Analicemos la identidad y la diferencia entre Gómez, Maceo y Martí. Fue necesario encontrar nuevos caminos para organizar la guerra, y éstos los hallaron Gómez, Maceo y Martí. Entre ellos había una ídentidad esencial, pero también diferencias circunstanciales en cuanto a las formas de emprender y dirigir la lucha armada.
El propósito irrenunciable de que Cuba fuera índependiente de España y de Estados Unidos y que era parte integral de Nuestra América, lo poseían los tres por igual. Tampoco había divergencia alguna en cuanto a la necesidad de promover la unidad entre blancos, negros, cubanos, españoles y todos los componentes de nuestra sociedad. Por esta razón, la historia ha situado a los tres como el núcleo central de la epopeya independentista.
Sobre los puntos en discrepancia se puede confirmar con la perspectiva del tiempo transcurrido, que el Apóstol había estudiado y superado con profundidad y rigor los reparos civilistas que obstaculizaron la Guerra Grande y que ni en Gómez ni en Maceo existían los gérmenes del caudillismo militar que la hicieron naufragar en el Pacto del Zanjón. Sin embargo, en las discusiones de La Mejorana estaban presentes residuos de aquellas viejas cuestiones en las mentes de esos gigantes de la historia.
Antonio Maceo y Máximo Gómez demostraron desde el inicio de la contienda hasta el final, un gran respeto a la ley y a la autoridad de las dirigencias en las cuales la revolución había confiado su conducción. Alcanzaron timbres de gloria que los distinguen como cuidadanos de Cuba y de América y los presentan como ejemplos para todas las generaciones de revolucionarios cubanos. Ante la Intervención Norteamericana y la Asamblea del Cerro, Gómez sintió la ausencia de Martí.
La hazaña militar de la Invasión para traer la guerra al Occidente que juntos materializaron, constituye motivo de asombro y admiración dentro y fuera de Cuba. Sobre todo, cuando se toma en cuenta la abrumadora superioridad de la maquinaria militar que España llegó a tener en Cuba pues disponía del más moderno armamento de la época. Baste recordar que la metrópoli, despojada de sus inmensas colonias de América, acumuló contra nuestro país toda su fuerza militar y su resentimiento político de hondas raíces sicológicas. La idea de la Invasión, nacida desde los tiempos de la Guerra de los Diez Años, sólo podia asumirse de forma radical y llevarse a su realización práctica por el coraje, la inteligencia y cultura del Generalísimo y su Lugarteniente General. Estos valores integrados en una sola pieza expresan lo mejor y más original de nuestra identidad nacional.
El gran mérito histórico de Martí fue unir a todos los factores dispuestos a la guerra, organizarla, hacerla viable y, partiendo de ello, trasmitirte una ideología y una proyección política. Al darle una política a la guerra, Martí actuaba con un gran realismo y sentido práctico. No fueron pocos los obstaculos que encontró para alcanzar este objetivo. Después de los debates de La Mejorana, Martí dijo: "Comprendí que, debía enfrentarme a la acusación de oponerle trabas leguleyescas a la guerra de independericia". Los tres, Martí, Gómez y Maceo estaban imbuidos de las mismas esencias, la protección de la justicia.
Lo esencial que quiero transmitir está en que el patriotismo cubano se halla insertado, desde su raíz misma, en un sentimiento y una aspiración universales. Así fue ayer, lo es y lo será mañana. La felicidad y el progreso de Cuba han dependido siempre de la forma en que se inserte en el mundo, y no hay manera de hacerlo si el país no es independiente. Cuba es parte sustantiva de las Antillas, de América y del mundo. En ella se integran los valores propios de la nación con los de carácter universal.
Nadie puede dudar hoy que el pueblo de Cuba tuvo en los últimos años del siglo pasado, hombres capaces de plantearse en una forma consecuente con su época el fenómeno del imperialismo yanqui; y si el desarrollo del imperialismo yanqui constituye uno de los hechos históricos fundamentales en el siglo XX, hay que llegar a la conciusión de que, cuando se escriba la verdadera historia de América, tendrá que recogerse el carácter universal de los hombres que el pueblo cubano dio en 1895.
