se siente,
el Inca ha levantado la milenaria frente,

y Cuba es como un bloque de seguro granito,
o mejor te diría que Cuba es un gran grito

que prolonga el gran grito que de América brota
en una sola, bárbara, desgarradora nota.

Aunque comprendo, amigo, que tú eres ya francés,
no importa, lo extranjero no quita lo cortés,

y me permitirás que miente a la Argentina,
cuyo recuerdo brilla tras una niebla fina,

una niebla de donde saca un puño incendiado
madre fiera Rosario del Che Crucificado...

IV
Más chacales
Pero hay todavía más chacales, te digo,
no dentro, sino fuera. Está el Cruel Enemigo,

el Cruel Chacal, si quieres, de múltiples cabezas,
que rompe de un zarpazo cada cosa que empiezas.

Acostumbrado al mando supremo en nuestra América
ruge, presa de una cómica rabia histérica,

nos niega el pan, el agua, enronquece, bloquea,
sube, baja, se extiende, vocifera, se arquea,

persigue pescadores que en breves barquichuelos
pescan bajo la sorda soledad de los cielos,

y eso en nuestro Caribe, del que la Patria vive,
nuestro azul Caribe, el duro Mar Caribe.

O si no, te envenena la lengua, el férreo idioma
del padre, del abuelo, y de tu armario toma

el banderón que guarda tu familia, y que allí
nos habla de Maceo, de Gómez, de Martí.

V
Más chacales
La lista de chacales no cesa todavía.
¿Y la chacalería que amamanta la CIA?

Item los que levantan el puñal en la sombra.
El pueblo los conoce, los reconoce y nombra.

Item los sin cerebro porteles y vilaces,
tontos cabecimancos, herminios contumaces.

Item los que preparan cobardes sabotajes.
Seguridad les sigue los viajes y virajes.

Item los que susurran catástrofes tremendas
y liquidan a Cuba, pero bajo sus tiendas.

Item los comemierdas, item los maricones
soñando con asaltos, pensando en invasiones,

Item toda una corte de pequeños traidores,
la dinamita oculta en el ramo de flores,

item los solapados, item los comicallas,
que de boquilla ganan combates y batallas,

mas que en la vida son cadáveres vacíos,
yertos y patituertos, muertos y patifríos.

Item el buen firmón de cartas democráticas,
que en busca de actitudes que él supone simpáticas,

firma lo que le pongan a firmar, de tal suerte
que a veces hasta firma su sentencia de muerte.

Item el que no ignora que quien firma con él
es el taimado tío, el viejo tío Samuel.

La pluma con que escribe es una bayoneta
mojada en sangre pura y a su rifle sujeta.

Item los victor-hugos de ten cents y chacota,
que del grande y buen viejo no conocen ni jota.

Item el resbaloso filósofo y oráculo,
que lo que busca siempre es montar su espectáculo.

VI
Por supuesto yo sé que sabes todo esto,
que sabes todo esto, Trazarco, por supuesto.

Pero una duda viene a herirme de repente,
se me instala en el cráneo y me rompe la frente:

¿a qué, si tanto sabes, pasar por ignorante
y hacer preguntas dignas de un tonto o de un infante?

¿Que antaño trabajaste alto, firme y derecho,
el corazón sangrando bajo el desnudo pecho?

De acuerdo. No seré yo quien niegue tu lucha,
pero con todo eso ¡oh mi Trazarco! escucha:

no es posible que vivas sólo de lo que hiciste,
pues destino sería bien limitado y triste;

un modo de copiar los hábitos burgueses:
guardas el capital, gastas los intereses.

¿Defiendes a un poeta? Escucha a ese poeta.
Ya la voz de tu ahijado dejó de ser secreta,

y te desmiente en público su dramático acento,
que vuela por el mundo en las alas del viento.

Te creímos amigo, pero a la hora nona
tu liberal espuma la amistad condiciona

y caes en la calumnia igual que el enemigo,
porque tu toga es blanca y tu pan es de trigo.

Dudaste de nosotros como dudar pudiera
el extraño imprevisto, el de pronto, el de afuera.

Si en un momento duro te comportaste así,
ahora no te extrañe que dudemos de ti.

Diálogo, pides... ¡Diálogo! ¿Y eso será en tu prosa,
que es, como bien dices, prosa maravillosa,

pero que para un diálogo como nos hace falta
es una prosa alta, altísima, muy alta?

