La encontré en la "8va Conferencia sobre estudios cubanos y cubano-americanos" del Centro de Investigaciones sobre Cuba (Cuban Research Institute; CRI son sus siglas en inglés), adscrito a la Universidad Internacional de la Florida.
Las jornadas de este octavo encuentro se celebraron entre el 11 y el 13 de febrero del año en curso y tuve el gusto de participar como ponente en uno de sus múltiples paneles, adonde llevé una mirada sobre el teatro que hoy se hace en la Isla, tema que despertó no poco interés y propició nuevas relaciones profesionales con colegas de diversas entidades . Para la última sesión del sábado 13 el programa académico reservó el desarrollo de la mesa redonda "El Instituto de Estudios Cubanos (IEC): 40 años en la historia de Cuba", que integraron María Cristina Herrera, por el Miami Dade Collage; Marifeli Pérez-Stable, por la Universidad Internacional de la Florida, Carmelo Mesa-Lago, por la Universidad de Pittsburg, y que tuvo en el Dr. Javier Figueroa, de la Universidad de Río Piedras, Puerto Rico, un moderador de excelencia.
Yo conocía algunos artículos de la Dra. Pérez-Stable, unos cuantos escritos del Dr. Mesa Lago, a quien leo con especial gusto, y, curiosamente, y pese a ser María Cristina una leyenda viva para el exilio académico cubano — o tal vez por eso mismo — solo contaba con unas escasas referencias de su persona.
En el panel, gracias al apoyo de un pequeño balón de oxígeno adosado a su silla de ruedas, escuché a una mujer culta a la par que llana, inteligente, franca, apasionada y amorosa que con peculiar desenfado refirió momentos de su personal trayectoria para poder describir mejor los avatares del propio IEC y las contradicciones pasadas y presentes del exilio cubano, mientras ante mí pasaban a un ritmo vertiginoso jirones de nuestra historia narrados, a veces, desde una perspectiva inédita o un plano distinto, con lo cual adquirían mayor interés y relevancia.
Varios de los presentes en la sala dialogaron con la mesa, aludieron a uno u otro instante, resaltaron alguna acción o hecho relacionados con las figuras de los panelistas, pero creo no equivocarme si digo que las palmas se las llevó María Cristina a quien varios de los colegas más jóvenes — algunos bien conocidos para mí por su meritoria labor en la Isla — destacaron la ayuda, el apoyo que a su llegada a Miami habían hallado en ella en los instantes en que transitaban por el complejo período de reinserción profesional en este diferente contexto.
Culminado el intenso conversatorio entre el peculiar panel con su variopinto auditorio, que incluía a parte del exilio académico cubano, me presenté a sus integrantes. El Dr. Mesa-Lago y la Dra. Herrera recibieron con asombro regocijado el hecho de que estuviera allí una representante de la academia de la Isla. María Cristina, en especial, me invitó a pasar por su casa antes de que efectuara mi ya inminente regreso. Insistió una y otra vez; quería intercambiar opiniones acerca de un mañana que le parecía cada vez más cierto. Lamentablemente no dispuse del tiempo preciso para ir a verla. Me perdí un encuentro que adiviné memorable para mí.
Lo que pude escuchar en aquella jornada acerca de las cuatro décadas de existencia del IEC resultó tan novedoso y conmovedor que a mi regreso busqué de inmediato, y por vías diversas, más información sobre el tema. Apenas obtuve unos breves datos. Sin embargo, no por ello pierdo las esperanzas de poder disponer de la documentación y la información precisas para conocer la labor de esta institución y poder valorar su trascendencia.
Lamentablemente, el pasado 2 de julio nos llegó la noticia del deceso de la Dra. María Cristina Herrera Fernández quien estaba próxima a cumplir los 76 años de edad.
Había nacido en Santiago de Cuba el 7 de agosto de 1934 . Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Oriente y en 1954 viajó a los Estados Unidos para cursar estudios en la Universidad de Columbia, Nueva York, donde permaneció hasta 1956. Posteriormente obtendría un doctorado en Filosofía y Letras en la
Universidad Católica de Washington D.C.
Desde muy joven se integró a la vida política. En 1947, con solo catorce años, ingresó en Acción Católica, donde fue una militante activa. Luego del triunfo revolucionario de 1959 militó en la organización opositora Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP) hasta 1961 en que parte hacia el exilio.
En los Estados Unidos se desempeñó principalmente como docente. En un inicio enseñó Doctrina Social de la Iglesia en el Instituto para la Acción Social de la Arquidiócesis de Miami. Entre 1970 y 2003 laboró como profesora de Ciencias Sociales en el Miami Dade College.
En 1969 María Cristina y un grupo de cubanos de similar condición fundaron el Instituto de Estudios Cubanos (IEC). La institución inscribió su accionar dentro de una de las más caras tradiciones de la nación: el pensarse a sí misma. No solo promovió el estudio y el examen de Cuba desde muy variados planos, liderando una suerte de zona de especialización que con el decursar del tiempo ha sido nombrada (a veces en ese espíritu de choteo que tan bien conocemos) como Cubanología, sino que desde el comienzo mismo entendió y defendió la necesidad de un intercambio sereno y respetuoso con respecto a cualquiera de los temas y asuntos cubanos , en momentos en los que tal postura distaba de ser comprendida, siendo considerada por unos como debilidad ideológica y por otros como traición que se pagaba con la vida. No por gusto una bomba detonó en el garaje de la casa de María Cristina en aquel mayo del 88. Diez años antes, en 1978, la Dra. Herrera había regresado por vez primera a la Isla — tras casi tres décadas de ausencia — para participar en las conversaciones que tuvieron lugar en ese año entre los cubanos de una y otra orilla. El llamado Dialogo del 78, que consiguió el restablecimiento oficial de las relaciones entre la comunidad cubana en la emigración y el Gobierno Cubano, tuvo en esta mujer una esperanza firme y una resonancia fundamental.
Fue María Cristina en Miami, hasta su muerte, una figura aglutinadora y un agente catalizador entre cubanos de las más diferentes posiciones. Retirada ya de la actividad pública su casa continuó recibiendo y cobijando a todo compatriota que allí deseara llegar y siguió funcionando como un espacio de encuentro e intercambio para hablar de Cuba; su pasado, su presente y, sobre todo, su futuro.
Cuando con mayor fervor se trabaja por el diálogo esencial entre los cubanos amantes de su patria, más allá de credos y opiniones diversas, y por el reencuentro; cuando la esperanza de su logro se torna certeza no hay dudas de que María Cristina Herrera alienta entre nosotros.
Página enviada por Esther Suárez Durán
(7 de agosto de 2010)