La monumental obra de Fernando Ortiz (1881-1969) ha estado indeleblemente subrayada por una muy significativa dedicación al estudio de las tradiciones culturales africanas como parte substancial de la formación histórica de la cultura cubana. Ortiz, como otros intelectuales, va madurando en el proceso de investigación y profundización en diversos temas de interés. El estudio de los componentes étnicos africanos en la cultura cubana es también un fiel reflejo de ese proceso.
En este campo temático encontramos tres aproximaciones que le sirvieron para abrir nuevos intersticios sobre múltiples aspectos, convertidos más tarde en ensayos, artículos, monografías, auspicio de instituciones y revistas.
La primera de ellas se encuentra en Los negros brujos (1906), donde aporta una relación de veintiséis denominaciones. La mayoría de las cuales se refiere a topónimos vinculados con los puertos de embarque y a los lugares de asentamiento o captura de africanos esclavizados; en menor medida encontramos etnónimos, cuya identificación le sirve para discrepar con otras obras consultadas. A diferencia de sus antecesores decimonónicos,[1] Ortiz emplea diversas fuentes históricas, geográficas, antropológicas y lingüísticas de autores belgas, franceses e ingleses que utiliza para comparar y cotejar con las fuentes cubanas existentes. Esta obra, aún muy marcada por el positivismo lombrosiano,[2] es un texto de juventud muy superado posteriormente, pero en este tópico, Ortiz parte de él para renovados propósitos.
Cuando en 1916 publica Los negros esclavos, se aprecia una intensa y extensa continuidad del tema, ya que en esa ocasión incluye ciento diez denominaciones, entre principales y derivadas. En esa oportunidad amplía las fuentes y localiza mapas antiguos y obras de los siglos XVII y XVIII. Sin embargo, él mismo reconoce la limitación del intento cuando al final señala:
La precedente nota, desprovista de la debida ordenación y depuración etnológica, acaso no esté completa. Pero basta observar la localización de dichos países, para poner de manifiesto la considerable extensión de territorio que abarcó la trata negrera en sus rapiñas. Más todavía. Si se tiene en cuenta que bajo los nombres mencionados llegaban con frecuencia a América negros del interior del continente africano. Muchas veces, en la imposibilidad en que se encontraban los negreros de llevar la especificación etnográfica hasta el extremo de la realidad, los esclavos eran denominados según el país en que se adquirían, aun cuando no fuere el de su nacimiento [...] (1987: 56-57).
Una tercera aproximación la efectúa en el Glosario de afronegrismos (1924), que con un orden alfabético se basa en los trabajos anteriores e incluye ciento quince denominaciones principales y otras cruzadas, en las que consulta nuevas fuentes respecto de los textos antes publicados.
En ninguna de las tres relaciones Fernando Ortiz se propone una sistematización de los componentes étnicos africanos en Cuba, sólo pretende exponer la complejidad del tema, tomar conciencia al respecto y dejar abierto el camino. Por esto, en Los negros esclavos vuelve a reflexionar sobre algunas ideas esbozadas anteriormente en Los negros brujos (1995: 26-27):
Los pueblos poderosos de la costa hacían frecuentes y hasta periódicas incursiones en las comarcas del interior para proporcionarse, por el comercio o por la fuerza, materia de cambio para negociar con los hombres blancos que compraban hombres negros, los cuales llegaban a Cuba denominados como originarios del puerto o región de su embarque. Esto sucedía por ignorancia de la geografía y de la etnografía africanas del interior, cosa nada de extrañar en los dos primeros tercios del siglo pasado, cuando los descubrimientos y exploraciones de aquel continente no había alcanzado el desarrollo que lograran después. Pero podía suceder también, por el interés que solían tener los negreros en escurrir castigos por haber importado negros procedentes de países cuya importación estuviese prohibida, o por evitar el bajo precio que ciertos negros alcanzaban por su mala fama de levantiscos y rebeldes [...] (Ibídem: 57).
Todo lo anterior contribuye a desbrozar el camino para conocer los problemas del estudio de los componentes africanos en la formación etnosocial de Cuba. Resulta muy significativo que la obra de Ortiz sirve de estímulo a diversos estudios de sus contemporáneos y a posteriores trabajos de investigación.
