Mucho se ha escrito sobre los tambores Batá (el Okónkolo u Omelé, el Itótele y el Iyá), y también se han visto y escuchado como si fueran los únicos que existieran para los seguidores de los cultos sincréticos afrocubanos, sin tener en cuenta los de Tumba Francesa, los Abakuá, los Arará, los Iyesá y los de procedencia Bantú, más conocidos como paleros, entre los que se destacan el Kinfuiti, los Ngoma, los de Macuta o Makuta, el Bocú y los de Yuka.
Según Fernando Ortiz el vocablo Yuka es bantú y significa golpear o percutir. En Cuba los esclavos de origen congo crearon para sus fiestas profanas estos tambores, que al igual que los Batá de los yorubas son tres. El más grande se le llama Caja que según Angeliers León proviene de la denominación usual del bombo, es el más sonoro, se percute con una maza fuerte o baqueta dura y la mano. El mediano se le conoce por Mula, ya que en él se ejecuta un ritmo cuya figuración recordaba el trote de este animal, es el que lleva el compás. Y el más pequeño es el denominado Cachimbo que es el tambor que marca el ritmo.
Los tambores Yuka son los de mayor tamaño de todos los percusivos de los afrocubanos, destacándose unos largos y finos en su diámetro, preferentemente hechos del tronco de un aguacate o almendro, que como todo árbol frutal de Cuba son fáciles de vaciar. Sólo se le pone cuero en uno de sus extremos, que los más exigentes hacían con piel de cogote de buey para la Caja o sea, el tambor más grande de los tres.
Para tocarlos se ponen los tambores inclinados, resaltándose que una de las peculiaridades de este trío congo es que el tamborero tiene que ponerse a horcajadas sobre el tambor y por su peso debe ser sujetado por medio de una argolla a la cintura del tocador, como ha explicado Angeliers León. Esto coincide con lo presenciado por el estudioso amigo y gran cubano Armando J. Casadevall, que por suerte lo ha dejado plasmado en su reciente trabajo que ha titulado Los Cabildos negros de Sancti-Spíritus, donde relata que los tres tambores Yuka que vio en el Cabildo de Cocosolo
... estaban hechos de tronco de cedro y medían más de tres metros de largo. Debido a su tamaño, para poder tocarlos montaban el extremo donde estaba el cuero que hacía cabeza en una cruceta de madera.
O sea, que los tambores Yuka que relataba Angeliers, el mayor era sujetado por una argolla que colgaba de la cintura o el cuello del tamborero y los que vio Casadevall en sus tiempos de adolescente en su Sancti Spíritus natal, eran sujetados en la parte del parche por dos palos en forma de cruz, y en ambos el que los percutía tenía que subirse encima, de ahí que se diga que se tocan montándolos.
Las memorias de Casadevall deben ser incluidas en todas las listas de libros que recomendamos a los interesados en conocer sobre los cultos sincréticos que se formaron en Cuba, porque son una muestra confiable de nuestro verdadero folklore, que lamentablemente a estas alturas sigue siendo distorsionado afuera y adentro de la isla. Por los errores que se publican es que el admirado Casadevall decidió dejar impreso sus valiosos recuerdos.
Conjuntamente a los tambores de Yuka, para complementar su baile se golpea un palo forrado en una pieza de latón a la que llamaban guagua, que algunos sustituían por otro tronco de madera ahuecada que le llaman guácara que se tañe con dos palos, también se hace sonar cualquier instrumento rústico de metal como una reja o diente de arado o una guataca, además de que uno de los tamboreros usa un par de pulseras llamadas Nkembi consistentes en unas maraquitas de güira o metal. Con todo este instrumental se acompañaba los Bailes de Maní que era como un juego pugilístico y el Baile de Yuka, que según Ortiz era un baile erótico para la fertilidad, donde se chocaban la pelvis como consumándose el acto sexual, y el hombre perseguía a la mujer como el gallo a la gallina.
Contrario a los tambores batá no son sagrados, porque se usan para toques de diversión, así que el tamborero no tiene que pasar el proceso de iniciación para tocarlos, ni tampoco tiene que alimentarlos con ningún tipo de ofrendas o sacrificios. Igualmente se diferencian de los batá en que son bastante rústicos,
... el parche se clava sin mucho esmero en los detalles, y en ocasiones no se recorta circularmente, sino que se conserva con todas las irregularidades que tenga el pedazo de piel.
Muy distintos a los otros de procedencia bantú donde se clavan esmeradamente y cortan el cuero más cuidadosamente y los adornan con mayor curiosidad.
Otros tambores congos que se percuten en toques de pura diversión son los Ngoma, que componen tres tambores abarrilados como las tumbadoras, hechos de duelas rectas en forma cónica invertida, con cuero clavado, para tocar sentado o ladeado el tambor; los de Macuta o Makuta, que pueden ser dos o tres de forma bien ancha y cilíndrica, que se tocan a mano limpia y a veces se atan a la cintura de quien lo percute, ejecutados para el baile del mismo nombre; y el Bocú o Bokú, que es el tambor usado en las congas de Oriente, según Ortiz su única membrana se tensa por medio de clavasón, de caja larga y estrecha de un metro a diez centímetros de largo por un diámetro de 30 cms. para arriba donde se fija el parche y 20 cms. abajo, ligeramente troncónica, hechas de duelas y con flejes de hierro que las ciñen y aprietan. Se templa con candela y se toca sólo con ambas manos, llevándolo el boncusero a su lado izquierdo, colgado del cuello, por una correa. En las famosas congas de los Carnavales de la Provincia de Oriente se observaron desde cuatro a dieciséis. Fernando Ortiz atestiguó en Los instrumentos de la música afrocubana que estos Bocú se podían ver en la misma provincia en las músicas rituales de Orilé cruzado.
El único instrumento de los rituales de procedencia bantú que es estrictamente secreto y religioso es el Kinfuiti, casi igual que el ékue para los abakuá.