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Cuba |
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Una identità in movimento | ||
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Van Van chapea duro y con ganas
Pedro de la Hoz
¿Tienen algo nuevo que decir Los Van Van? ¿Podrán seguir movilizando los intereses de los bailadores? Todo parece indicar que sí. En Cuba — vista hace fe — cada presencia suya en el cartel de una sesión bailable, sea a cielo abierto con intensos aires populares o en los exclusivos reductos de los hoteles de administración extranjera o en las Casas de la Música que funcionan bajo el signo del CUC (peso cubano convertible), asegura en un caso la multitud y en otro la taquilla.
Pero la demostración más viva de permanencia en la cresta de la ola de las orquestas cubanas de música bailable se tiene ante la audición de su más reciente producción fonográfica, Chapeando (Unicornio, 2004), que devuelve a las huestes de Juan Formell al seno de la discografía doméstica luego de su controversial paso por la firma Caliente.
Lo que en los últimos discos grabados en vivo se advertía, aquí cuaja a plenitud: el perfil de Los Van Van de comienzos de siglo XXI, una orquesta que, sin perder su sello original ni hacer alarde de una ruptura en su paso de avance, ofrece una solución de continuidad a un trabajo de más de tres décadas.
Formell ha conseguido impregnar de sus códigos estilísticos a los más jóvenes integrantes de la agrupación, sin atentar contra las posibilidades individuales. No es cosa nueva en él. Ya en Los Van Van de los comienzos, la relativa autonomía de la que gozaron José Luis Quintana (Changuito) primero y luego César Pedroso, permitieron el ensanchamiento de la originalidad del sonido orquestal.
Ahora se observa, de una parte, el ajuste estilístico y el crecimiento estilístico de Samuel Formell, a cargo de la batería y responsabilizado con la sucesión al mando de la banda, el pianista Roberto Carlos Rodríguez (Cucurucho) y el tecladista Boris Luna, y de otra, la siempre deseada complementación del equipo vocal, integrado por Roberto Hernández (Robertón), Mario Rivera (Mayito), Jenny Valdés y Abdel Rasalps (Lele).
En el plano del repertorio, las posibilidades bailables no se reducen a lo que ofrece la "timba dura", sino que esta, en los temas más exorbitantes, se presenta sumamente enriquecida con diversas apropiaciones intergenéricas y desplazamientos estructurales que revelan las renovadas inquietudes formales de Formell. Quizá sea interesante glosar cada uno de los temas del fonograma para aproximarnos a dichas búsquedas, o en todo caso, señalar también algunas carencias:
"Corazón" (Samuel Formell): "Después de todo" (Juan Formell): "No pidas más prestado" (Juan Formell): "Por qué no te enamoras" (Cándido Fabré): "Te recordaremos" (Diego El Cigala): "Anda, ven y quiéreme" (Juan Formell): "Nada" (Juan Formell): "La buena" (Roberto C. Rodríguez y Jorge Díaz): "Agua" (Samuel Formell): "Ven, ven, ven" (Roberto C. Rodríguez y Jorge Díaz): "El montuno" (Juan Formell): Al final, vuelve "Chapeando": Fuente: http://www.lajiribilla.cu/2005/n194_01/194_26.html Cuba. Una identità in movimento
"Chapeando" (Juan Formell):
Su entorno sonoro parte de lo que dejó "Ampárame". Invocación profana. Curiosamente se le pide protección a Yemayá para cruzar los mares, aunque la simbología de la "chapea" aluda a Elegguá, abridor de caminos en el panteón yoruba. La mezcla optimiza el resultado de los pujantes toques y claves.
Sencilla pero convincente apelación sentimental, servida para bailar casino, bajo una marcha muy definida, en el más puro estilo Van Van. En la parte propositiva se observan ciertos tintes funkies perfectamente asimilados. Al final, con los últimos coros, se desata el "timbeo", aderezado por un simulacro rock a cargo de Boris Luna.
Balada felizmente trasvestida gracias a la maestría orquestal del propio autor al logro de la sección de cuerdas encabezada por Irving Frómeta y a la contaminación rumbera. De lo contrario no pasaría de ser una de esas canciones "montoneras" (del montón) de la mal llamada "música romántica", con salsa de ñapa.
El maestro vuelve por sus fueros como cronista social de su tiempo. Crítica al "picador". Melodías de aparente fácil manejo, pero sumamente coherentes y creativas. "Breakes" precisos. Coros que harán época. Cien puntos para bailar.
Soberbia recreación de uno de los frutos de la cosecha sonera de Fabré. No es casual cederle la parte vocal a Robertón. Obsérvese cómo se puede coreografiar escalonadamente: de las vueltas del casino al "despelote". Orquestación inteligente, rica pero discreta, para que las guías rítmicas no se pierdan.
En apariencias, una declaración de amor a Cuba. No pasa de ser un truco publicitario. Los Van Van no necesitan del cantaor para subir valores. El Cigala no necesita de Los Van Van para ser quien es. Texto ingenuo. Resultado olvidable.
De Tío Tom a Fidel Morales y José Luis Cortés, los barrios de La Habana han sido asunto de rumbas y sones. Formell ofrece su versión, o mejor dicho, se la sirve a Lele, "hijo de un fundador" de Los Van Van, como dice el texto. Pieza disfrutable para el baile de arriba abajo. Y con una fuerte carga de crítica de costumbres en el montuno final.
Pareciera, al inicio, una vuelta al pasado. Se percibe el regusto por aquella legendaria "Yuya Martínez" de los 70. Pero, cuidado, porque los acentos bachateros, llevados a un primer plano por una percusión machacona, le confieren otro aire. Jenny explota sus mejores facetas vocales, con buena dosis de histrionismo. Boris simula el tres con fortuna. Y para variar, rap intercalado.
Songo de corte satírico. Muestra de ajuste al estilo Formell. El segundo coro es lo mejor de la pieza.
Tema suficientemente probado en los bailes populares. La letra es solo un pretexto para desarrollar varias de las ideas temáticas más interesantes en la evolución de la timba. Estructuralmente complejo el discurso interno de la obra, sustentado en una orquestación brillante y, sin embargo, perfectamente bailable.
Los jóvenes miran la orquesta por dentro. Reafirmación de la poética formelliana. Cuando dicen que: "Yo soy Van Van el mismo de siempre" apuntan a una solución de continuidad, no a la mimesis. Se reciclan viejos coros y estribillos. Es el corte que más se acerca a la explosividad de la orquesta en sus presentaciones en vivo. Más son que timba.
Aquí es Formell el que reafirma su poética: dar al bailador del día lo que este se merece. Aflora con fuerza irreductible su raíz. Es interesante el carácter polémico del texto: "¿Será posible / componer un montuno / con texto profundo / y que sea bueno para bailar / ¿Será posible / organizar los sentidos / y analizar el contenido / directamente a los pies?" Quien esto escribe no tiene prejuicios en "organizar los sentidos" y echar un pie. No puede ser de otra manera, pues Formell ha dispuesto un solo de Cucurucho, otro de Samuelito, una incursión del trompetista invitado Alexander Rodríguez y el magnífico trombonista Hugo Morejón unos mambos, que no pueden dejarse de saborear con el sentido del oído y la cabeza clara, no mala.
Más baile, pero sobre todo, como ha dicho del disco el notable etnólogo y folclorista Rogelio Martínez Furé esta "es música fundadora de identidades".
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