Una prosa que sube. Que sube y sube sube,
como una gran chiringa, como una hinchada nube,

y allá arriba se queda, mientras nosotros, mudos,
no pasaremos ¡ay! de mímicos saludos.

Estamos en la hora de hablar claro, bien claro:
yanquis, machetes. Cañas, sangre, fusil, disparo.

El central que jadea su ardiente angustia diaria.
Azúcar... ¿Qué brigada fue ayer la millonaria?

El mundo no es tan fácil como tú lo imaginas
con familiar simpleza. Aunque por él caminas

y levantas el puño al parecer sincero,
se ve que has roto el parche de tu propio pandero,

y hasta según nos dices sin pudor ni sigilo,
tienes un sello propio, luces un propio estilo,

cuando a la fiera lucha (del coq-au-vin) te entregas
y arremetes con fuerzas dinámicas y ciegas

de tal modo y manera, que la revolución
saliendo de tus manos es tu propia invención.

¡Qué actitud tan gallarda! ¡Cuánto romanticismo!
¡Un aplauso, señores! ¡Eso sí es heroísmo!

Desde el sitio vulgar donde te escucho y yago,
digo con desconfianza: —Mi poeta, no trago.

Por último, Trazarco: ¿Acaso has tú pensado
en un diálogo en medio de un combate cerrado?

Vamos a ver... Se entabla, terrible, la batalla;
el cañón que retumba y la bomba que estalla,

el runrunear de aviones, las ametralladoras,
sin descanso lanzando sus balas trazadoras,

los heridos que caen, los contusos, los muertos,
una nube de polvo como de cien desiertos,

cada cual empeñado en matar, en vivir,
unos en avanzar, y otros en huir...

Y en medio del estruendo, alguien que sin tardanza
«time» pide, como en el fútbol, y parar la matanza

para hablar con el jefe, y que el jefe le informe
quién le dio el Visto Bueno, quién le puso el Conforme

a esa tremenda riña sin decírselo a él,
o en un diálogo franco en el mismo cuartel

consultarle, avisarle, prepararle, rogarle,
porque no está dispuesto sin razón a aguantarle

a nadie humillaciones, a nadie confesiones,
a nadie decisiones, a nadie pantalones,

a nadie una sonrisa, a nadie mucha prisa,
a nadie una golpiza, a nadie una paliza,

a nadie una razón, a nadie una instrucción,
a nadie un estrujón, a nadie un bandoneón.

Ni hacer elogios fáciles, ni recibir más críticas,
¿acaso hay que decirlo?, que las politicríticas

que él mismo, cuando llegue la hora se propine,
y eso sólo en el caso de que Fidel opine.

¡Mueran los fariseos, abajo los ateos,
caigan los maniqueos, odio a los macabeos!

(Oh Dios, no complacerlo es olvidar su rango,
es repicar un son cuando ha pedido un tango.

Terrible sacrilegio. Tal vez mejor sería
obedecerlo en todo, decirle cada día:

Venga, querido amigo, a darnos sus consejos
para poder oírlos y así llegar a viejos).

¿Qué pasa si no acepta. Qué pasa si al fin quiere,
qué pasa si está vivo, qué pasa si se muere,

¿qué pasa si se calla, qué pasa si responde,
qué pasa si se muestra, qué pasa si se esconde?

Aquí interrumpo y digo la respuesta obligada:
Despreocúpate, chico, no va a pasarnos nada.


Envio
¡Qué risa! Hemos reído por ahora bastante.
¿Volvés al Puerto, pibe? Tal vez te conviniera.
El bulevar es tóxico. Su veneno incesante
empieza en los zapatos y acaba en la bandera.


A Regino Pedroso
Dicho lo cual en un soneto
(modo de hablar que yo respeto)
busquemos formas más sencillas:
liras, tercetos, redondillas.

¿Y por qué no en aleluyas,
que siendo mías son tuyas?

¡Regino, cuánto me alegro
de verte otra vez, mi negro!

¡Perdón, perdón, perdí el tino,
cuánto me alegro, mi chino!

O, en fin, con mejor consejo,
¡cuánto me alegro, mi viejo!

Todo lo cual se interpreta:
¡cuánto me alegro, poeta!

¿No te acuerdas de Galiano,
con cada hembrón que, mi hermano,

quitaba el sueño a cualquiera,
si acaso sueño tuviera,

después de verla moviendo
el caderamen tremendo?