El impulso de Pérez Beato
Motivado por la lectura reiterada de Los negros brujos[3] de Fernando Ortiz, el gaditano Manuel Pérez Beato (1857-1920) publica en 1910 un breve artículo sobre la "Procedencia de los negros de Cuba".[4] Consciente de la complejidad del tema consulta otros documentos de la época colonial temprana no referidos por Ortiz ni por otros autores y encuentra datos de interés sobre las diferencias entre los lugares y denominaciones de procedencia de los primeros esclavos importados durante los siglos XVI y XVII respecto de los que habían sido traídos a lo largo del siglo XIX.
Sin una pretensión clasificatoria aporta sesenta denominaciones étnicas de los dos primeros siglos de colonización hispánica, de las cuales treinta no habían sido tratados por Fernando Ortiz. Este primer acercamiento le facilita trabajar en un artículo mucho más amplio sobre "La condición social de los negros en La Habana durante el siglo XVI", publicado también en la Revista Bimestre Cubana.[5]
Junto con los datos acopiados sobre la importación general de esclavos durante el referido siglo, evalúa el lento proceso de crecimiento de la población de La Habana y la gran escasez de africanos esclavizados.
Sin embargo, en 1575 cuando muere el rico vecino Antón Recio, tras fundar el primer mayorazgo de la Isla, aparece la procedencia de los cuarenta y siete esclavos que tenía destinados al servicio doméstico, de ellos, cinco eran menores de edad.
En esta relación aparece uno del norte de África (berberí) y otro procedente de la península de Yucatán (Campeche),[6] el resto abarca desde la parte más occidental de África Subsaharana hasta el área bantú, pasando por la costa de los esclavos hasta el Calabar.
Estos trabajos fueron retomados por Fernando Ortiz y otros autores en sus incursiones en el tema.
Grupos y subgrupos clasificados por Lachatañeré
Otro significativo esfuerzo fue realizado por Rómulo Lachañeré (1909-1951), quien en 1939 da a conocer en la revista Estudios Afrocubanos un artículo sobre los "Tipos étnicos africanos que concurrieron a la amalgama cubana", como parte de una serie de trabajos dedicados a El sistema religioso de los lucumís y otras influencias africanas en Cuba.[7]
El autor se propone por primera vez
... ordenar en una clasificación a las tribus y pueblos de africanos conocidos en Cuba a causa de la esclavitud (1961: 5).[8]
Para esto se basa en una parte de lo hasta entonces realizado por Fernando Ortiz (1916) y Manuel Pérez Beato (1910),[9] junto con otras fuentes inglesas y norteamericanas que le sirven de orientación y comparación.
La nueva propuesta de clasificación, a diferencia de las de Dumont y de la Torre, está limitada al África Occidental. Tras el referido trabajo de Lachatañeré no se vuelven a realizar intentos de clasificación hasta mediados de los años 90.
La labor divulgativa de Martín
También en 1939 el periodista Juan Luís Martín (1898-1973) publica las conferencias pronunciadas en el Círculo de Bellas Artes y en la "Logia Fraternidad y Constancia" con el título De dónde vinieron los negros de Cuba. Los mandingas, gangás, carabalís y ararás: su historia antes de la esclavitud.
Basado en obras de reconocidos africanistas como Leo Frobenius (1873-1938) y A. B. Ellis, pero sin hacer referencias a fuentes específicas,[10] asocia el desarrollo de las civilizaciones nigerianas con el antiguo Egipto, pero no con el simple sentido unidireccional concebido por la escuela difusionista, que creía que los rasgos culturales tienen un único origen a partir del cual se expanden geográficamente y son adoptados por otras sociedades, sino en una interacción mutua.
En relación con los lucumí (a quienes no se refiere en el título del trabajo) alude a los conocidos en Cuba como lucumí oyó, lucumí arará y lucumí gangá, pero sin indicar fuentes. De los primeros solo señala su filiación yoruba, la antigua relación con otras culturas norafricanas y los posteriores nexos con el vocabulario de sus descendientes criollos en Cuba.
Dedica un epígrafe a los mandinga y gangá, en tanto denominaciones de africanos muy asociadas con los orígenes de la trata trasatlántica. Sin embargo, señala que
... mandingas, manis y gangás, son, exactamente, los mismos grupos étnicos (1939: 16).
Para intentar la demostración de su aseveración alude a supuestas analogías etimológicas entre los términos y no a su relación con los lugares de captura, concentración y embarque.
