En tierras de Montecristi, poco antes de partir hacia Cuba para lograr "a sangre y a carifio" lo mismo que hace "por el fondo de la mar la cordillera de fuego andino": unir estas dolorosas islas, José Martí se dirigía[1] al patricio dominicano Federico Henríquez y Carvajal. Nuestro Héroe Nacional creía obedecer así los dictados de la "ley americana" — para él, "el único corazón de nuestras repúblicas" —, la misma que le había indicado que "ya era hora" de lanzarse a la guerra a fin de alcanzar "las Antillas libres" que, salvarían, la independencia de América.
En esa carta memorable, considerada como su testamento político, Martí no buscaba en el "hermano" — "no tengo más hermanos que los que me la aman [a Cuba]" — apoyo moral o simple adhesión a la que Máximo Gómez llamó "la gran causa antillana"; si bien estaba en primer término la necesidad de que se ganara conciencia de que la revolución que se desataría se haría "también por la independencia" de la República Dominicana, se quería subrayar los términos de una entidad mayor, entonces denominada las Antillas y hoy, Caribe, por cuya liberación en realidad se había trabajado desde mucho antes de 1895. Ley americana, causa antillana: dos conceptos a los que había arribado el pensamiento más avanzado de aquella etapa histórica.
Sobre el suelo histórico de la identidad caribeña, evidenciada por ellos desde entonces, puede pues fundarse en el presente siglo, con mayor justicia u objetividad, la existencia de una sola patria, a la que pertenecemos todos los que habitamos al Sur del Bravo, no por simple delimitación geográfica, sino por factores históricos y culturales concretos; eso explica, en parte, el hecho de que en uno o en otro país nos sintamos indistintamente dominicanos o cubanos, y que las diferencias, no esenciales de hecho, se subordinen a lo que poderosamente nos une, identifica y hace solidarios.
Eso le posibilita a Francisco — hermano de Federico — integrarse rápidamente a la vida santiaguera cuando emigra a nuestro país procedente de su patria, al perder su posición política prominente por la caída del gobierno de Juan Isidro Jiménez.
No sólo la necesidad, sino fundamentalmente los rasgos comunes permiten a muchos de estos emigrantes instalarse en Cuba y sentirse "como en su casa"; por ello, el tercer hijo de Francisco, Max, quien se le une aquí en 1904, desde entonces se irá vinculando tan raigal e íntegramente a la vida cultural cubana que puede afirmarse que no habrá fenómeno literario o hecho cultural significativo, del período de la neocolonia en que él permanece en nuestra Isla, en el cual de una u otra manera él no tome parte.
Su intensa labor en Cuba no se refiere sólo a su participación en la esfera cultural, sino en general a toda la vida social; ello le permite adentrarse en los bastidores de la república neocolonial, aherrojada al grillete de la Enmienda Platt y a las continuas amenazas de intervención yanqui.
Es evidente que esta situación y la que se creará cuando los marines yanquis desembarquen en Santo Domingo en 1916, conducirán a Max Henríquez Ureña a tomar pruebas fehacientes de la situación política deplorable que viven Cuba, su patria y el resto de los países de la subregión.
Cinco años de peregrinante campaña en favor de la desocupación de su patria, le harán sufrir una parálisis investigativa y consumirán sus "mejores energías";[2] no obstante, escribirá varios artículos, folletos y libros. Entre estos últimos cabe mencionar Los Estados Unidos y la República Dominicana (1919) y Los yanquis en Santo Domingo; la verdad de los hechos comprobada por datos y documentos oficiales (Madrid, 1929), donde fija con espíritu crítico su posición ante la ocupación.
Pese a todas sus vinculaciones con la práctica política Max no ha cristalizado como político, es un intelectual y prefiere entregarse a tareas relacionadas con la organización de la cultura.
En "América, la tierra de los rebeldes y de los creadores", según frase martiana, él será más erudito que insurrecto; en una sociedad vacía, insustancial y en proceso de desnacionalización como la cubana de entonces, la profesión de erudito a que él se entrega no es excepcional; es un mecanismo de escape.
La conexión de Max con nuestra literatura se objetiva mediante su labor como fundador de importantes instituciones culturales — la Sociedad de Conferencias, la Academia Nacional de Artes y Letras y el Ateneo de Santiago de Cuba, entre otras — y se refuerza a partir de sus íntimos vínculos con figuras literarias prominentes; por ejemplo, su amistad con Jesús Castellanos — a cuya muerte, ocurrida en 1912, escribe un estudio sobre la vida y obra de este autor que presidirá la publicación de sus obras inéditas —, y en especial la que establece con el sabio José María Chacón y Calvo, que se extenderá por varias décadas.
