Cuba

Una identità in movimento


Consideraciones en torno a la presencia de rasgos africanos en la cultura popular americana (Parte I)

Argeliers León


Cuanto a los mortales toca, lo
hacen el trabajo y los cuidados
del hombre.
(Arquílico f.c. 650 a.n.e.)


Persisten en la América, en las masas de población, sistemas de creencias con marcados rasgos afroides. Aparecen dentro del ancho espacio agrícola que las feraces tierras llenas del Nuevo Mundo, hace más de cuatro siglos, le ofrecieron a la codicia del colonizador europeo. Tierras abiertas al Atlántico que acababa de surcar un marino, que puso grandes extensiones de estas bajo el dominio español, y que en sus viajes ya había traído negros en las carabelas; negros que siguieron llegando a la América para aportar su trabajo y sacarle a esas tierras riquezas que iban a nutrir las arcas de los países dominadores.

Para explicarnos este hecho, que ciertamente contribuye a definir caracteres peculiares de la cultura americana, se puede partir de la evidencia histórica de la presencia de millones de africanos concurriendo, desde el siglo XVI, al surgimiento de la más grande empresa del capitalismo europeo. Se puede seguir el curso de la presencia del africano en América hasta fines del siglo XIX, cuando España se vio obligada a abolir la esclavitud para sus últimos reductos en el Continente en 1880, y después Brasil, que a duras penes alcanzó la abolición en 1888. Se cerraba el ochocientos tras la más desenfrenada introducción de esclavos africanos en América. El africano quedaba hermanado estrechamente a una población que definió caracteres nacionales tras complejos procesos de luchas clasistas, tras la lucha por la definición de la identidad de pueblos que se formaban de oleadas migratorios procedentes de los más diversos lugares del mundo.

Los factores históricos de la trata esclavista nos sitúan ante los núcleos humanos que fueron extraídos del continente africano y, en la medida que se localicen nuevos documentos, se podrá perfilar máo aún este cuadro demográfico que se deslizó por los cuatro siglos que duró aquel comercio. Este análisis histórico nos explicaría cómo fueron ubicados los africanos en América, obedeciendo a la demanda económica del trabajo en las áreas que exigían, para su explotación capitalista, el brazo del esclavo.

El marco histórico se completará con el que se vaya elaborando de la historia de África durante los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX en los que duró la trata esclavista con la América. En la medida que se conozcan y analicen documentos antiguos a la luz de la moderna historiografía, y se enriquezcan las fuentes bibliográficas se obtendrán nociones más completas de las masas de población de las zonas que aportaron hombres, jóvenes, niños y mujeres para cargar en las bodegas de los buques negreros.

Los grupos africanos que fueron saqueados por las razzie de los esclavistas habían alcanzado, en general, formas de trabajo fundamentalmente agrícola que les permitía un desarrollo social y económico, configurándose diferentes Estados que florecían y veían acrecentar sus dominios en los momentos de extenderse el comercio exclavista por las costas africanas. Fuera de estas jefaturas y reinos quedaban multitud de comunidades aún sujetas a intensos movimientos migratorios por presión de poblaciones más poderosas que le imponían vasallaje. Las poblaciones guineanas y congolesas habían desarrollado una economía de trueque practicada en mercados fronterizos. Las poblaciones del litoral, y las que se ubicaron en espacios bordeados por corrientes fluviales desarrollaron un intercambio más intenso. Una escala de valores para el cambio y el uso de productos como moneda se practicaba ya, aunque con diferencias locales, en toda la zona del tráfico esclavista. Las pesas de bronces para medir el oro, el uso del hierro y del cobre para efectuar operaciones de cambio, el empleo de barros y an¡llos de metal como moneda, así como también el uso del caur¡ (Monetaria moneta L.), atestiguan un comercio que respondía al complejo sistema dependiente de las rutas de caravanas que mantuvieron antiguos nexos con el Mediterráneo (Labouret 1946: 92 y ss). El contacto que inauguraron los portugueses y se disputaron después las potencias marítimas de Europa, haría que este comercio se tornara hacia la costa, la que recibió los nombres de Costa de las Especies, Costa de Marfil, Costa de Oro, Costa de Esclavos, y algún otro que recogió la cartografía de la época...

Todo ello estaría dentro del cuadro histórico de las razones económicas que produjeron el fenómeno de la América: la más grande usina del capitalismo. Historia esta que se continuaría con la presencia del afroamericano y sus descendientes en las repúblicas que surgieron en los momentos en que el capitalismo iniciaba su fase imperialista para dominar el Tercer Mundo, el Mundo del Subdesarrollo. Todo este conocimiento nos permitiría seguir las huellas del africano en la historia del colonialismo en América. El africano, dentro de este cauce histórico de la Améríca, ha jugado un papel de gran fuerza en el proceso de desarrollo de los pueblos del Nuevo Mundo.

El papel del negro en la América no se tomaba en cuento el considerar oficialmente la población, solamente su número en los censos, cantidad de esclavos y libertos, mulatos, oficios que desempeñaban. Algunos poetas lo consideraron como personaje caracteríotico para discriminarlo o burlarse; no fueron tantos los que denunciaron el trato deshumanizado que se le dispensaba, o bien fue tema pintoresco en las referencias que de él hacían los libros de viajeros y algún que otro pintor costumbrista. Es necesario llegar a Humboldt (1769-1859) y a Saco (1797-1879) para encontrar los primeros estudios de la poblacíon africana en América. Después, tras las considereciones interesadas y las polemicas entre esclevistas y antiesclavistas, se alcanzan los estudios de Raimundo Nina Rodríguez (1862-1906) y Fernando Ortiz (1881-1969) abriendo la actual centuria con renovados intereses en los estudios de los aportes africanos a la América.

