Cuba

Una identità in movimento


Argentina y Cuba: sueños e ilusiones de la generación de los 60 (Parte I)

Roberto Segre


Esperanzas latinoamericanas

¿Por qué la ancestral Biblia es todavía leída atentamente por millones de personas en el mundo actual? Esto ocurre porque la esencia humana no se modificó a lo largo de la historia; y porque el ser social, como afirmaban Hegel y Marx, se desarrolla en una espiral continua e infinita, caracterizada por la alternancia de inmutabilidades y transformaciones en la estructura dual que rige el Universo: el bien y el mal, la alegría y la tristeza, el amor y el odio, la riqueza y la pobreza. De allí que hoy, son aún vigentes las iluminadas palabras de Jorge Manrique ante la tumba de su padre, escritas hace más de quinientos años, al decir: "... como a nuestro parecer cualquiera tiempo pasado fue mejor". Atormentados por angustias y contradicciones que generan sin cesar los dramáticos acontecimientos acaecidos en este inicio de siglo, revive en la memoria la imagen paradisíaca de la década del sesenta.

Quizás, vista a la distancia, tampoco fuera tan ideal como lo creímos entonces, al enfocar aisladamente el restringido universo arquitectónico. Nuestra percepción de los acontecimientos mundiales no poseía la instantaneidad actual, generada por satélites, e-mails, Internet, cable-TV, que nos hizo asistir en vivo, desde las más lejanas comarcas, al escalofriante choque del avión suicida contra la torre del WTC en Nueva York (2001). Ello era impensable en los años sesenta. Pero también ocurrían hechos dramáticos, positivos y negativos: el lanzamiento del Sputnik (1957) Y Gagarin en el espacio (1961) en la Rusia de Kruschov; el triunfo de la Revolución cubana (1959); la derrota de Playa Girón (1961) y luego la crisis de los misiles (1962); la independencia de Argelia (1962), el recrudecimiento de la Guerra Fría, el Muro de Berlín (1961), el asesinato de Kennedy y de Martin Luther King (1963).

Para un arquitecto graduado en los sesenta en la Argentina, la situación docente, cultural y profesional era promisoria, a pesar de las tensiones políticas y la persistente crisis económica que se vivió después del derrocamiento de Perón en 1955. Aunque el peronismo estaba ilegalizado como movimiento político, los jóvenes creímos en el presidente Arturo Frondizi, elegido democráticamente en 1958, sin imaginar que en la ambigüedad de su gestión, entregaría el país al capital extranjero; promovería la enseñanza privada; prohibiría el Partido Comunista; se entrevistaría con el Che Guevara y luego rompería relaciones diplomáticas con Cuba en 1962. En la Universidad se vivía un período democrático y participativo — de una década de duración, entre 1956 y 1966, finalizada al producirse la brutal intervención militar del general Onganía en la "noche de los bastones largos" —, marcado por las iniciativas creadoras, los intercambios de ideas, de visitantes extranjeros, de publicaciones, de nuevos planes de estudios. Luego de la etapa oscura del peronismo — que había vaciado la universidad de sus mejores cuadros, como se repitió con la dictadura militar a partir de 1966 —, los arquitectos locales de prestigio se integraron a la docencia, tanto en Buenos Aires como en centros docentes del interior del país: La Plata, Rosario, Córdoba, Tucumán, entre otras. Formado desde inicios de la carrera bajo la tutela del grupo OAM — Carmen Córdova, Horacio Baliero, Juan Manuel Borthagaray, Ernesto Katzenstein, Justo Solsona, Francisco Bullrich —, cursé los talleres de proyecto dirigidos por Wladimiro Acosta — uno de los profetas del racionalismo argentino — y Odilia Suárez — polémica urbanista porteña —, quienes privilegiaban los contenidos sociales de edificios y propuestas territoriales, sobre los valores formales y estéticos. Allí aprendí — parafraseando a Anatole Kopp — que el Movimiento Moderno "no era un estilo sino una causa", como lo demostraban las casas "Helios" de Wladimiro; y también me aproximé a la escala urbanística, que entonces me era ajena, al entrar en contacto con Odilia Suárez, Eduardo Sarrailh y Jorge Enrique Hardoy.

