A partir de la División Político Administrativa de 1976, hace ya treinta y dos años, se ha reactivado la tradición municipalista en Cuba. Esta ha sido una de huellas más interesantes y útiles de la cultura hispana en América. Inicialmente, sirvió para la organización política administrativa de los territorios coloniales bajo el dominio de la ex metrópoli europea durante tres siglos, o más. La Isla de Cuba, en particular, desarrolló en el siglo XIX (división municipal de1878), y en el XX hasta 1959 inclusive, un afán de perfeccionamiento y de mayor racionalidad en el sistema municipal y el gobierno local sobre el que poco se ha reflexionado y escrito.
En la primera etapa de la época republicana, la neocolonial (1902-1958), hubo maestros en esta disciplina tan reconocidos en Cuba como en Ibero América como fue el historiador y municipalista José Luciano Franco Ferrán, nacido en La Habana en 1891 y fallecido en la misma ciudad en el año 2000. Este distinguido académico cubano, fue miembro fundador del Instituto Interamericano de Historia Municipal e Institucional, y dirigió entre sus publicaciones especializadas los Cuadernos de dicha institución. Su bibliografía activa municipalista se inició desde el año 1932 (Las cooperativas de consumo y los municipios, Imprenta Rambla, Bouza, La Habana) y comprende numerosos artículos, conferencias y libros de gran utilidad para el estudio de los municipios y su historia en Cuba e Hispanoamérica. El trabajo científico del Dr. Franco en este campo culminó en 1959 con la obra Instituciones locales. Urbanismo, que también vio la luz en La Habana. Con el mayor respeto hacia el Maestro, dedico a su memoria estas líneas.
He tratado de esclarecer la cuestión de cómo y cuando nacieron las interrelaciones que existen entre los distintos asentamientos poblaciones que hasta hoy día pueden observarse alrededor de la Bahía de La Habana, y de describir muy someramente la calidad de las mismas desde el ángulo de su organización y estructura político administrativa (municipal), teniendo en cuenta los procesos de descentralización y centralización de la población urbana ocurridos en cada etapa del desarrollo de esta relevante sub región de la región histórica habanera durante la época colonial, la cual hemos descrito en trabajos científicos anteriores.[1]
Hay una referencia bibliográfica escasa, preferentemente vinculada a la historia local de cada uno de los asentamientos estudiados; en la historia de la ciudad de La Habana, como municipio portuario principal, son pocas y muy simples las menciones donde se establecen sus relaciones con Regla y Casablanca. El enfoque y método de análisis de este trabajo se fundamente ante todo en los principios aplicados por la historia regional y la municipalista en su relación dialéctica multidisciplinaria.
I. La Bahía y el Puerto de La Habana: el origen de sus municipios costeros
La antigua villa y el cabildo o ayuntamiento municipal de La Habana, tuvieron su asiento definitivo en la costa norte junto al emboque de la Bahía en 1519, justamente debido a la importancia que ese accidente geográfico significó para el monopolio comercial intraimperial, y en la defensa de un punto militar y naval estratégico en el curso de la ruta trasatlántica.
Hacia el sur de la gran Bahía de bolsa, pero alejado de su litoral, se fundó, posiblemente antes del ataque a La Habana de Jacques de Sores en 1555, otro pequeño asentamiento, pueblo de indios, para concentrar a los escasos pobladores aborígenes de filiación lingüística aruaca, que sobrevivieron al proceso devastador de la conquista y a sus efectos colonialistas ulteriores. Este fue el foco inicial de la Villa de la Asunción de Guanabacoa, también poblada por otros inmigrantes forzados: las familias de origen canario, y que fue no fue reconocida como tal hasta 1753, durante el reinado de Felipe V, que le confirió ayuntamiento o cabildo, escudo y pendón.
Otro foco de población que apareció alrededor de la Bahía a fines del siglo XVII, fue la primitiva ermita dedicada a la Virgen Nuestra Señora de la Regla. En 1687 fue cedido un terreno por Don Pedro Recio Oquendo, en los límites de su ingenio Guaicanamar, en la lengüeta de tierra que se adentra hacia el centro-sur de la Bahía, denominada punta Santa Catalina, entre las ensenadas de Marimelena y Guasabacoa.
El pequeño santuario, cuya fama creció notablemente durante el siglo XVIII, pues, en 1714 la entidad mariana fue proclamada Patrona y Protectora del Puerto de La Habana, se instituyó como Iglesia Parroquial de Regla en 1805 por el obispo de La Habana, el doctor Juan José Espada y Landa. Sin embargo, el poblado no alcanzó el título de villa durante la época colonial porque su extensión no rebasaba los dos kilómetros cuadrados, y también a causa de su excesiva proximidad al Ayuntamiento de Guanabacoa.[2] De tal modo, hasta mucho después de 1898, fin de la época colonial hispana, el pueblo de Regla se mantuvo sometido a la jurisdicción del Ayuntamiento de La Habana, bajo la clasificación de barrio ultramarino.
José de J. Marquez en su Diccionario geográfico[3] menciona a Regla como una villa de 12 000 habitantes que pertenece a la comandancia militar de segunda clase, cuya cabecera es la villa de la Asunción de Guanabacoa". Y aclara: