Sería una visión maniquea concebir la presencia del "comunismo" en América Latina como consecuencia directa del surgimiento de la URSS. Desde el período colonial fueron recurrentes los movimientos de liberación política y económica, en busca de una sociedad igualitaria[1], ajena a la explotación esclavista o capitalista. En 1784 ocurrió en Haití la primera revolución del Hemisferio, al rebelarse la población negra de la isla contra los propietarios de las plantaciones de azúcar. En 1910, la Revolución Mexicana intentó rescatar la dignidad humana de los campesinos indígenas, por siglos sometidos a la servidumbre de los latifundistas. Las ideas progresistas de los ideólogos socialistas europeos difundidas entre trabajadores, políticos e intelectuales de la región, se consolidaron bajo la influencia de la Revolución de Octubre e impulsaron la formación de los partidos comunistas nacionales: el cubano nació en 1925[2].
Sin embargo, las reivindicaciones populares implementadas por los políticos del Continente no resultaban identificadas necesariamente con el comunismo: es el caso de la repartición de tierras y la nacionalización del petróleo en México por Lázaro Cárdenas; de los ferrocarriles ingleses en la Argentina por el General J. D. Perón; de las minas de estaño en Bolivia por Paz Estensoro; y del cobre en el Chile de Salvador Allende. Fueron medidas de carácter nacionalista, tendientes a limitar la expoliación de los propios recursos por las empresas de los países metropolitanos.
Cuba, una isla esencialmente productora de azúcar, fue esclavista hasta el tercer cuarto del siglo XIX, transformándose, una vez terminado el gobierno colonial español en 1898, en un país independiente sometido a los intereses económicos y políticos de los Estados Unidos. Ellos respaldaron sin tapujos a lo largo del siglo XX, tanto a los políticos corruptos como a los dictadores "tropicales": Gerardo Machado (1925-1933) y Fulgencio Batista (1952-1958). Actitud que generó un fuerte sentimiento antiimperialista entre obreros, estudiantes e intelectuales, quienes soñaban con una sociedad democrática sin las profundas contradicciones económicas imperantes. No fue casual que el asalto al cuartel Moncada en Santiago de Cuba (1953), punto de partida de la lucha armada encabezada por Fidel Castro contra Batista, se realizara en el año del centenario del nacimiento del prócer e intelectual José Martí (1853-1895), ideólogo de la independencia nacional y de la formación de una cultura cubana enraizada en la herencia caribeña y latinoamericana. A su vez, en el "Manifiesto del Moncada"[3] (1953), Fidel enunció los principios esenciales de las leyes sociales y económicas que serían aplicadas una vez derrocada la dictadura, favoreciendo básicamente a obreros y campesinos. Era un programa "martiano", nacionalista, humanista y democrático, cuyo contenido nadie asumía como "comunista".
Rusos y yanquis en el Caribe
El estrecho vínculo de Cuba con los Estados Unidos, presente en todos los niveles de la vida social, hacía difícil la difusión de la ideología marxista-leninista proveniente de la URSS. Era un país distante, sin relaciones directas con la cultura cubana; cuyos primeros vínculos los establecieron algunos rusos "blancos" emigrados después de la Revolución de Octubre[4]. Sin embargo, los efluvios del arte de vanguardia arribaron a La Habana durante la década de los años veinte. Julio Antonio Mella nadó fuera de la bahía para saludar a los marineros del primer barco soviético que visitó el Caribe, al que no le fue permitido atracar en el puerto. En los artículos que semanalmente publicaba en las revistas Carteles y Social, Alejo Carpentier difundió los contenidos renovadores de los Ballets Rusos de Diaghileff; la música de Stranvisky y la nueva cinematografía de Eisenstein y Dziga-Vertoff: el Acorazado Potemkin y Tres piezas para cuarteto de Stravinsky fueron proyectados y ejecutados en La Habana; así como también, por una compañía de ópera rusa, el Príncipe Igor y Boris Godunov[5]. En viaje hacia México, pasaron por La Habana Maiakovski y Einsenstein.
