Cuba

Una identità in movimento


Consideraciones en torno a la presencia de rasgos africanos en la cultura popular americana (Parte III)

Argeliers León


La cultura popular americana fue, pues, un fenómeno social que históricamente entró en conflicto ante los bienes materiales y espirituales de la clase dominante, ente las formas de servirse y usufructuar esos bienes — reservados para el dominador —, ante el decursar de la historia: el estado de explotación colonial, el trabajo del esclavo africano y la conversión posterior de este en trabajar esalariado. El desarrollo de la cultura popular de la América tuvo lugar en la medida que el hombre americano comprendió su realidad social y luchó por superarla. Las contradiciones entre bienes materiales y espirituales, su distríbución entre la sociedad y el individuo, y entre el curso real de la historia y la cultura dominante se resuelven en la medida que maduren las premisas objetivas necesarias y de conciencia en las masas de población, así como en la disposición de lucha para conquistar aquello que se concibe como posible (Rumiántsev 1968: 5).

El colonialismo americano estableció una estratificación genérica integrada por el colonialista y el criollo, y fuera de la escala humana se situó al indoamericano y al negro. Esta manera de polarizar la vida en las colonias, no fue uniforme, sino tuvo sus matices de acuerdo con las formas de explotación adoptadas históricamente, de aquí que se haya perdido tíempo en discutir si el colonialismo español fue más benévolo que el francés, y este más que el inglés, o viceversa, que para el caso es lo mismo. Para esto se comparaban los códigos negros y las disposiciones estaturarias que no dejaron de ser ordenanzas que se aceptaban, pero no se cumplían.

El trabajo esclavo fue ya un trabajo enajenado en tanto sus propósitos, condiciones, ritmo, tecnología, todo era impuesto. Luego el trabajo no se medía en resultados del esfuerzo, sino en la cantidad de valor mercantil que tuviera el producto. Mientras más extraña era esta mercancía al esclavo — no ya su usufructo, sino su comprensión y función social — tanto más enajenado estaba. El esclavo resultaba un ser totalmente enajenado al convertirse en un medio para la producción. Quedaba roto el lazo orgánico entro el fin consciente que pudiera tener el hombre en su trabajo y los medios que pone en práctica para alcanzar ese fin.

Al quedar separado el esclavo africano del producto de su trabajo, la parte de su vida — criterios, como decisión; acciones, como esfuerzos coordinados — dispuesta para producir un objeto no se reflejaba en el hombre, no le producía satisfacción no se veía en el objeto de su trabajo. Por el contrario, "el objeto que el trabajo produce, su producto, se oponía a él como a un ser extraño, como un poder independiente del producto", por ello el esclavo tenía, en la reconstrucción de sus tradiciones, el medio de concebir un objeto: criterio o decisión; y producirlo: acción como esfuerzo coordinado, pudiendo el africano reflejarse como persona en la reconstrucción de esas tradiciones. De aquí que este fenómeno que venimos llamando re-creación se convirtiera en algo más que una repetición a distancia, en algo más que una añoranza sentimental, sino que fuera el medio material producido por el esclavo, donde veía reflejarse su conceptuación (idea) y su acción (trabajo), en un cuerpo organizado de formas de vida: hábitos, costumbres, lengua, conceptos universales, etc. (producto); donde el africano pudo fijar sus fines y determinar sus propósitos, donde se establecerían relaciones concretas y no anónimas: una forma de objetivar una producción de algo que sí estaba en sus manos.

Así creada esta estructura material, concebida y hecha por el africano como realidad propia en contradicción con la otra impuesta por el denominador, perdurará y se enriquecerá mientras persiste la forma de explotación capitalista impuesta a las masas de población trabajadora, donde se ubicaron mayoritaríamente los africanos y sus descendientes.

