Cuba

Una identità in movimento

Nicolás Guillén: una pequeña antología — 2


El negro mar

Un son para niños antillanos

La tarde pidiendo amor

Agua del recuerdo...

La vida empieza a correr...

Poema con niños


El negro mar
La noche morada sueña
sobre el mar;
la voz de los pescadores
mojada en el mar;
sale la luna chorreando
del mar.

El negro mar.

Por entre la noche un son,
desemboca en la bahía;
por entre la noche un son.

Los barcos lo ven pasar,
por entre la noche un son,
encendiendo el agua fría.
Por entre la noche un son,
por entre la noche un son,
por entre la noche un son…

El negro mar.

— Ay, mi mulata de oro fino,
ay, mi mulata
de oro y plata,
con su amapola y su azahar,
al pie del mar hambriento y masculino,
al pie del mar.

 

Un son para niños antillanos
Por el Mar de las Antillas
anda un barco de papel:
anda y anda el barco barco,
sin timonel.

De La Habana a Portobelo,
de Jamaica a Trinidad,
anda y anda el barco barco
sin capitán.

Una negra va en la popa,
va en la proa un español:
anda y anda el barco barco,
con ellos dos.

Pasan islas, islas, islas,
muchas islas, siempre más;
anda y anda el barco barco,
sin descansar.

Un cañón de chocolate
contra el barco disparó,
y un cañón de azúcar, zúcar,
le contestó.

¡Ay, mi barco marinero,
con su casco de papel!
¡Ay, mi barco negro y blanco
sin timonel!

Allá va la negra negra,
junto junto al español;
anda y anda el barco barco
con ellos dos.

 

La tarde pidiendo amor
La tarde pidiendo amor.
Aire frío, cielo gris.
Muerto sol.
La tarde pidiendo amor.

Pienso en sus ojos cerrados,
la tarde pidiendo amor,
y en sus rodillas sin sangre,
la tarde pidiendo amor,
y en sus manos de uñas verdes,
y en su frente sin color,
y en su garganta sellada.
La tarde pidiendo amor,
la tarde pidiendo amor,
la tarde pidiendo amor.

No.
No, que me sigue los pasos,
no;
que me habló, que me saluda,
no;
que miro pasar su entierro,
no;
que me sonríe, tendida,
tendida, suave y tendida,
sobre la tierra, tendida,
muerta de una vez, tendida...
No.

 

Agua del recuerdo...
¿Cuándo fue?
No lo sé.
Agua del recuerdo
voy a navegar.

Pasó una mulata de oro,
y yo la miré al pasar:
moño de seda en la nuca,
bata de cristal,
niña de espalda reciente,
tacón de reciente andar.

Caña
(febril la dije en mí mismo),
caña
temblando sobre el abismo,
¿quién te empujará?
¿Qué cortador con su mocha
te cortará?
¿Qué ingenio con su trapiche
te molerá?

El tiempo corrió después,
corrió el tiempo sin cesar,
yo para allá, para aquí,
yo para aquí, para allá,
para allá, para aquí,
para aquí, para allá...

Nada sé, nada se sabe,
ni nada sabré jamás,
nada han dicho los periódicos,
nada pude averiguar,
de aquella mulata de oro
que una vez miré al pasar,
moño de seda en la nuca,
bata de cristal,
niña de espalda reciente,
tacón de reciente andar.

 

La vida empieza a correr...
La vida empieza a correr
de un manantial, como un río;
a veces, el cauce sube,
a veces, el cauce sube,
y otras se queda vacío.

Del manantial que brotó
para darte vida a ti,
ay, ni una gota quedó
para mí:
la tierra se lo bebió.

Aunque tú digas que no,
el mundo sabe que sí,
que ni una gota quedó
del manantial que brotó
para darte vida a ti.