Si bien un grupo de intelectuales prestigiosos se apasionaron con el proceso de transformaciones radicales que se vivía en la URSS — Mirta Aguirre, Juan Marinello, Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, Carlos Rafael Rodríguez, Alfredo Guevara y otros[6] —, aunque críticos ante el totalitarismo implantado por Stalin; poca resonancia tuvieron estos acontecimientos entre los arquitectos. En 1930, no se comentó en la revista del Colegio de Arquitectos la presencia de 25 proyectos constructivistas — entre ellos, Melnikov y Leonidov — al concurso al Faro de Colón de la vecina República Dominicana, en el que participaron varios diseñadores locales. Los profesionales cubanos, viajaban constantemente a los Estados Unidos para realizar estudios y visitar las obras principales de ese país, asumidas como ejemplo válidos de la modernidad. Entre los años cuarenta y cincuenta pasaron por La Habana, Harrison y Abramovitz, Richard Neutra, Mies van der Rohe, Walter Gropius, Josef Albers, Welton Beckett, José Luis Sert, Paul Lester Wiener y otros; quienes impartieron conferencias en la Universidad y concretaron algunos proyectos urbanos y arquitectónicos: la sede de la embajada USA de Harrison y Abramovitz (1952); las oficinas Bacardí en Santiago de Cuba de Mies (1957); la casa Schulthess de Neutra (1958) y el Plan Director de La Habana de Sert, Wiener y Schulz (1955-1958)[7]. No sorprende entonces que un solo arquitecto, Arquímedes Poveda, de escasa trayectoria profesional, fuese militante político comunista desde 1937. En 1953, nadie acudió a su llamamiento para viajar a Bucarest y participar en el IV Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes.
Una revolución victoriosa
Con la huída de Batista, el 31 de diciembre de 1958, finalizó la desgarradora lucha armada contra la tiranía y el inicio esperanzador de una nueva etapa de la historia de Cuba, anhelada por una sociedad sometida a más de medio siglo de corrupción y explotación de obreros y campesinos. El ideal humanista y democrático martiano estaba al alcance de la mano, sustituidos los políticos tradicionales por los jóvenes de la "Generación del Centenario", protagonistas de los cambios económicos y sociales radicales que se deseaban llevar a cabo. La euforia inicial — en particular de los estratos adinerados de la población —, se apagó rápidamente al aplicarse las medidas enunciadas por Fidel Castro en el "Manifiesto del Moncada": limitación de las ganancias de las empresas extranjeras; rebaja de los alquileres de las viviendas; erradicación de los asentamientos marginales; distribución de tierras agrícolas y construcción de cooperativas campesinas, viviendas urbanas, centros de salud, conjuntos escolares, y centros turísticos para la población de escasos recursos. No eran iniciativas "comunistas", sino la búsqueda de una justicia y solidaridad social; respaldadas por una autonomía económica que nunca habían existido anteriormente en la isla.
Estas nuevas leyes, al afectar los intereses tanto privados como de las empresas norteamericanas, produjeron la inmediata reacción de la burguesía. Comenzaron los sabotajes, ataques terroristas y las medidas de fuerza del gobierno de Estados Unidos: primero suspendió la compra de azúcar; en enero de 1961 rompió las relaciones diplomáticas con Cuba, y en abril, apoyó la fracasada invasión de los emigrados cubanos en Playa Girón. En respuesta, Fidel declaró el carácter "socialista" de la Revolución, iniciándose la organización de la estructura partidaria[8]. Posteriormente, en 1962 ocurrió la crisis de Octubre, al verificarse la existencia de cohetes rusos en la isla. En 1963, ya habían sido promulgadas las dos Reformas Agrarias, la Reforma Urbana y la nacionalización de todas las empresas extranjeras. La oposición de Estados Unidos al régimen — que perdurará a lo largo de las siguientes décadas —, promovió el embargo económico; y hasta los años ochenta — en coincidencia con la presencia de las dictaduras militares en el Continente —, obtuvo su aislamiento de los países de América Latina con excepción de México.
Afinidades selectivas: URSS-Cuba
Desde 1960 se reanudaron las interrumpidas relaciones diplomáticas con la URSS. A inicios de ese año, Anastas Mikoyan, Vicepresidente de la URSS visitó Cuba; se presentó en La Habana una exposición de los avances técnicos y científicos, y a finales del año, Fidel asistió a la conferencia de las Naciones Unidas en Nueva York, y recibió en el hotel Teresa de Harlem, la visita de Nikita Jruschov[9]. Desde entonces fueron incrementados progresivamente los lazos económicos, políticos, militares e ideológicos entre los dos países, y en el contexto de la Guerra Fría, Cuba se alineó con el bloque socialista europeo. En 1962, se otorgó a Fidel el premio Lenin de la Paz y en 1963 realizó una visita oficial a la URSS.
