Cuba

Una identità in movimento

Mi iniciación como Tata Nkise en la Regla Conga cubana

José Millet



El amor por el conocimiento me enrutaron a fines de la década de los ochenta hacia Venezuela, rico país que comparte la excepcional condición de ser andino, latinoamericano y, en buena medida, también caribeño. Gran nación, de gente noble y con una variedad étnica notable, incluida la población de descendientes de África a quienes los colonialistas europeos también le cercenaron parte de la espiritualidad, concretamente su cosmovisión religiosa, el pensamiento y el accionar religioso extraídos del continente para ser sometidos aquí a la condición de siervos. Gracias a Nzambi, su música permaneció y ella les ha permitido el vínculo esencial con sus ancestros, pero de religión africana poco quedó, como sucede en muchos países del Caribe que están todavía bajo la tutela de los viejos y nuevos Imperios o que de cierta manera sufren los embates de esa castración a la que no ha podido rebelarse ni siquiera el pueblo afronorteamericano.

La primera sorpresa recibida fue encontrarme en Caracas con una explosión de la Regla de Ocha o la pública pero impropiamente denominada santería cubana, llevada por los inmigrantes cubanos desde comienzos de los sesenta cuando se produjo la gran estampida de cubanos que no comulgaban con la Revolución liderada por Fidel Castro o simplemente se dejaron arrastrar por la huida de los remanentes de la clase burguesa y los terratenientes que tomaron el camino del éxodo ante aquella situación de cambios profundos en toda la vida de la otrora neocolonia yanqui. Allí se instalaron viejos y sabios santeros y orihatés, e incluso investigadores de la estatura de Teodoro Díaz Fabelo, uno de los estudiosos más brillantes que ha dado mi patria en materia de este tipo de estudios afroamericanos y a quien la Casa del Caribe institución científica donde laboro, con el apoyo de la UNESCO, le publicó póstumamente su Diccionario de la lengua residual conga en Cuba, obra de extraordinario valor.

Casi ninguno de los santeros y babalawos venezolanos a quienes preguntaba por la existencia del Palo o de la Regla Conga respondía afirmativamente, porque sencillamente era desconocida, muy poco extendida o sólo la conocían aquellos sacerdotes cubanos que los habían iniciado. Algún día escribiré acerca del papel desempeñado por Tata Nkise Vicente Portuondo Martín en el desarrollo de esta religión en territorio venezolano. Simplemente ahora diré que él fue quien me inició en 1994 en la Regla Conga en Guarenas, poblado distante a varias decenas de millas de Caracas, junto a unos cuantos venezolanos y a una pareja de colombianos residentes allí que lo había mandado a buscar a Cuba para resolver una situación sumamente crítica que tenían con su salud y con la estabilidad de sus vidas. Muchos de aquellos nguellos (vocablo que en esta religión designa al recién iniciado) aprendieron con una velocidad asombrosa cuestiones muy complicadas del Palo y las hicieron extender a muchas otras personas. Por fortuna divina, están vivos y podrían tributar su testimonio a lo aquí afirmado.

Fui iniciado, pues, ante la guía del fundamento de Siete Rayos, del gajo Mundo Lima Cava Cuento Hierba Mala Nunca Muere Quien le sigue el Paso Revienta, llevado a la ciudad de Santiago de Cuba por Reynerio Pérez, de la tierra Mutekembele Mokuba Ñañambó, matancero a quien se le reconoce como importador de la Regla Conga no sólo en esa urbe capital de la antigua provincia Oriente, sino en otros territorios de esa indómita región, a partir de 1976 dividida en cinco provincias. El hecho sucedió en las primeras décadas del siglo XX, cuando sacerdotes afrocubanos e investigadores afirman que no se había instalado la Regla de Ocha allí, y que se introduciría entonces gracias a la pionera idea de algunos santeros de La Habana que dijeron que existían todas las condiciones para hacer iniciación africana en ese lugar y pusieron manos a la obra para demostrarlo. Esta idea errónea la he discutido en varios artículos dados a conocer en revistas cubanas hace no mucho tiempo. La cuestión más importante del hecho es que entré en el cabildo o casa-templo de mi padrino, del cual soy desde entonces un hermano más con los mismos deberes y derechos de los restantes miembros; por otro, me habilitó para servirle de ayudante en complejos ceremoniales como el que implica la iniciación y me preparó para irme adentrando en algunos de sus secretos.