En fecha tan temprana como 1919, Max diserta sobre el tema "Heredia y la poesía parnasiana", con el cual contacta tangencialmente con nuestra literatura a través del autor de Los Trofeos; pero aún aquí se mantendrá en los dominios de la exégesis tradicional, constriñendo su análisis el plano formal.
Entre los años de 1914 a 1919 hay pruebas de su cristalización como crítico literario; es este el período en que estudia la obra de José Diego y que se da conocer en sus esclarecedores ensayos Rodó y Rubén Darío (1818) y El ocaso del dogmatismo (1919). En estos años, funda en Santiago de Cuba la Academia "Domingo Delmonte" de estudios superiores de derecho, en la cual ya desde el nombre del ilustre intelectual cubano se pone en evidencia su orientación ideológica hacia posiciones conservadoras o reformistas. Decididamente Max se entrega de cuerpo y alma a los estudios literarios centrando cada vez más su atención en materias cubanas, incluso reforzando este interés con la publicación en 1916 del juguete cómico La combinación diplomática, y en 1947 de Cuentos insulares, ambas obras con ambientes cubanos.
Dejando a un lado el interés puramente intelectual por nuestra cultura, Max se inserta en los tejidos de nuestra vida social como un cubano más, posición que le impulsará con mayor fuerza a adentrarse paulatinamente en zonas de la cultura cubana con mejores condiciones para su análisis y evaluación.
Leyendo la correspondencia que durante más de cincuenta años sostuvieran Max y Chacón y Calvo, podemos seguir de cerca el interes creciente del primero por nuestras letras y, en general, por nuestra cultura.
En la carta del 19 de mayo de 1917, le expresa al famoso herediano, en ocasión del homenaje al cantor del Niágara que se realizó en los salones del Ateneo de La Habana ese mismo año, su sentimiento por Hernández Catá "a quien tanto quiero y admiro"[3] y le pide a Chacón el folleto que recoge su conferencia sobre Heredia.
En 1917 fue uno de los fundadores en Santiago de Cuba del periódico Diarío de Cuba, en el cual inserta la hola "Domingos Literarios". Para ella, en 1918 pedirá a Chacón y Calvo colaboración, en específico para poder publicar los poemas de los mejores poetas cubanos con sus respectivas notas biográficas. Ese mismo año le informa acerca de la petición que le hiciera el crítico francés, especializado en literaturas hispánicas, Raymond Foulché-Delbosc (1864-1929) lo siguiente:
Estoy preparando el trabajo que me pidió Foulché-Delbosc sobre "la literatura cubana". Mucho le agradeceré las indicaciones que tenga a bien hacerme, sobre todo respecto de orígenes y de literatura colonial. Si usted me consiguiera un nuevo pasaje del "Poema" de Balboa, sería muy interesante y se lo agradecería mucho; no quisiera limitarme a lo citado por [José Antonio] Echeverría. También me interesaría copia de los sonetos hasta ahora no publicados que preceden al "Poema" y un motete que se conserva en la Hístoría de [Pedro Agustín] Morell. Desde luego, yo citaría la fuente y consignaría que a usted debo esos datos.
Me parece que para Foulché sería interesante publicar por primera vez el "Poema", si usted quisiera prepararlo con introducción y notas críticas, según me dijo.
Si usted quiere enviarle mi trabajo, le puede indicar esto a Foulché, que estoy casi seguro que lo acogerá con sumo agrado [...][4]
En esta misma carta, le solicita también la conferencia de Alfonso Reyes "Rodó (una página a mis amigos cubanos)", que se leerá en el acto con motivo del primer aniversario de la muerte del escritor uruguayo, ocasión en que Max pronunciará una conferencia integrante de su estudio Rodó y Rubén Darío, donde combina, con criterios independientes, la crítica con el enfoque histórico.
Luego del lustro antes aludido, en 1921 le escribe desde París informándole que ha hecho viaje con Carlos Loveira y Emilio Roig de Leuchsenring y, tras mencionar los versos que escribió en Suramérica, da cuenta de su traducción de Los Trofeos, de José María de Heredia, que se publicará con un discurso preliminar, notas y apéndice suyos en 1938. Aquí retoma Max una de las líneas investigativas más interesantes: la del esclarecimiento del impacto de la cultura francesa entre las naciones de América española, de la cual quedarán sus artículos "Las influencias francesas en la literatura hispanoamericana" y "Poetas cubanos de expresión francesa", publicados en 1940 y 1941, respectivamente.
