Cuba

Una identità in movimento


Corazón de Genio

César Gómez Chacón


Finalmente el Genio se escapó de la botella. La botella era su corazón, ese lugar inmensamente poblado de bondad, de paciencia, abarrotado de amores, impredecible como la vida, o como la muerte misma, donde vivíamos todos nosotros: los heridos, los abandonados, los incomprendidos, los que alguna vez quisimos enlatar el sol, subir la mayor montaña, encontrar el alma gemela, publicar un sorbo de sentimientos.

Y todos íbamos allí, de uno en uno, de dos en dos, de tres en tres... de mil en mil: el periodista, el militar, la señora ajada por los golpes de la vida, el joven perdido en el bosque de inseguridades, el abuelo sin nietos; la niña linda de la facultad de comunicación, en busca de un poco de comunicación; el profesional cansado que decidía abandonarlo todo; el ex-cualquier cosa que regresaba de la cárcel, convencido de haberlo vencido todo, también buscando cómo volver a empezar.

Dicen que era su oficina, donde en los últimos... ¿tres mil años? se hacía pasar por el director del Instituto Internacional de Periodismo José Martí, pero para nosotros, los privilegiados del Genio, los que sobrepasábamos todas las cifras conocidas, era la tabla de salvación, el arca de Noé, el confesionario donde nunca se escucharía un amén, que no íbamos a buscar, pero sí el mejor de los consejos, o el peor de los regaños de aquel Padre-hijo-hermano espíritu nuestro, que difícilmente hoy esté en los cielos, ni perdería su tiempo, nuestro tiempo, en otro sitio que no fuera en cualquier parte.

Arder sí, él va a arder siempre, como lo hizo cada vez frente a la máquina de escribir, a su "a vuelta de correo", a su Sandra maldita, que devino escándalo y enseñanza a la vez; frente a su "tecla ocurrente" y definitiva. Ardió, me consta, ante aquellos que alguna, pocas veces, lo sacaron de paso, o se salieron del paso de sus más sagradas convicciones. Hace poco le oímos definirse en una sola palabra: flexibilidad. Creo que no lo entendimos bien entonces: no se refería sólo a él mismo, nos la exigía a todos nosotros, con esa manía suya de enseñar sin sermonear. Flexibilidad... ¡Qué falta nos haces, vieja!

El Guille, Guillermo Cabrera Álvarez, el profe, el flaco, el poeta, el trovador sin guitarra, el "teclero mayor"... el Genio del periodismo cubano, como lo definió genialmente Fidel, se escapó finalmente de su corazón. Ya no cabía, ya no cabíamos en él. Ni infartos, ni operaciones. Lo decidió así de sencillo, en el momento cuando parecía más feliz, cuando trató de reunirnos a todos en el mismo centro del país. Fue sólo un susto más, un jugar a los escondidos, un me voy ahora, y nos vemos después...

Porque los Genios jamás se van, los Genios no desaparecen, los flexibles no se parten, ni parten sin avisar. El Genio nuestro no ha muerto, nos hizo otra de sus bromas pesadas. El Guille Cabrera simplemente se escondió donde único podía hacerlo, porque lo había hecho siempre: el Guille está dentro de todos nosotros. Fue simplemente más Genio que nunca: se repartió a pedacitos, para seguir viviendo feliz en cada uno de nuestros corazones. Escúchenlo, entre latido y latido, como nos sigue diciendo:

    "... flaco, fea, poeta: ¡no me lloren, coño!"





Página enviada por:
Froilán González y Adys M. Cupull Reyes
(2 de julio del 2007)


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