(Hoy son unas vejestorias
bien cargadas de memorias).

¿Te acuerdas de la fondita
donde cenamos con Pita?

Era una fonda muy mona,
en Águila y Barcelona.

¿Tu menú recuerdas tú?
Yo recuerdo mi menú.

Bité con papa, y van dó,
calne asada con aló,

plátano malulo flito,
flijol caldoso, palguito

con toltilla a la flancesa,
luela palgo mayonesa,

bité con papa, y van tlé.
En tanto llegaba el té

yo me volvía un garabato
al ver llegar cada plato,

y todos, con felonía,
gozosamente engullía.

Hasta que una voz surgió
(fue Pita quien la lanzó):

— Caballeros, qué careta:
no come como un poeta.

¿Quién los poemas le hará?
¡La cuenta!, pues como va

este tipo cariduro,
nos arruina, de seguro.

Y por su parte, Regino,
ya diplomático y chino,

murmuraba con recato:
— Yo traje bicarbonato.

Mas, como el caso estudiaron,
nunca mas me convidaron.

En fin, la cosa sería
de no acabar ni en un día.

Poniendo fin a la cosa,
terminaremos en prosa.


Flores a María... y a Mariano
Al cumpleaños de Mariano
corramos todos a porfia,
como el católico ferviente
que va con flores a María.

Para el pintor, nuestro cariño,
de noche así como de día;
hacia él marchemos presurosos
como con flores a María.

Que todos beban y se alegren,
nadie sufra de hipocondría;
cantemos tiernos villancicos
como con flores a María.

Hay que chillar y divertirse
tal como un párvulo lo haría;
¡a saltar tú también, Mariano,
como con flores a María!


A Juan David
Mi querido Juan David,
te pido perdón si aquid
hasta hoy me demored,
pero ha de saber usted
que hoy un cierto Guillenet
me dijo con flema: Aquid
ya no más con la amistad
de Nicolás cuanto yod,
pues de esperar se cansod
cierto prólogo que tud
solicitaste esta ved
para tu caricatud
y sobre todo, David,
las que sed me has hecho a míd.

Por tal razón aquí vad
mi disculpa más sinced
y mi promesa de qued
muy pronto te cumplired
y tu encargo llegarad.

De esto no se entiende nad,
pero ¿qué haced? Así ed.

Abril 81


A Juan David
De la manera sencilla
que entre nosotros se usa
ayer pedí a Maricusa
que te comprara una silla.

Es decisivo agregar
que tal silla es necesaria
para que de forma diaria
te puedas, David, sentar.

Mas ¿qué silla? Maricusa
¿compró una silla adecuada?
¿Es negra o tal vez morada?
¿Tiene forma de una exclusa?

¿Sirve para andar a pie?
¿Es que el freno se le baja?
¿Un farol no se le ve?
¿O es lo mismo que una caja?

¿Tiene un motor exclusivo?
¿Huele tal vez a Verbena?
¿Se divierte en Nochebuena?
¿Tiene berrenchín de chivo?

En indagar tales cosas
sin embargo, no te obstines,
él quiere un par de patines
tirados por mariposas.

(24-4-81)
Ya tienes dos poemas: ahora
tienes un abrazo
Nicolás


Ana
Ana murió de un tiro en su retrato

Nicolás Guillén

Ana, ¿cómo usted pudo pensar que yo sería
un gánster de revólver, si no de puñalada
y que en su fina carne de índole dorada
el hierro de la muerte sin piedad hundiría?

Lo que yo dije entonces y digo todavía,
Ana, no es para usted, ni a usted le toca en nada:
amo su cabellera de Luna congelada
y su candente estatua ardiendo bajo el día.

¡Ay, déjeme decirle Ana Núñez, que estoy
conmovido, y que ando y la busco y me voy
tras su huella y la sigo sin pudor ni recato!

¡Ana Núñez Machín! — grito cuando usted llega
con su fulgor que es un relámpago que ciega.
(Ana, voy a morir de un beso en su retrato).

Nicolás Guillén
Noviembre, 1978




Nicolás Guillén: una pequeña antología — 1
Nicolás Guillén: una pequeña antología — 2
Nicolás Guillén: una pequena antología — 3
Nicolás Guillén: una pequena antología — 4
Nicolás Guillén: una pequena antología — 5


Cuba. Una identità in movimento

Webmaster: Carlo Nobili — Antropologo americanista, Roma, Italia

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