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La Santería — y ello puede hacerse extensivo a otras manifestaciones de la cultura popular tradicional — no acepta la impositiva extrapolación de etiquetas y membretes clasificatorios creados para explicar fenómenos de otras latitudes que, fuera de sus contextos y aplicados mecánicamente, tienden a inmovilizar prácticas culturales vivas o interactuantes con el acontecer sociocultural del contexto en el que están inscritas.
Esa resistencia a ajustarse a cánones externos que se hace manifiesta en la Santería encuentra, a nuestro juicio, su punto de partida en la confluencia, prácticamente simultánea, de herencias culturales disímiles en tiempo y espacio que se produce en tierras de "aquende el Atlántico"; en la imprescindible reconstrucción espontánea de universos estructurados sobre remanentes culturales de las sociedades tradicionales africanas que facilitaron, en lo esencial, la articulación de todas aquellas normas que se hicieron funcionales para el sujeto insertado, por voluntad propia o de forma obligada, en un nuevo contexto; en la permanente recreación del legado que se asume como tradicional; y en la voluntad de asumir, premeditadamente, un cambio.
La naturaleza innovadora del hombre y el desarrollo científico-técnico agilizan los cambios socioculturales, aun cuando las estructuras, a las que el sujeto vincula significativas esencias de su ser, están regidas por normas tradicionales, como ocurre para el sujeto santero.
Este hombre no vive esclavizado por esas normas. La dinámica de la vida social y su activa participación en ella condicionan el establecimiento de vínculos con otros sistemas de regulaciones socionormativas e informacionales que condicionan cambios en los valores, conductas y proyección social de los sujetos.
Si el hombre santero puede lograr que su hijo ingrese en la universidad, hará todo lo posible para que ello se cumpla. No subordinará el posible desarrollo científico de su hijo al proceso religioso, sino que este se pondrá en función de facilitarle el acceso a las aulas universitarias y a la carrera preferida del joven. En esta, entre otras posibles situaciones, se inserta el hombre santero en Cuba.
La proyección del sentido de pertenencia al grupo y el sentimiento de identidad que se genera por su condición de santero, son el resultado de una peculiar interrelación entre la tradición familiar que se transmite de padres a hijos y ahijados, y la inserción, adecuada o no, del ideal hegemónico del sujeto al medio social en el que vive.
La asunción del cambio, en el orden personal, entraña el desarrollo de la capacidad de construir, arraigar, generalizar y defender por una parte, la apetencia de independencia, por lo que se hace esencial para el sujeto saber que puede disponer de múltiples opciones. Es también importante conocer los mecanismos de contención, pues la elección no depende de su sola voluntad, sino también de la sugerencia emitida por la divinidad a través de las variantes predictivo-interpretativas.
Salvo en los casos de iniciación de niños, el resto de las personas que se inician en la Santería, en el momento de su arribo a la "coronación", están formados o deformados socioculturalmente. La práctica ritual puede ejercer cierta influencia sobre el individuo, si él está en disposición de atender a las sugerencias de sus mayores en el santo y, por supuesto, de los orichas. Ello favorece su enriquecimiento espiritual y consolida, al decir de los religiosos, su voluntad individual de cambio.
La interrelación de los sujetos con diferentes medios sociales y culturales, entre los que se encuentra la familia ritual y con ella la persistente y permanente circulación de bienes culturales e ideas religiosas y extrarreligiosas, contribuye a la resemantización de los estereotipos santeros.
La existencia de la familia ritual es trascendente; primero, porque funciona como soporte del saber tradicional y se constituye en su custodio principal; segundo, porque la información convive en el seno de varias generaciones y ella enriquece su caudal por la confrontación generacional; tercero, por la fluida relación entre transmisión oral y escrita del legado.
La proyección de estereotipos individuales y colectivos forma parte de todo un sistema de valores y conocimientos. Para el hombre santero nada es más importante que el hombre.
Alrededor de este se construyen los principios de autoridad sostenidos por el culto a la prudencia, el respeto a la experiencia, la medida y la precaución; aquellos sostienen, al menos teóricamente, a la familia y esta es envuelta por el entorno social.
