Compatriotas:
Una solución pacífica todavía sería posible.
En la tensa situación actual, nadie puede escribir un discurso horas antes de pronunciarlo sin correr el riesgo de que sea ya tarde. Corro también el riesgo de parecer demasiado optimista, sin serlo en absoluto. Cumplo, sin embargo, el deber de decir lo que pienso.
La conmoción unánime que en todos los pueblos del mundo causó el demencial ataque terrorista del 11 de septiembre contra el pueblo norteamericano, que pudo ser presenciado en vivo a través de las imágenes de televisión, creó las condiciones excepcionales para erradicar el terrorismo sin desatar una inútil y tal vez interminable guerra.
Los actos de terrorismo en Estados Unidos, como en cualquier parte del mundo, ocasionan un daño terrible a los pueblos que luchen por una causa que objetivamente consideren justa.
El terror fue siempre instrumento de los peores enemigos de la humanidad para aplastar y reprimir la lucha de los pueblos por su liberación. No puede ser nunca instrumento de una causa verdaderamente noble y justa.
A lo largo de la historia, casi todas las acciones por alcanzar la independencia nacional, incluidas las del pueblo norteamericano, se llevaron a cabo mediante el empleo de las armas, y nadie cuestionó ni podría cuestionar jamás ese derecho. Pero el empleo intencionado de las armas para matar a personas inocentes como método de lucha es absolutamente condenable y debe ser erradicado como algo indigno e inhumano, tan repugnante como el terrorismo histórico de los estados opresores.
En la actual crisis, a pesar de las posibilidades reales de erradicar el terrorismo sin guerra, el obstáculo fundamental es que los principales dirigentes políticos y militares de Estados Unidos no quieren escuchar una palabra que descarte el empleo de las armas y busque una solución verdadera y efectiva al preocupante problema, sin tener en cuenta que sería sumamente honroso para el pueblo norteamericano alcanzarlo sin derramar una gota de sangre. Los que toman las decisiones sólo apuestan a las acciones bélicas. Han asociado honor y guerra. Algunos hablan del empleo de armas nucleares cual si fuese algo tan sencillo como tomarse un vaso de agua; otros afirman que usarán tácticas de guerra de guerrillas con fuerzas especiales; alguien incluso filosofó sobre el uso de la mentira como arma, aunque no faltan los que se expresan con más racionalidad y sentido común, todos dentro de la línea de la guerra. No abundan la objetividad y la sangre fría. En muchos ciudadanos se ha sembrado la idea de fórmulas únicamente bélicas, sin que importen las pérdidas de vidas norteamericanas.
Es difícil sacar la conclusión de que hayan adoptado ya la estrategia y táctica definitivas de lucha contra un país cuya infraestructura de comunicaciones, tecnología y condiciones materiales no parecen haber salido todavía de la edad de piedra. ¿Tácticas guerrilleras con escuadras de portaaviones, acorazados, cruceros y submarinos en un país que no tiene costas? ¿Por qué enviar además decenas de bombarderos B-1 y B-52, centenares de modernos aviones de combate, miles de misiles y otras armas estratégicas? ¿Contra qué dispararán?
Mientras tanto, en el resto del mundo reinan la confusión y el pánico, sin que falten oportunismos, conveniencias e intereses nacionales. Hay quienes han hecho trizas su honor. Fruto del desconcierto inicial, se aprecia un extraño y generalizado instinto de avestruz, sin que existan ni siquiera huecos donde esconder las cabezas.
Muchos parecen no haberse dado cuenta todavía de que el 20 de septiembre fue decretado ante el Congreso de Estados Unidos el fin de la independencia de los demás estados sin excepción alguna y el cese de las funciones de la Organización de las Naciones Unidas.
Nadie se haga, sin embargo, la ilusión de que los pueblos y muchos dirigentes políticos honestos dejarán de reaccionar tan pronto las acciones de guerra sean una realidad y sus horribles imágenes comiencen a conocerse. Estas ocuparán entonces el espacio de las tristes e impactantes imágenes de lo ocurrido en Nueva York, cuyo olvido ocasionaría un daño irreparable al sentimiento de solidaridad con el pueblo norteamericano, que hoy constituye un factor fundamental para liquidar el fenómeno del terrorismo sin necesidad de guerras de imprevisibles consecuencias y sin la muerte de un número incalculable de personas inocentes.
Ya se observan las primeras víctimas: millones de personas huyendo de la guerra, imágenes de niños cadavéricos que conmoverán al mundo sin que nada pueda impedir su divulgación.
