No todos los procesos culturales, costumbres o modus operandi de carácter ritual de los pueblos denominados primitivos fueron entonces por supremos, necesariamente religiosos entre ellos.
Muchas de estas apreciaciones y concepciones resultaron de una mirada ajena, que respondieron a la necesidad de clasificar para su comprensión y estudio las esferas del desenvolvimiento humano, por verdaderos especialistas en sus disciplinas, pero que nunca o casi nunca operaban para sí con los mismos símbolos y códigos culturales ni en los contextos sociales de los étnos que abordaban. Muy influenciados internamente además, por los antecedentes y patrones de sus propias culturas, filosofías y formación académica, amen de sus creencias y pareceres; de todo lo cual es casi imposible hacer abstracción para poder asumir con la mayor identificación posible como propia, una realidad ajena que a veces internamente censuran y que se constituye en el objetivo de estudio, independientemente de sus más sanos y científicos propósitos investigativos al respecto.
Adicionalmente, demasiados aspectos de simbiosis subjetivas, más que verdaderos sincretismos culturales objetivos y espontáneos, han permeado incluso las definiciones conceptuales de los estudios antropológicos y socioculturales, en función de las categorizaciones establecidas al respecto, que en dependencia del momento histórico, del contexto social y de sus mismos prejuicios, no por ser una resultante del tecnicismo científico, quedó exenta de los vicios del subjetivismo del académico. La academia de las Ciencias Sociales no es un objeto de alta precisión, sino que también sus integrantes son sujetos y sus resultados lógicamente son correlativos.
Las Ciencias siempre están a la zaga con relación al desarrollo de las culturas, intentando vagamente explicarlas desde una posición unipolar; por estas razones se hace muy difícil comprender y más aun explicar desde una vivencia impersonal (etic) los significados reales de los códigos culturales ajenos.
Las últimas décadas de las Ciencias Sociales se han caracterizado por una inmensa producción de información, que solamente recoge lo que las mismas han considerado como validado por la academia, aunque en muchos casos con la mejor intención, en todos ellos han estado ausente el saber de los pueblos y los pueblos ya eran cultos, aun cuando las Ciencias no habían visto la luz en el Mundo.
En virtud de lo anterior, en este trabajo no se pretende una visión de la realidad cultural de los orishas en Cuba, intentando superar desde afuera esas barreras; sino precisamente desde mi propia participación y vivencias como practicante y, desde adentro del propio culto. Obviando, como es natural, la intencionalidad del discurso teológico y de sus rasgos apologéticos. De esta forma la pupila antropológica alcanza a ver, además de simplemente mirar.
Evidentemente la recontextualización de estos códigos culturales hacia la América y las distintas formas de religiosidades que convivieron juntas en la etapa de formación de la identidad cultural de las nuevas colonias, impusieron nuevas condiciones de mixturaciones de todo tipo, en tanto sus convivencias.
Con la llegada de la cultura de Los Orishas a Cuba, nuevas condicionales someterían a prueba, una vez más, la capacidad de adaptación y supervivencia de estos procesos culturales; en manos de los esclavos portadores, en aras de la satisfacción de su espiritualidad, en circunstancias absoluta y totalmente distintas; donde la colonización española (en el caso de Cuba), la imaginería católica, el acriollamiento, las posibilidades ecológicas y la naturalización, la hicieron propia, peculiar y mestiza.
Evidentemente, las nuevas causales produjeron nuevas condicionales y lógicamente surgieron nuevos acondicionamientos, que atemperaron y facilitaron no sólo su continuidad, sino su posible enriquecimiento, complejidad y connotación cultural; en donde gracias a una muy imprecisa, pero conveniente y coyuntural valoración equívoca de la cultura colonial imperante, en la que le adjudicaron también, con toda sus implicaciones ulteriores, una categoría de religión (sinonimiada con el catolicismo en esta oportunidad) que propiamente en su total significación no ostentaba esencialmente, y menos aún desde el punto de vista apostólico romano; pero con la que finalmente se perpetuó con las características propias de cada país en el raigambre de la actual cultura Americana.