 

Poema con niños
La escena, en un salón familiar. Le madre, blanca, y su hijo. Un niño negro, uno chino, uno judío, que están de visita. Todos de doce años más o menos... La madre, sentada, hace labor, mientras a su lado, ellos juegan con unos soldaditos de plomo.

I
La Madre — Oye, ¿sabes que estás enterado, eh? ¿Vives ccrca de aquí?
El Negro — ¿Yo? No, señora (Señatando al chino) Ni éste tampoco. (Señalando al judío) Ni éste..
El Judío — Yo vivo por allá por la calle de Acosta, cerca de la Terminal. Mi papá es zapatero. Yo quiero ser médico. Tengo una hermanita que toca el piano, pero como en casa no hay piano, siempre va a casa de una amiga suya, que tiene un piano de cola... El otro día le dió un dolor...
La Madre — ¿Al piano de cola o a tu hermanita?
El Judío — (Ríe) No; a la amiga de mi hermanita. Yo fui a buscar al doctor...
La Madre — ¡Ajá! Pero ya se curó, ¿verdad?
El Judío — Sí; se curó en seguida; no era un dolor muy fuerte...
La Madre — ¡Qué bueno! (Dirigiéndose al niño chino) ¿Y tú? A ver, cuéntame. ¿Cómo te llamas tú?
El Chino — Luis ...
La Madre — ¿Luis? Verdad, hombre, si hace un rnomento lo había chismeado el pícaro de Manuel.. . ¿Y qué, tú eres chino de China, Luis? ¿Tú sabes hablar en chino?
El Chino — No, señora; mi padre es chino, pero yo no soy chino. Yo soy cubano, y mi mamá también.
El Hijo — ¡Mamá! ¡Mamá! (Señalando al chino) El padre de éste tenía una fonda, y la vendió...
La Madre — ¿Sí? ¿Y cómo lo sabes tú, Rafaelito?
El Hijo — (Señalando al chino) Porque éste me lo dijo. ¿No es verdad, Luis?
El Chino — Verdad, yo se lo dije, porque mamá me lo contó.
La Madre — Bueno, a jugar, pero sin pleitos, ¿eh? No quiero disputas. Tú, Rafael, no te cojas los soldados para ti solo, y dales a ellos también...
El Hijo — Sí, mamá, si ya se los repartí. Tocamos a seis cada uno. Ahora vamos a hacer una parada, porque los soldados se marchan a la guerra...
La Madre — Bueno, en paz, y no me llames, porque estoy por allá dentro... (Váse)

II
Los niños, solos, hablan mientras juegan con sus soldaditos.
El Hijo — Estos soldados me los regaló un capitán que vive ahí enfrente. Me los dió el día de mi santo...
El Negro — Yo nunca he tenido soldaditos como los tuyos. Oye: ¿no te fijas en que todos son iguales?
El Judío — ¡Claro! Porque son de plomo. Pero los soldados de verdad...
El Hijo — ¿Qué?
El Judío — ¡Pues que son distintos! Unos son altos y otros más pequeños. ¿Tú no ves que son hombres?
El Negro — Sí, señor; los hombres son distintos. Unos son grandes, como éste dice, y otros son más chiquitos. Unos negros y otros blancos, y otros amarillos (Señalando al chino) como éste...Mi maestra dijo en la clase el otro día que los negros son menos que los blancos ...¡A mí me dió una pena! ...
El Judío — Sí... También un alemán que tiene una botica en la calle de Compostela me dijo que yo era un perro, y que a todos los de mi raza los debían matar. Yo no lo conozco, ni nunca le hice nada. Y ni mi mamá ni mi papá tampoco... ¡Tenía más mal carácter !
El Chino — A mí me dijo también la maestra, que la raza amarilla era menos que la blanca...La blanca es la mejor…
El Hijo — Sí; yo lo leí en un libro que tengo; un libro de geografía. Pero dice mi mamá que eso es mentira; que todos los hombres y todos los niños son iguales. Yo no sé cómo va a ser, porque fíjate que ¿no ves? yo tengo la carne de un color, y tú (Se dirige al chino) de otro, y tú (Se dirige al negro) de otro, y tú (Se dirige al judío) y tú...¡Pues mira qué cosa! ¡Tú no, tú eres blanco igual que yo!
El Judío — Es verdad; pero dicen que como tengo la nariz, así un poco...no sé...un poco larga, pues que soy menos que otras gentes que la tienen más corta. ¡Un lío! Yo me fijo en los hombres y en otros muchachos por ahí, que también tienen la nariz larga, y nadie les dice nada...
El Chino — ¡Porque son cubanos!
El Negro — (Dirigiéndose al chino) Sí...Tú también eres cubano, y tienes los ojos prendidos como los chinos...
El Chino — ¡Porque mi padre era chino, animal!
El Negro — ¡Pues entonces tú no eres cubano! ¡Y no tienes que decirme animal! ¡Vete para Cantón!
El Chino — ¡Y tú vete para Africa, negro!
EL HIJO — ¡No griten, que viene mamá, y luego nos va a pelear!
El Judío — ¿Pero tú no ves que este negro le dijo chino?
El Negro — ¡Cállate, tú, judío, perro, que tu padre es zapatero y tu familia...
El Judío — Y tú, carbón de piedra, y tú, mono, y tú...(Todos se enredan a golpes, con gran escándalo. Aparece la madre, corriendo)