En esa carta pone en evidencia, además, las cualidades personales suyas señaladas cuando dice que
[...] llevo por la mitad el breve, pero por lo visto interminable trabajo de "Literatura cubana", que me pidió Foulché-Delbosc para la [Revue] Hispanique, y para el cual me facilitó usted fragmentos inéditos del "Poema" de Balboa pronto hará cuatro años. Lo que tengo hecho, que es la parte más difícil (siglo XVI a XVIII) me parece que vale por el aporte de investigaciones nuevas y depuración de datos erróneos. No sé si Pedro, a quien encargué me comprobara dos datos (uno de los cuales, aunque aclarado, hubiera deseado tener más completo porque se trataba de que me copiaran una carta en la colección de Muñoz y, según informes, no aparecía el tomo que yo mencionaba, aunque me consta que está ahí), le enseñaría los primeros borradores de las cinco hojas iniciales del trabajo que le envié cuando estuve en Madrid la última vez.[5]
Aquí se queja Max de haber cometido el error de llevar consigo escasos libros y se topa con que en las bibliotecas parisinas hay muy poco o casi nada de España y, de Hispanoamérica, hay "algo menos que nada". Para llenar este vacío, ha tenido que acudir a bibliotecas privadas de algunos amigos suyos; pero, sobre todo, debe observarse cómo hace hincapié en la necesidad de que cualquier trabajo con pretensiones históricas debe ser respaldado por las pesquisas documentales: esta será una de las constantes en sus trabajos como historiador de la literatura, y una de sus más precíadas virtudes.
Sin dudas, en el artículo sobre literatura cubana convenido con el crítico francés Foulché-Delbosc está el germen de sus trabajos posteriores sobre la vida literaría cubana; con él no sólo se pone en tensión su voluntad investigativa, sino se abona un campo que dará frutos encomiables con el decursar de los años. De ahora en adelante, su esfuerzo se dirigirá a acopiar información suficiente para revertirla en un trabajo de envergadura mayor: así, acusa recibo, en carta del 16 de septiembre de 1921, del estudio de Chacón y Calvo titulado El primer poema escrito en Cuba, publicado en 1921.
Debemos apuntar que precisamente ese año Max publica en París Páginas escogidas de José Marti, seleccionadas por él y precedidas de una introducción suya.
Se ha detenido así, en la figura mayor de nuestras letras y en una de las personalidades fundacionales de nuestra cultura nacional. Y de este modo está tocando fondo, al tomar conciencia de los pilares esenciales sobre los que se erigió el pueblo cubano.
En otra misiva fechada en París el 12 de mayo de 1922, vuelve sobre el tema que nos ocupa cuando le manifiesta a Chacón lo siguiente:
Siento mucho no haberlo visto y no haber cambiado impresiones sobre muchas cosas. Quería darle a conocer los capítulos de mi trabajo sobre literatura cubana para la [Revue] Hispanique. Su opinión me interesa. No he recibido sus libros, que me anuncia. Al pasar por Madrid, sólo hojée sus Cien mejores poesías [...][6]
Estando ya nuevamente en Santiago de Cuba, el 31 de diciembre de 1922 se realiza un acto en honor de José María Heredia; en él interviene, como era de esperar, Max. El Diario de Cuba registra el evento en su edición del 2 de enero siguiente en estos términos:
El Dr. Max Henríquez Ureña, al hacer uso de la palabra deleitó a la concurrencia con la lectura de un brillante capítulo de su notable obra "Literatura Cubana". El capítulo de referencia es el que trata de la vida de Heredia.[7]
De ahí en adelante, no se ha podido documentar el quehacer investigativo de Max en la dirección que nos ocupa; pero intuimos que todo este trabajo preliminar cristalizará en la publicación de sus Tablas cronológicas de la literatura cubana (Santiago de Cuba, 1929), de gran utilidad académica y en las que trata de poner orden en el tiempo a nuestra historia literaria desde sus orígenes hasta 1910.
La derrota sufrida cuando se presenta en 1923 a oposiciones para la cátedra de Literatura Castellana de la Universidad de La Habana, le revela los mecanismos turbios que operan en tales casos; se dirige a amigos suyos, como Juan Gualberto Gómez y Cosme de la Torriente, para que influyan — pero "sin mucha fe" — en que se hagan las cosas de manera justa y recta; y la protesta de los estudiantes le hace exclamar: "es un consuelo ver que el alma juvenil deja oir su voz contra las cosas inmundas que nos rodean".[8]
Este año, por solicitud de Chacón y Calvo, quien había cofundado la Sociedad de Folklore Cubano, organiza en Santiago de Cuba un grupo folklórico; vale su registro en el presente trabajo porque estos nuevos intereses respecto a la cultura popular tradicional se reflejarán, dos décadas después, en la selección de algunos materiales y asuntos que recogerá en sus estudios históricos acerca de la literatura cubana.
