A este boom que se ha producido a nivel mundial en las creencias relacionadas con las religiones de origen africano ha contribuido, indudablemente, la existencia y el desarrollo en Cuba de estas manifestaciones, con un grado de autenticidad sin precedentes en otras regiones del mundo. Un fenómeno que ha impreso un carácter singular a este boom ha sido el de la emigración cubana.
A partir de l959, después del triunfo de la Revolución, muchos cubanos emigraron a Estados Unidos por diferentes razones, pero la mayoría de ellos pertenecía a la clase de mayores recursos económicos, que se vio afectada por las medidas adoptadas por el Gobierno revolucionario a favor de la mayoría del pueblo. Una buena parte de estos emigrados — que fueron a residir fundamentalmente a Miami — eran creyentes en la fe cristiana, y particularmente la católica. Deseosos de no perder su cubanía y de mantener las costumbres y tradiciones de la Isla, unido a la nostalgia y al afán de un día retornar a la tierra que los vio nacer, una buena parte de esos emigrados cubanos incrementaron sus creencias religiosas, que como hemos expresado eran fundamentalmente católicas, y muchos de ellos, que en Cuba ni siquiera asistían a las iglesias, en Miami comenzaron a acudir a estos lugares, legitimizando además el papel de la Iglesia católica como institución contraria a la Revolución cubana.
A partir de la década de los 80, del pasado siglo, este predominio de la imagen católica entre los emigrados cubanos radicados en los Estados Unidos y particularmente en el sur de la Florida, cambió totalmente.
Desde antes de la citada década, en los Estados Unidos se habían asentado algunos seguidores de Ifá y de la Regla de Osha, quienes se vieron limitados en las prácticas de estos cultos. Pero es a partir de 1980 con la llamada invasión de los "marielitos" y en 1994 con la invasión de los "balseros", que cambia radicalmente la composición étnica, económica, social y religiosa de esta emigración. Según datos publicados, durante la primera oleada emigraron más de 120 000 cubanos y en la segunda lo hicieron más de 30 000. Todos ellos sin contar los que salieron a través de lo que se ha dado en llamar el "bombo" (una especie de sorteo de visado establecido por las autoridades norteamericanas). Ahora la masa de emigrantes no era de la alta o mediana burguesía, sino de gente de pueblo que pertenecía a los más diversos estratos sociales.
Es preciso aclarar que muchos de estos nuevos emigrados, antes de partir, fueron y se consultaron con el sacerdote de Ifá, con el babalosha o iyalosha, con el palero o palera, o el espiritista; hicieron sus "trabajos" o se convirtieron a estas religiones de origen africano en busca de seguridad para el viaje y estabilidad en la nueva vida que iban a emprender; algunos incluso se llevaron sus "prendas".
Pronto en las ciudades del sur de la Florida, Nueva York y otros estados de la Unión, empezaron a aparecer templos, casas, lugares donde se expendían hierbas y otros símbolos relacionados con estas manifestaciones religiosas, las llamadas "botánicas". Pero todo esto no quedó ahí.
Movidos por razones económicas más que por otras razones, el flujo migratorio de los cubanos fue aumentando y se extendió a otras regiones del mundo.
Nos hemos referido a la crisis que ha azotado al mundo en los últimos años y que han motivado preocupación, desesperanza e incertidumbre. Ocurrió, entonces que en México, España, Holanda, Suecia, Noruega, Puerto Rico, Venezuela, Suiza, Italia y otros rincones del planeta donde se conocía la existencia de un babalawo o un santero cubano, allí iban personas agobiadas por diferentes males — que en ocasiones no eran necesariamente económicos — en busca de ayuda o procurando respuestas a determinada situación. No tardaron en aparecer por las calles de La Habana personas de diversas nacionalidades vestidas de blanco o exhibiendo collares y, en su mano izquierda, un idé de Orula u otra deidad del panteón yoruba. Muchos de ellos venían buscando nuevas esperanzas para sus incertidumbres, buscando respuesta a todo el largo inventario de calamidades al que nos hemos referido, o para iniciarse, complementar o fortalecer su pertenencia a estas comunidades religiosas.
Finalmente, es necesario destacar, en relación con la emigración cubana, fundamentalmente con aquella radicada en Estados Unidos, país donde nada es seguro, que se han dado múltiples casos donde personas que antes de salir de Cuba no estaban integradas a estas culturas y que al establecerse definitivamente en aquel u otro país, comenzaron a buscar protección en estos cultos. Les era necesario garantizar el empleo, la vivienda, la salud, el matrimonio, en fin, el desenvolvimiento material, la estabilidad y la prosperidad. Había que tener bien claro cuáles eran los caminos y cada cual buscó a su Orula o a su Eleguá para hallar su camino.
Para la consecución de estos y de otros objetivos, algunos volvieron de visita a Cuba para iniciarse o cumplir con alguna fase o requerimiento fijado por el oráculo de Ifá o la Regla de Osha.
Fue así que los seguidores de esta cultura proliferaron en el mundo, elevando esta religión a niveles sin precedentes. La emigración cubana, que comenzó en la década de los 60s y se desarrolló en los 80s y los 90s fue, sin lugar a dudas, el motor impulsor para la expansión en el mundo de las llamadas tradiciones yoruba, ya sea el ifaismo o la Regla de Osha.
"Nuestra religión hoy es una religión mundial abrazada por más de 100 millones de personas en 28 países" (Wande Abímbola en el VIII Congreso Mundial de Tradición y Cultura Orisha, efectuado del 7 al 13 de julio del 2003).
Por supuesto, el territorio cubano no escapó a esta explosión religiosa. La Revolución cubana, a partir del llamamiento al IV Congreso del Partido Comunista de Cuba, ya había creado las condiciones para que estas expresiones religiosas recibieran un tratamiento más objetivo, tanto por los medios oficiales como por la sociedad en general. Hay que añadir, además, que ya desde mucho antes, en la década de los 80s, se observaba un resurgimiento del sentimiento religioso en la población.