Partícipe de tareas docentes en las asignaturas de Historia de la Civilización, Historia de la Arquitectura y Visión II, tuve la oportunidad de compartir el proceso de renovación de la Facultad que asimiló, tanto la metodología pedagógica del Bauhaus como la primacía otorgada al Movimiento Moderno en los cursos de historia. La enseñanza del diseño, bajo la tutela de Carlos Méndez Mosquera, asumió progresivamente las transformaciones que estaban aconteciendo en la Hochschule für Gestaltung de Ulm, conocidas a través de Tomás Maldonado, quién impartió una serie de conferencias en Buenos Aires en 1958. El estudio de la semiótica se difundió en la universidad por la presencia de Gillo Dorfles en la FAU. El Departamento de Historia de la Arquitectura, a cargo del eminente historiador de la arquitectura colonial hispanoamericana, Mario J. Buschiazzo, abandonó las posturas académicas e historicistas con la entrada de un equipo de enfants terribles, apasionados de la arquitectura moderna — entre los que me contaba —, además de Federico Ortiz, Juan Bonta, Dick Alexander, Rafael Iglesia y Miguel Asencio. El fervor por los orígenes de la modernidad argentina y sus articulaciones internacionales privilegió el tema de la transición entre el academicismo decimonónico y los cambios acaecidos a inicios del siglo XX. Las clases impartidas en la FAU, aparecieron primero en la revista Nuestra Arquitectura, y fueron reunidas en un libro publicado en 1959 — Antecedentes de la Arquitectura Actual —, con los trabajos del equipo, en el que tuve a mi cargo el estudio de la obra y el pensamiento de Louis Sullivan, impresionado por su humanismo, sensibilidad social y crítica política al naciente sistema industrial norteamericano, expresados en su texto Kindergarten Chats.

A pesar del auge acelerado del brutalismo, de la difusión del cambio de orientación de Le Corbusier, quien abandonó los estrechos límites del racionalismo tradicional — en la iglesia de Ronchamp (1953) y el Pabellón Philips (1958) —; y de la admiración unánime por el debatido proyecto de la ópera de Sydney de Jorn Utzon (1959) y la musculosa Escuela de Arquitectura de Yale de Paul Rudolph (1958-64), nos identificamos con la continuidad lingüística de la herencia del Movimiento Moderno, sus fundamentos ideológicos y sociales y la búsqueda de soluciones seriadas y tecnológicas en relación con la vivienda económica. De allí el entusiasmo por el ensayo de Giulio Carlo Argan sobre el Bauhaus y su crítica a Ronchamp en Casabella-continuitá — con quién me relacioné en el curso dictado en Tucumán (1961) en el Instituto Interuniversitario de Historia de la Arquitectura, dirigido por Enrico Tedeschi y Marina Waisman —, y los nuevos contenidos historiográficos expuestos en los libros de Arnold Hauser, Leonardo Benévolo y Reyner Banham, todavía defensores de la "vieja guardia" de la modernidad arquitectónica. A las lecturas apasionadas se sumaba la ansiedad de conocer personalmente los maestros europeos y latinoamericanos: llegaron a la Argentina Richard Neutra (1959), Gillo Dorfles, Luigi Crema y Marco Zanuso (1958), en múltiples visitas en ocasión del proyecto de la fábrica Olivetti en Buenos Aires.

