Queridos Miguel Barnet y demás miembros de la UNEAC:
No puedo estar con ustedes en los debates. Conozco las preocupaciones de algunos de los miembros de la organización — sobre todo las tuyas, Miguel — debido a la costumbre tradicional de mi presencia en los congresos de nuestros escritores y artistas.
Deseo no obstante, como un modesto aporte a la reunión, expresar algunas inquietudes que me vienen a la mente, habituada a plantearse complicadas interrogantes, aunque no siempre con la calma y el tiempo de que ahora forzosamente dispongo. Seré breve, sintético y limitado a muy pocas observaciones.
El ser humano moderno no es menos egoísta que el griego de la época de Platón. Por el contrario, el de hoy está sometido a un diluvio de publicidad, imágenes e influencias a las que jamás lo había sido.
En el socialismo no se puede excluir la fórmula de que cada cual aporte según su capacidad y reciba según su trabajo. ¿De dónde saldrán los recursos de la sociedad para ofrecer los servicios esenciales de la vida a todos, puedan o no trabajar, produzcan o no bienes o servicios económicos? .
El aporte a la sociedad no puede escapar de una parte proporcional, y nunca igual, de lo que sea capaz de crear. El impuesto es irrenunciable y no puede ser simplemente una proporción. Hay un momento, por su alcance, en que puede llegar a ser casi la totalidad de lo creado.
El impuesto directo ha liquidado a gobiernos de izquierda en los países nórdicos y otros europeos. No hay nada más antipático. La captación del excedente en valor de los servicios exportados, aparte de aquellos que se ofrecen gratuitamente en la esfera internacional por decenas de miles de compatriotas, no sólo es justo, si no más comprensible que el cobro directo de una creciente proporción del ingreso personal como un puñal en el pecho exigiendo la bolsa o la vida.
Los estímulos que se instrumentan no sólo en divisas para comprar en el mercado, sino también a través de numerosas formas de contenido social, humano y familiar altamente eficaces, no incitan el individualismo y el egoísmo que conducen a la negación, con los más diversos disfraces, de la sociedad que pretendemos crear.
Escuché los discursos pronunciados hoy por la mañana, varios de ellos excelentes por su expresión y contenido. Mientras elaboraba y pasaba en limpio este mensaje los escuché todos. Tus palabras, Miguel, constituyeron una sincera estocada a los corruptos, que, en beneficio personal, se embolsillan una tajada de ese excedente. Hay que golpearlos "con furia de mano esclava sobre su oprobio", como al tirano. Tomo las palabras de uno de los Versos Sencillos de Martí.
Me pregunto ¿pueden los métodos con que se administra una bodega crear la conciencia requerida para alcanzar un mundo mejor? No tendría sentido hablar de conciencia revolucionaria si no existiera el capitalismo desarrollado y globalizado, ya previsto hace casi cien años.
La conciencia del ser humano no crea las condiciones objetivas. Es al revés. Sólo entonces puede hablarse de revolución.
Las palabras bellas, necesarias como portadoras de ideas, no bastan; hacen falta meditaciones profundas.
Hace dos días, en un artículo de prensa extranjera, se habló de treinta inventos geniales que transformaron el mundo: disco compacto, GPS y DVD, teléfono celular, fax, Internet, microonda, Facebook, cámara digital, correo electrónico, etcétera, etcétera, etcétera.
La cantidad de dólares que implica — y en parte implicó ya — la venta de cada uno de los productos acumula en manos de las transnacionales tantos ceros, que es ininteligible. Peor todavía: cada uno de ellos será sustituido por otro invento más efectivo y ya no puede siquiera garantizarse el secreto de lo que habla una pareja en el banco de un parque.
¿Tiene algún sentido ese tipo de existencia que promete el imperialismo? ¿Quiénes rigen la vida de las personas? ¿Puede incluso garantizarse la salud mental y física con los efectos no conocidos todavía de tantas ondas electrónicas para las cuales no evolucionó ni el cuerpo ni la mente humana? Un congreso de la UNEAC no puede dejar de abordar estos espinosos temas. Muchos dirán: es fatalismo. Respondo. No, fatalismo es dejar de plantear el problema. Ni siquiera los molestaría a ustedes con estas líneas.
El clima está cambiando como consecuencia de la acción irresponsable del hombre. El equilibrio se ha roto. Cómo restablecerlo es el gran problema por resolver.
Les he mencionado sólo una parte de las preguntas que, observando las realidades del mundo, pasan por mi mente.
Disfruto mucho cuando veo los avances de nuestro pueblo en diversos campos, que otras sociedades libres de crueles bloqueos y mortales amenazas no han podido alcanzar, incluso en materia de lucha por la preservación del medio ambiente.
Eso provoca el odio de nuestros adversarios. He visto artículos de renombrados órganos de prensa capitalista que nos atacan en jauría. Hablan de nuestro país cual si fuésemos indigentes y partiéramos de cero, y no un pueblo con los niveles de educación mínima no alcanzados por los más desarrollados, un índice de salud excelente y seguridad social tal vez demasiado alta, como pensé cuando un delegado del congreso habló con justeza de quienes maltratan groseramente determinados bienes sociales y llamaba a luchar contra hábitos que nuestra sociedad repudia.
El adversario comete errores serios y muestra torpeza inconcebible en su batalla contra la verdad objetiva. Hace muy poco empresas yanquis contratadas para la prestación de servicios, por órdenes del gobierno yanqui privaron a cientos de miles de ciudadanos suecos del acceso al sitio Rebelión de Internet, que pública noticias sobre Cuba. Simplemente les cortan arbitrariamente ese acceso. Son incapaces de comprender que el interés por Rebelión se multiplica y la batalla de ideas entre Cuba y el imperio se intensifica.
Perdonen, queridos compañeros, si me extendí.
Observo al imperio y sus siniestros planes.
Partiendo de nuestros esfuerzos sanos, patrióticos e internacionalistas en las tareas manuales e intelectuales que realizamos cada día, me atrevería a expresar: todo lo que fortalezca éticamente a la revolución es bueno, todo lo que la debilite es malo.
Un fuerte abrazo a todos.
Fidel Castro Ruz.
1 de abril de 2008
6 y 44 p.m.
Página enviada por Froilán González y Adys M. Cupull Reyes
(3 de abril de 2008)