El autor recuerda que entre finales del año 1983 y principios de 1984, y ante la observación de una creciente avalancha de creyentes con destino a El Rincón, lugar donde se encuentra el santuario de San Lázaro en la capital habanera, hube de preguntarle a José Felipe Carneado — entonces jefe del Departamento de Asuntos Religiosos del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y a quien admiraba por sus virtudes —, a qué se debía el incremento de los asistentes a aquel lugar. Y Carneado, rápido y preciso, expresó:
— Embajador, ¿cuántos internacionalistas tenemos en África combatiendo por la defensa de esos pueblos? ¿Cuántos hombres y mujeres tenemos colaborando, no sólo en la defensa, sino también en la salud, la educación y otros sectores en el continente africano y en otros países?
En aquel momento calculé unos 40 000 ó 50 000.
— Pues bien — me aclaró —, los familiares de cada uno de estos hombres y mujeres desean que ellos regresen a la patria sanos y salvos.
En ocasión de trasmitir este comentario a una compañera dirigente de un organismo del Estado, la que se caracterizaba por sus posiciones de ultra izquierda, al extremo de ponerle como nombre a su primer hijo Petrogrado, sin asomo de complejo alguno ella me dijo:
— ¿Tú sabes que Petrogrado está en Angola?
— Sí — le respondí.
— Pues bien, el otro día vino aquí la mamá de su esposa pidiéndome un uniforme de él.
— Y tú, ¿que hiciste? — pregunté.
— Yo, nada, que se lo entregué ¡Es mi hijo! ¡Es mi hijo! — Esa fue su respuesta.
Tal conducta deja claro que no sólo el llamado "período especial" contribuyó al boom, que ya éste venía caminando desde antes de los años noventa... es que cuando el zapato aprieta…
Y toda esta "explosión" se ha producido sin que la anteceda labor de proselitismo alguna; la necesidad y la práctica lo han hecho todo. La práctica legitimada por la experiencia de babalawos, babaloshas e iyaloshas cubanos, que ha logrado enriquecer y desarrollar estos cultos de manera tal que si hoy se considera a Nigeria como cuna de estas tradiciones, Cuba bien puede ser considerada como la Meca.
Consecuencias positivas y negativas
Como consecuencia de los cambios surgidos en nuestro país a partir de la década de los noventa y con la aparición de nuevas formas económico-sociales, el turismo, la dolarización y el amplio flujo a Cuba de extranjeros y de cubanos residentes en el exterior, la esencia y la imagen de estos llamados cultos afrocubanos se han visto perjudicadas, sobre todo por la actuación mercantilista y egoísta de algunos practicantes y líderes especuladores que, medrando por el dinero, son capaces de violar algunos principios propios de los ritos y ceremonias de estas expresiones religiosas.
Está ocurriendo que por el afán de lucro se dejen de realizar, se reduzcan, o se deformen, algunos ritos y ceremonias que tradicionalmente se han observado en estas manifestaciones religiosas. En los últimos tiempos también han surgido personajes dados a inventar nuevas formas en un afán de especulación, de protagonismo y de aparentar pleno dominio de los cultos. Hay que señalar que algunas de estas deformaciones en el ifaismo y otras manifestaciones, no son nuevas; ya en otros tiempos existieron otros "innovadores". Los que sí son nuevos son el comercialismo y la ostentación. En algunos de los practicantes de estos cultos se ha producido una mercantilización de la conciencia.
Cada vez son más exagerados los precios, tanto en divisa como en moneda nacional, alegándose las más diversas justificaciones.
El mercantilismo ha llegado a tal extremo que se ha constituido lo que se puede denominar como Orisha Tur. Se conoce la existencia de "empresas" o personas radicadas en Canadá, México, Venezuela, España y Estados Unidos, que garantizan, desde viajes a Cuba para la celebración de iniciaciones y otros ritos, hasta la oferta de alojamiento, transporte interno, objetos y materiales necesarios para estos fines. Este sistema de negocios se ha extendido también a Internet y así ha surgido el Orisha Net o el Enkisi Web, donde a los ínter nautas se les ofrecen "consultas", información y venta de artículos de los más diversos géneros de este entorno religioso. A todo esto habría que agregar las conductas impropias referidas a la drogadicción y otros vicios en los que se han visto envueltos algunos improvisados y oportunistas iniciados en el sacerdocio ifaista.
Llama la atención que todos estos nuevos fenómenos que se observan en el ifaismo en Cuba vienen a ocurrir justamente en los momentos de mayor auge de estas prácticas, tanto nacional como internacionalmente. Todo este mal de cosas es aún más dañino si se tiene en cuenta que a los babalawos casi siempre fueron considerados como símbolos de ignorancia y de marginalidad, como gente de poca monta. No ocurría así con otros sacerdocios pertenecientes a la cultura oficial. Los sacerdotes católicos y de otras iglesias siempre presentaban otra imagen, aun cuando esta se hubiera visto afectada por grandes escándalos de inmoralidad como los que últimamente han surgido en el seno del clero católico.
No ha faltado la cuota de discriminación racial. El prejuicio contra los sacerdotes de Ifá, como institución, no nace solamente por el hecho de esta religión, sino también por sus raíces africanas. A muchas personas se les olvida que
"... tres de los papas de los inicios de la Iglesia Católica fueron negros: los santos Gelasio, Miltíades y Victor I, que ocuparon la silla de Roma entre los siglos II y V e hicieron contribuciones significativas al desarrollo de la cristianidad y de la fe católica" (Moya Palencia, 2003).
Se les olvida que hoy en día la María Magdalena, ya reconsiderada oficialmente por la Iglesia Católica, no prostituta, se le ha estimado como una sacerdotisa que bien pudo haber sido negra, africana.
"Que tuviera un origen etíope sin duda la habría hecho muy exótica y tal vez perturbadora para los integrantes aislacionistas — como Simón Pedro — de la misión de Jesús... sí la magadalena era negra, franca, rica sacerdotisa pagana, la más allegada de Jesús — los Doce bien pueden haberse sentido a la deriva en un mar de emociones primarias, originadas en el miedo a lo otro, a lo desconocido" (Los Secretos del Código..., p. 49).
