Introducción
El tema elegido responde a una necesidad del trabajo de investigación que lleva a cabo la autora. La influencia de la Ilustración española en Cuba ha sido descrita por algunos autores, pero muchas de las acciones que la acompañaron, que sustentaron profundos cambios en el pensamiento del criollo blanco y rico, esclavista, contradictoriamente en tránsito al del liberal burgués, o le abrieron espacios nuevos para la expresión y el desarrollo del mismo, unido al de su riqueza material, no están presentes en la reflexión, o en la conceptualización histórica, de las etapas recorridas por este importante proceso en la supraestructura de Cuba colonial.
En particular, hecho histórico que someteré a análisis, la actuación de la Real Comisión de Guantánamo (1797-1802), tuvo gran trascendencia para el estudio y desarrollo de la isla de Cuba de fines del siglo XVIII e inicios del XIX. Especialmente fue importante el contexto interno en el que se desenvolvió, el habanero, en plena vigencia del pensamiento ilustrado en España, de las reformas y proyectos propiciadas por las nuevas ideas burguesas en el ámbito de la capital colonial. A partir de esa situación, el habanero Joaquín de Santa Cruz y Cárdenas Vélez de Guevara, conde de Santa Cruz de Mopox (I) y de San Juan de Jaruco (III) dirigió en Cuba los trabajos de la Real Comisión de Guantánamo.
Aquella fue la más importante de todas las expediciones militares, con objetivos de estudios múltiples, que habían ocurrido en el país hasta ese momento.
Desembarcó inicialmente en Santiago de Cuba, alrededor de los últimos días de enero de 1797; después el conde de Santa Cruz de Mopox reconoció Guantánamo, por breve tiempo y al cabo, atravesó la Isla cabalgando hasta la ciudad de La Habana, adonde llegó en julio de ese mismo año. Allí radicó su "puesto de mando", de acuerdo con las instrucciones reales que traía, hasta concluir el Informe final que fue entregado en Madrid el 26 de junio de 1802.
Si bien no resto relevancia alguna a las circunstancias históricas más generales, que tuvieron lugar en la metrópoli española, en relación con Francia, Inglaterra, los Estados Unidos de América, y muy específicamente de lo que acontecía en la región caribeña insular: la revolución de Haití (1791-1804) y su repercusión en los traslados intra regionales de población, que sucedieron a consecuencia de un reordenamiento colonialista en el Caribe, en este trabajo tengo el propósito de profundizar en el estudio de las condiciones internas de la isla de Cuba que anteceden a la llegada de la Real Comisión, o, que transcurrieron paralelamente a ella:
- la implantación de reformas ilustradas y su evolución posterior, desde 1763 hasta 1807, año en el que falleció de forma inesperada, en La Habana, el joven Conde de Santa Cruz de Mopox;
- el auge de la nobleza criolla titulada y su protagonismo en los cambios que ocurrieron en la Colonia, muy especialmente después de 1789. Además, también;
- expondré algunas reflexiones en torno al pensamiento liberal que confluye y se evidencia en algunos de los proyectos "ilustrados" que resultan de las labores de la referida Comisión.
Es imprescindible rescatar y valorizar para la historia de la región caribeña, y para la historia general de Cuba, personajes, procesos de institucionalización y sucesos que marcaron hitos en la forma de pensar y de hacer en el país, de relacionarse con su entorno geopolítico; que involucraron intereses no sólo metropolitanos, sino que incluyeron los correspondientes a una parte muy selecta de la sociedad criolla, representada por un grupo social emergente dentro de la oligarquía local (véase: La Ilustración criolla en Cuba): la nobleza criolla titulada, la cual, mayoritariamente, se originó y actuó con un notable decisión en la vida pública de La Habana del siglo XVIII.[1] Este fue un punto de giro importante para el desenvolvimiento de la sociedad criolla en la Isla, que, desde entonces, vivió etapas de profundos cambios locales, regionales e internacionales contando con un liderazgo criollo que buscó una identidad propia e impulsó patrones económicos relativamente nuevos para el desarrollo interno.
