Wilkie Delgado Correa
Estados Unidos ha implantado un férreo bloqueo contra Cuba desde hace más de cuarenta y cinco años. Próximamente se cumplirá el décimo quinto aniversario de la primera resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas, reiterada años tras años, sobre el cese del bloqueo económico, comercial y financiero de Estados Unidos contra Cuba. No obstante, la potencia más rica y poderosa de la historia ha mantenido impertérrita su prepotencia y su contumaz determinación de desoír y manifestar su desprecio al pedido de la comunidad internacional. En ello no sólo está implícita la mala voluntad contra Cuba, sino contra el resto del mundo. Pues todos los países, en un grado mayor o menor, son víctimas de las leyes y medidas del bloqueo contra Cuba, que por su carácter extraterritorial, afectan también sus intereses nacionales.
Apuntando hacia la tendencia expansionista de su país, el senador John Hale advertía en el siglo pasado que los Estados Unidos tenían un destino
superior al de la expansión sobre otros territorios, y señalaba:
"Si somos deslumbrados y arrastrados por la aureola del renombre militar, si trastornan nuestros juicios los afanes de una codicia que no quedará satisfecha mientras alguien posea territorios contiguos a los nuestros, entonces. no necesitaremos de otra profecía que la que nos proclama la voz de la experiencia, para predecirnos que fracasaremos y que seguiremos el camino de las repúblicas que nos precedieron".
La historia se ha encargado de darle la razón. Los Estados Unidos, a pesar de todo su descomunal poderío, ha fracasado y continuará fracasando, y seguirá indefectiblemente los caminos de los imperios que lo han precedido.
Los cubanos han sabidos diferenciar las intenciones predominantes de la mayoría de los gobiernos norteamericanos y de las fuerzas políticas
hostiles hacia Cuba, del sentimiento amistoso y solidario del pueblo norteamericano. Y esto se sintetiza en la frase de Martí:
"Amamos a la patria de Lincoln, tanto como tememos a la patria de Cutting".
George Washington, primer presidente de los Estados Unidos, con motivo de su segunda gestión presidencial, pronunció un discurso de despedida al pueblo norteamericano en el cual transmitió a las generaciones futuras sus preceptos y consejos, entre los cuales aparecen los referentes a las
relaciones con otros países. He aquí un fragmento, cuya esencia ha sido traicionada por la mayoría de sus sucesores, quienes han practicado una
política contraria a sus consejos sobre la buena política exterior.
"Observad buena fe y justicia con todas las naciones. Cultivad la paz y la armonía con todas. La religión y la moralidad mandan esta conducta. Y, ¿sería posible que no lo ordenase igualmente la buena política?"
"Para la ejecución de tal plan, nada tan esencial como abstenerse de las antipatías permanentes, inveteradas, contra unas naciones en particular. y
cultivar en lugar de ello los sentimientos amistosos para con todas. La nación que se entrega al odio. de otra, en cierta medida es una esclava. Es una esclava de su animosidad. y bastará una y otra cosa para desviarla de su obligación y de su propio interés. La antipatía entre una nación y otra las dispone con mayor facilidad a insultar y agraviar, a valerse de ligeras causas de resentimiento, y a ser altaneras e intratables cuando sobrevienen motivos accidentales o triviales de disputa".
Sabias son las palabras de George Washington. Pero, desgraciadamente, los gobernantes de Estados Unidos han preferido cultivar la guerra y las antipatías contra otros pueblos; fomentar el odio y ser, como sentenciara George Washington, esclavos de su animosidad. Han convertido a la nación norteamericana en altanera e intratable, y la han desviado de su obligación a nivel internacional y de su propio interés.
¡Ay, la traición de los gobernantes en Washington! ¡Ay, qué tamaña traición se comete contra el legado del padre de la patria americana! ¡Ay,
George Washigton, cuanto daño pueden hacer los traidores desde el poder!
Página enviada por Wilkie Delgado Correa
(24 de octubre de 2006)
Dr Wilkie Delgado Correa
Profesor de Mérito del Instituto Superior de Ciencias Medicas de Santiago de Cuba