Pero en toda sociedad, en toda cultura, existen depredadores, deformadores y especuladores, como también abundan, y afortunadamente aún en mayoría, aquellos cuya existencia está signada por virtudes y valores dirigidos a conformar mejores formas de convivencia.
Entre los aspectos positivos provenientes del boom antes mencionado, puede citarse el hecho de que se haya logrado romper, en cierta medida, con todo el misticismo y oscurantismo que existía alrededor de estas culturas. Hoy día hasta los niños más pequeños pueden leer, ver y escuchar acerca de los orishas, sin ninguna reminiscencia, mientras que en el lenguaje académico las expresiones relacionadas con ellos ya no constituyen prácticas inusuales e incomprendidas.
Actualmente los más variados y diversos sectores de la sociedad asumen estas prácticas con la mayor naturalidad y vemos cómo profesores universitarios, autoridades públicas, médicos, profesionales, destacados concertistas y reconocidas figuras de las artes, la cultura y la intelectualidad en general no ocultan sus vínculos y compromisos con este mundo de símbolos e imágenes y su pertenencia al mismo.
En la actualidad son múltiples las producciones artísticas y culturales que están relacionadas con estas manifestaciones: músicos, poetas, pintores, escritores, cineastas, teatristas, creadores en general, incursionan por este universo produciendo obras de reconocido valor cultural. No resulta extraño ver una orquesta sinfónica de Cuba interpretando bellas obras musicales dedicadas a Yemayá o a Oduduwa, o asistir a una exposición donde puedan observarse las más reconocidas deidades del panteón yoruba, o ver en la pantalla de la televisión una muestra de dibujos animados con representaciones orishas.
Es preciso destacar que el interés por el ifaismo en Cuba ha sido de tal magnitud que un hecho propio de esta cultura como el de la Letra del Año o Predicciones de Ifá, ha llegado a transmitirse por la radio cubana y ha acaparado la atención de los medios internacionales de prensa y distribuida al mundo a través de Internet.
De la africanía en Cuba
En el pensamiento filosófico yoruba hay un oddun (Ojuani Alakentu) que expresa:
"El que se aparte de sus raíces, niega su existencia".
A ello habría que agregar que para saber quiénes somos y adónde vamos debemos, ante todo, conocer de dónde venimos. Hoy, cuando tanto se habla de identidad, el legado africano debe enfocarse con el requerido y justo rigor y actualidad; no como algo remoto, no como a un árbol fundacional, sino como a la esencia que él produce, no como a la rama donde apoyarnos, sino como a la raíz que nos da origen.
En las últimas tres décadas del siglo XX e incluso en lo que va del XXI, mucho se ha escrito y publicado sobre la presencia africana en América; autores e investigadores de casi todas las latitudes se han referido a estos temas. Son conocidos los esfuerzos de instituciones nacionales e internacionales que han desarrollado proyectos al respecto. Hoy, con las nuevas tecnologías, ya se cuenta con enciclopedias digitales referidas a África y en las redes de Internet podemos encontrar las más diversas y múltiples informaciones sobre esta materia. Pero en honor a la verdad, hay que decir que para muchos en el mundo contemporáneo, África sigue siendo lo que en una época fue para Hegel — uno de los pensadores más ilustrados del siglo XIX —, quien describía a los negros como una raza infantil y a África como
"... el espíritu ahistórico, el espíritu no desarrollado, aún envuelto en las condiciones de lo natural".
Hay quienes todavía ignoran la existencia de las grandes civilizaciones que en una época poblaron ese Continente.
Aun cuando en determinados momentos surgieron algunas tímidas oposiciones a estas actitudes discriminatorias, también fueron apareciendo nuevos "estudios" de "hombres de ciencia" que quisieron demostrar cómo el negro era un ser inferior y de tal suerte, poseedor de un "temperamento innato".
A estas teorías no escaparon sabios como el mismo Fernando Ortiz, quien, como sabio al fin, supo rectificar a tiempo.
Los historiadores, escritores, intelectuales — a esos que según Soyinka se les ve como brujos y herejes —, deben proceder al desmontaje o deconstrucción de la historia africana tradicional — escrita a la luz de los prejuicios de una mirada euro céntrica y dominadora — y asumir la reconstrucción crítica de un pasado ignorado.
En todo caso, no se trata de satisfacer la interrogante especulativa sobre qué hubiera sido de África si no hubiera existido el colonialismo, sino de preguntarse por los elementos del desarrollo autónomo de ese Continente, que son su aporte a la historia de la cultura humana, y seguramente, el cimiento de sus creaciones futuras
No se trata de la intuición de Charles Darwin cuando escribió que era probable que nuestros primeros padres hayan vivido en África más que en cualquier otro lugar; no, ya eso está más que comprobado. La paleontología primero y luego la genética han demostrado que el primer hombre en la Tierra, el llamado Homo sapiens fue un negro que apareció en África del Este desde unos 50 000 años antes de Cristo. De ahí que, sin lugar a dudas, la cuna de la humanidad esté justamente en el Continente africano. Se ha demostrado, además, que no sólo antes de Colón sino también ocho o nueve siglos antes de Cristo, un grupo de negros de la costa occidental de África ya había llegado a las islas del Caribe y a las costas de Mesoamérica. Por otra parte, ya es bien conocida la tesis del académico afroamericano de origen guyanés, Ivan Van Sertima (Estados Unidos de América, 1990) según la cual la primera migración en la historia de la humanidad se produjo de África hacía Europa 40 000 años antes de Cristo.
"Migraron, pero no con el carácter de esclavos o sirvientes coloniales, sino en su calidad de padres de los primeros habitantes europeos, los creadores de sus primeras artes, herramientas y en algunos lugares y períodos históricos, sus maestros, invasores y comerciantes, y después sus más veneradas madonas, papas y santos".