Es un gran error de Estados Unidos y sus ricos aliados de la OTAN creer que el fuerte nacionalismo y los profundos sentimientos religiosos de los pueblos musulmanes se pueden neutralizar con dinero y promesas de ayuda, o intimidar a sus países indefinidamente por la fuerza. Se comienzan a escuchar declaraciones de líderes religiosos de importantes naciones, nada afines a los talibanes, que expresan su decidida oposición al ataque militar. Las contradicciones comienzan a surgir entre los propios aliados de Estados Unidos en el centro y sur de Asia.
Afloran ya sentimientos de xenofobia, odio y desprecio contra todos los países musulmanes. Un importante jefe de gobierno europeo acaba de afirmar en Berlín que la civilización occidental es superior a la islámica y que Occidente continuaría conquistando pueblos, incluso si ello significara confrontación con la civilización islámica, que se ha quedado estancada donde estuvo 1.400 años atrás.
En una situación económica como la que atraviesa el mundo, estando aún por resolverse gravísimos problemas de la humanidad, incluida su propia supervivencia, amenazada por causas ajenas al poder destructivo de las armas modernas, ¿por qué empecinarse en iniciar una complicada e interminable guerra? ¿Por qué la arrogancia de los líderes de Estados Unidos, si su enorme poder les otorga el privilegio de mostrar un poco de moderación?
Bastaría devolverle a la Organización de Naciones Unidas las prerrogativas arrebatadas y que sea la Asamblea General, el órgano más universal y representativo de esa institución, el centro de esa lucha por la paz —no importa cuán limitadas facultades ostente por el arbitrario derecho al veto de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, la mayoría de ellos miembros también de la OTAN—, para erradicar el terrorismo con apoyo total y unánime de la opinión mundial.
Bajo ningún concepto quedarían impunes los responsables del brutal ataque contra el pueblo de Estados Unidos, si pueden ser identificados. Una condición honorable para todos los países sería que fuesen juzgados por tribunales imparciales que garanticen la veracidad de las pruebas y la seguridad de la justicia.
Cuba fue el primer país que habló de la necesidad de una lucha internacional contra el terrorismo. Lo hizo a pocas horas de la tragedia sufrida por el pueblo norteamericano el 11 de septiembre, expresando textualmente: "Ninguno de los actuales problemas del mundo se puede resolver por la fuerza. […] La comunidad internacional debe crear una conciencia mundial contra el terrorismo. […] Solo la política inteligente de buscar la fuerza del consenso y la opinión pública internacional puede arrancar de raíz el problema. […] Este hecho tan insólito pudiera servir para crear la lucha internacional contra el terrorismo. […] El mundo no tiene salvación si no sigue una línea de paz y de cooperación internacional".
Mantenemos firmemente esos puntos de vista.
La fórmula de reintegrar a las Naciones Unidas sus funciones de paz es indispensable.
No albergo la menor duda de que los países del Tercer Mundo — me atrevería a decir que casi sin excepción —, independientemente de las diferencias políticas o religiosas, estarían dispuestos a unirse con el resto del mundo a la lucha contra el terrorismo como alternativa a la guerra.
Pienso que las ideas expresadas en nada lesionan el honor, la dignidad o los principios políticos o religiosos prevalecientes en cualquiera de los estados mencionados.
No hablo en nombre de país alguno del mundo pobre y subdesarrollado. Lo expreso por convicción profunda y a partir de la tragedia que sufren estos pueblos, que fueron explotados y humillados durante siglos y donde, aun sin guerra, la pobreza y el subdesarrollo heredados, el hambre y las enfermedades curables matan silenciosamente a decenas de millones de personas inocentes cada año.
Para esos pueblos, salvar la paz con dignidad, con independencia y sin guerra es piedra angular de la lucha que unidos debemos librar por un mundo verdaderamente justo de pueblos libres.
A Cuba no la mueve ningún interés económico, ningún oportunismo, ni mucho menos temor alguno por amenazas, peligros y riesgos. Un pueblo que, como es bien conocido, ha resistido con honor más de 40 años de guerra económica, bloqueo y terrorismo, tiene derecho a exponer, reiterar e insistir en sus puntos de vista. Y no vacilará en hacerlo hasta el último minuto.
¡Estamos y estaremos contra el terrorismo y contra la guerra! ¡Nada de lo que pase nos hará apartar de esa línea!
Los oscuros nubarrones que se divisan hoy en el horizonte del mundo, no impedirán que los cubanos sigamos trabajando sin descanso en nuestros maravillosos programas sociales y culturales, conscientes de que estamos realizando una tarea humana sin paralelo en la historia. Y si las guerras que se prometen los convirtieran en simples sueños, caeríamos con honor defendiendo esos sueños.
¡Vivan la Revolución y el Socialismo!
¡Patria o muerte!
¡Venceremos!
Compatrioti,
Una soluzione pacifica sarebbe ancora possibile.
Nella tesa situazione attuale, nessuno può scrivere un discorso ore prima di pronunciarlo, senza correre il rischio che sia già tardi. Corro anche il rischio di sembrare troppo ottimista, senza esserlo assolutamente. Tuttavia, compio il dovere di dire ciò che penso.