El 4 de octubre de 1923 vuelve a dar señales a su corresponsal de sus trabajos que tienen por objeto compendiar la literatura cubana, en los siguientes términos:
Y dentro de uno o dos meses salen a la luz mis dos volúmenes de Discursos y Conferencias [publicados, en efecto, en La Habana en 1923]. Es mi primer manifiesto después de la derrota. Es el resumen de mis actividades de hombre que quiere ser útil. Yo no sé si hay obra de escritor, pero creo que en esos volúmenes hay un alma. Después vendrá por fin! Los trofeos y otras cosas. Prosigo arreglando mi "Literatura cubana". Foulché no quiere que la publique sino en su revista, y creo que no podré desairar a tan querido amigo, aunque así saldrá más tarde.[9]
En esos momentos, Max se encuentra inmerso en uno de los períodos más convulsos de la historia contemporánea de Cuba, el de la década del 20; la radicalización del movimiento estudiantil universitario y todo lo que trae consigo, lo llevan a tomar posiciones políticas de izquierda.
Es así como participa activamente en el Movimiento de Veteranos y Patriotas y cuando el Grupo Minorista lanza en 1927 el manifiesto que fija su posición ideológica, se adhiere a su declaración de principios en carta publicada en la revista Social de La Habana.
A comienzos de la década siguiente, como reacción frente a la revolución antimachadista, el gobierno clausura la Escuela Normal de Oriente donde laboraba Max. Es la década en que se produce la muerte de su padre y el regreso de Max a Santo Domingo para incorporarse a la vida oficial.
Se abre entonces un capítulo de su vida que, decididamente, contradice ciertas actitudes políticas asumidas anteriormente por él, evidenciándose que habían sido adoptadas posiblemente bajo el influjo del movimiento revolucionario gestado en la Universidad de La Habana y extendido a todas las esferas de la vida del país.
Desde Argentina, donde se desempeñaba como ministro plenipotentiario de su país, le escribe a Chacón en 1934 informándole que le tenía listo su trabajo "La poesía cubana de expresión francesa" y que no había publicado nada nuevo después del libro El retorno de los galeones.
En este volumen, cuya primera edición apareció en Madrid en 1930, se recogen sus trabajos ensayísticos "Sobre el intercambio de influencias literarias entre España y América durante los últimos cincuenta años" y acerca del "Desarrollo histórico de la cultura en América española durante la época colonial".
En sus "Advertencias preliminares" Max declara que la obra tiene por objeto orientar los estudios de erudición hacia el campo de la historia de la cultura española en la época colonial: el método por él empleado ha consistido, según expresa, en "seguir el proceso histórico de la evolución intelectual en los distintos centros de cultura de América en este período", y afirma, además, que este estudio es una "acumulación ordenada de materiales que pueden servir de guía a futuros investigadores".[10]
Aquí, nuevamente, pero ahora con un nivel de elaboración que anuncia ya sus obras terminales en el campo de la historia de la literatura, se combina la investigación historiográfica — en la que se han consultado las fuentes, principalmente, del archivo de Sevilla — con la bibliografía, referente a lo cual consigna que "reunir todos estos elementos dispersos es el fruto que podrá dejar, sin duda, este trabajo, como contribución a futuros estudios de mayor aliento y extensión".[11]
Una de las mayores limitantes de un abordaje de la historia de la cultura como ese, consiste en el constreñirlo al plano intelectual; hay aseveraciones en él que nos conducen a cuestionar el sentido de la historicidad empleado.
Por ejemplo, en el capítulo dedicado a Cuba afirma que "el sacudimiento provocado por la guerra de la independencia española contra la invasión napoleónica [...] provocó en la América española la independencia continental.[12] Sin menospreciar la importancia de este hecho para nuestra América, evidentemente estamos ante una afirmación absolutizadora, en tanto conocemos el complejo de causas sociales y económicas que originaron ese proceso.