La intervención se produjo en un momento difícil para los cubanos: cuando habíamos perdido los principales líderes, estábamos devastados por una lucha de más de treinta años y el pujante imperialismo norteamericano se encontraba en su proceso de ascenso. Los cubanos tuvieron que enfrentarse a ese hecho, cansados de combatir y sin que estuvieran presentes sus mejores dirigentes. Y era un hecho descomunal, de categoría histórica universal. Prueba de ello fue que más tarde Lenin calificó la guerra hispano-cubano-norteamerícana como la primera guerra imperialista de Estados Unidos.
Para enfocar lo sucedido en 1898, vamos a partir de la conclusión del mejor testigo de aquellos hechos dramáticos, el General Máximo Gómez Báez. Nadie puede disputarle su condición de haber sido el hombre vivo mas significativo del 98. Dijo entonces palabras que hoy estremecen nuestra conciencia patriótica.
"Tristes se han ido ellos y tristes hemos quedado nosotros; porque un poder extranjero los ha sustituido. Yo soñaba con la paz con España, yo esperaba a los valientes soldados españoles, con los cuales nos encontramos siempre frente a frente en los campos de batalla; pero la palabra paz y libertad, no debe inspirar más que amor y fraternidad, en la mañana de la concordia entre los encarnizados combatientes de la víspera. Pero los americanos han amargado con su tutela impuesta por la fuerza, la alegría de los cubanos vencedores y no supieron endulzar la pena de los vencidos".
"La situacíon, pues, que se le ha creado a este pueblo, de miseria material y de apenamiento, por estar cohibido en todos sus actos de soberanía es cada día más aflictíva, y el día que termine tan extraña situacíón, es posible que no dejen los americanos aquí ni un adarme de simpatía".
Si cuando tan extraña situación terminase era posible que Estados Unidos no dejase en Cuba ni un adarme de simpatía, puedo asegurarles que ellos mismos, Maceo, Gómez y Martí nos dejaron como legado el deber de sentir un infinito respeto por todos los pueblos del mundo, incluso el de Norteamérica, pero esta extraña situación a que se refería el Generalísimo tiene que terminar de raíz y para siempre.
En aquellos años tristes, el gobierno norteamericano le impuso a la Asamblea Constituyente de 1901, que aprobase una enmienda conocida por el nombre del Senador Platt que le daba "derecho" a intervenir en nuestro país cuando lo estimasen necesario. La mayoria votó aceptándola por el temor fundado de que no le daban ni siquiera la independencia formal. Una minoría lo hizo en contra.
El testimonio de uno de ellos, Salvador Cisneros Betancourt, es de una elocuencia y una enseñanza sobre la que vale la pena reflexionar en estos finales de siglo.
"Los Estados Unidos, sosteniendo los principios Justos y Republicanos de sus antecesores han prosperado y llegado al pináculo y a una grandeza inconcebible y seguirán así, mientras tanto sostentan los principios y máximas, que el Padre de la Patria, Washington, les legó".
"Por desgracias, intentan apartarse de ellas, y su ruina empezará con la adquisición arbitraria de Filipinas, Puerto Rico y la ocupación a mano armada que intentan por la fuerza posesionándose de la Isla de Pinos y aun como se comprende, de Cuba, si no de su territorio por lo menos de lo que nos es grato, de su soberanía e Independencia absoluta. Recuerden que no hay enemigo chico y que el siglo XX concluirá con su decadencia y no fígurarán más entre las Naciones de primer orden. ¡Ojalá este augurio que hago no salga tan cierto como parece que va a resultar con el que hice de Cuba, cuando los americanos desembarcaron en Santiago de Cuba, que predíje la pérdida absoluta de nuestra Independencia!".
Si hubiéramos sido entonces un pueblo sin historia, sin tradiciones revolucionarias, el sometimiento total de la Isla al imperio naciente hubiera hecho definitivamente imposible la existencia misma de la nación cubana. Pero éramos un pueblo con historia, con una larga guerra, con una interminable cadena de rebeldías. Éramos un pueblo que se había fortalecido en el combate y que había adquirido conciencia de sus derechos; un pueblo con alta conciencia nacional, cuyas masas desposeídas habrían alcanzado una gran madurez política y que en 1895 desencadenó la revolución popular y democrática a la que todavía hoy aspiran muchos pueblos.