Moya Palencia (2003: 17) cita al autor Charles Finch cuando dice:
... observa que en la base de la evolución de los llamados caucasoides está, sin dudas, el Homo sapiens llegado de África al Viejo Continente hace 50 000 años. Grandes capas de hielo cubrían Europa y un periodo relativamente cálido, cuando el hielo se fue retirando, encontramos este tipo de hombre establecido incluso en la parte suroeste de Eurasia en Rusia. Sus huesos eran de tipo africoide, y permaneció en esa área aun cuando el hielo empezó a avanzar de nuevo, hace 40 000 años. Por los siguientes 10 000 años, ese hombre vagó en el frío extremo cubierto de pesadas pieles de animales y protegiéndose del cielo inclemente. Ante las afectaciones producidas por las grandes capas de hielo el hombre ya no podía generar suficiente vitamina D crucial para la adecuada mineralización de los huesos y su piel originalmente negra comenzó a cambiar. Ante esta mutación genética el hombre africoide empezó a transformarse en caucasoide" ¿Qué quiere decir esto? Que ese hombre blanco que durante tanto tiempo discriminó y aún discrimina al hombre negro por su color, desconoce tal vez, que sus orígenes están allí en hombres y mujeres de piel oscura".
Si es verdad que el siglo XIX fue el Siglo de las Luces, es hoy una verdad reconocida que entre los siglos XII y XVI se vivieron los "grandes siglos" del África negra. Sus países conocieron en ese lapso un desarrollo vigoroso y equilibrado regulado por formaciones sociopolíticas bien integradas y asentadas en economías fuertes, las cuales culturalmente no tenían nada que envidiar al resto de las civilizaciones terrestres. Llegó el Occidente y con ellos el brutal e implacable colonialismo. En los treinta años que median entre 1880 y 1910, las potencias europeas conquistaron, ocuparon y sometieron a un continente cuyo territorio, en el ochenta por ciento estaba gobernado por sus dirigentes autóctonos y en un ciento por ciento estaba controlado por ellos mismos.
"Prácticamente todos los países europeos, incluyendo Francia e Inglaterra, estuvieron envueltos de hecho en el tráfico de esclavos desde el siglo XV hasta el XIX. No sólo fueron transportados a las colonias de estas naciones, sino que eran vendidos en pública subasta en las propias metrópolis como sirvientes domésticos, mascotas, soldados, artistas, etc." (Moya Palencia, ob. cit.).
Resulta muy oportuno destacar que a pesar de la resistencia, que tuvo momentos brillantes, la colonización destruyó las formas auténticas de vida de esos países, fracturó su equilibrio cultural y material e instaló una relación de dependencia en virtud de la cual el capitalismo europeo, integrado en una forma de economía y de comercio mundiales, saqueó a través de sus compañías mineras, mercantiles y financieras los recursos de África y obligó a sus pueblos a trabajar, no para sí mismos sino para el desarrollo occidental.
Entonces hizo su aparición lo que se conoció como la trata. Cerca de cien millones de esclavos fue el saldo de una sangría inhumana que no tiene paralelo en la historia.
Entre 1790 y 1860 se introducen en Cuba 1 137 300 esclavos, sin tener en cuenta que según cálculos conservadores cada año eran echados al mar por los negreros al menos unos 300 esclavos vivos, con el propósito de escapar de los cruceros, o para liberarse de "mercancías" inutilizables por enfermedad. Vinieron esclavos Yoruba o Lukumí, Congo, Carabalí, Mandinga, Arará, Ibo, Mina, Gangá, Macua, entre otros.
"Embarcados en los navíos negreros, a los esclavos se les encerraba en la cala, en galeras, uno encima de otro. Cada cual ocupaba un espacio de 4 ó 5 pies de largo por 2 ó 3 de ancho, de tal forma que no podían ni estirar las piernas ni sentarse. Contrariamente a las falsedades propagadas por los esclavistas acerca de la docilidad de los negros, las sublevaciones y revueltas de éstos en los lugares de embarques, y también a bordo, eran incesantes. Para evitarlas se encadenaban los esclavos de pies y manos, unidos por filas a lo largo de una barra de hierro. En esta posición permanecían durante todo el viaje, y se levantaban sólo una vez al día para hacer algún ejercicio y ayudar a los marinos a vaciar las inmundicias acumuladas...Como observaba un escritor de su tiempo, en ningún lugar sobre la tierra se concentraba más miseria que en un barco negrero" (Luciano Franco, 1975: 95).
En la misma medida en que África fue crucial para la historia de la humanidad toda, también lo ha sido particularmente para la historia de Cuba. ¿Por qué? Porque si se puede afirmar que sin el africano el mundo no sería mundo, también se puede decir que sin el negro, Cuba no sería Cuba. Esto lo sentenció claramente don Fernando Ortiz en su tiempo.
Es imposible ignorar que el aporte del hombre de origen africano en Cuba fue determinante en lo económico, lo político y lo social. Fue con la mano de obra esclava africana que se construyó la economía cubana. Existía una sentencia que decía: "sin azúcar no hay país", pues bien, sin el africano y sus descendientes no habría azúcar, como no habría tampoco café, ni minerales, ni agricultura, ni oficios, ni construcciones.
Fue alrededor de medio millón de trabajadores forzados, negros quienes multiplicaron por veinte la exportación de azúcar e hicieron que la riqueza nacional llegase en 1860 a la cifra de tres mil millones de pesos.
Si en el aspecto económico el papel del africano y sus descendientes fue fundamental, no menos lo fue en el terreno político.
Su rebeldía data desde los primeros momentos de la trata. El esclavo se subleva desde su captura hasta en los propios barcos negreros donde es trasladado a una tierra extraña totalmente desconocida para él. Surge el largo proceso del cimarronaje, donde se escribirán páginas de historia marcadas con el dolor y la sangre de millares de esclavos que van a internarse a los palenques para llevar una vida, aunque mísera y llena de dificultades, preferida a la de la esclavitud, carente del más mínimo sentido humano.
Sublevaciones hubo muchas y entre otras puede citarse la del negro Aponte, en 1812, la que alcanzó verdadero carácter nacional y donde participaron negros lucumí y macua, entre otros. Esta rebelión fue abortada y como muestra de escarmiento Aponte fue decapitado y su cabeza exhibida durante varios días en una de las principales calzadas de La Habana.