Estos procesos de realización de la espiritualidad de estos pueblos, que en su momento y lugar de origen tuvieron una connotación más bien de realización socio-político-cultural (en principio general y posteriormente sociocultural personal), a su llegada a la América lo hacen en condiciones de franco enfrentamiento sociocultural súbito; casi de modo impactante. En condiciones de inferioridad con respecto a otra cultura, ahora y en nuestro caso, la española; también en condiciones de superposición colonizadora, con respecto a ella, en la cual los únicos códigos que poseía para la realización espiritual del colono, eran exclusivamente de carácter religioso. Y al no poseer otra forma de interpretar ni de operar la cultura colonial del español, con relación a claves y conceptos trascendentes implícitos y específicos de una cultura totalmente ajena, incomprendida y vituperada; fue suponiéndose e interpretándose que estas manifestaciones de práxis o formas de realizaciones, tenían un carácter o significado totalmente religioso — "aunque barbáricas" — como único elemento de juicio y prejuicio en el marco de sus insuficiencias, para una más acertada ponderación del fenómeno culturológico, para el acicate de la espiritualidad de este sector de la cultura negra inmigrada que estaban enfrentando.
Por lo tanto, en razón de múltiples falacias de apreciaciones y valoraciones culturales, fueron sinonimiados como religión — dado la religiosidad del negro de nación y los antecedentes de paganismo — estos procesos de culto a la personalidad individual de antecedentes africanos, esencial y realmente muy desiguales a lo que si realmente discurría dentro del Catolicismo Apostólico del incipiente estado colonial español de ultramar.
Indiscutiblemente se tergiversó la religiosidad y sistematicidad, con la cual el negro se aplicaba a sus hábitos, costumbres y cultura ancestral, además de sus hábitos propiamente religiosos; con las presumibles, por los aparentes, hábitos y prácticas religiosas del catolicismo. Dicho de otro modo, no solamente se interpretaron en un todo único, hábitos culturales con ritos religiosos; si no que todo ello fue entendido por los colonos, en principio y, finalmente hasta por los propios negros en las nuevas generaciones criollas como prácticas religiosas en su total connotación. Así pues:
Se entendió que el omí tuto (agua fresca) que el negro salpicaba en el suelo para refrescar el ambiente o situaciones a su alrededor, era como el Agua Bendita.
Se supuso que un sahumerio con plumas de aves o hierbas, eliminador de vibraciones negativas, era como el incienso del altar católico.
Los súyer y suyéres (evocaciones monólogas habladas y cantadas respectivamente) que provocan las vibraciones del yo interno con sonidos diatonales, que agudizan y despiertan nuestros sentidos por sus vibraciones sonoras percutidas bajo el velo paladar, transmitiéndolas a la hipófesis; se interpretaron como los rezos, loas y los cánticos de las misas religiosas[1].
Hasta que finalmente, del mismo modo que el negro en trasatlántico viaje devino inesperada y sorpresivamente en esclavo; un orisha personal, en súbito y trasmutado ascenso subjetivo a la Bóveda Celestial, prejuiciadamente nos deviene metamorfoseado en el Ángel de la Guarda.
De esta manera, paulatina y sucesivamente, en franco mestizaje cultural, fue surgiendo una interminable relación de asociaciones — jamás estudiadas — que finalmente han pasado a nuestra cultura con un significado estructural propiamente religioso; como una consecuente resultante de la simbiosis de ambas culturas, la deculturación de los negros, en tanto la reconstrucción de sus códigos culturales reales, dado las apariencias para los colonos por su limitada capacidad de compresión de la cultura del otro y el sincretismo oportunista culturológico de ambos, escuetamente descrito.