Del mismo modo, en otro lugar de ese trabajo afirma refiriéndose a Cuba:
Pero no es el movimiento literario y científico la faz más significatíva de la actividad mental en este momento: en el orden de las ideas políticas se opera una evolución que a la larga habla de producir como resultado la independencia.[13]
Justipreciasmos el papel de las ideas en los cambios históricos, por lo que, si bien le concedemos su justo peso a la radicalización del pensamiento político de los patriotas cubanos en la segunda mitad del XIX, nunca le otorgaríamos el papel de causa desencadenante de la Guerra de los Diez Años.
El tema de nuestra literatura reaparece en carta dirigida por Max a Chacón y Calvo de 12 de marzo de 1935, donde manifiesta;
Veo que ya se ha publicado el Homenaje a Varona. Las absorbentes atenciones de los cargos oficiales que anteriormente he desempeñado me impidieron enviarle oportunamente una contribución escrita. Ahora, con más sosiego, aunque con bastante trabajo a mi cargo, me dispongo a enviarle [...] lo que había preparado para el caso: mi estudio sobre "La poesía cubana de expresión francesa". A propósito: ¿Podríamos hallar un título mejor? En rigor, no se trata de poesía cubana, sino de poesía hecha por cubanos: Armas, Price, Heredia y algún otro, como Godoy. Mi definición, en el curso del trabajo, es que se trata de "Literatura de emigrantes". Si usted le cree útil, puedo mantenerlo para la Revista Cubana. Si tiene usted noticia de algún otro cubano que haya escrito en francés, le agradeceré me lo comunique. Me parece que cuando di en La Habana una conferencia sobre este mismo tema, Fernández de Castro me dijo que conocía algún otro.[14]
Su extensa labor como historiador de la literatura se amplió con la publicación del Panorama histórico de la literatura dominícana (Río de Janeiro, 1945) y de su enjundioso Breve historia del modernismo (México, 1954).
En agosto de 1955 lo encontramos en la Universidad de California, donde ha concluido un curso sobre la novela modernista; desde allí le dirige una carta a Chacón y Calvo en la que le afirma que "en este clima delicioso (aquí parece que no habrá verano), sigo trabajando, con el auxilio de la magnífica biblioteca de esta Universidad, en mi literatura cubana, que quiero publicar a fin de este año".[15]
Cincuenta años después de haber contactado personalmente con la realidad cubana, ve acercarse el momento en que se materializará en una obra acabada su vivo interés por nuestra vida literaria; en esa misma misiva dice estarle escribiendo a José Manuel Pérez Cabrera — erudito cubano especializado en estudios históricos — para anticiparle algo sobre la lección inaugural del curso que impartiría en la Un¡versidad Católica de Santo Tomás de Villanueva, cuyo claustro integró como profesor de Literatura Hispanoamericaría.
En octubre de este mismo año informa a su amigo de los pormenores de su lección inaugural en ese centro y a continuación le manifiesta:
Después de mi regreso tengo un tanto abandonada mi literatura cubana, pero el tiempo se me ha ido en organizar mis cursos y preparar para el mes que viene una serie de conferencias que me compremetí a dictar en el Lyceum sobre la literatura inglesa de hoy. Espero de todos modos que pronto me pondré a la labor otra vez.[16]
Y el año siguiente, diserta en el Ateneo de La Habana acerca del escritor cubano José Antonio Ramos, ante una concurrida audiencia.
Max vuelve a integrarse a la vida cultural cubana, con énfasis especial esta vez en lo que a actividades musicales se refiere; el 2 de julio de 1956, le informa a Chacón y Calvo del reciente deceso de Mariano Brull y le sugiere "que cuando se abra el próximo curso del Ateneo debería dedicarle una sesión pública" y, finalmente, le habla de "la serie de conferencias [que] sobre El amor en la vida y en la obra de las poetisas cubanas" está impartiendo.[17]
En 1960 se traslada para la Universidad de Río Piedras, en Puerto Rico, donde ocupa una plaza de profesor, vacante por la muerte de Juan Ramón Jiménez; a ese país le escribe en 1962 el autor de Estudios heredianos, informándole de la sesión dedicada al cincuentenario de la muerte de Jesús Castellanos: "no he de decirle cuánto se le recordó a usted en esta evocación del notable novelista y ensayista cubano".[18]
Para Max, 1962 es muy significativo; ese año se publica en Nueva York la obra que resume varias décadas de constante dedicacíón al estudio de nuestras letras: su Panorama histórico de la literatura cubana. Al llegar a sus manos este importante título, Chacón y Calvo lo recibe con este comentario, escrito en carta dirigida al dominicano:
Su libro es un nuevo gran servicio que presta usted a las letras cubanas. Información muy exacta y precisa, revelaciones de orden erudito, como el de las silvas de Rubalcava, crítica ponderada y certera. Yo he notado en el curso de mi lectura, algunas pequeñas observaciones. No llegaré hoy sino al capítulo XII, dedicado a la gran personalidad de José Antonio Saco [...][19]
Más adelante, continuaría emitiendo sus apreciaciones:
En ese capítulo de la oratoria del siglo XVIII la tradición oral hace el gasto: muy pocos ejemplos tenemos de cómo fue en realidad esa oratoria. Creo que debió señalarse con más precisión esta verdadera laguna, que un alumno nuestro en Villanueva, Fernando María Alvarez [...] trató de cubrir con tenaces indagaciones en nuestros archivos monacales [...][20]
Hasta llegar a hacerle el siguiente comentario crítico:
En la parte de la iniciación de los estudios históricos, en las referencias a la historia de Urrutia, no se señala que la Academia de la Historia de Cuba, en 1931, publicó capítulos del tomo II, que no es imaginario, del libro de ese autor.[21]
El ilustre estudioso de Heredia tiene aquí palabras encomiásticas para la parte del libro consagrada al autor de "Niágara":
El capítulo de Heredia es admirable. Como viejo herediófilo, le felicito con entusiasmo. Su síntesis crítica es magnífica. Lo mismo digo del capítulo dedicado a la Academia Cubana de Literatura y a su frustración: muy expresiva la verdadera semblanza de don Bernardo O'Gavan.[22]
Un año después, el propio Chacón y Calvo califica el Panorama de "magistral"; en realidad, lo es, pese a los reparos que hemos expuesto aquí con respecto a los trabajos de índole histórico que lo prepararon y que constituyen sus pilares.
Esa obra logra este difícil punto de equilibrio entre lo informativo — hay un gran volumen de datos fidedignos — y la síntesis crítica; podemos así utilizar bastante confiadamente el caudal informativo que nos aporta pero no ocurre lo mismo con algunas valoraciones de figuras sobre las cuales Max emitió juicios fallidos.
Una valoración global de ese trabajo nos indica que Max Henríquez vio la literatura cubana con la óptica que le imponía la concepción general del mundo del sector culto y morigerado de la clase burguesa del siglo XX a la que pertenecía; sin abstraernos de los aciertos que alcanzó, tenemos el deber de señalar las limitaciones que de este enfoque clasista se derivaron: la suya era, en puridad, una visión ideológica y política, no científica, de la sociedad y de la cultura.
Al argumentar el autor — en 1962, en la portada general de su obra más ambiciosa sobre nuestra vida literaria — por qué prefería titularlo "Panorama histórico" y no historia de la literatura cubana, pone en evidencia la estrecha relación que existe entre ésta y la historia política, al expresarse sobre este fenómeno del modo siguiente:
No quiere esto decir que la historia literaria esté subordinada a la historia política: antes al contrario, el acontecer histórico depende, en buena parte, de la evolución de las ideas políticas, que tienen eficaz vehículo en la obra de los pensadores y de los poetas; pero, en rigor, se trata de dos procesos paralelos que convergen hacia el infinito, esto es, hacia el porvenir.[23]
Este error de enfoque no desdora los méritos suyos como historiador de la literatura; remontándonos a sus Tablas cronológícas de la literatura cubana, reconocemos lo inusual en nuestra historiografía contemporánea de incluir en trabajos de índole literario lo relativo a la enseñanza pública, la imprenta y el periodismo, dándoles un tratamiento en extenso.
El propio Max expresa en el prólogo a dichas Tablas por qué vincula estos factores que influyen en la vida intelectual con la historia:
Igual sucede con la mención de hechos históricos que de algún modo han podido influir en la vida intelectual. Se diría que la cronología literaria no debe ajustarse de manera demasiado minuciosa a la evolución político-social; pero como se trata del proceso de formación de un pueblo, he creído útil y aún diré que necesario establecer esa relación constante entre las actividades literarias y las restantes manifestaciones de la vida cubana.[24]
Al hacer depender la historia de la ideología, cae en la misma mixtificación de Guizot en su historia de la civilización occidental criticada por Carlos Marx en su época.
En cierto sentido, aun cuando acierte al vincular el quehacer literario con la evolución del pensamiento político, yerra al creer y afirmar que la praxis histórica depende de éste. Ni siquiera encontramos el enfoque positivista presente a principios del siglo XX en figuras prominentes de nuestra historiografía, tales como Ramiro Guerra quien relaciona la historia política con determinados hechos económicos con la pretensión de proporcionar al menos una visión mecanicista capaz de atenuar las insuficiencias de la vulnerable visión ideológica y política propia de la clase dominante.