La vastísima documentación que acompaña el trabajo de la Real Comisión de Guantánamo, memorias, mapas, proyectos, cartas, dibujos científicos, colectas naturales, entre otros materiales, además de los instrumentos para la investigación científica, se encuentran guardados en distintos museos y archivos españoles. Esta situación impone serias limitaciones a la historiografía cubana. Antes de 1991, solamente se habían publicado el Informe final y el listado de Anexos, se divulgaron sus contenidos en España y en Cuba de forma asistématica, comentándose en artículos, generalmente descriptivos y de variada calidad. Con mira al Quinto Centenario (1492-1992), se elaboraron Catálogos de documentos, cartográfico, de instrumentos científicos, y otros materiales, para una exposición de los mismos. Parte de la obra fue una conjunto de artículos científicos de autores españoles, pertenecientes al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de Madrid y al Museo Naval. Esta importante labor de divulgación científica se plasmó en una obra publicada en dos tomos y titulada Cuba Ilustrada Real Comisión de Guantánamo 1796-1802.[2]
Posteriormente, al celebrarse el bicentenario de la presentación de su Informe final y resultados, 1802-2002, se organizó y realizó en La Habana, la Conferencia Científica por el bicentenario de la Real Comisión de Guantánamo, que tuvo el auspicio de la Sociedad Cubana de Historia de la Ciencia y la Tecnología y de muchas otras instituciones y organizaciones gubernamentales y no gubernamentales científicas y culturales.[3] Se logró movilizar a numerosos especialistas locales, localizar documentación inédita, fundamentalmente guardada en el Archivo Nacional, y se realizó una valoración cubana de hechos y personalidades históricas, desde diferentes disciplinas. Este evento publicó ponencias y actas compiladas en la obra Expediciones, exploraciones y viajeros en el Caribe. La Real Comisión de Guantánamo en la isla de Cuba 1797-1802. Conferencia Científica por el Bicentenario.[4]
Antecedentes
Con mira a facilitar la exposición sintética de un proceso complejo en extremo, a pesar de su relativa brevedad temporal, como fue la asimilación de la Ilustración española por los criollos, que se caracterizó por un rechazo crítico a las doctrinas del escolasticismo en la educación, la valoración de la razón en el orden social, la indagación directa, la aceptación de las ciencias empíricas en el desenvolvimiento de la economía y la sociedad, la fundamentación de la Filosofía electiva, y, en consecuencia, la puesta en marcha de reformas basadas en las ideas ilustradas,[5] lo esencial del contenido de dicho proceso lo he dividido en dos etapas: 1ª) 1763-1789 y 2ª) 1789-1807.[6] Una de otra se diferencian principalmente a causa de las circunstancias históricas que las condicionan, por los aspectos a que se dirigen las reformas y por la índole de los actores sociales que protagonizan en cada caso los cambios económicos, político administrativos, sociales y culturales alcanzados; en la evolución del proceso de institucionalización de los intereses de la oligarquía colonial, compuesta por peninsulares y criollos, los objetivos y propósitos del liderato de cada uno de estos grupos sociales, cada vez más diferenciados dentro de los estamentos coloniales separados por barreras raciales: la sociedad criolla, integrada por "blancos" (españoles americanos), a los que se sumaban los naturales o indígenas de origen aruaco (taínos) y sus descendientes mestizos; los pardos o mulatos y negros (estos últimos diferenciados según la condición de libres o esclavos); y la sociedad peninsular de blancos (españoles europeos), cuyos intereses pueden coincidir o no entre sí y con los de los "blancos" criollos.[7]
Debo aclarar que las transformaciones básicas relacionadas con el fomento de la isla de Cuba durante las últimas cuatro décadas del siglo XVIII, estuvieron precedidas por las nuevas políticas de la dinastía Borbón en España, reformas borbónicas, iniciadas ya bajo el reinado de Felipe V. Aplicadas a la isla de Cuba fueron relevantes: la implantación del estanco del tabaco (1717), la ampliación del Real Arsenal de La Habana (alrededor de 1720) y el traslado hacia el puerto habanero de la Armada de Barlovento; la creación de la Real y Pontificia Universidad de San Jerónimo de la Habana (1728); la fundación de la Real Compañía de Comercio de La Habana (1740) y fundación de la Real Factoría de Tabaco (1761), además, la concesión de títulos de Castilla a funcionarios reales que residían en La Habana y a tres familias criollas vecinas de dicha ciudad. Sin estos hechos imprescindibles de la política colonial en la isla de Cuba, hubiera sido muy difícil llegar a la etapa de las reformas ilustradas, después de 1763.
Primera etapa del reformismo ilustrado (1763-1789)
Casi todos los autores de la historiografía cubana de los siglos XIX y XX,[8] coinciden en otorgar un valor extraordinario al período que se inició en 1763, con la devolución de la ciudad de La Habana de manos inglesas a españolas, representadas las últimas por el conde de Ricla, Ambrosio de Funes Villalpando,[9] y se prolongó aproximadamente hasta 1789, año en el cual se inicia la Revolución Francesa (14 de julio), y cuando, también, fue otorgada por Carlos IV la concesión de la trata libre de esclavos africanos negros, por dos años, a solicitud del apoderado de La Habana ante la corte de Madrid, Francisco de Arango y Parreño; acontecimientos paradójicos estos, pues sucedieron en una época aparentemente liberadora del hombre dentro de la historia de la cultura euroccidental.