La deducción de Martín, sólo por la vía lingüística, es errónea, ya que si bien resulta importante considerar las variaciones etimológicas de los vocablos de una lengua a otra, en el caso del tráfico esclavista hay que enfatizar en cómo influyeron los lugares del tráfico (ríos, embarcaderos, sitios de concentración) en el condicionamiento de denominaciones comerciales para los pueblos africanos que fueron sometidos a este holocausto.
En Cuba, aunque las denominaciones se entrecruzan constantemente, pueden deslindarse componentes étnicos bien diferenciados. Entre los que reporta como gangá Martín refiere los "Mina, Popó, insuru, oyesa, tacuá, arriero, fay, bombali, ñadejuma, taverofu, gimbujuá, gorá, bucheg, bromu, coso, cramo, longobá, moní, kissi, firé, maní y popó" (1939: 18), pero sin un atisbo de sistematización, ya que el último lo repite al inicio y no los identifica.
A diferencia de todos los trabajos anteriores, Martín trata de relacionar los nombres de varias sociedades masculinas abakuá de La Habana con un conjunto de denominaciones étnicas del área del Calabar a partir del libro de Roche Monteagudo sobre La policía y sus misterios en Cuba.
Las contribuciones de Deschamps
En 1969 Pedro Deschamps Chapeaux (1913-1994) publica un artículo sobre "Marcas tribales de los esclavos en Cuba"[11] a partir de los datos correspondientes a los esclavos prófugos reportados en el Diario de La Habana entre 1821 y 1824.
Junto con las marcas corpóreas (escarificaciones), que es el objetivo central, aparecen diversas denominaciones étnicas y, en esa oportunidad, reporta algunas que no habían sido referidas por los estudios anteriores. Tales son las de congo muriaca, lucumí aguza, guari, jausá, carabalí macuá, ososo, mandinga osusu. Todo esto no es más que un elemental punto de partida para un propósito mayor.
En 1970 Despchamps obtiene el Premio Ensayo de la UNEAC con El negro en la economía habanera del siglo XIX. El propio autor señala al respecto:
El período de 1820 a 1845, es a nuestro juicio, el que presenta con más detalles, documentalmente respaldados, la importancia que dentro del campo de la economía habanera, alcanzaron algunos negros y mulatos libres, importancia que no puede desconocerse (1970: 11).
La estrecha relación que posee la población libre afrodescendiente con la constitución de los batallones de "pardos" y "morenos" leales de La Habana, el dominio de oficios claves como músicos, maestros, sastres, carpinteros-ebanistas, barberos-dentistas y comadronas o parteras, y la posesión de inmuebles para sus asociaciones, le conduce al estudio de los cabildos de africanos y descendientes.
La ubicación de los cabildos, denominados entonces "de nación", le permite dar a conocer diversas denominaciones étnicas no registradas por Ortiz ni Lachatañeré, que son las fuentes publicadas que emplea.
Varios legajos del Archivo Nacional de Cuba refieren litigios entre cabildos de diversa procedencia étnica por la propiedad de inmuebles y su estudio hace posible descubrir nuevas denominaciones no reportadas anteriormente. Deschamps no se propuso una sistematización de éstas, ya que el objetivo de la obra es otro más abarcador. Aunque el autor tampoco aborda la identificación étnica de estas denominaciones, representa una significativa contribución, pues parte de fuentes no consultadas con tales propósitos.
Valdés Bernal y los grupos etnolingüísticos subsaharanos
El destacado lingüista Sergio Valdés Bernal (1940-) da a conocer en 1985 un estudio sobre las "Dificultades para la identificación de los grupos etnolingüísticos subsaharanos introducidos en Cuba durante la esclavitud"[12] donde subraya que
... casi todas las familias lingüísticas subsaharanas estuvieron presentes en la gran masa de esclavos traídos a las Américas (345).
En el caso de Cuba destaca los trabajos realizados en el siglo XIX por Pichardo, Macías, de la Torre y Dumont (ya referidos) y durante la primera mitad del siglo XX los efectuados por Pérez Beato, Ortiz, Martín y Lachatañeré. Tras evaluar cada uno de ellos concluye que:
Si bien es cierto que estos trabajos constituyen un aporte al conocimiento de los componentes étnicos de origen subsaharano en Cuba, hoy día no satisfacen las necesidades de las investigaciones respecto del legado lingüístico de ese origen en el español de Cuba, más bien sirven de punto de partida para ulteriores investigaciones (348).