En los viajes a Europa y al Brasil compartí con Paolo Portoghesi — aún no declaradamente postmodernista —, Ernesto N. Rogers, Vittorio Gregotti, Gae Aulenti y Aldo Rossi; y a pedido de Rogers y su equipo de redacción elaboré con Gian Ludovico Peani el número 295 de Casabella-continuitá dedicado a la Argentina (Milán, 1964), injustamente obviado en el reciente libro de Francisco Liernur (2001). También conocí a Mario Ciribini, Konrad Wachsmann Peter & Alison Smithson, Mónica Pidgeon y Bruno Zevi: fue una gran emoción impartir una conferencia sobre la arquitectura argentina en el INARCH de Roma (1962), con Zevi Y Portoghesi asistiendo en la primera fila del auditorio. En una estancia de dos meses en el Brasil (1963), visité Oscar Niemeyer en su casa en Canoas, y me entrevisté con Lina Bo Bardi, João Vilanova Artigas, Eduardo Corona, Jorge Katinski, Sérgio Bernardes y Jorge Wilheim. Aunque no vibré con el purismo del recién inaugurado conjunto gubernamental de Brasilia, dudando — quizás equivocadamente —, de la trascendencia de su significación icónica; al visitar las trascendentes obras de Niemeyer en Belo Horizonte y el Museo de Arte Popular de Lina Bo Bardi en Salvador, percibí que América Latina era algo más diferenciado y complejo que la ascética racionalidad porteña. Sin embargo, tuve que vivir largos años en Cuba para descubrir el "sincretismo ambiental caribeño" como categoría alternativa al "regionalismo crítico".

El período comprendido entre los años 1955 y 1965 constituyó un momento efervescente en la arquitectura argentina. Allí se definieron los múltiples caminos abiertos luego de la superación del lenguaje de las "cajas blancas", heredado de la inmediata preguerra. Resumiendo, podemos caracterizar cuatro ejes básicos. El primero era definido por la continuidad de la ortodoxia racionalista, filtrada a través de la herencia de los Grandes Maestros, en particular de Walter Gropius, Richard Neutra, Mies van der Rohe y Le Corbusier. A su vez comenzaban las peregrinaciones a Escandinavia para visitar las obras de Alvar Aalto, Sigurd Lewerenz y Arne Jacobsen. Coincidiendo con esta línea, los "gurús" locales eran Amancio Williams, entre los jóvenes de la elite profesional, y Wladimiro Acosta entre los populares de izquierda, secundados por el grupo OAM y las obras de Juan Manuel Borthagaray, Ernesto Katzenstein y Justo Solsona. Tuvo gran repercusión, por su carácter innovador, el proyecto de las torres de viviendas económicas en La Boca, realizado por el equipo de Solsona, Katzenstein, Peani y Santos (1957), quienes obtuvieron el primer premio en el concurso. También integró esta corriente el catalán Antonio Bonet, responsable del empleo canónico de los principios del urbanismo CIAM en el proyecto del Barrio Sur, proponiendo demoler en gran parte el histórico barrio de San Telmo (1956) — al igual que la iniciativa de J. L. Sert para La Habana Vieja —; y su reinterpretación de la estructura espacial miesiana en la casa Oks de San Isidro (1958).

El segundo eje, buscaba el rescate de una expresión nacional, vinculada a los materiales locales, la tradición colonial y la precariedad de recursos existentes, en particular en el interior del país; principios que regían el taller de Alfredo Casares en la Facultad. Siguiendo las experiencias vernáculas de Eduardo Sacriste, Claudio Caveri y Eduardo Ellis proyectaron la iglesia de Nuestra Señora de Fátima (1956), que abrió el movimiento llamado "casasblancas", con directa referencia a la ascética arquitectura colonial del norte argentino. Otras opciones surgieron en diversas regiones del país. En Misiones, el entusiasmo constructivo del gobierno provincial generó una serie de concursos para estaciones de policía, escuelas, puestos sanitarios e instalaciones turísticas. En algunos ejemplos — el hotel El Dorado de Winograd, Wapñarsky, Sigal (1957) —, fueron utilizados el ladrillo, la madera y la piedra para expresar la particularidad del paisaje local.