Ese período histórico se considera como el inicio de la Ilustración reformista en Cuba,[10] durante el cual se llevaron a cabo cambios de toda índole para la defensa de la colonia y en beneficio del orden y fomento económico social de la real hacienda, mediante reales decretos y órdenes promulgados por Carlos III y llevados a efectos por funcionarios reales designados por él en la Isla, sobre todo, los capitanes generales y gobernadores civiles, que arribaron al país con misiones muy precisas. Ramiro Guerra Sánchez (1938, p. 172-173) ha destacado como los principales procesos que transformaron a la Isla bajo el gobernador Ricla:
- la fortificación de La Habana de 1763 a 1766, con la participación de figuras de alto rango en el ejercito español, como fueron el general Alejandro de O'Reilly,[11] que inauguró los cargos de segundo cabo y de subinspector general de las tropas de Cuba, fue erigido I conde de O'Reilly (1771-1772); el teniente rey Pascual Jiménez de Cisneros;[12] Agustín Crame, coronel de ingenieros alemán, que realizó una evaluación general del territorio y propuestas para su defensa y fomento; Antonio Rafellín, coronel de caballería, francés, fundador del Regimiento de caballería Dragones de América y Silvestre Abarca,[13] brigadier e ingeniero militar, dedicado a la reconstrucción y la edificación de nuevas fortificaciones, autor de un Proyecto notable sobre la defensa de la región habanera;[14];
- el creciente intercambio comercial con las trece colonias inglesas de Norteamérica y la consecuente supresión del monopolio de la flota como sistema principal de transportación marítima de mercancías, sustituida esta por el registro fijo;
- la reorganización del aparato administrativo colonial con nuevas instituciones como son la Intendencia de Correos en La Habana, con un servicio limitado a Cádiz-La Habana-Cádiz, pero esencial para la comunicación frecuente de la Isla con la metrópoli y otras colonias hispanoamericanas, al frente de este servicio se designó a O'Reilly;
- la fundación de las intendencias de Hacienda y de la Marina, la última tuvo como primer y único intendente a Lorenzo de Montalvo y Ruiz de Alarcón, obtuvo el título de primer conde de Macuriges (1765); y por último y no menos importante por ello, sucedió 5) la fundación de la primera publicación oficial en Cuba, la "Gaceta" (mayo de 1764), promovida por el conde de Ricla, y el periódico habanero "El Pensador"[15] animado por los abogados Ignacio José de Urrutia (La Habana, 1735-1795)[16] y Gabriel Beltrán de Santa Cruz y Aranda, erigido primer conde de San Juan de Jaruco (1767-1770).
En gobiernos sucesivos, del período de 1763 a 1789, tuvieron lugar otros hechos prominentes: Antonio María Bucarely (1766-1771), la expulsión de la orden de los jesuitas (1767) y la fundación del Real Seminario de San Carlos y San Ambrosio (1773), centro de estudios de toda una generación de pensadores y actores del reformismo ilustrado habanero creado por el obispo José de Hechavarría, nacido en Santiago de Cuba; bajo el mando de Felipe Fondesviela y Ondeano, marqués de la Torre (1771-1777) se efectuó el Censo de 1774, primero de su tipo en el país, unido a otras medidas de mejoramiento urbano y fomento de nuevas poblaciones en zonas de alto valor agrícola, Nueva Filipina (Pinar del Río), Güines, Jaruco;. En 1778, siendo gobernador Diego José Navarro y García Valladares, se aprobó por Carlos III un Reglamento para el comercio libre de España a Indias, que incrementaba el movimiento comercial entre puertos escogidos hispanoamericanos y peninsulares; también atendió las acciones de guerra e intenso comercio que se centrarán en La Habana, de 1776 a 1783, al desatarse la guerra de independencia por los colonos norteamericanos insurrectos, primera de este tipo en el continente, finalizó con su victoria y la fundación de la nación liberada de América. Fue con el último de esta serie de gobernadores,[17] José de Espileta o Espeleta, que se aprobó la libre introducción de esclavos africanos negros, por dos años (1789-1991), a solicitud de Arango y Parreño.