Cuando se analiza el proceso independentista cubano hay que señalar que durante las dos guerras de liberación contra el colonialismo español se calcula que más del 75 % de las tropas mambisas estuvieron integradas por africanos y sus descendientes. De entre los mejores generales de estas contiendas se destacaron negros y mulatos como el heroico General Antonio Maceo y su hermano José; Guillermón Moncada, Quintín Bandera y muchos otros que ofrendaron sus vidas por la independencia de Cuba.
La conservación del acervo cultural africano, a pesar de las condiciones negativas de la colonia y de los regímenes de explotación que le sucedieron constituye, sin lugar a dudas, una de las páginas más hermosa de resistencia a la destrucción por un sistema explotador, de los valores de una cultura, de la fidelidad a lo ancestral. Al hacer referencia a tal cualidad de los esclavos es preciso una observación acerca de la resistencia necesaria frente a la nueva cultura globalizadora que nuevamente intentan imponernos. Digo
"... una nueva cultura" porque ya en otros tiempos nos impusieron desde arriba, la euroccidental, mientras desde abajo brotaba la africana y de ella surgían los frutos y sabores que han dado los mayores y más fuertes ingredientes a lo que se ha dado en llamar el "ajiaco cubano".
El infeliz esclavo fue traído desnudo a Cuba. Todo tuvo que dejarlo en su tierra nativa, no trajo nada material, todo lo que traía lo traía por dentro; pero a falta de familia y de bienes, trajo su espíritu, su cultura, sus cantos, su música, su danza, su lengua, su religión. Los negreros que lo despojaron de su libertad no pudieron despojarle de sus creencias ni de su afán de resistencia. ¡Que gran adquisición habría sido para los magnates del economismo colonial poder importar negros sin espíritu! Fue ese espíritu el que le dio vida a nuestra lengua, a nuestra música, a nuestro carácter, a nuestra forma de reír, gestear y de andar, a nuestra identidad nacional (F. Ortiz, 1919).
Fue en los cabildos y cofradías, en las prácticas de las religiones yoruba, conga o arará, en las sociedades secretas Abakuá, en los palenques y barracones, donde los negros africanos fueron cocinando "sus raíces y las raíces de sus raíces, para darnos lo que somos: un pueblo que junto al aporte español y de otras latitudes ha sabido forjar una nación cuyo misterio se hace cada vez más incontrovertible cuando se analiza su poder de resistencia.
Entre todos los aportes del negro a la cubanidad, Fernando Ortiz, a quien con justeza Humbolt calificó como el tercer descubridor de Cuba, cita tres manifestaciones principales:
"... el arte, la religión y el tono de la emotividad colectiva" (F. Ortiz, 1919: 25).
Anteriormente nos referimos al aporte del africano y sus descendientes en términos económicos y políticos. En el orden cultural estos aportes adquieren una mayor dimensión contribuyendo decisivamente en la construcción de una cultura, que como bien señala Inés María Martiatu
"... ha servido de inspiración a la llamada alta cultura y en no pocos casos le ha brindado su sello de originalidad" (I.M. Martiatu, 2000).
Comencemos por la música.
En África, la Subsahariana, el negro antes de nacer ya es musical. Cuando la mujer africana embarazada "pilonea" a la puerta de su casa o en el patio de la aldea, el niño o niña que esta en su vientre, sin lugar a dudas, se mueve al ritmo del pilón. Cuando la madre, ya parida, camina y sube lomas con el bebé a su espalda, en cada paso que da va marcando un movimiento repetido con ritmos, y hasta con elegancia.
No se puede hablar de la música cubana, así como tampoco de cualquier otro aspecto relacionado con la africanía en Cuba sin tener que referirnos a don Fernando. Sobre el tema de la música el maestro señala: La música afrocubana es indudablemente cubana, de plena cubanía; pero quien estudie desde un punto de mira histórico o etnográfico la música cubana, en lo que esta tiene de más entrañablemente nacional, no podrá prescindir de una nomenclatura apropiada mediante la cual pueda seignificarse lo afronegro que casi siempre hay en ella y que le dio sus tintes, sus curvas y sus calores. Según él la música popular cubana es cubana, pero para caracterizarla históricamente, para caracterizar su transculturación hay que referirla afrocubana, como el apellido necesario para definir a una persona y añade:
... bien puede decirse de Cuba lo que de Brasil dijo Euclides Cuña "el mulato nos llegó hecho de fuera", pues en la Península Ibérica hubo millones de "morenos" y "pardos" mucho antes que en América y allí resonaban la música africana cuando Colón no había nacido. El mismo don Cristóbal tuvo que oír la música africana en Lisboa y Sevilla, y en la misma Guinea, antes de lanzarse a mar traviesa hacia el poniente ignoto. Y luego, de España se trajeron negros a Cuba y con ellos venían en sus tambores y vihuelas una música ya amulatada de Andalucía. Y en otra parte señala: No es menos indudable que la música más característica de Cuba, la que le ha dado siempre resonancia mundial, es aquella que fue fundida con raudales de africanía, en este crisol criollo puesto al fuego tropical; producto de una transculturación blanquinegra, desde los multiseculares tiempos de la zarabanda, el cumbé y otros bailes plebeyunos hasta los contemporáneos éxitos de los compositores cubanos Amadeo Roldán y Alejandro Caturla, quienes llevaron los valores afroides de Cuba a las "alta música sinfónica" de nuestros tiempos en el auditorum universal (F. Ortiz, 1993-13-15).
Y como en otros asuntos relacionados con las cualidades del africano y sus descendientes Ortiz se revelaba cuando escuchaba con menosprecio y el desprecio con el que se referían algunos al abordar el tema de la música de estos pueblos
"¿Cómo puede decirse que los negros africanos no conocen la melodía. ¿Acaso hay cantos sin melodía? La vida del negro africano es vida cantada. Se equivocan quienes sostienen que la música africana es solo ritmo sin valor de melodía".