El negro por su parte, inteligentemente se acomoda, en silencioso y licencioso contubernio, omitido pero tácito, a un status equívoco religioso que le conceden, que asume — sin más alternativas — como disfraz para su clandestinaje; bajo el cual oportunista y camufladamente tras el santoral católico y en aparente advocación eclesial, busca con toda premeditación hasta encontrar un símil en cada una de las deidades; que le permitan la aprobación cultual menester, para garantizar la continuidad de su cultura en ese marco, entre otras múltiples razones.
Esta nueva condicional serviría de mediatización, una vez más, para aquellas que fueran en principio sus esencias culturológicas originales, que matizarían de religiosa definitivamente desde entonces, la continuidad de estas prácticas culturales en los nuevos territorios.
Así pues, la sistematicidad y cotidianeidad de denominar a los orishas "Los Santos" y a sus formas de culto "La Santería"; a los que se inician "Los Santeros" y al proceso iniciático "Hacerse Santo"; al mensaje oracular interno "lo que dice el Santo" y a las alternativas recomendables "lo que mandó El Santo". Fue en principio un prejuicio judeocristiano equiparativo e ignorante del colono español y posteriormente de los criollos, con respecto a los variadísimos elementos étno culturales de la complejísima y diversa cultura negra inmigrada, que enfrentaron, no entendieron y equiparativamente la sinonimiaron con su religión (la Católica).
Fue, además, el único espacio reservado que el negro aprovechó coyunturalmente, para perpetuar su cultura nativa en un medio social muy adverso, en tanto la discriminación cultural y racial, así como desde una posición muy desventajosa desde el punto de vista del reconocimiento, participación social y espacial.
Eso inculcó, por que así, era lícito contextualmente. En eso educó a sus hijos, nietos y sucesores convenientemente. En eso, crecieron y se educaron, sus vecinos colindantes ya criollos, blancos, negros y mestizos; por lo que posteriormente en paulatina asimilación cultural subjetiva, la sucesión generacional la ha ido asumiendo y asimilando, de tal manera, que actualmente sin lugar a dudas, opera simbólicamente como tal.
Por lo tanto, es evidente que la "Santería" es un vocablo de la lengua Castellana, que fue empleado durante la colonización española de Cuba por sus colonos, para hacer alusión a las personas, con sentido peyorativo, por tener una forma cultual a los ORISHAS.
El tiempo, la semántica española y, la costumbrística imperante de la época colonial, en las entonces colonias de ultramar; unido a la falta de un sinónimo sintáctico sustantivo exacto en español, para denominar un código sociocultural operante (los orishas) dentro de un sector cultural africano inmigrado; que en su momento fue insertado en el contexto colonial cubano, con la implicación de un peculiar concepto de trascendencia personal, ajeno por desconocido, en tanto inexistente en la cultura de los colonos españoles; conllevó a la necesaria búsqueda de posibles sinónimos que estuvieron matizados por los prejuicios y conceptos propios de su cultura católica y, a tenor de lo cual se derivaron denominaciones tales como: Ángel de la Guarda, Santo de Cabecera o Hijos de un Santo Padre o Madre.
Estableciéndose desde entonces la inferencia de que tanto los orishas como los santos católicos, son sinónimos; comparables en igualdad de significados, de connotación; equiparadas en ocasiones hasta sus formas cultuales; hasta llegar con el tiempo, la riqueza de la imaginación popular y la devoción hacia una también necesaria profesión de Fe, a efectuar ofrecimientos, ofrendas y ceremoniales de un culto religioso hacia el otro o a nombres de otro, que esencialmente nada tienen en común desde sus inicios.
Como es natural, la tendencia hacia una subjetiva interpretación de igualar e incluso de combinar, formas espirituales de realizaciones culturales religiosas (catolicismo y espiritismo etc.), con procesos culturales energéticos naturistas no religiosos; pero caracterizados de una gran religiosidad; (el culto hacia orishas individuales, personales y propios) bajo el dogma hegemónico cultural y el poder político colonial del primero, mediatizaron así subjetivamente, el significado real de la identidad cultural de un sector específico inmigrado (los yorubas y lukumíes) y sus prácticas; y, consecuentemente con ello, también, el estado de opinión del consenso general de la sociedad por antonomasia al respecto.