Posteriormente resalta las reflexiones críticas realizadas por López Valdés[13] acerca de la distinción conceptual sobre los etnónimos y las denominaciones étnicas para comprender la diversidad de términos que aparecen y sus dificultades de identificación y clasificación. Considera, con razón, que:
Realmente, para los etnógrafos es un verdadero dolor de cabeza desentrañar esta madeja de denominaciones étnicas y de etnónimos, en aras de poder precisar cuál ha sido el verdadero aporte de los pueblos subsaharanos a la formación de las naciones en el Nuevo Mundo (352).
En las décadas más recientes nuevas investigaciones al respecto han enriquecido este importante campo del conocimiento, tales como los trabajos de Lidia González Huguet y Jean René Baudry,[14] José García González,[15] Cándida Judith de Quesada Miranda, Gema Valdés Acosta y J. García González,[16] el propio autor[17] e Isabel Martínez Gordo.[18]
Los trabajos de López Valdés
En 1986, Rafael L. López Valdés (1940-) publica dos trabajos basados en el estudio de los componentes africanos y sus descendientes en archivos parroquiales y otras fuentes. El primero de ellos trata sobre la "Pertenencia étnica de los esclavos de Tiguabos (Guantánamo) entre los años 1789 y 1844".[19] Basado principalmente en los libros de bautismos, aporta un listado de 62 denominaciones étnicas que le sirve de referencia para relacionarlas con los etnónimos correspondientes, su cantidad y el % del total. Posteriormente los clasifica según las cinco principales regiones de procedencia de esclavos africanos hacia Cuba; es decir:
Zona I. Entre Cabo Blanco y Cabo Palmas en la Guinea Superior, desde el actual Senegal hasta Liberia;
Zona II. Costa de Oro, desde Costa de Marfil a Ghana;
Zona III. Costa de los Esclavos, desde Togo hasta Camerún;
Zona IV. Entre Cabo López y Cabo Negro, desde Gabón hasta el sur de Angola; y
Zona V. Costa oriental de África, que incluye principalmente el área de Mozambique.
El segundo trabajo se refiere a "Notas para el estudio etnohistórico de los esclavos lucumí de Cuba".[20] Basado en fuentes orales propias de la práctica religiosa del complejo ocha-ifá y en varias fuentes escritas de archivos históricos y parroquiales, en libros de viajeros y costumbristas, refiere 137 denominaciones que aparecen con el rubro genérico de lucumí.[21]
De modo análogo al anterior trabajo, establece la relación entre los etnónimos africanos con las denominaciones étnicas conocidas en Cuba. Aunque la mayoría de las denominaciones étnicas (48,15 %) son identificadas con el conglomerado étnico yoruba, también entraron en Cuba con esta denominación personas esclavizadas pertenecientes a los pueblos adja, achanti, baji, bariba, basange, bonda, edo, ekoi, fon, fulani, gbari, hausa, ibo, ijaw, malinke, mossi y nupe. Solo no pudo identificar quince denominaciones étnicas, pero lo más representativo es el amplio alcance pluriétnico de la denominación genérica lucumí, no asociable de modo simple con el etnónimo yoruba, como inicialmente creyó Fernando Ortiz.
Posteriormente, López Valdés y yo sostuvimos una entrevista con el entonces Arzobispo de La Habana, hoy Cardenal, Jaime Ortega Alamino, con el objetivo de valorar la significación de los archivos parroquiales de Cuba y con el propósito de obtener autorización para consultar esta importante fuente de información en La Habana. La autorización fue concedida casi inmediatamente. En ese momento, López Valdés coordinaba la realización del Atlas etnográfico de Cuba por el Centro de Antropología[22] y ambos participábamos en el tema de historia étnica de Cuba. Él trabajaba en el estudio de los componentes africanos y yo en los componentes hispánicos. Paralelamente, un colectivo de autores del Centro de Investigación y Desarrollo de la Música Cubana[23] nos encontrábamos elaborando el Atlas de los instrumentos de la música folclórico-popular de Cuba, y yo debía realizar el tema que encabezaría la obra; es decir, "El poblamiento de Cuba: aspectos etnodemográficos". De manera que hubo que simultanear varios objetivos de investigación: trabajar una muestra previamente diseñada sobre componentes hispánicos y obtener otra información muestral sobre componentes africanos, cuyos datos primarios cedimos posteriormente a López Valdés para complementar lo que ya venía realizando en otros archivos del país. De este trabajo aparece una síntesis cartográfica en el CD-ROM Atlas etnográfico de Cuba: cultura popular tradicional.[24]
Los trabajos anteriores le sirvieron de antecedente para la publicación en el 2002 del libro Africanos de Cuba con el apoyo del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe y el Instituto de Cultura Puertorriqueña. Esta obra representa una importante contribución al estudio de los componentes africanos en Cuba desde el punto de vista etnohistórico, así como a la continuidad de su identificación y clasificación.