Como filólogo, me posibilitó asimismo el abrirme paso en la comprensión de su lengua ritual, al menos en lo que respecta a sus cantos y a su léxico, cuestión esta última que me llevó a recopilar una lista que ahora es objeto de análisis por parte de algunos etnolinguistas. Pero los diez años transcurridos me han dado más satisfacción y disfrute que realmente conocimiento, por lo que continúo en mi faena de estudioso esforzado por tener un acercamiento más provechoso y enriquecedor de estas culturas provenientes del llamado continente negro.


Un Tata de cien años llamado Cristóbal

Así fue como me reencontré con Benito Cristóbal Ramos Sotolongo, viejo enjuto y fuerte, de más de seis pies de estatura, a quien había conocido hace muchos años en que lo visitamos un querido colega, el filósofo Julián Mateo Tornés, en tiempos en que éste era importante directivo del Instituto de Filosofía de la Academia de Ciencias de Cuba. Yo era portador de un saludo cariñoso suyo y quería hacerle una petición personal: que le preparara algo que contribuyera a levantarle su quebrantada salud. No era necesario que se acordara de mí; bastaba pronunciar el nombre de un hermano en situación crítica para que el ánimo y la memoria del viejo Tata se avivaran.

Al rato ordenó al licenciado Félix O. Quiala Martínez, jefe de redacción de la Revista Cubana de Ciencias Sociales, que bajase una botella de ron para brindarle a los visitantes y se creó el ambiente para el intercambio indispensable: el deseo de saludar su prenda y rogar ante ella por Julián. En el ínterin pregunté por el Director del Instituto que resultó ser Romelia del Pino, mi compañera de estudios de Filosofía en la Universidad de La Habana, quien acotó en bromas que el Director del Instituto realmente era Cristóbal, ella sólo una empleada más y reímos todos contemplando la iluminación del rostro de aquel anciano... Del primero al último de los empleados, se aprecia respeto y especial aprecio por este hombre que evidentemente se ha ganado el cariño y la admiración de todas las personas que lo rodean.

Supimos así que en el Instituto le acababan de celebrar, por todo lo alto, con cake y velitas encendidas, el cumpleaños número cien al viejo empleado del Capitolio Nacional, dependencia de la mencionada Academia, hijo según él de padres esclavos y ahora dedicado enteramente a atender a su familia carnal, ritual y a su prenda, hasta que muera.

Subimos por una estrecha escalera a un segundo nivel donde él tiene dos habitaciones: su antiguo dormitorio, donde hay una cama y dos sillas con libros filosóficos encima y al pie, de frente, el espacio sagrado con sus tres cazuelas y pendiendo de un improvisado cordel un Osaín que es mecido por las rachas de aire que entran por la ventana; y en el mismo nivel, otra habitación dormitorio con un ventilador de pie, una mesa con un televisor y un aparato telefónico. Preside el rústico altar un caldero de hierro donde reside el fundamento de Tronco Malo Centella Ndoki Siete Rayos Malongo, alojado en una inmensa güira colocada en el fondo, el mismo que le fuese guardado durante muchos años por su padre luego que Cristóbal fue consagrado en un río de África que él denomina Nilo siendo un niño de apenas un año de edad. Encima se observan artefactos de hierro de diversos tamaños y puntas de trozos de palo y coronando una máscara de madera cromada con dos visibles cachos o astas como símbolo del diablo euroocidental, y la cabeza de goma de una muñequita infantil sostenida por una pieza y situada en posición vertical.

A cada lado, siempre descansando en el piso, están las cazuelas de Lucero, que es cristiana y de Mama Chola, que es judía-cristiana. Pero la suya, Siete Rayos, es "judía judía", según su dueño.


Biografía del fundamento africano de Cristóbal

"La prenda no tiene sentimiento, sirve para el bien y para el mal. La mía es judía. Tengo que andar con ella hasta que me muera".

Cristóbal Benito nació en Marianao (igual que algunos de sus hermanos) el 3 de abril de 1904, en tiempos en que el General Baldomero Acosta fue alcalde durante 24 años y dice que repartió tierras a sus allegados. El padre de Cristóbal era capataz en el puerto de La Habana y abakuá, no palero, nunca se rayó, casado con una negra esclava que dice era francesa [¿pero podría ser de Haití?], quien no podía tener hijos varones, porque todos se le morían antes de los dos años, cree que por la enfermedad de la rata, tal vez transmitida por su esposo. Su padre lo llevó a Conakry con un año de edad, estuvo allí treinta y cinco días y, evidentemente para tratar de solucionar el grave caso, lo llevó a la medicina o la religión tradicional africana y le preparó algo que en su mentalidad identifica como una prenda, el famoso güiro que nadie había visto excepto su madre hasta que se lo entregaron dieciocho años más tarde, a punto de morir su padre, que lo había alimentado desde entonces con sacrificios escondidos y lo mantuvo escondido en un pequeño recinto secreto en el patio de la vivienda.