Las relaciones de producción establecidas en la América, tanto respecto a los diferentes ciclos de explotación económica, como en sus diferentes etapas en el tiempo, y los intereses mercantiles de las metrópolis, determinaron las diversas condiciones de la objetivación de sus elementos culturales y, por consiguiente, diferencias en los niveles de enajenación del africano y sus descendientes.

La enajenación del africano en América partía de la enajenación del trabajo, el cual carecía de todo significado capaz de dirigir la acción propositiva del esclavo. La indolencia ante el trabajo y las demás condiciones impuestas por el régimen fue la respuesta conveniente y uno de los caracteres señalados por los esclavistas.

El trabajo del esclavo africano era una obligación tan externa como incomprensible, más aún, tiene que haber revestido caracteres un tanto misteriosos si le incluimos el panorama general, el de la estampa, no por conocida menos trágica, del mayoral, su látigo, los perros, el cepo, las campanadas, las oraciones, los amos, los latigazos, el lenguaje, el paisaje mismo; y para el negro criollo, y para el mulato, los contrastes tienen que haber sido igualmente incongruentes. Todo tiene que haber obrado como grandes fuentes de donde brotaban ordenes, gestos de mando, voces de imposición. Un abigarrado conjunto externo y ajeno al esclavo, donde todo se le imponía de alguna manera. Es natural que en estas circunstancias lo único que quedaba dentro de relaciones causales directamente determinadas por el hombre eran sus tradiciones, recorporeizadas como una estructura funcional e integral, donde único se daba la relación hombre-acción de manera consciente.

Las masas de población que iban integrándose con nuevas generaciones, donde concurrían negros, amerindios, blancos, mestizos, se sometían a las restricciones sociales que imponía el régimen de explotación. Este establecía unas normas precisas para la vida pública, en la que las mejores circunstancias, posibilidades y situaciones eran reservadas para las altas esferas dominantes. El hombre del pueblo solamente podía exteriorizar sus dudas, sus problemas, sus necesidades, sus aspiraciones, el margen de la vida pública oficial, de aquí el carácter ilegal, restringido, preterido y oculto de los elementos culturales africanos. Estos, al re-estructurarse históricamente en la América sirvieron para reafirmar al hombre dentro del carácter antisocial y discriminado en que lo había situado el colonialismo. Es natural que el hombre negro buscara en la tradición la compensación de lo antinatural, irresistible, impositivo y carente de significado que era para él la sociedad que lo explotaba. El africano y sus descendientes quedan, por un lado, ante la libertad de determinación sobre lo que le quedaba de vida, mientras que por otra parte la sumisión al trabajo esclavo o al trabajo a jornal o al trabajo libre artesanal, lo vinculaban al trabajo en tanto individuo de una clase. La sociedad capitalista ejerció al máximo esta polarización entre la vida, privado del negro y su vida como ser social. Aquella sólo se podía exteriorizar al margen de su vida pública, o de modo secreto, reafirmándose lo humano como antisocial, incluso anatematizado por la iglesia oficial y perseguido policialmente (Rumiántsev 1968: 7). La persona se refugia en lo individual, en su grupo, en su círculo, en su Cabildo, Cofradía o Potencia.

Aunque se ha estudiado muy poco la vida del africano liberto, la incorporacion de este a las poblaciones, su vida económica y social, y no sólo la del africano, sino la del negro criollo y la del mulato manumitido y sus contactos con las clases trabajadoras de la población blanca — de la que se iba distinguiendo el sector criollo, burgués o trabajador —, sería posible descubrir los trazos de su participación en la cultura popular.

En este caso se da un esfuerzo de ubicación de la población afroide sobre las relaciones de clase diferente a la del esclavo, en un sector que fue en aumento constante; profundos cambios cualitativos ocurrían en los núcleos de población afroide liberta, más sometida a los prejuicios y limitaciones en sus relaciones con las autoridades oficiales, y dentro de las formas de economía urbana de las poblaciones americanas. Fueron estos medios urbanístcos, aún el de las pequeñas poblaciones interiores proclives a fomentar una cultura popular dadas las circunstancias de contactos y de transferencia de bienes culturales. Son estos contactos "uno de los factores del progreso social y cultural. Consisten en las diversas formas de relaciones mutuas entre los grupos humanos, en tanto que fuerzas aceleradoras del progreso de la humanidad, y ello a través de todas las épocas de la historia" (Tokarev 1966: 2).