Evidentemente, todo esto condicionó, con intención o sin ella, en tanto las sinonimias y los paralelismos subjetivos, la deculturación del negro en principio y posteriormente inclusive, hasta la supeditación y acondicionamiento de sus códigos de práxis culturales en ajuste a la limitada visión óptica, que el prisma del catolicismo y de sus miopes portadores de la época fueran capaces de comprender, con relación a la compleja cultura de los negros conservada únicamente en la mente de esclavos portadores. Unido todo ello a lo poco representativo de su acervo y cultura propia, que en si mismos fueron los primeros misioneros católicos de la etapa inicial de la colonización, así como a lo sectario y prejuiciado que siguen siendo las actuales autoridades católicas, frente a procesos culturales aún hoy esencialmente inentendidos.
Todo lo cual condujo hacia interpretaciones erróneas en función de equívocas apreciaciones, por falta de una verdadera ponderación del concepto trascendente implícito y explícito, que originalmente en su más pura esencia Orisha encierra en su pragmática y real implicación; como resultado del estudio antropológico de campo y la observación de sus implicaciones reales.
La voz Orisha de la lengua Anagó — arcaica hoy en día — de alguno de los pueblos del tronco cultural que antecedieron al antiguo Imperio Yorubá, se formó según nuestros estudios de dos voces y conceptos:
La voz ORI: Que significa cabeza (cráneo, bóveda cerebral); sustantivo empleado para denominar la cabeza como parte del cuerpo humano[2]. Adicionalmente quiere decir; relevante, cimero, lo supremo o superior.
Junto con la voz OSHA: Sustantivo común utilizado, para nombrar la esencia misma donde radica la inteligencia humana; en tanto es la esencialidad en la individualidad específica, que rige y condiciona al ente propio o al ser superior interno, particular e irrepetible. Que pretende cualificar en su más sublime y altruista condición, la mejor y más compleja ponderación, de lo más rector y sutil del género humano. Que en su mitificada metáfora, quiere decir: Lo más Divino que poseen los humanos, el Ser Superior Interno que constituye al hombre.
Por esta conjunción de fonemas y conceptos en la denominación Orisha, se nos está haciendo referencia a una forma tan antigua, como compleja de apreciar a la cabeza humana, como objeto concreto y a la esencial importancia de su contenido, en el desempeño de la superior condición del género humano; objetiva y subjetivamente (El ser biológico y el ser social) y, por tanto, en toda su connotación y relevancia terrenal y contemporánea.
En su verdadera acepción metafórica alude específicamente: a lo más apreciable de nuestra cabeza, y por extensión, al templo contentivo de tal condición de especial.
"La cabeza es la que lleva al cuerpo y no el cuerpo el que lleva a la cabeza"[3].
De este modo, Orisha es un concepto de símbolos binario trascendente, que se refiere genéricamente a la esencia del humano, en tanto objeto y sujeto, con definición de sus múltiples cualidades objetivas y subjetivas. De carácter unipersonal, cuando se trata del específico, por ser intransferible.
Concepto que opera inconscientemente aún en la actualidad internamente dentro de un sector social (a pesar del discurso teológico), numéricamente importante (los santeros), como un código de función cultural de algo con existencia real dentro de la cabeza de los humanos y de superlativas cualidades innatas, objetivamente humanas, pero no obstante todo ello, subjetivamente mistificado.
En razón de esta verdad esencial Orisha tiene existencia real dentro de cada ser humano y en su mitificación, se le encontró una forma cultural de connotar su dimencionamiento dentro de un contexto y época cultural dado, en virtud de su relevancia; posterior y convencionalmente mistificada la práctica de su culto.