Luego de dos hembras [que tuvieron mis padres] nací yo y después de mí cuatro hembras más. Las dos mayores eran brujas: Julia era palera, llegó a los 92 años de edad y Margarita era santera. Hija de La Caridad [quiere decir de Ochún] que murió a los 90 años. Tengo tres hijos cada uno con una mujer diferente, 16 nietos y 3 biznietos. Víctor, mi hijo mayor, tiene 61 años y vive en Nueva York, donde tiene un negocio. No pudo venir hace poco a mi cumpleaños porque no lo puede abandonar, le roban. Pero me llamó por teléfono para felicitarme.

"Entonces los africanos sabían cuándo iban a morir y mi padre lo sabía, se sentía mal y me mandó a buscar. Abrió el escaparatico del patio y me enseñó la prenda y me dijo: Esa prenda es tuya, tienes que casarte y llevártela porque me queda poco. Mi mamá lo sabía. Lo que me había salvado la vida, porque por eso me pusieron por nombre Cristóbal, ningún varón se salva. Eso fue en el 1932 y en el treinta y tres me casé y me la llevé para mi casa. Hacía con ella lo mismo: la alimentaba. Mi mamá era francesa y palo congo, se conocieron siendo esclavos durante la guerra [por la independencia de Cuba, ocurrida desde 1868 hasta 1895]. Mi padre me dijo: llévatela en vida porque si muero... eso es tuyo. Si moría la cosa era más complicada porque había que traer a siete paleros para dármela".

Murió ese año de 1932, a la edad de 94 años, lo enterré en el cementerio de Colón.

En ese tiempo en África no había hierro, sino güiro. Esa prenda era un güiro enorme, pero empezó a rajarse y en 1938 la coloqué en una cazuela de hierro, en el fondo y le eché tierra encima, donde se encuentra hasta el sol de hoy, mejor dicho la oscuridad donde esta guardada. Fue mi padre quien me dio el nombre de la prenda que ya le dije: Tronco Malo Centella Ndoki Siete Rayos Malongo Carabalí Congo Real. El era abakuá pero el abakuá salió del Palo. El Palo primero y luego el abakuá [parece que se refiere a que entonces se iniciaba uno primero en una religión y después entraba en la otra].

Yo me juré con Juan de Dios, que era mi padrino que murió con 90 años en 1918 siendo yo ya grande. Él era de tierra carabalí, que es congo. Hay guindavela, mayaco, Tiembla Tierra... El era muy chiquitico de cuerpo, pero era el diablo. Hablaba poco. El decía: "Dios en el cielo y yo en la tierra". Él era terrible. Vivía a un kilómetro de la Loma del Cuco, en Pinar del Río, que era una loma a donde la guardia no podía entrar, porque cuando estaba subiendo se caían para atrás, como que resbalaban por la brujería que había por donde quiera. Porque su prenda estaba enterrada. Había muchas prendas enterradas, como 19 prendas enterradas en aquellos parajes del Central Orozco donde él vivía.

Yo tengo la figura de mi padrino puesta en prenda, pero ahora Usted no la ve porque la tengo en la casa de una persona a quien le voy a montar una cazuela. Fu él quien me hizo Tata, porque entonces todo se hacía junto, como se lo voy a hacer a Usted para jurarlo como Tata. Entonces sólo se juraba a las personas con mayoría de edad, nunca a los niños. A mis ahijados no los juro como Tata hasta que tienen diez años de iniciados. Tengo que saber el comportamiento de cada persona, porque esto es muy delicado. Alguien se pone a hablar cosas y se jode. La prenda no se entrega hasta tener diez o quince años de jurado, y con el ahijado delante de ella para que aprenda porque si luego hace algo malo se jode.

Este que le voy a montar la cazuela tiene que dormir en el suelo, no puede dormir con la mujer [antes de iniciarse o montársela]. Se le baña con agua serená [quiere decir, que se mantiene en una palangana toda la noche para que agarre el influjo del sereno o la humedad de la madrugada]. El no puede saber el palo [los palos] que le voy a poner a la cazuela. El palo es muy delicado, no se le puede mostrar a la mujer. Para que una mujer salga buena en Palo, no puede tener eso [se refiere a la menstruación]. No puede pasar por delante de la prenda con eso.