Tras varias décadas de trabajo en Cuba y en otros países de América y Europa, López Valdés aborda el estudio de los componentes étnicos asociados a la trata trasatlántica en siete capítulos: I. Bilad-as-Sudán, correspondiente a la parte más occidental de África al sur del Sahara; II. Los ríos de Guinea, en los que refiere los pueblos africanos involucrados en el tráfico de esclavos; III. Costa de oro y de los esclavos; IV. Los Reinos Dahomeyanos; V. Bajo el signo de Oyó, donde se concentra la mayor intensidad del tráfico hacia Cuba; VI. Al Este del Níger, destinado a los grupos que entran en Cuba con el nombre genérico de carabalí; y VII. Congos y macuás, dedicado al área bantú y su importante vínculo con el comercio de esclavos. Incluye un importante conjunto de denominaciones de africanos en Cuba, pero enfatiza mucho más en las áreas V, VI y VII que en resto.
De la Fuente y los esclavos de los siglos XVI y XVII
También en 1986 la revista Anales del Caribe publica un importante trabajo de Alejandro de la Fuente García (1963-) sobre las "Denominaciones étnicas de los esclavos introducidos en Cuba. Siglos XVI y XVII".[25] Basado en los Protocolos notariales del Archivo Nacional de Cuba y en Archivos Parroquiales, identifica 41 denominaciones que clasifica según las seis zonas fundamentales de aprovisionamiento de esclavos en África propuestas por R. Mellafe para esa época, las que se van desplazando cronológicamente de norte a sur:
- Mauritania: parte norte del continente africano, Canarias y Cabo Verde [...].
- A fines del siglo XVI la gran factoría negrera es São Tomé, que dominaba el actual Camerún y parte del Congo [...].
- La caída de São Tomé en 1600 hizo que los portugueses desarrollaran un importante centro negrero al sur del río Congo incluyendo toda la región de Angola [...].
- Esta zona abarca toda la región suroriental de África y los territorios asiáticos y de Oceanía en el ámbito del Índico [...] (77-78).
De acuerdo con los datos que aporta el autor se evidencia un desplazamiento del tráfico esclavista de las zonas II (32 %) — de predominio biafara — y III (32,8 %) — de predominio bran y zape — durante el siglo XVI, hacia las zonas IV (39,4 %) — de predominio arará y congo — y V (26,7 %) — de predominio angola — durante el siglo XVII.
Tal como reflejan otras fuentes, también se observa un tráfico esclavista temprano procedente de otras regiones de Europa como España y Portugal, y de América como Barbados, Campeche, Cartagena, Cuenca, Curazao, Florida, Honduras, Jamaica, Maracaibo, Martinica, Nueva España, Panamá y Santo Domingo, algunos de los cuales eran importantes centros de depósitos y distribución de esclavos en el continente.
Este trabajo contribuye a subrayar la compleja heterogeneidad del tráfico esclavista y su muy diversa distribución en la Isla.
Parte I — Parte II
Este texto es una síntesis del capítulo IV del libro Africanía y etnicidad en Cuba (los componentes étnicos africanos y sus múltiples denominaciones) del propio autor
Notas
- Me refiero a las obras de Esteban Pichardo y Tapia (1799-1879) que publica en 1836 su Diccionario provincial casi-razonado de vozes y frases cubanas, al geógrafo José María de la Torre (1815-1873) quien publica en 1854 su Compendio de geografía física, política, estadística y comparada de la Isla de Cuba; al sabio Felipe Poey Aloy (1799-1891) con su Geografía física y política de la isla de Cuba; al médico francés Henri Dumont (1824-1880) y su Antropología y patología comparada de los negros esclavos de 1876; y al filólogo José Miguel Macías (1832-1905) que da a conocer en 1885-1886, su Diccionario cubano; etimológico, crítico, razonado y comprensivo de las voces y locuciones del lenguaje común y del de las dicciones del nomenclador geográfico.