L'unanime commozione che originò, in tutti i popoli del mondo, il demenziale attacco terrorista dell'11 settembre contro il popolo nordamericano, che si è potuto vedere in diretta attraverso le immagini della televisione, creò le eccezionali condizioni per sradicare il terrorismo senza necessità di scatenare un'inutile e forse interminabile guerra.
Le azioni terroristiche negli Stati Uniti, come in qualunque parte del mondo, cagionano un terribile danno ai popoli che lottano per una causa che, oggettivamente, considerano giusta.
Il terrore è sempre stato lo strumento usato dai peggiori nemici dell'umanità per schiacciare e reprimere la lotta dei popoli per la propria liberazione. Non può essere mai uno strumento di una causa veramente nobile e giusta.
Nella storia, quasi tutte le azioni per raggiungere l'indipendenza nazionale, comprese quelle del popolo nordamericano, sono state realizzate mediante l'impiego delle armi, e nessuno ha messo in dubbio, né potrebbe mai mettere in dubbio, tale diritto. Però, l'impiego voluto delle armi per ammazzare persone innocenti, come metodo di lotta è assolutamente condannabile e dev'essere sradicato poiché è un fatto indegno ed inumano, tanto ripugnante quanto il terrorismo storico degli stati oppressori.
Nell'attuale crisi, nonostante le reali possibilità di sradicare il terrorismo senza fare la guerra, l'ostacolo fondamentale è che i principali dirigenti politici e militari degli Stati Uniti non vogliono ascoltare nemmeno una parola che scarti l'impiego delle armi e trovi una soluzione vera ed effettiva al preoccupante problema, non considerando che sarebbe molto onorevole per il popolo nordamericano raggiungere tale scopo senza versare una goccia di sangue. Coloro che prendono le decisioni, solo scommettono a favore delle azioni belliche. Hanno associato onore e guerra. Alcuni parlano dell'impiego delle armi nucleari come se fosse una cosa così semplice come bere un bicchiere d'acqua; altri affermano che useranno tattiche di guerra di guerriglia con forze speciali; qualcuno ha persino filosofato sull'uso della menzogna come arma, anche se non mancano coloro che si esprimono con più razionalità e senso comune, tutti però seguendo la via della guerra. L'oggettività ed il sangue freddo non sono frequenti. In molti cittadini hanno inculcato l'idea delle formule unicamente belliche, senza considerare quante possano essere le perdite nordamericane.
È difficile credere che abbiano già adottato la strategia e la tattica di lotta definitive contro un paese la cui infrastruttura, tecnologia, comunicazioni, e condizioni materiali non sembrano aver ancora superato l'età della pietra. Sono mai possibili tattiche di guerriglia con squadre di portaerei, corazzate, incrociatori, sottomarini in un paese che non ha coste? Per quale ragione inviare inoltre decine di bombardieri B-1 e B-52, centinaia di moderni aerei da combattimento, migliaia di missili e altre armi strategiche? Contro chi spareranno?
Nel frattempo, nel resto del mondo regna la confusione e il panico, senza che manchino opportunismi, convenienze ed interessi nazionali. Ci sono alcuni che hanno fatto a pezzi il proprio onore. Come risultato dello sconcerto iniziale, risulta evidente uno strano e generalizzato istinto di struzzo, non essendoci neanche i buchi dove nascondere le teste.
Molti sembrano non essersi ancora resi conto che il 20 settembre è stata decretata nel Congresso degli Stati Uniti la fine dell'indipendenza degli altri stati, senza alcuna eccezione, e la paralisi delle funzioni dell'Organizzazione delle Nazioni Unite.
Tuttavia, nessuno si illuda che i popoli e molti dirigenti politici onesti possano non reagire appena le azioni di guerra diventino una realtà e le loro orribili immagini comincino a diffondersi. Allora queste sostituiranno le tristi ed impattanti immagini di quanto avvenuto a New York. Dimenticarle cagionerebbe un danno irreparabile al sentimento di solidarietà con il popolo nordamericano, che oggi è un fattore fondamentale per eliminare il fenomeno del terrorismo senza bisogno di guerre dalle imprevedibili conseguenze e senza la morte di un numero incalcolabile di persone innocenti.
Ormai si osservano le prime vittime: milioni di persone che sfuggono alla guerra; immagini di cadaverici bambini che sconvolgeranno il mondo, tanto più che non ci sarà niente che possa impedire la loro divulgazione.