Y citando a Milligan señala:
"El negro lo canta todo, su alegría, como su dolor, su amor y su odio, su venganza y desesperación, hasta su esclavitud" (Ob. cit., p. 179).
Y en otro texto nos ofrece una anécdota:
"Nos contaba un anciano hacendado de Matanzas que el mayoral de uno de sus ingenios tuvo la sádica inventiva de que cuando había que azotar a un esclavo, en vez de propinarle el bocabajo haciendo que el infeliz contara en alta voz los zurrugazos uno a uno, o sea "llevando la cuenta" como era frecuente, aquel obligaba al negro a que cantara una determinada canción al ritmo del tambor, entonces los latigazos caían a ritmo sobre su espalda, el mayoral tuvo que abandonar el procedimiento" (F. Ortiz, 1940).
La influencia africana en la música cubana está en el son, la rumba, el changüí y en la mayoría de las expresiones de carácter popular, no sólo por la función tímbrica y expresiva, por la fuerza de sus ritmos, sino también por el uso de instrumentos que dan la sonoridad y el movimiento propios observado en estas manifestaciones. En términos de música, la rumba ha sido quizás una de las manifestaciones más destacadas como expresión de resistencia frente a los prejuicios raciales. Por su arraigo y sobrevivencia, Alberto Falla, un prestigioso músico cubano ha señalado, que en su opinión, debía ser considerada como el baile nacional de Cuba. Entre los grupos étnicos africanos presentes en Cuba los que más influyeron sin lugar a dudas los bantus y yorubas.
A la hora de valorar la importancia de la africanía en la música cubana no pueden dejar de citarse, entre otros, a figuras tales como: José White, Brindis de Salas, Miguel Faílde, Lico Jiménez, Aniceto Díaz, Pepe Sánchez, Manuel Corona, Amadeo Roldán, Alejandro García Caturla, Gilberto Valdés, José Urfé, Manuel Saumell, los hermanos Orestes e Israel López, Antonio Arcaño, Paulina Álvarez, María Teresa Vera, Sindo Garay, Miguel Matamoros, Ernesto Lecuona, Celia Cruz, Miguelito Valdés, Chano Pozo, Arsenio Rodriguez, Ignacio Piñeiro, Rita Montaner, Mario Bauzá, Antonio Machín, Machito, Enrique Jorrín, Barbarito Diez, Abelardo Barroso, Joseíto Fernández, Benny Moré, Bola de Nieve, José Antonio Méndez, Cesar Portillo de la Luz, Celeste Mendoza, Elena Burke, Omara Portuondo, Rafael Lay, Dámaso Pérez Prado, Vicentico Valdés, Pedro Izquierdo, Felix Chapotin, Pacho Alonso, Elio Revé, Juan Almeida, Tata Guines, Changuito, Juan Formel, Lázaro Ross, Chucho Valdés. Pudiéramos hacer un listado interminable.
En lo que respecta a las religiones de origen africano, es bien conocido que la música es consustancial con ellas. A Don Fernando corresponde el mérito de ser el primero en sacar la música africana de los barracones y del solar y llevarla a la Universidad y da gracias a Shangó, el dios de la música, después de haber llevado en 1936 los tambores batá y los cantos yoruba al recinto universitario habanero. Ortiz como nadie recoge el papel de la música en los ritos religioso africanos y particularmente en la religión de los yoruba o lucumi. Él mejor que nadie nos describe los toques a cada uno de los orishas del panteón Yoruba, los toques en el Igbodú, los Oru o cantos para hablar a los dioses, los toques en las ceremonias ñañigas, los toques y cantos congos. Cuando a partir del dolarismo, y no me refiero a la época de los noventa cuando este resurge para imponerse como nunca, sino en la década de los cuarenta y Fernando lo llama así dolarismo, surge la explosión del uso y abuso de cantos a las deidades de las religiones africanas, no escatima en condenar estas actitudes mercantilistas. Desafortunadamente estas mismas actitudes vuelven a repetirse en nuestro país con un gran desparpajo en las composiciones musicales populares. Leyendo a don Fernando encontramos opiniones críticas suyas que bien pueden ajustarse a estos precisos momentos de la música popular cubana:
Sin duda, la popular música afrocubana está corriendo serios peligros, aparte de los impedimentos que todavía se le oponen por los prejuicios racistas. En el mismo campo del arte, no escasean quienes, aun estimándola, le hacen poco favor. La gozan, pero la enferman; la hacen lucir, pero no la cuidan; se entregan a ella como amantes de placer, pero no le hacen hogar de creación y buena prole. La explotan como el codicioso que tumba un monte de seculares caobos para vender sus ricas maderas, sabiendo que estos no volverán a crecer ni él habrá de ocuparse de la resiembra forestal (Ob. cit., p. 98).
Si se considera al africano el ser viviente más musical de la creación, hay que decir que también es poeta de nacimiento. Según don Fernando, en las plegarias es donde el hombre preletrado y agrámatico suele componer sus mejores poesías, por sus efectos sonoros y rítmicos, por sus inflexiones orales y melódicas, por su belleza y abundancia de sus imágenes, por la vehemencia de sus expresiones. La poesía de Nicolás Guillén es grandiosa en tanto suena africana. Fue justamente esta voz con timbre africano la que le dio nacimiento a su fama nacional e internacional por todos los tiempos. Cuenta Guillén:
... Una noche — corría el mes de abril de 1930 — habíame acostado ya, y estaba en esa línea indecisa entre el sueño y la vigilia, que es la duermevela, tan propicia a trasgos y apariciones, cuando una voz que surgía de no sé dónde articuló con precisa claridad junto a mí oído estas dos palabras: negro bembón.
— ¿Qué era aquello? — se pregunta el poeta, para de inmediato agregar. — Naturalmente, no pude darme una respuesta satisfactoria, pero no dormí más. La frase, asistida de un ritmo especial, nuevo en mí, estúvome rondando el resto de la noche, cada vez más profunda e imperiosa:
Negro bembón,
negro bembón,
negro bembón...