De esta manera deberá entenderse, que Osha es como la micro partícula integral rectora que nos corresponde, es el código genético psicosomático que poseemos, es como nuestro sector programado que cumplirá la ley individual preestablecida de cada ser humano. Es toda una sección dentro de nuestro cerebro, que regirá todo el programa que está contenido y supeditado al mismo, en atención a esa personalidad arquetipada y específicamente tipificada.
En tanto Orisha es la identidad individual, única, particular, propia e irrepetible. Es nuestra especificidad. En ella se encierran todas las posibilidades y potencialidades innatas, heredadas y determinadas por la génesis biológica y sin exclusión de los sentidos suprasensoriales, ante las energías y vibraciones microcósmicas — a las cuales todos los seres humanos son muy sensibles — como parte integral correspondiente del conjunto armónico de la naturaleza, interactuante o influyente en cada una de nuestras individualidades, en el curso de nuestras vidas; luego de identificada, injerenciada durante la consagración cultural y clasificada a través de técnicas o métodos psicométricos. (Los métodos y técnicas oraculares)
Dentro de nuestro Orisha se encuentra y se expresan a modo de energías vibratorias toda la información programada por la naturaleza, con relación a nuestra existencia; por lo tanto, nuestro Orisha no es propiamente un personaje extracorpóreo, surgido y que viva en el subjetivo filosófico conceptual, de un dogma con factura teológica e intelectual de los humanos; — máscara de las sucesivas deculturaciones tras la cual se encuentra su verdadero rostro — que aparentemente establezca una comunicación directriz o rectora de nuestra ley de vida, ajeno a la individualidad que somos ni a la problemática existencial contemporánea.
Tampoco es un ser divino, matizado de virtudes tales que lo alejan de la humana posibilidad de igualarlo. Es todo lo contrario. Menos aún lo que por antonomasia se puede considerar como un Santo Benefactor, concebido por Obra y Gracia con el prisma y concepciones de otras religiones; si no que, si nos atenemos a la connotación y a las observaciones del trabajo de terreno por más de treinta años; se aprecia esencialmente, que opera como disciplina reguladora del modo de vida post consagratorio.
Se infiere que es como "El copulativo" que propiamente somos y como se debe estar.
Orisha es la cabeza humana como objeto, pero esencialmente el sujeto que la trasciende contextual y contemporáneamente.
Nuestro orisha personal es nuestro personaje protagónico ideal que debemos conocer muy bien y mejor aún debemos interpretar, en el marco y escenario de nuestra vida real, y adicionalmente su culto es el conocimiento y cumplimiento cultural de su mejor desempeño para saber la mejor forma en que debemos estar.
Todo lo cual se encuentra programado en nuestro inconsciente incontrolado y estrechamente conectado a nuestros superascensores biológicos naturales.
En dependencia del ángulo filosófico que se profese los seres humanos somos: "El resultado de la voluntad de Dios"; para otros: "Producto de la Evolución de las Especies"; otra tendencia afirma que es: "El Gran Arquitecto Universal"; también puede ser: "La Ley Universal Hacedora"; o quizás en última instancia: "La Gran Madre Naturaleza".
Parte I — Parte II — Parte III
Notas de referencia
[1] Estúdiese el contenido y significado de los mismos y se comprenderá que en sus textos no hay propiamente un contenido de rogativas religiosas; al menos en las de facturación más original y menos tergiversadas.
[2] Normalmente Orí es la denominación de cabeza; pero como, además, es un término que cualifica la relevancia inteligente, solo es aplicable a la cabeza humana. Quedando entonces la voz Erí, como sustantivo común, para referirse a la frente, a la cabeza de animales de escala inferior a los humanos, o a la cabeza de otros objetos; como cabezas de muñecos, cabezas de empuñadura de bastones, etc. Nota del Autor.
[3] Refrán, con tono o sabor de advertencia, tomado y correspondiente del signo oracular denominado EYIOGBE, del sistema oracular del Diloggún, en el Culto a los Orishas. Que debe ser declamado, siempre que el mismo resulte, del acto o acción oracular. Nota del Autor.