La magnificación del hormigón armado a la vista en formas ciclópeas, desarrollada por Le Corbusier en Chandigarh (1953) tuvo sus adeptos en la Argentina, con obras construidas en varias provincias, caracterizando el tercer eje: en Córdoba la escuela Manuel Belgrano de Bidinost y otros; la de Além en Misiones de Soto y Rivarola (1957-63). Clorindo Testa fue la figura clave del brutalismo local y de la profunda transformación del lenguaje serio y contenido de la arquitectura rioplatense. Su heterodoxa libertad creadora, la experiencia plástica otorgada por su dedicación a la pintura, su negación de dogmas y esquemas preconcebidos y la búsqueda constante de alusiones metafóricas, le permitieron renovar los códigos formales y espaciales locales, aunque cuestionados y criticados por la corriente del racionalismo canónico. Fue un hecho curioso y contradictorio que las tres obras principales de este período las realizara en equipo con arquitectos estrictamente pragmáticos y "racionalistas": el Centro Cívico de La Pampa (1956-63) con Francisco Rossi, Augusto Gaido y Boris Dubinovic; el Banco de Londres y América del Sur (1959-1966), con Sánchez Elía, Peralta Ramos y Agostini (SEPRA) — la oficina de mayor prestigio de Buenos Aires, semejante a lo que era en Estados Unidos Skidmore, Owings & Merril (SOM) —; el concurso de la Biblioteca Nacional (1962-1995) con dos arquitectos de OAM, discípulos de Tomás Maldonado: Francisco Bullrich y su esposa, Alicia Gazzaniga. En 1967, una vez terminado el banco, un grupo de siete arquitectos, supuestamente de izquierda — Charosky, Clusellas, Levisman, Moreo, Kuperzmit y Lopatin —, escribieron una apasionada arenga contra el edificio, publicada en Architectural Design y luego apoyados por Bruno Zevi en L`Espresso de Roma, denunciando su gratuito simbolismo del gran capital extranjero. Visión de poco futuro: quizás no imaginaron ni comprendieron que una de las obras más importantes de la arquitectura argentina, acabaría representando la vanguardia cultural local más que el capital financiero. Después de la guerra de Las Malvinas (1982), al retirarse los ingleses de las actividades bancarias argentinas, fue sede del Banco Hipotecario Nacional, destacándose como uno de los principales íconos en el Buenos Aires del siglo XX.

El último eje coincidió con la creciente presencia de los modelos del Internacional Style y las torres con las fachadas curtain wall, proveniente de los Estados Unidos. Ya el "coloso del Norte", después de las divergencias con el gobierno de Perón, comenzaba a interesarse en la Argentina: la visita de Paul Lester Wiener en 1956, y la posterior de Neutra, indicaban la atención prestada al desarrollo urbanístico y arquitectónico local, y la búsqueda de oportunidades para los estudios norteños: por ejemplo, Skidmore, Owings & Merril (SOM) construyeron dos torres de oficinas en San Pablo y proyectaron un conjunto de edificios en La Habana del Este (1957). En 1956 Mario Roberto Álvarez inauguró el Teatro General San Martín, una de las pocas obras de calidad arquitectónica construidas durante el período peronista, con fachada totalmente de vidrio. Luego en 1958, SEPRA proyectó la tersa superficie purista del edificio Nestlé en la Avenida 9 de Julio. A inicios de los sesenta surgieron las primeras torres de oficinas: el edificio Fiat (1961) de Amaya, Devoto, Lanusse y Pieres; el edificio Olivetti (1962) de Pantoff y Fracchia y el resonado concurso para la torre de oficinas Peugeot (1962), prevista como la más alta de Suramérica, en el que participaron cientos de profesionales de todo el mundo — casualmente, el terreno de Esmeralda y Libertador quedaba frente a mi oficina profesional —, organizado por la Foreing Buiding and Investiment Company, que nunca se concretó. También en la Exposición del Sesquicentenario de la Revolución de Mayo (1960), aunque pasó desapercibida por las escasas obras de arquitectos locales de renombre — sólo son citados el pabellón Cristalplano de Antonio Bonet y el puente sobre la avenida Figueroa Alcorta de Janello, Grichener y Gallo —, llamaron la atención la cúpula geodésica de aluminio de Buckminster Fuller y el pabellón inflable USA de Victor Lundy.