Y piénsese, además, que si la Guerra hispanocubano-norteamericana fue, como dijo Lenin, la primera guerra imperialista de los Estados Unidos, habrá que llegar también a la conclusión de que la Guerra de Independencia de Cuba fue el primer movímiento popular de liberación en el mundo con carácter antimperíalista.
Y fue precisamente Martí, que vivió durante casi quince años en Estados Unidos y conoció profundamente aquella sociedad, el que asumió la misión histórica de sintetizar todo el saber y la experiencia acumulada desde los tiempos forjadores de la nación en los planos político, social y filosófico desde los intereses de Nuestra América y organizar la guerra necesaria. Allí, desde la atalaya de New York, donde llegaban las oleadas de inmigrantes y las ideas más diversas, completó su inmenso saber y tomó cabal conciencia de que la guerra por la independencia de Cuba debía librarse tanto contra la metrópoli española como contra los apetitos imperiales del vecino del Norte.
Y lo hizo partiendo de seis elementos claves:
- El inmenso saber de la modernidad europea, tal como la habían interpretado creativamente los maestros forjadores que nos representamos en Varela y Luz Caballero.
- La más pura tradición ética de raíces cristianas que, como he dicho, en Cuba nunca se situó en antagonismo con las ciencias.
- La influencia desprejuiciada de las ideas de la masonería en su sentido más universal y de solidaridad humana. La inmensa mayoría de los Presidentes de la República en Armas, empezando por Carlos Manuel de Céspedes, fueron masones. Lo eran también Martí, Gómez y Maceo. La epopeya de 1868 surgió con la influencia de la Gran Logía de Oriente y las Antillas.
- La cultura de raíz inmediatamente popular que nos simbolizamos en el pensamiento y sentimiento de la familia de los Maceo Grajales y especialmente del Titán de Bronce, la caracterizamos como la forma y el sentido con que la población esclava del Caribe asumió las ideas de la modernidad.
- La tradición bolivariana y latinoamericana que Martí enriqueció con su vida en México, Centroamérica y Venezuela, de donde partió hacia Nueva York en 1880 y proclamó: "De América soy hijo y a ella me debo". Martí se consideró siempre discípulo de Bolívar.
- Las ideas y sentimientos antimperialistas surgidos desde las entrañas mismas del imperio yanqui.
La inmensa riqueza cultural acumulada en el siglo XIX llevó al erudito español Marcelino Menéndez y Pelayo, desde posiciones reaccionarias, a escribir en 1892 estas líneas paradójicas que muestran muchas cosas contradictorias.
"Cuba, en poco más de ochenta años, ha producido, a la sombra de la bandera de la madre patria, una literatura igual, cuando menos, en cantidad y calidad, a la de cualquiera de los grandes estados americanos independientes, y una cultura cíentífica y filosófica que todavía no ha amanecido en muchos de ellos".
La paradoja se halla en que le atribuye a la permanencia de la dominación española durante todo el siglo XIX la enorme riqueza intelectual, científica y filosófica de esa centuria cuando fue precisamente el enfrentamiento a las ideas reaccionarias de la metrópoli y el haber asumido las minorías intelectuales de la Cuba decimonónica la más alta cultura europea y universal en una sociedad integrada por masas de esclavos y, en general, explotados, la que forjó una elevada cultura radicalmente orientada a favor de los intereses de los pobres y explotados, y es seguro que el ilustre erudito hispano no llegara a conocer el crisol de ideas de José Martí. Ello determinó que la cultura ética alcanzó escalas superiores y, a la vez, se materializó o encarnó en millones de cubanos.
Veamos ahora en forma bien concreta a partir de estas dos grandes personalidades, Maceo y Martí, la naturaleza de esta tradición ética. En cuanto a Antonio Maceo es muy importante leer su carta al general español Camilo Polavieja. En ella se observará la integridad de su carácter y el sentido más profundo de la ética cubana. Dice el General Antonio:
"Jamás vacilaré porque mis actos son el resultado del hecho vivo de mi pensamiento y yo tengo el valor de lo que pienso, si lo que pienso forma parte de la doctrina moral de mi vida".