La cazuela lleva tierra de muchos lugares, de África, de la India, de Nicaragua... Y cada una tiene su piedra, para que cuando uno jure se lo pase por las heridas y recoja la sangre. Yo rayo con la espuela del gallo [de lidia].

Cunado uno se encuentra con alguien, le dice: "Bonsuá! Vititi Congo Tronco Malo" para que le diga quién es. No kindiambo que es por tratado de los guindavelas. Ya él sabe de que rama es Usted y si le responde, Usted contesta. No, lambe, no que quiere decir [en lengua conga] lengua.

Yo también conozco cómo quitarle la "mano del muerto" [a una prenda] cuando se muere un palero. Cuando se muere, hay que tirar [los chamalongos] para saber con quién se queda [el fundamento] y luego es que se le "quita la mano" [se refiere al parecer al rito conocido como llanto congo o quitarle la lágrima al muerto de la cazuela conga, acto ritual mortuorio].

Jurar una persona puede ser para su desgracia, si no se tiene cuidado. Antes sólo se juraban a africanos y a haitianos. Todos los padrinos eran de allá [de África]. De mi padrino no éramos africanos uno que se murió siendo más joven que yo, que era mayordomo [de la prenda] y yo. Éramos los únicos cubanos. Porque el Palo era secreto. Sólo lo conocían los africanos.

Ahora no es así. En estos próximos días estoy muy ocupado. Uno es esclavo de su prenda. Mandé las cosas [de mi altar o recinto sagrado] para allá porque tengo que montar dos cazuelas: aquella, la de barro, para uno y la otra, de hierro para uno a quien se le murió su padrino. Una para alguien de España, un catalán que vino para asuntos políticos y lleva como tres meses aquí y se va en mayo. Me dio el dinero para conseguirlo todo. Pero con el chivo que se comprará le voy a hacer algo para que se salve todo el mundo, ahijados y no ahijados. La cabeza no se le da a conocer [a la prenda] sino la sangre. Le corto la cabeza y le pido por todo el mundo, jurados o no. Al segundo día le pregunto [a la prenda] para donde va, que camino cogerá. Eso se hace con ocho velas. Y es para todo el mundo, incluido el hermano Julián, porque somos una sola familia.


Mi juramento o iniciación como Tata

El viejo Tata Nkise, tal vez el más viejo de iniciado en Cuba, sabe de la muerte de mi padrino y de mi rapamiento en el Palo hace diez años en Venezuela. Por tanto se omitirán pasos en la iniciación no sólo por razones de la secretividad, sino porque corresponde al caso personal, igual que al de la otra persona que va recibir la misma jerarquía sacerdotal dentro de esta religión tan injusta y por tantos años mantenida oculta en esta Isla caribeña. Las siguientes acciones se realizaron delante del fundamento en cada caso individualmente y son enumerados brevemente:

Como acto final de este noviciado, se abraza al Padrino y a los hermanos ante la presencia de los concurrentes y aquél le hace saber claramente al iniciado la responsabilidad asumida ante el paso que se ha dado en esta Religión. En el caso personal mío, y no precisamente como acto de deferencia, me pide realizar el sacrifico del otro gallo que corresponde a mi jerarquía y el resto del rito transcurre como lo que he acabado de describir. Es la primera vez que lo hago y lo he hecho sin ningún atisbo de duda ni de intranquilidad.

Con este ascenso se cumple uno de los designios de mi andariega y trashumante vida por estos caminos signados por la espiritualidad, en busca de la sabiduría. Me siento profundamente honrado por haber tenido en Vicente Portuondo Martín mi guía inicial y ahora en Benito Cristóbal Ramos Sotolongo, hijo de padres esclavos en la colonia, siervo tal vez él también durante la República, pero definitivamente libre en su pensamiento y en su accionar cotidiano durante toda su vida, gracias a la lealtad y al apego a la cultura que le vino de África y que tenemos la dicha los cubanos que se haya conservado intacta en personas de la dignidad y la nobleza de este hijo nacido en esta tierra hermosa bañada por las cálidas aguas del Mar Caribe.


El Vedado, Habana, Abril 1 al 18, 2004



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Webmaster: Carlo NobiliAntropologo americanista, Roma, Italia

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