Me levanté temprano, y me puse a escribir. Como si recordara algo sabido alguna vez, hice de un tirón un poema en el que aquellas palabras servían de subsidio y apoyo al resto de los versos:
¿Po qué te pone tan brabo
cuando te disen negro bembón,
si tiene la boca santa,
negro bembón?
Te queja todabía,
negro bembón;
sin pega y con harina,
negro bembón;
majagua de dri blanco,
negro bembón;
sapato de do tono,
negro bembón...
Escribí, escribí todo el día, consciente del hallazgo. A la tarde ya tenía un puñado de poemas — ocho o diez — que titulé de una manera general Motivos de son. Entre ellos uno "Sóngoro cosongo", que daría título al libro que pareció un año después. ¿Qué eran los Motivos de son? Todo y nada. Regino Boti los ha llamado "el polvo de oro".
Así, de esa forma se hizo grande la poesía cubana. ¿Y qué decir de la influencia en las artes plásticas?
Recuerdo una oportunidad en que estando en Nigeria, visité el Centro de Arte y Cultura Africana, situado en Lagos, la capital por aquel entonces. Cuán grande fue mi sorpresa cuando al entrar en la sección de artes plásticas observé las pinturas yoruba que allí se mostraban. Yo conocía aquellos rasgos, los había visto anteriormente.
— ¿De dónde, de dónde eran? Me preguntaba.
¡Lam!¡ Sí, Wifredo Lam! Allí estaba la mismísima Jungla. Posteriormente tuve conocimiento de la estancia del pintor cubano en París, de su aprendizaje con Pablo Picasso justamente cuando éste recibía toda la influencia africana. Supe que Lam había adoptado elementos de la cultura africana para crear un estilo pictórico que daba forma a sus oníricas imágenes.
Otra de las de las manifestaciones donde la cultura cubana se nutrió con mayor fuerza de la raíz africana fue, sin lugar a dudas, en la danza y el teatro. Volviendo a Fernando Ortiz éste nos relata cómo un viajero del siglo pasado descubrió en Cuba a un negro que bailaba con su sombra. Según él la danza religiosa de los yorubas era la de mejor arte en su género y refiere que los yoruba al bailar no tienen huesos.
"Se ha dicho que estas danzas pantomímicas con sus pasos, sus gesticulaciones y ademanes, sus piruetas, sus vestidos, sus adornos, sus adminículos emblemáticos, son a modo de ballet programáticos creados por un pueblo artístico como el yoruba, a quienes atribuye la mejor coreografía del África negra".
Acerca del teatro entre los negros, Don Fernando apuntaba:
"... la función histriónica en África es tan general que hasta podemos señalar al negro africano como un actor de nacimiento".
Y más adelante señala:
"El teatro se encuentra en toda África manifestado en sus expresiones germinales, a veces muy simples pero inequívocas, tanto que Woodson puede asegurar que ese incipiente teatro negro comprende los elementos de la farsa, de la ópera, del melodrama, de la comedia, de la tragicomedia y de la tragedia".
Ortiz se oponía a esa simplicidad en que se tenía al negro en el teatro en su época y arremetía contra los que limitaban solo a hacer reír.
"El negro en Cuba, como ya lo hizo en Estados Unidos puede subir a la escena por algo más que para hacer reír, para interpretar toda la gama de las emociones humanas en la infinidad de las peripecias de la vida".
Mucho ha tenido que sufrir y esperar el negro para que sus valores y capacidades artísticas, tanto en el teatro, en la danza, como en otras manifestaciones de la cultura puedan abrirse paso en medio de los más diversos prejuicios.
A partir de 1941, con Argallú Solá On docó, de Paco Alfonso aparece el tema de la mitología yorubá como fuente de nuestra dramaturgia" (I.M. Martiatu, 2000: 153). Pero no fue hasta después del triunfo de la Revolución cubana en 1959, que llega para arrasar con todo el injusto orden que corroía a la Isla, que el teatro y la danza alcanzaron verdadero sello de autenticidad popular. A partir del mismo triunfo de la Revolución se crearon instituciones con el objetivo de propiciar un arte más de pueblo y para el pueblo, alejado de toda etiqueta elitista.
Fue aquí donde la impronta de los ancestros africanos alcanzó un protagonismo sin precedentes. Así surgieron, desde los primeros momentos, el Conjunto Folklórico de Santiago de Cuba, el Grupo de Danza Moderna (hoy Danza Nacional de Cuba) que dio lugar a clásicas obras como Mulato, El milagro de Anaquillé, Suite yoruba, Historia para un Ballet; el Conjunto Folklórico Nacional, con obras como El Alafin de Oyó y otras de marcada influencia yoruba, abakuá, bantu, arará y de otras etnias africanas; el Guiñol Nacional estrenó obras como Chicherekú, La loma de Mambiala, Shangó de Imá, la ópera de cámara Ibeyi Añá de Rogelio Martinez Furé. Del buen teatro ahí está también María Antonia, una de las mejores puestas en escena del teatro cubano de todos los tiempos.
"En la obra logra trascender lo puramente costumbrista para alcanzar una categoría dramática inusual. Esto se muestra en las escenas populares en la plaza del mercado, en la posesión de la madrina que habla un lenguaje trágico como la personificación de Yemayá, en un trabajo inspirado en las expresiones de los "posesos" en la religión. Y alcanza un nivel dramático relevante en las escenas de la casa del babalawo Batabio cuando María Antonia comparece ante el representante de Ifá, investido con una mezcla de sencillez y majestuosidad" (I.M. Martiatu, 2000: 21).
Si de la influencia africana en la música cubana destacamos a sus mejores cultivadores, en el teatro y la danza habría que mencionar a otros como Algeliers León, Ramiro Guerra, Rogelio Martínez Furé, Eduardo Ribero, Eugenio Hernández, Tomás Morales, Roberto Blanco Gerardo Fulleda, Santiago Alfonso, Johane García y otros que se pierden en la memoria, sin olvidar a la paradigmática Nieve Fresneda, que también hicieron aportes significativos en estas manifestaciones.