En otra parte de la misma carta agrega:
"La conformidad de la obra con el pensamiento: he ahí la base de mi conducta, la norma de mi pensamiento, el cumplimiento de mi deber. De este modo cabe que yo sea el primer juez de mis acciones sirviéndome de críterio racional histórico para aprecíarlas, la conciencia de que nada puede disculpar el sacrificio de lo general humano a lo particular".
Más adelante señala:
"Vislumbro en el horizonte la realización de éste, mí ideal, casi parecido al ideal de la humanidad, humanizado con los grandes bienes que tiene que realizar en el porvenir".
Posteriormente subraya:
"No hallaré motivos para haberme desligado para con la humanidad. No es pues una política de odio la mía es una política de amor; no es una política exclusiva, es una política fundada en la moral humana".
Después dice Maceo:
"No odio a nadie ni nada pero amo sobre todo la rectitud de los principios racionales de la vida".
Resulta verdaderamente admirable la rectitud del carácter de Maceo y su sentido ético. La misma integralidad en el carácter postulaban Varela y Luz. Lo interesante está en que Maceo llega por vía muy distinta a esta percepción ética presente también en estos forjadores. Su coincidencia muestra la riqueza y fortaleza de nuestra identidad. Se trata de la integralidad cultural que vincula la tradición intelectual de los grandes maestros forjadores con el de los grandes próceres y combatientes de la lucha anticolonial y por la liberación social. Estudiemos esta cuestión de la identidad ética en el pensamiento de Martí.
En la literatura martiana encontramos el compromiso patriótico y la hermosura de su palabra mágica integrando una identidad, que lo hace dialogar con su escritura y decir: "Verso, o nos condenan juntos o nos salvamos los dos". En esta afirmación hay un sello imborrable del diseño de nuestra cultura.
En "Yugo y estrella" la imagen poética asume una dimensión filosófica y ética con tal fuerza de universalidad que deja el alma en suspenso y asumimos lo que objetivamente somos, piezas de la larga evolución de la historia natural. Se llega, en medio de nuestra insignificancia individual, a sentir como deber sagrado el de continuar luchando por un paso de avance en la historia social del hombre. Lo experimentamos también en el Cántico Cósmico de Ernesto Cardenal. La esencia de este pensar y sentir martianos se concreta y se ensambla en su prodigiosa percepción del arte. Aquí ética, filosofía y arte como una joya de nuestra historia cultural, muestran otro sello clave de la identidad nacional.
Para conocer el proceso ulterior que condujo al triunfo de la Revolución en 1959, recomendamos el estudio de diversos documentos, señalando en particular a dos autores, uno de formación capitalista, Ramiro Guerra, de quien el compañero Carlos Rafael Rodríguez dijo que no podía escribir la historia de Cuba desde el punto de vista marxista, pero que no se podía conocer esa historia desde el punto de vista materialista histórico sin estudiar a Ramiro Guerra. Asimismo las obras de Emilio Roig de Leuchsenring, investigador, hombre de ideas muy progresistas ofrecen copiosos elementos al respecto.
De la primera mitad del siglo XX es importante tambíén conocer la labor del gran educador Enrique José Varona, de la generación revolucionaria de 1930, así como los trabajos de Medardo Vitier. Y desde luego contamos con el valioso y certero ideario del Apóstol que, tras la intervención norteamericana, fue relegado a un plano secundario. Correspondió a la generación patriótica, socialista y antimperialista de los años 20, rescatar el pensamiento martiano e insertarlo en las ideas socialistas del siglo XX.
Fueron precisamente Julio Antonio Mella y los que asumieron el ideal socialista y anfimperialista los que nos ayudaron a rescatar las ideas martianas que habían sido escamoteadas o mutiladas en el período inicial de la república neocolonial. Hoy, cuando se produce una hecatombe de gran escala con la caída del socialismo real, tiene lugar un fenómeno a la inversa. Es justamente la tradición política y filosófica de nuestro país la que puede y debe ayudar a rescatar las ideas del socialismo internacionalmente y a fortalecerlas en lo nacional. Y lo podemos hacer a partir del legado ético de la cultura cubana, pero, para ello, es necesario asumir la tradición socialista del siglo XX sometiéndola al análisis crítico más riguroso.
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Tomado de: Dr. ARMANDO HART DÁVALOS, Una interpretación de la historia de Cuba desde el 2001, Collección Pensamiento, Oficina del Programa Martiano, La Habana, 2001.