- El médico y criminólogo italiano Cesare Lombroso (1835-1909) desarrolló a finales del siglo XIX una teoría biológica muy sofisticada en la afirmaba que los delitos son cometidos por aquellos que nacen con ciertos rasgos físicos hereditarios que son reconocibles. La teoría de Lombroso fue refutada a comienzos del siglo XX por el criminólogo británico Charles Goring. Este autor hizo un estudio comparativo entre delincuentes encarcelados y ciudadanos respetuosos de las leyes, y llegó a la conclusión de que no existen los llamados "tipos criminales" con disposición innata para el crimen. Los estudios científicos recientes han confirmado las tesis y observaciones de Goring. Sin embargo, algunos investigadores siguen manteniendo que ciertas anormalidades en el cerebro y en el sistema endocrino contribuyen a que una persona tenga inclinación hacia la actividad delictiva.
- Pérez Beato hace referencia al Hampa afro-cubana, Madrid, 1906.
- En El curioso americano, época 4, año 4, La Habana, marzo y abril de 1910; y en Revista Bimestre Cubana, vol. 5, La Habana, 1910: 161-163.
- Vol. XVII, La Habana, 1922: 266-294.
- La reimportación de esclavos africanos y descendientes desde América continental y el Caribe fue común durante toda la época del tráfico esclavista. Véase J. Guanche. Cuba en el tráfico esclavista transamericano y caribeño a través de las denominaciones de procedencia, Ponencia en el Seminario Internacional La Ruta del Esclavo. Comisión Nacional Dominicana de la Ruta del Esclavo. Hotel V Centenario, Santo Domingo, 24 al 27 de marzo de 2004.
- Estos artículos fueron vueltos a publicar por la revista Actas del Folklore en 1961, La Habana nos. 2 al 8.
- Todas las referencias a este texto han sido tomadas de Actas del Folklore, no. 3, La Habana, 1961: 5-12.
- Lachatañeré no hace referencias a Los negros brujos de Ortiz (1906), ni a "La condición social de los negros en La Habana durante el siglo XVI" de Pérez Beato (1922).
- Por el tema considero que se refiere a la obra de L. Frobenius. Der Ursprung der afrikanischen Kulturen (El origen de las culturas africanas), Berlín, 1898; y de A. B. Ellis. The Yoruba Speaking Peoples of the Slave Coast, (Los pueblos yorubahablantes de la Costa de los Esclavos), Londres, 1894.
- Etnología y folklore, no. 8, La Habana, 1969: 65-78.
- En Anuario L/L, no. 16, 1985: 345-356.
- Componentes africanos en el etnos cubano, 1985: 50-73.
- "Voces 'bantú' en el vocabulario palero", en Etnología y folklore, no. 3, La Habana, 1967: 31-64.
- "Remanentes lingüísticos musundis: un estudio descriptivo", en Islas, no. 4, Santa Clara, 1973: 195-246.
- "Descripción de remanentes de lenguas bantúes en Santa Isabel de las Lajas", en Islas, no. 8, Santa Clara, 1974: 67-85.
- "Las lenguas africanas y el español coloquial de Cuba", en Santiago, no. 31, Santiago de Cuba, 1978: 81-110.
- "Lengua bozal como lengua criolla: un problema lingüístico" en Santiago, no. 46, Santiago de Cuba, 1982: 47-53.
- Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, 77 (3). 23-83; septiembre-diciembre de 1986: 23-60.
- Anales del Caribe, no. 6, La Habana, 1986: 54-74.
- De hecho son 135 pues dos aparecen repetidas: 57 y 62, 131 y 135, pero ello no desmerita el ingente esfuerzo y sus significativos resultados.
- Perteneciente al Ministerio de Ciencia Tecnología y Medio Ambiente de Cuba.
- Perteneciente al Ministerio de Ciencia Tecnología y Medio Ambiente de Cuba.
- La Habana, 2000.
- Anales del Caribe, no. 6, La Habana, 1986: 75-96.