El largo peregrinar de los componentes que se mezclaron en lo que él llamó "Transculturación" llegan a nuestros días como testimonio de un pasado en el que, si es cierto que mucho debemos a la "Madre Patria", renglón aparte es obligatorio recurrir al "África Nuestra".
En la cultura la expresión más alta constituye su carácter liberador, ese que nos acompaña desde el siglo XVIII hasta llegar a un siglo XX en que a fuerza de perseverancia y lucha se alcanzó la definitiva emancipación, pero si hurgamos en quienes nos aportaron las ideas más radicales y la rebelión mayor — como expresión concreta y superior de la cultura — encontraremos en los cimarrones devenidos en luchadores por la independencia los que más aportaron al acerbo liberador de la Isla.
El tiempo ha hecho comprender que lo que Ortiz abrió al quehacer social, histórico y cultural de Cuba, no fue una simple trocha, como él expresara. Fue de hecho y por derecho, el desbroce de un camino dentro de la selva oscura y la ignorancia de nuestra patria; camino de luz plena que, sin duda alguna, consolidó el quehacer sociocultural de la Cuba mediatizada primero, y después, de la Cuba en pleno auge revolucionario.
Pero la obra de Ortiz es tan rica, tan vasta y tan sólida a la vez, podría haber quedado en el olvido, de no llevar el sello innato de aquel hombre, que supo además de buscar, encontrar y justipreciar el papel de la presencia multicultural y multinacional africana, junto a la española, en el proceso de formación de una representativa y autentica cultura nacional y ponerla en manos de los cubanos; promoverla hasta limites incalculados, que fueran capaces de penetrar en la conciencia viva de los hombres de aquellos tiempos y, a su vez, hacerla llegar a nosotros hoy, con la misma frescura y vigencia de los momentos en que fue gestada.
Aunque no podamos abarcar toda su obra como promotor y animador en tan pocas líneas, está a nuestro alcance señalar que desde su primer gran trabajo, es decir, "Los negros brujos: El hampa afrocubana", Ortiz deviene en promotor nato de lo que constituye uno de los pilares fundamentales en que se asienta nuestra Identidad Nacional.
Con posterioridad en una detracción inicial del negro, la inmensa tarea de valorarlo y estudiarlo científicamente en su espíritu, su historia, antepasados, lenguaje, religiones, arte, valores positivos y posibilidades sociales, constituyó la mayor parte de su vida como polígrafo. Sin embargo, Ortiz fue tan estudioso, tan hurgador, que su obra recorrió toda el alma cubana, de un lado a otro.
Fernando Ortiz tuvo como etnólogo, quizás su más importante faceta en su diáspora, y constituye un hecho de singular preponderancia dentro del quehacer sociocultural cubano. Sus estudios folklóricos sobre la llamada "raza negra", cuyo gentilicio "afrocubano" hiciera el Maestro tan popular, bastarían para justificar su prestigio continental.
Su aplicación en los temas etnográficos y sociológicos del negro retoñados en el nuevo mundo, constituyen documentos de verdadera defensa del esclavo africano, arrancado en mala hora de sus tierras de origen y trasplantados a esta, Nuestra América, en buena hora, para dar paso a un producto nuevo que constituiría la base fundamental de sus estudios científicos, dirigidos a poner en claro y abiertamente aspectos importantes de genuina cubanidad. Sus obras sobre el tema han sido calificadas como de reivindicación e instauración de justicia.
Don Fernando supo, en medio de una sociedad inclinada al racismo despiadado, encontrar la única vía de liberación contra todos los prejuicios, promoviendo el conocimiento de las realidades, sin pasiones ni recelos. Su certeza de razón lo hizo trabajar durante más de 30 años en la promoción de instituciones dedicadas al estudio del folklore cubano. Tal es el caso de la fundación, en 1924, de la Primera Sociedad del Folklore Cubano y, paralela a ella, la de la revista Archivos del Folklore Cubano, órgano difusor de las investigaciones sobre estos temas.
Ortiz es considerado "El Padre de la Etnología Cubana", su labor como promotor de los más auténticos valores humanos mantienen su vigencia y contemporaneidad, alcanzó ver el Triunfo de la Revolución el Primero de enero de 1959 y vivió diez años de ese fructífero periodo tiempo que continuo promoviendo, animando y llevando la cubanidad a los niveles más altos. De su pluma y de sus fuerzas nacieron raíces verdaderas, dirigidas a afianzar en el mundo lo cubano en su ausencia majestad, ya fuera en la música, la danza, el teatro o los ritos mágico-religiosos, conformados en el estrecho abrazo de africanos y españoles en estas tierras. Tiene Ortiz la gloria de haber sido el primero en valorar en su justo medio y momento al negro de aquellos y estos tiempos; de haber proclamado una fe viva en la cultura.
Figuró en el Grupo Minorista, de gran repercusión cultural y política en la década de 1930. En la Universidad de La Habana impartió seminarios que constituyeron hitos en el proceso de conocimiento de la identidad cubana, de los cuales emergieron prestigiosas personalidades de la Isla.
Se dedicó infatigablemente al descubrimiento de lo cubano y al rescate y revalorización de la presencia africana en la cultura nacional. Indagó y profundizó en los procesos de transculturación y formación histórica de la nacionalidad cubana. Fue director de la prestigiosa Revista Bimestre Cubana, presidente de la Sociedad Económica de Amigos del País (1924-1933), y miembro fundador de otra empresa de vastas proyecciones: la Institución Hispanocubana de Cultura (1926-1932; 1936-1947).
Fue el iniciador de un modo de pensar la nación y las razas, la religiosidad y la política; y por otro lado, de la aplicación de la criminología y la dactiloscopia a la reforma penal y al estudio de la delincuencia.