Al producirse en la década de los años setenta la "institucionalización" política, el modelo ideológico, económico y administrativo soviético fue implantado con rigor en coincidencia con el gobierno de Leonid Brezhnev, quien invirtió cuantiosos recursos para el desarrollo del país. En 1973, Cuba se integró al CAME y al sistema internacional socialista de la división de la producción entre los países miembros. A la isla le correspondió básicamente el abastecimiento de azúcar y níquel, a cambio del petróleo y los productos industriales importados de la URSS y de los países del Este. A partir de la celebración del Primer Congreso del PCC (1975), comenzó a aplicarse el sistema de los Planes Quinquenales de la Economía.
Arquitectos y administradores
Este proceso social y económico no se reflejó mecánica y simétricamente en la arquitectura y el desarrollo cultural cubano. O sea, si existía una ortodoxia ideológica marxista-leninista, que en el arte coincidió con el "realismo socialista"; a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, éste tuvo escaso seguidores en la isla — fue una excepción la multiplicación de monumentos conmemorativos por el territorio —manteniendo Cuba una actitud independiente respecto a la cultura artística predominante en la URSS[10]. Desde la visita de Fidel al Colegio de Arquitectos en marzo de 1959 para plantear las nuevas tareas que debían acometer los profesionales — cooperativas campesinas, viviendas obreras, centros de educación y salud en la Sierra Maestra, etcétera —, los miembros del jet set arquitectónico, opuestos a renunciar al ejercicio privado de la profesión y a los proyectos de temas suntuarios, emigraron hacia los Estados Unidos[11] ajenos al principio martiano de que "la arquitectura es el espíritu solidario"[12].
Ello creó un vacío generacional, ya que los diseñadores que dominaron el escenario de la década de los años cincuenta, con obras de indiscutible calidad estética, formal y espacial, y que ocupaban los cargos directivos en el Colegio de Arquitectos y en la enseñanza universitaria, no habían formado el relevo, en parte debido a la juventud de sus miembros, así como también por el carácter elitista de la profesión. Los pocos recién graduados — que además de su condición de talentosos profesionales, participaron en las acciones contra la tiranía —, decididos a permanecer en la isla y trabajar para el nuevo régimen integrados al Ministerio de la Construcción — Fernando Salinas, Raúl González Romero, Juan Tosca, Ricardo Porro, Andrés Garrudo, Antonio Quintana, Mario Girona, Hugo Dacosta, Vicente Lanz y otros —, no lograban asumir las crecientes demandas de obras y proyectos, además de los cargos docentes y administrativos indispensables para el funcionamiento de la enseñanza y de la producción.
En consecuencia, aconteció la formación acelerada de cuadros técnicos de precario nivel académico; y a la vez, ingenieros, constructores y arquitectos distantes de la práctica proyectual, afrontaron las tareas organizativas y productivas, distanciándose de los fundamentos estéticos de la arquitectura, al privilegiar los aspectos técnicos y económicos, obsesionados por la normalización y tipificación de los componentes constructivos, supuestos símbolos del progreso social y científico. Ellos fueron responsables de la arquitectura mediocre y masiva que surgió a partir de la década de los años setenta, caracterizada por el uso de elementos prefabricados de escasa calidad de diseño.
Influencias recíprocas: estética y construcción
El período comprendido entre 1959 y 1970, correspondió a la etapa más efervescente de la nueva arquitectura cubana. Aunque en términos económicos y tecnológicos se asumieron las experiencias constructivas y de la planificación territorial de la URSS y de otros países del campo socialista — en particular Alemania Democrática, Polonia, Yugoslavia y Checoslovaquia —, no existió una significativa influencia en el diseño o en las formulaciones teóricas. El primer contacto directo entre los arquitectos cubanos y los homólogos del Este europeo ocurrió en el VII Congreso de la UIA (Unión Internacional de Arquitectos) celebrado en La Habana en 1963. En esta ocasión, el arquitecto Reynaldo Estévez — uno de los profesionales más activos en los vínculos con la URSS —, editó las actas del V Congreso de la UIA celebrado en Moscú en 1958[13], que resumían las realizaciones urbanísticas y arquitectónicas soviéticas de la segunda posguerra.