III
La Madre — ¿Cómo por el color? No te entiendo...
El Hijo — Sí, te digo que por el color, mamá...
El Chino — (Señalando al negro) ¡Señora, porque éste me dijo chino, y que me fuera para Cantón!
El Negro — Sí, y tú me dijiste negro, y que me fuera para áfrica...
La Madre — (Riendo) ¡Pero hombre! ¿Será posible? ¡Si todos son lo mismo!. ..
El Judío — No, señora; yo no soy igual a un negro...
El Hijo — ¿Tú ves, mamá cómo es por el color?
El Negro — Yo no soy igual a un chino.
El Chino — ¡Míralo!¡Ni yo quiero ser igual a ti!
El Hijo — ¿Tú ves, mamá, tú ves?
La Madre — (Autoritariamente) ¡Silencio! ¡Sentarse y escuchar! (Los niños obedecen, sentándose en el suelo, próximos a la madre, que comienza):

La sangre es un mar inmenso
que baña todas las playas...
Sobre sangre van los hombres,
navegando en sus barcazas:
reman, que reman, que reman,
¡nunca de remar descansan!
Al negro de negra piel
la sangre el cuerpo le baña;
la misma sangre, corriendo,
hierve bajo carne blanca.
¿Quién vió la carne amarilla,
cuando las venas estallan,
sangrar sino con la roja
sangre con que todos sangran?
¡Ay del que separa niños,
porque a los hombres separa!
El sol sale cada día,
va tocando en cada casa,
da un golpe con su bastón,
y suelta una carcajada...
¡Que salga la vida al sol,
de donde tantos la aguardan,
y veréis cómo la vida
corre de sol empapada!
La vida vida saltando,
la vida suelta y sin vallas,
vida de la carne negra,
vida de la carne blanca,
y de la carne amarilla,
con sus sangres desplegadas.

(Los niños, fascinados, se van levantando, y rodean a la madre, que los abraza formando un grupo con ellos, pegados a su alrededor. Continúa):

Sobre sangre van los hombres
navegando en sus barcazas:
reman, que reman, que reman,
¡nunca de remar descansan!
Ay de quien no tenga sangre,
porque de remar acaba,
y si acaba de remar,
da con su cuerpo en la playa,
un cuerpo seco y vacío,
un cuerpo roto y sin alma,
¡un cuerpo roto y sin alma!…




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Webmaster: Carlo Nobili — Antropologo americanista, Roma, Italia

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