Otro de los aspectos que Fernando Ortiz señala como aporte del negro a la cubanidad es el que se refiere a lo que él llama emotividad colectiva.
Ortiz estaba de acuerdo en que el estado espiritual del negro africano, cuando no está movido por la sensibilidad o por la pasión, es la apatía y agrega;
"... pero apenas una fuerte impresión externa que le interese hiere sus sentidos y los obliga a una tensión anormal, su emoción despierta su impulsividad, se carga y desborda en acción. Ese estado psíquico es el que en Cuba se denomina embullo que no es simplemente "bulla" o "bullicio" como dicen ciertos vocabularios, sino "animación" o sea "vivacidad y acción del ánimo", de "animar", que es dar vida".
Ortiz, adentrándose en cada espacio de la personalidad del africano, se refiere a la verbosidad de éste y señala que no sólo expresa sus sentimientos en la música, sino en la palabra, y recuerda que el Apóstol cuando escribía sobre la facundia de los negros, expresó:
¡Y que manera de hablar! Una vez admiró el viajero la rápida palabra de los vascos; ahora ve que esta le es muy superior. Son locuaces con la lengua, con los ojos, con las caderas, con las manos. Tienen para cada letra una, no mirada, sino transición de ojos diferentes (F. Ortiz, La Africanía, p. 122).
Durante el proceso de amulatamiento, cuatro siglos y medio, de cuerpos y almas, la lengua no podía permanecer ajena.
En 1924 Fernando Ortiz dio a conocer su Glosario de Afronegrismos; veamos algunos de los términos más utilizados:
¡Ajila! Interjección para ordenar a alguien que se marche. ¡Váyase! ¡Lárguese!
Ampanga (venir de). Se dice de la persona tonta o estúpida. ¿Crees que yo vengo de Ampanga? Ampanga o Mpanga, capital de un antiguo reino del Congo.
¡Anjá! Tiene en Cuba no sólo un sentido de aprobación, sino otro de admiración y sorpresa, en cuyo caso pronúnciase con tono interrogativo ¿Anjá?
"Este sentido de admiración y sorpresa puede proceder del lucumí o yoruba ¡ja! interjección de igual significado que el criollo, según Bowen" (F. Ortiz, ob. cit., p. 32).
Bemba, Bembé, Berocos (testículos), Bilongo (lucumí), Biyaya, Bobo, Burundanga, Cocorioco (fealdad), Cumbancha, Changüí (congo) significa baile, Chévere, Féferes (trastos, cosas fútiles, adornos, tarecos), Fiñe (de reducido tamaño, encogido, raquítico), Guaguancó, Guagua (pudiera ser vocablo carabalí que al montar en sus ómnibus, dada su baratura, en vez de ir a pie, dijera en su lengua que iban aguagua o awawu, es decir "rápidamente" "Aguagua" en carabalí es "rápidamente" (F. Ortiz, ob. cit., p. 213).
Malembe, mayimbe, asere, ekobio, terepe, jorokón, mambo, ocambo, ñampearse, molopo (cabeza) (M. Furé, Diálogo imaginario, p. 207).
Las lenguas africanas que sobreviven, en mayor o menor grado, pero siempre más de lo que pudiera imaginarse, pertenecen a dos grandes familias lingüísticas, la sudanesa y la bantú. Al primer grupo corresponden el yoruba o lucumí, empleado en los ritos de la Santería, el fon o arará, utilizado por la religión del mismo nombre, y la lengua efik de la sociedad secreta Abakuá, traída por los carabalí del sur de Nigeria. Las tres se conservan principalmente en las provincias occidentales de Cuba. En cuanto a la familia bantú, corresponden a ella los restos de las lenguas empleadas en los ritos congo o paleros (M. Furé, ob. cit., p. 205).
El aporte del negro a la cubanidad no ha sido escaso. Aparte de su inmensa fuerza de trabajo, que hizo posible la incorporación económica de Cuba a la civilización mundial, y además de su pugnacidad libertadora, que franqueó el advenimiento de la independencia patria, su influencia cultural puede ser advertida en los alimentos, en la cocina, en el vocabulario, en la verbosidad, en la oratoria, en la amorosidad, en el materialismo, en la descrianza infantil, en esa reacción social que es el choteo, etc. (F. Ortiz, 1991-25).
Siempre resultará difícil poder escribir todo acerca de la africanía en Cuba, ha habido mucha sangre y sudor de por medio. Pero no obstante, como expresara Nicolás Guillén:
¡Aquí estamos!
La palabra nos viene húmeda de los bosques,
y un sol enérgico nos amanece entre las venas.
El puño es fuerte
y tiene el remo.
En el ojo profundo duermen palmeras exorbitantes.
El grito se nos sale como una gota de oro virgen.
Nuestro pie,
duro y ancho,
aplasta el polvo en los caminos abandonados
y estrechos para nuestras filas.
Sabemos dónde nacen las aguas,
y las amamos porque empujaron nuestras canoas bajo
los cielos rojos.
Nuestro canto
es como un músculo bajo la piel del alma,
nuestro sencillo canto.
Traemos el humo en la mañana,
y el fuego sobre la noche,
y el cuchillo, como un duro pedazo de luna,
apto para las pieles bárbaras;
traemos los caimanes en el fango,
y el arco que dispara nuestras ansias,
y el cinturón del trópico
y el espíritu limpio.
Traemos
nuestro rasgo al perfil definitivo de América.
¡Eh, compañeros, aquí estamos!
La ciudad nos espera con sus palacios, tenues
como panales de abejas silvestres;
sus calles están secas como los ríos cuando no llueve
en la montaña,
y sus casas nos miran con los ojos pávidos
de las ventanas.
Los hombres antiguos nos darán leche y miel
y nos coronarán de hojas verdes.
¡Eh, compañeros, aquí estamos!
Bajo el sol
nuestra piel sudorosa reflejará los rostros húmedos
de los vencidos,
y en la noche, mientras los astros ardan en la punta
de nuestras llamas,
nuestra risa madrugará sobre los ríos y los pájaros.
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