È un grande errore degli Stati Uniti e dei loro ricchi alleati della NATO credere che il forte nazionalismo e i profondi sentimenti religiosi dei popoli musulmani, si possono neutralizzare con soldi e promesse di aiuto, o intimidire con la forza i loro paesi in modo indefinito. Si cominciano ad ascoltare dichiarazioni di leader religiosi di importanti nazioni, per niente affini ai taliban, che esprimono la loro decisa opposizione all'attacco militare. Le contraddizioni cominciano a nascere tra gli stessi alleati degli Stati Uniti al centro e sud dell'Asia.
Affiorano ormai i sentimenti di xenofobia, odio e disprezzo contro tutti i paesi musulmani. Un importante capo di governo europeo ha appena affermato a Berlino, che la civiltà occidentale è superiore a quella islamica e che l'Occidente continuerebbe a conquistare popoli, anche se ciò significasse un confronto bellico con la civiltà islamica, che si è fermata 1400 anni fa.
In una situazione economica come quella attuale, dove si devono ancora risolvere gravissimi problemi dell'umanità, compresa la propria sopravvivenza, minacciata da cause estranee al potere distruttivo delle armi moderne, perché persistere in una complicata ed interminabile guerra? Perché i leader degli Stati Uniti sono così superbi, se il loro enorme potere gli concede il privilegio di mostrare un po' di moderazione?
Basterebbe restituire all'Organizzazione delle Nazioni Unite le prerogative strappategli e lasciare che sia l'Assemblea Generale, l'organo più universale e rappresentativo di questa istituzione, il centro di questa lotta per la pace — non importa quanto limitate siano le facoltà che essa possieda a causa dell'arbitrario diritto al veto dei membri permanenti del Consiglio di Sicurezza, la maggior parte di essi membri anche della NATO —, per sradicare il terrorismo con l'appoggio totale ed unanime dell'opinione mondiale.
In nessun caso i responsabili del brutale attacco contro il popolo degli Stati Uniti resterebbero impuni, qualora fossero identificati. Una condizione onorevole per tutti i paesi sarebbe che venissero giudicati da tribunali imparziali che garantiscano la veridicità delle prove e la sicurezza della giustizia.
Cuba è stato il primo paese a parlare della necessità di una lotta contro il terrorismo. L'ha fatto poche ore dopo la tragedia subita dal popolo nordamericano l'11 settembre, esprimendo testualmente: "Nessuno degli attuali problemi del mondo si può risolvere mediante la forza. [...] La comunità internazionale deve creare una coscienza mondiale contro il terrorismo. [...] "Solo la politica intelligente di cercare la forza del consenso, e l'opinione pubblica internazionale possono sradicare il problema. [...] Questo fatto così insolito potrebbe servire per creare la lotta internazionale contro il terrorismo. [...] "Il mondo non può salvarsi se non segue una linea di pace e di collaborazione internazionale".
Sosteniamo fermamente questi punti di vista.
La formula di restituire alle Nazioni Unite le funzioni di pace è indispensabile.
Non ho il benché minimo dubbio che i paesi del Terzo Mondo — oserei dire quasi senza eccezione —, lasciando da parte le differenze politiche e religiose, sarebbero disposti ad aderire con il resto del mondo alla lotta contro il terrorismo, come alternativa alla guerra.
Penso che le idee espresse non ledono in niente l'onore, la dignità o i principi politici o religiosi prevalenti in qualsiasi dei suddetti stati.
Non parlo in nome di nessun paese del mondo povero e sottosviluppato. Lo dico per profonda convinzione e a partire dalla tragedia che soffrono questi popoli, che furono sfruttati ed umiliati per secoli e dove, anche senza guerra, la povertà e il sottosviluppo ereditati, la fame e le malattie curabili uccidono in silenzio decine di milioni di persone innocenti ogni anno.
Per questi popoli salvare la pace con dignità, con l'indipendenza e senza guerra, è il pilastro della lotta che dobbiamo insieme svolgere per un mondo veramente giusto di popoli liberi.
Cuba non è mossa da nessun interesse economico, nessun opportunismo, né tanto meno da alcun timore per le minacce, pericoli e rischi. Un popolo che, com'è ben noto, ha resistito con onore a più di quarant'anni di guerra economica, al blocco ed al terrorismo, ha il diritto di esporre, ribadire ed insistere nei suoi punti di vista. E continuerà a farlo, senza esitare, fino all'ultimo minuto.
Siamo e saremo contro il terrorismo e contro la guerra! Niente di quanto avvenga ci farà allontanare da questa decisione!
Le oscure nuvole che si profilano oggi all'orizzonte del mondo, non impediranno a noi cubani di continuare a lavorare senza sosta nei nostri meravigliosi programmi sociali e culturali, coscienti che stiamo realizzando un compito umano senza paragoni nella storia. E se le guerre promesse li facessero diventare semplici sogni, moriremmo con onore difendendo questi sogni.
Evviva la Rivoluzione ed il Socialismo!
Patria o Morte!
Vinceremo!