En este contexto inicié desde estudiante mi actividad profesional, contemporáneamente a las tareas docentes en la FAU y las primeras publicaciones. Además de organizar el número de Casabella-continuitá participé como colaborador y diseñador gráfico de la revista Obrador, editada por el arquitecto Marcos Winograd y un equipo del PC argentino, que divulgaba obras de contenido social y las principales experiencias alcanzadas en el tema de la vivienda. Tuve la oportunidad de desarrollar una intensa actividad como diseñador gráfico de la revista de economía Camoatí, que resultó pionera en el medio bursátil de Buenos Aires, con una imagen moderna, inspirada en la herencia bauhausiana y sus seguidores locales del grupo Nueva Visión, creado por Tomás Maldonado. A raíz de esta nueva tarea, fui invitado a integrarme en la cátedra de Visión II — recuerdo que en mi grupo fue alumna Diana Agrest —, de Reinaldo Leyro y Carlos Méndez Mosquera, quién en 1963 fundó la revista SUMMA. El estudio profesional de diseño gráfico abarcó también los proyectos de pabellones de empresas industriales, realizando varios en la Exposición del Sesquicentenario en colaboración con el arquitecto Jaime Nisnovich: la torre de Atanor, el stand de los motores de motocicletas Televel y el pequeño auto alemán Isetta, que comenzaba a promocionarse en aquel entonces.

Sin embargo, al regresar de un largo viaje a Europa con el arquitecto Silvio Grichener, el golpe militar que derrocó a Frondizi en 1962, anunciaba un futuro político y económico incierto, con el fortalecimiento de la derecha, tanto en el país como en el medio universitario. De allí, que ante la inesperada y sorprendente invitación — en aquel momento, ante la salida de los profesionales cubanos hacia Estados Unidos, lo que más se necesitaban allí eran constructores, ingenieros, veterinarios, médicos — recibida para impartir clases de historia de arquitectura en la Facultad de La Habana (1962), debido al retiro de la docencia del prestigioso profesor Joaquín E. Weiss, no dudé sumarme con entusiasmo al proceso revolucionario que estaba aconteciendo en Cuba.

El abandono del trabajo profesional y de los cargos docentes en la Facultad de Arquitectura de Buenos Aires, no resultó una decisión fácil. Los dramáticos acontecimientos que se desencadenaron con la invasión de Playa Girón (1961), el embargo económico norteamericano, y "la crisis de octubre" (1962), a raíz de la instalación de los cohetes soviéticos en Cuba, no hacía de este país un lugar propicio para el trabajo académico tradicional. El grupo de profesionales sudamericanos que habían acudido al llamado para sustituir a la carencia de especialistas debido a la salida de los cubanos hacia Estados Unidos, lo hacían, quizás por vocación revolucionaria, pero principalmente por orientaciones partidarias. En general, la intelectualidad del Cono Sur asumía una posición solidaria con Cuba, pero desde lejos, sin comprometerse directamente in situ. En el medio de la burguesía culta que me circundaba, la decisión era temeraria, especialmente por los hábitos de vida acomodados, identificados con aquellos de la clase media porteña. La opinión de los colegas, arquitectos o profesores, era que mi estancia en La Habana no superaría los seis meses. Recuerdo mi último encuentro con Enrico Tedeschi en Buenos Aires. A pesar que pertenecía al "séquito" de Buschiazzo, estreché vínculos de amistad con Tedeschi, no sólo por nuestro común origen itálico, sino por la afinidad que sentía con sus ideas como crítico e historiador. Cuando, desde Córdoba viajaba a la capital, siempre encontrábamos un tiempo para almorzar juntos y debatir temas arquitectónicos. Al informarle que estaba invitado para enseñar en la Facultad de Arquitectura de La Habana se puso lívido, y me ofreció la beca que quisiera para ir a Estados Unidos. Como nunca me había interesado ir a este país, reafirmé mi convicción de viajar a las Antillas. El encuentro concluyó con una frase inolvidable: "vendiste tu alma por un plato de lentejas". Años después al publicar en Cuba (o fusilar) su texto de Teoría de la Arquitectura (evidentemente sin su autorización), le informé que había estado en lo cierto: la comida típica cubana era arroz con frijoles.


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Río de Janeiro
Diciembre, fin del año 2002


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