Las presiones socioeconómicas llegaron a acondicionar al africano y a sus descendientes hasta crear en ellos un complejo de actitudes y determinadas formas de comportamiento psicosocial en correspondencia con equellas. De aquí que entre la presión altamente dominante de la base socioeconómica y la actitud individual hay debido para todos las formas de conducta psiconeurótica que representen una escala que conduce el hombre altamente alienado ente las relaciones de producción impuestas.

El africano traído a América como esclavo perdió todo lo que constituía su propia esencia. Ahí están los documentos teológicos, legales y los pretendidamente científicos, donde se le negaba su esencia de ser humano. En este dominación del objeto sobre el sujeto, el africano llegó a ser una cosa. De ahí su total alienación ante la cual, la construcción de una cultura popular tan influida por el negro — al punto de contribuir con rasgos precisos al perfil americano —,sea el resultado de una acción social poderosa, de reafirmación o de definición, de lucha por la supervivencia, o de rescate de los elementos que se iban a perder. El régimen colonialista americano, basado en el trabajo esclavo, empobrecía el el mundo interior del africano y sus descendientes, y le hacía perder sus propios objetos, su cultura, en tanto se hacía más poderoso el mundo surgía con su trabajo.

El africano quedó enajenado en grado superlativo. Aún el liberto y sus descendientes vivieron en una sociedad antagónica que los enajenaba, acentuado esto con las costumbres, modas, usos y actitudes sociales adoptadas por la burguesía, la cual ofrecía el aspecto de un mosaico de incongruencias, con sectores de una aristocracia recalcitrante, apelando a títulos nobiliarios o conservando viejas costumbres coloniales, frente a agunas familias que incluso se mostraban liberales, hasta los sectores blancos pobres, vagos, tahúres, venduteros, etc. El africano y sus descendientes tuvieron que buscar un medio donde encontrarse, donde lograr una conciencia de sí mismo, sin que se estuviera agazapada fuera del mundo, de su mundo (Marx 1959: 37).

Al re-crear en América las tradiciones africanas su recomposición diacrónica, su sincretización con elementos culturales extraños y los préstamos de usos y costumbres de diferentes procedencias, fueron, por otra parte, causados por la presión homogeneizadora del sistema capitalista, en cuya ascensión industrial llega a aniquilar cualquier heterogeneidad y los caracteres locales de todos los aspectos y eslabones de la sociedad. De aquí que en un movimiento social revolucionario surja, como consustancial al mismo, la revalorización de lo local, de lo característico, de lo inherente históricamente a un conglomerado humano.

En los países del Tercer Mundo, que cuenten con desarrollos parciales dominados por el imperialismo, se mantienen las desigualdades de probabilidades y las clases. Al agudizarse las d¡ferencias entre las élites burguesas, que detentan el poder político y los bienes culturales universales, y los sectores más explotados de la población, se mantienen formas regresivas culturales que adquieren carecteres extremadamente peculiares y que aparentan apartarse de toda posible sistematización en el orden normal del desarrollo social. En las sociedades antagónicas, en la medida que se distancian las clases sociales, la colisión dramática entre el progreso y la regresión del hombre se agudiza y adquiere formas que no siempre pueden advertirse (Rumiántsev 1968: 8).


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Tomado de: ARGELIERS LEÓN, "Consideraciones en torno a la presencia de rasgos africanos en la cultura popular americana", en LÁZARA MENÉNDEZ, Estudios Afro-Cubanos. Selección de Lecturas, Tomo 1, La Habana, Universidad de La Habana, 1990, La Habana, pp. 202-236


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