Se han aislado las supervivencias de los razcos culturales africanos y se han vertido dentro de las categorías más o menos usuales en las ciencias sociales. En este sentido se considera la presencia de los rasgos culturales africanos manifestándose: a) a través de algunos de los instrumentos de trabajo, b) en aspectos de la organización social, y c) en las instituciones creadas por el africano: categorías estas donde los rasgos africanos se dan más diluidos dentro de la tecnología y las normas de relaciones sociales impuestas por el colonialismo. En otro sentido se sitúan los elementos de las lenguas africanas conservadas hasta hoy, de la música, de la narrativa, y de las concepciones generales universales, que como nociones del mundo, de los fenómenos naturales y de la vida, persisten en las manos de población que viven en mayor dependencia respecto a los sistemas de creencias que conserven los grupos de procedencia africana. En una u otra forma, los afroamericanos que han tratado de clasificar estas categorías las han considerado de esta manera o con algunas variantes. Melville J. Herskovitz, estudiando el campo de las investigaciones de las supervivencias de rasgos africanos en América, sus métodos y sus problemas (1945: 16) estableció diez categorías:

  1. tecnología;
  2. vida económica;
  3. organización social;
  4. instituciones (no determinadas por nexos de parentasco);
  5. religión;
  6. magia;
  7. arte;
  8. folklore;
  9. música;
  10. lenguaje.

Estos aspectos entrarían en el complejo cultural americano en cinco niveles, que van desde la ausencia o no detectación de un rasgo cultural afroide, hasta la consideración de rasgos de indubitable antecedente africano y su retención en la América.

Este agrupamiento de los elementos culturales aportados por los africanos dentro de tales estamentos se ha hecho sometiendo la cultura popular americana — donde se ubican los elementos culturales afroides — a los criterios que ha desarrollado el conocimiento europeo para calificar sus propios órdenes culturales. Sin embargo, debemos considerar la forma de poblamiento de la América, donde el africano no aportó un arte, un folklor, o una magia a una cultura ya existente, es decir, no constituyen retazos negro-africanos incrustados en una cultura europeizada o neutra, sino que formen una cultura popular producto del surgimiento de una población donde todo era emigrado, y, a partir de aquí, sometida a procesos de choque, que llevaron a la retención y reinterpretación de sus componentes en función de las condiciones socioeconómicas que se imponían a las masas de población (Herskovitz 1964: XXIII).

La presencia del africano en América obedeció, en cada momento, a las particulares exigencias de mano de obra, y esto se hacía dentro de las consideraciones que conllevaban las naciones económicas de la época, que incluso experimentó con otras migraciones como consecuencia de los estudios realizados sobre la rentabilidad del trabajador, y hasta la abolición de la esclavitud no,fue más que una consecuencia, estudiada y discutida, del desarrollo de la economía capitalista. Todo esto metido en el corto espacio de tiempo que aun no llega a quinientos años.

Debemos recordar también que la población africana se vio muy pronto sometida a una peculiar diferenciación social.

Inicialmente las ciudades que surgían en la América conteron con libertes ladinos procedentes de España, de africanos que venían como ayudantes, mozos de cuadra, sirvientes, bufones de señores de importancia oficial. Además hay que considerar los tempranos casos de esclavos manumitidos, los que rápidamente cimarroneaban y se huían con los indoamericanos, los que tuvieron propiedades y hasta otros negros como esclavos, y los que desempeñaban ciertos oficios. Después hay que tomar en consideración las situaciones sociales que llevaban a las formas complejas del mestizaje biólogico, que muy pronto hizo que se tomara en cuenta una gama que recibió los más pintorescos nombres e implicaba, a su vez, nuevas situaciones y consideraciones sociales. Tendremos así un abigarrado conjunto social que no permite situar el africano en capas sociales claramente definidas en tanto una estratificación horizontal de rangos. Por el contrario el africano y sus descendientes quedaron situados en un medio socioeconómico que volteaba a todos, blancos, negros, amerindios, que los sometía a los choques más contradictorios en tanto les naciones americanas iban ajustándose a la estructura que determinaba el capitalismo en su desarrollo, del cual la América ha sido uno de sus reservarios.

Así, el conjunto de concepciones que el africano aportó a la América hay que considerarlo dentro de la estructura económicosocial que lo vincula históricamente al proceso de poblamiento de este Continente. Hay que tener en cuenta las formas concretas que ha adoptado el hecho cultural, es decir, su forma, cómo ha surgido, qué papel ha desempeñado, qué etapas ha recorrido en su desarrollo, en que se ha transformado como resultado de los procesos de reinterpretación que ya hemos mencionado (Lenin 24, 1960: 395 y ss.).


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Tomado de: ARGELIERS LEÓN, "Consideraciones en torno a la presencia de rasgos africanos en la cultura popular americana", en LÁZARA MENÉNDEZ, Estudios Afro-Cubanos. Selección de Lecturas, Tomo 1, La Habana, Universidad de La Habana, 1990, La Habana, pp. 202-236


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