Por lo demás, evitando que el presente análisis se convierta en un proceso de inculpación, debemos decir que es precisamente esta visión falsa de la historia y de la nación cubana la que hemos heredado y a la cual debemos enjuiciar para revalorizar el quehacer de la historiografía literaria cubana y, en particular, el lugar que en ella ocupa Max Henríquez Ureña, quien se aproxima a veces a una visión de la realidad que toma en cuenta las contradicciones.
Así, al valorar a Miguel Velázquez como el primer rebelde de los españoles nacidos en América, habla del "antagonismo secular" que se abre entre éstos y los españoles que han venido a esta "triste tierra, como tierra tiranizada y de señorío" impulsados por el afán de enriquecerse rápidamente. Y llega, incluso, a precisar las posiciones encontradas.
Es así como surgen, lentamente, las dos tendencias principales y paralelas que siguieron las ideas políticas en Cuba y que, pasando por diversas transformaciones, se intensifican y definen durante el siglo XIX: la que viene de afuera sustenta la adhesión incondicional al régimen establecido para la colonia; y la que surge de adentro, cual si brotara de la propia tierra, y aspira a encauzar y reformar ese régimen para que satisfaga las verdaderas necesidades de la isla, hasta que, al fin, no pudiendo encauzarlo ni modificarlo, culmina en una nueva aspiración: la de separar los destinos de la colonia de los de la Metrépoli.[25]
Si bien él toma en cuenta — como se aprecia en el texto citado — las tendencias políticas contendientes, no alcanza a ver las fuerzas motrices que hay detrás de ellas, y que se irán delineando y enfrentando cada vez más, en la medida en que sus intereses se opongan más violentamente hasta hacerse inconciliables.
No se trata del mero enfrentamiento entre los europeos que no echan raíces aquí y los nacidos en el Nuevo Mundo que sí lo hacen; sino de los intereses económicos de unos y otros que los enfrentan hasta irlos situando en bandos opuestos.
El ilustre dominicano no alcanza a ver detrás de los acontecimientos las raíces económicas, ni tampoco a entender su sentido dialéctico: sus limitaciones clasistas no le permiten trascender el marco estrictamente ideológico y político de su enfoque.
Esta limitación metodológica se traducirá no sólo en la esfera del material elegido — las figuras, los hechos y los fenómenos —, sino también en la de los mismos fines propuestos, que explicitaba en el prólogo al segundo tomo:
Los lectores de historia literaria aspiran, sin embargo, a encontrar en obras de esta índole una revisión lo más completa posible, incluyendo la producción de nuestros días, del proceso y evolución de las letras en un país determinado. Este Panorama pretende satisfacer, en lo esencial, ese aspiración aunque la parte relativa a los autores contemporáneos sea más informativa que crítica, ya que toda crítica tiene, en ese caso, un valor provisional [...][26]
Justamente en medio de estos dos extremos se sitúa la obra con que culminan sus estudios sobre la historia de nuestras letras: entre un panorama que registra las figuras y fenómenos literarios más significativos — con el deliberado objeto de ubicarlos en el eje diacrónico — y una crítica de esos componentes; se mueve, pues, buscando alcanzar un difícíl equilibrio entre la historia y la crítica.
Es cierto que realiza un loable esfuerzo por establecer conexiones entre "la vida literaria" y la "Historia política", pero los elementos relacionantes que elige son de índole puramente intelectual. Ya hemos analizado qué entiende él por acontecer histórico y por historia política; ahora bien, en cuanto a la literatura, no se constriñe a registrar las "bellas letras", sino que incluye el género epistolar, el periodismo, la oratoria, el teatro y aun los trabajos científicos e históricos.
Pese a esta amplitud en los "géneros" que abarca, por lo general se detiene sólo en las figuras intelectuales, no en propiedad en aquellas personalidades que en razón de ser portadoras de soluciones concretas a las necesidades históricas de una época se convierten en signos culturales por ser función y resumen particularizado de problemas generales de una sociedad determinada. Esto le impide buscar en la tupida urdimbre de los movimientos, escuelas y tendencias, las relaciones e intereses morales e intelectuales que predominaban entre nuestros literatos, es decir, la dirección cultural prevaleciente entre ellos; y, como es lógico, esto lastra la posibilidad de darnos los elementos de continuidad o ruptura existentes entre una o más generaciones de escritores.