La confrontación de la identidad, en el contexto santero, es un proceso permanente en el que se articulan momentos de ascenso y descenso de la información sociocultural aprendida, de reconocimiento, negación y superación de los juicios y valores con los que opera el sujeto.
La identidad cultural no se construye exclusivamente dentro de los límites de ciertas esferas del saber previamente determinadas, ni ellas deben ser erigibles como áreas paradigmáticas de construcción de la identidad.
La Santería, sin que sus portadores-miembros sean portavoces premeditados de ciertas invariantes de identidad, es un soporte de tan complejo fenómeno.
Actos o hechos culturales de la naturaleza de la Santería, implican la transmisión en el tiempo y la propagación en el espacio, de múltiples informaciones, concepciones y comportamientos que, aparecidos en ciertos estratos sociales, se desplazan hacia otros.
Hoy, cuando miramos a nuestro alrededor y constatamos que el "oché" de nuestro Changó tiene homólogos en la antigua civilización cretense; que los baños de "mewa" proponen lejanas asociaciones con la cultura del antiguo Egipto; que la divina Ochún tiene en la americana calabaza su adorado cofre; que a la valiente Oyá algunos religiosos le dedican berenjenas, cuyo origen se reconoce en la India; que babalaos, babalochas e iyalochas recomiendan poner rosas y azucenas a orichas y espíritus, es evidente que estamos en presencia de cambios, trasmutaciones y desplazamientos que involucran, en mayor o menor medida, a muchas culturas del planeta.
A nuestro Changó se le ponen manzanas, siempre que se puede, y a Santa Bárbara, plátanos, que no tienen que ser indios y hasta pueden ser plásticos. Todos nuestros orichas gustan del tabaco, del mismo que disfrutaban nuestros aborígenes y que por la acción de la conquista y la colonización se extendió a todos los confines del globo terráqueo. En cualquier ceremonia encontramos cakes colocados como ofrendas al pie de los "tronos"; muchos de estos peculiares altares se adornan con mantones de Manila, pañuelos de seda china, sofisticados ornamentos y encajes que no hace mucho tiempo nos llegaban de Europa del Este.
Defender el derecho de existencia del cake para Obatalá es preservar el espacio para las mutaciones, que se producirán independientemente de nuestra voluntad, por el papel que la vida cotidiana desempeña en el funcionamiento y regulación de la cultura popular tradicional.
Todos los que defienden, abierta o solapadamente, la yorubización de la Santería, deben meditar sobre ello y sobre la responsabilidad que contraen al asumir una postura tendiente a la despersonalización de tan rico y complejo fenómeno, al subvalorar otros de sus carriles. Aunque buenos propósitos animen esa idea, vale la pena recordar que de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno.
Algo tranquiliza, y es que en nuestras culturas no ha habido mucho espacio para el petimetre que pretende culturizar al "vivo", pues siempre una trífida lengua, en tolerante y lacerante actitud ha sabido decir: "No seas bobo compadre". A lo que, contemporáneamente se añadiría: "Desmaya eso". ¡Confiemos!
Parte I — Parte II — Parte III
Notas
[26] Nicolás Angarica, "El 'lucumí' al alcance de todos", Ibíd.: 100-1.
[27] Pedro Arango, Op. cit.: 161-2.
[28] Ebbo, en Cuba, es sinónimo de ofrenda, purificación.
[29] También se les denomina Obbas y Oriatés. Es probable que el vocablo derive de itá, palabra que designa en Cuba a la "reunión de Iyalochas y Babalochas que se celebra a las setenta y dos horas de haberse hecho un santo, para consultar ('registrar') el Dilogun sobre el destino de un iniciado" (Lydia Cabrera, Anagó, Op. cit.: 174.)
[30] Pedro Arango, Op. cit.: 152.
[31] Erí, en Cuba, es sinónimo de cabeza.
[32] Véase Wande Abimbola, Op. cit.: 389.
Tomado de la Revista Temas, 1995