Sin embargo, cabe suponer que fueron los arquitectos de la URSS quienes admiraron la libertad creadora evidenciada en las obras cubanas, despertando el entusiasmo de Natalia Filipovskaya, autora de un pequeño libro muy ilustrado publicado en Moscú, con ejemplos de la década del cincuenta y primeros años de los sesenta[14]. Verifiqué una estrecha relación formal entre el mayor edificio de apartamentos de La Habana — el FOCSA (1956) de Ernesto Gómez Sampera — y el conjunto de bloques de la Avenida Kalinin en Moscú (1967)[15], obra del equipo dirigido por M. Posojin. También a raíz del Congreso se organizó el concurso para el monumento a la invasión de Playa Girón, obteniendo el primer premio un equipo polaco — obra que nunca se materializó —, cuya expresión brutalista y abstracta poco tenía que ver con las representaciones figurativas realistas erigidas en el mundo socialista[16], y que sin duda influyó en el Parque de los Mártires Universitarios en La Habana (1967), de Mario Coyula, Emilio Escobar, Sonia Domínguez y Armando Hernández, primera obra conmemorativa de la Revolución.
El rescate del Constructivismo
La primera ayuda significativa de la URSS ocurrió en 1963 a raíz del ciclón Flora que arrasó con campos y poblaciones de las provincias orientales, destruyendo miles de viviendas. Fue obsequiada a Cuba una planta de prefabricación pesada, capaz de producir 1700 unidades por año, que se instaló en Santiago de Cuba. Allí se construyó el Distrito "José Martí" para 72 mil habitantes, siguiendo las normas de relación servicios-población establecidas en la Unión Soviética[17]. Sin embargo, no se aceptó el diseño original de los paneles poco apropiados al clima tropical. Un equipo de arquitectos cubanos — Fernando Salinas, Enrique De Jongh Julio Dean, Edmundo Azze, Orlando Cárdenas y otros — proyectaron los nuevos modelos semitransparentes que permitían la ventilación cruzada de las habitaciones. O sea, en la década del sesenta resultaba evidente el avance "estético" de la arquitectura cubana, influenciada por el International Style de origen norteamericano, respecto a la tradición monumental aún presente, o al pragmatismo constructivo que prevalecían en la URSS bajo la orientación de Jruschov.
De allí que pocos arquitectos soviéticos participaron en los equipos de apoyo técnico diseminados en la isla, más vinculados a la planificación económica y a los procesos constructivas. Entre las visitas excepcionales, relacionadas con la cultura arquitectónica y el diseño, podemos citar a M. Soloviev, Director del Departamento de Diseño Industrial y a A. Riabushin, Director del Departamento de Teoría e Historia de la Arquitectura, ambos en Moscú. Sólo una decena de profesionales cubanos se formó en la URSS, sin alcanzar posiciones destacadas en su desarrollo profesional en la isla.
En las publicaciones locales el interés estuvo dirigido hacia la experiencia constructivista de los años veinte, y el esclarecimiento de las contradicciones que llevaron a su paralización en los treinta con el fin de evitar que el dogmatismo y el burocratismo arquitectónico se repitiesen en Cuba. En 1968, Fernando Salinas promovió la traducción al español del libro italiano de Vittorio de Feo[18]; e intenté publicar la emotiva autocrítica de A. K. Burov, miembro de la vanguardia de los "años de fuego", justificando las concesiones realizadas al historicismo académico en las obras realizadas a partir de 1933[19].
Regionalismos y folclorismos
El proceso de "institucionalización" del país ocurrido después de la fracasada zafra de los diez millones de toneladas de azúcar de 1970, tuvo su repercusión también en la arquitectura. La autonomía proyectual de los arquitectos quedó doblegada por las estrictas normas establecidas por el Ministerio de la Construcción y la definición de rígidas tipologías planimétricas y compositivas para cada uno de los temas desarrollados, asociadas al empleo de elementos constructivos prefabricados. Cada tema poseía su propia configuración funcional y tecnológica: las industrias, las escuelas, las viviendas, los hospitales, los hoteles, etc.. Proliferaron los folletos técnicos y los libros referidos a la prefabricación y la economía de la construcción[20].
A partir de 1975 la revista Arquitectura Cuba integró en sus páginas la arquitectura y el urbanismo soviéticos, en particular sobre aquellas repúblicas de la URSS que habían desarrollado un lenguaje "regionalista"; también influenciado por las ediciones masivas de los libros de Vladimir Khait sobre la obra de Oscar Niemeyer, demostrativos de la libertad creadora de un diseñador "comunista" latinoamericano[21]. Un historicismo acontextuado apareció en la sede de la embajada de la URSS en el barrio residencial de Miramar, cuya alta, compleja y maciza torre era más apropiada para Alma Ata o Krasnoiarsk que para La Habana. Lenguaje formalista de escaso contenido conceptual que incidió localmente en la renovación estética de los años ochenta, al impulsarse nuevamente el turismo en Cuba y construirse algunos conjuntos hoteleros en falso vernáculo indígena.