Si existe esa falla en el eje diacrónico, ¿qué ocurre con la necesaria labor crítico-estético o de revisión de valores que debe efectuarse en un libro, como el de Max, con tales pretensiones histórico-críticas? Es este lado de la obra el que más se resiente, porque no se alcanzan en él los fines propuestos.
Serían muchas las razones que pudiesen alegarse para explicar esta insuficiencia: no basta, al llevar una figura a la balanza, con poner en sus platillos lo que de positivo o negativo tiene su obra para la literatura; es necesario una labor previa de reconstrucción del contexto histórico en que ella surge y se desarrolla, dibujando en él los rasgos particulares que le dan fisonomía propia; hay que hacer previamente un análisis sociológico — de correlación de clases y de luchas de clases, de determinación de intereses de grupos sociales o de generaciones —, que la escuela historiográfica tradicional, a la que perteneció Max, eludía.
Notas
*Trabajo leído en el Simposium por el Centenario de Pedro Henríquez Ureña, realizado por la Casa del Caribe en junio de 1984, y premiado en el Evento Científico XV Aniversario de la Revista Santiago, celebrado el 21 y 22 de noviembre de 1985.
- Carta a Federico Henríquez y Carvajal. En: Martí, José. Antología minima. [La Habana] Editorial de Ciencias Sociales [1972]. p. 237.
- Gutiérrez-Vega, Zenaida. "Max Henríquez Ureña: cartas de un maestro (a José María Chacón y Calvo) (1915-1935, 1956-1965)". Cuadernos Hispanoamericanos. (Madrid) (380): 316; febrero 1982. Todas las citas que hemos utilizado de la correspondencia sostenida por Max Henríquez y Chacón y Calvo provienen de este trabajo.
- Ibidem. p. 306.
- Ibidem. p. 311-312.
- Ibidem. p. 316.
- Ibidem. p. 319.
- "Cómo recibió Santiago a 1923". Diario de Cuba. (Santiago de Cuba) 2 enero 1923: 1.
- Loc. cit. (2) p. 323.
- Ibidem. p. 324.
- Henríquez Ureña, Max. El retorno de los galeones (Bocetos hispánicos) . Madrid, Renacimiento [1930]. p. [81].
- Ibidem. p. 82.
- Ibidem. p. 106.
- Ibidem. p. 110.
- Loc. cit. (2) p. 326-327.
- Ibidem. p. 329.
- Ibidem. p. 331.
- Ibidem. p. 338.
- Ibidem. p. 340.
- Ibidem, p. 341.
- Ibidem.
- Ibidem, p. 342.
- Ibidem.
- Henríquez Ureña, M. Panorama histórico de la literatura cubana. La Habana, Edición Revolucionaria, 1967. p. [9]. El subrayado es nuestro.
- Henríquez Ureña, M. Tablas cronológica de la literatura cubana. Santiago de Cuba, Archipiélagos, 1929. p. 5.
- Loc. cit. (23) t. I, p. 25.
- Ibidem, t. II, p. 8.
Tomado de: JOSÉ MILLET, "Max Henriquez Ureña como historiador de la literatura cubana", en Santiago. Revista de la Universidad de Oriente, Santiago de Cuba, no. 61, marzo de 1986, pp. 211-228
José Millet, Ph.D. (Cuba, 1949). Scholar cubano radicado en Santiago de Cuba, capital del Oriente de su país natal.
Profesor universitario, antropológo cultural que investiga la temática de la cultura tradicional popular, con énfasis en fiestas y especializado en el campo de la religiosidad popular. Es investigador de la Casa del Caribe, donde preside el Equipo de Estudios de las religiones afrocaribeñas. Tiene 12 libros publicados y cientos de estudios, ensayos y artículos publicados en Cuba y en otros países, así como filmes documentales y de ficción y fonogramas hechos baso su asesoría. Es miembro de la Asociación de Escritores de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y de la Asociación de Estudios del Caribe.
Servicios académicos que ofrece:
1. Profesor de historia y cultura cubana en su contexto caribeño.
2. Asistencia en la conducción de estudios, investigaciones de campo y de tesis de pre y post-grado.
3. Experto en el guiaje especializado en la temática de la cultura tradicional popular cubana en recorridos en su país natal y en otros de la región del Caribe.
Dirección personal:
Calle 25 entre 4 y 6, Edificio 14 Apto 7
Reparto Pastorita, Santiago de Cuba, ZP 4
República de Cuba
Teléfono (53) (226) 64 4759
E-mail: millet.j@cultstgo.cult.cu
E-mail: milletjb@yahoo.com
Véase: CURRICULUM VITAE de José Millet