Corresponde a esta misma etapa la concesión por parte de Carlos III de doce títulos de Castilla a criollos de Cuba, de los que ya hemos mencionado algunos. Estos aumentarían el número de familias distinguidas de tal forma desde las primeras décadas del siglo de las luces, entre las que ya se encontraban los primeros beneficiarios de los marquesados de San Felipe y Santiago (1713), de Jústiz de Santa Ana (1758-1761) y del condado de Casa Bayona (1733). El origen de este grupo social en la Isla fue relativamente tardío, en relación con otros países de Hispanoamérica continental donde se concedieron dignidades nobiliarias desde los siglos XVI y XVII, pero su integración por criollos alcanzó una proporción mucho mayor, y tuvo una representatividad económica, política y social muy influyente tanto en la Colonia como en la corte real, durante los reinados de Carlos III y Carlos IV.
Segunda etapa de la Ilustración reformista (1789-1807).
A la muerte de Carlos III en 1788, se puede decir que el primer período de reformas en el sistema colonial que regía en la isla de Cuba estaba oficialmente concluido, y que este se había realizado fundamentalmente por la vía gubernamental.
Sin embargo, a partir de la ascensión al trono de Carlos IV, hijo y sucesor del anterior, comenzaron a producirse otros cambios o reformas más profundos, en sus diversos contenidos, que, desde entonces, fueron promovidos principalmente por criollos habaneros en gran parte miembros de la oligarquía local.[18] Muchos de ellos eran funcionarios reales o desempeñaban cargos principales del gobierno colonial, como Arango y Parreño;[19] inclusive en ciertos casos eran miembros de la nobleza criolla titulada,[20] por ejemplo, Ignacio Montalvo y Ambulodi, conde de Casa Montalvo I (1779-80), fundador de una institución nacida con el aliento de la Ilustración española: la Real Sociedad Económica de Amigos del País de La Habana (1793),[21] a la cual se sumaron casi todos los criollos habaneros por entonces agraciados con títulos de nobleza.[22] Asimismo, el Real Consulado de Agricultura y Comercio La Habana, ostenta la autoría intelectual del notable habanero Arango y Parreño. Estas dos son, por excelencia, las instituciones ilustradas donde se promovieron las principales reformas en esta etapa.
Como veremos más adelante, también en la esfera militar hubo presencia criolla, en la península llegaron a altas posiciones, entre otros, el general Gonzalo O'Farrill y Herrera, Sebastián–Nicolás de Bari y Calvo de la Puerta, primer marqués de Casa Calvo y el tercer conde de San Juan de Jaruco y primero de Santa Cruz de Mopox (1796), Joaquín de Santa Cruz y Cárdenas Vélez de Guevara, nombrado en 1796 subinspector general de las tropas de Cuba, y director de la Real Comisión de Guantánamo. Estos dos últimos obtuvieron el rango de mariscal de campo.
Tales hechos demuestran la integración de una parte de la oligarquía criolla al nivel más alto del sistema colonialista español, tal cual lo habían deseado la aristocracia criolla, Carlos III y sus ministros ilustrados. Sin embargo, ocurrió de forma simultánea la introducción de una variable, posiblemente no tan deseada por la metrópoli: la paulatina identificación y defensa de los intereses particulares de los criollos blancos ricos en la explotación de la isla de Cuba (surgimiento de la "burguesía esclavista"),[23] con aspiraciones "modernas" de matiz liberal burgués. Una muestra de ello sería el desenvolvimiento en Cuba de la Real Comisión de Guantánamo.
El empeño mayor del liberalismo criollo en el plano económico fue la libertad de comercio, para la exportación directa de azúcar al mercado mundial y el suministro de importaciones desde fuentes de abastecimiento no españolas — lo que abrió una contradicción antagónica con la capa de la burguesía esclavista integrada por comerciantes españoles peninsulares; mientras que en el aspecto político se expresó en el ansia de autonomía, reafirmando sus derechos como provincia española. En el plano social, la mano de obra principal utilizada por la plantación azucarera y en diversos oficios urbanos, cientos de miles de esclavos africanos negros, se contrapuso al liberalismo revolucionario; esta fue la negación de sus principios básicos: libertad, igualdad y fraternidad, como expresión de la justicia y equidad social del pueblo. Tales ideales no podían transformarse en realidad dentro de una sociedad colonial esclavista, en la cual la primera "mercancía importada" eran los esclavos africanos, una clave insustituible, hasta esos momentos, para formular y llevar a efectos el plan de fomento y desarrollo de la Isla.
La Iglesia católica, diócesis de Cuba, quedó integrada por dos obispados a partir de 1789, pues en ese año fue fundado el de La Habana. De este modo, los habaneros tuvieron una vía de acceso directo a cargos eclesiásticos, además de ampliar su jurisdicción territorial en este campo y de ejercer su influencia activa en las instituciones educacionales más notables de la Isla. El magisterio del presbítero y doctor José Agustín Caballero y Rodríguez de la Barrera en la cátedra de filosofía del Seminario de San Carlos y San Ambrosio (1785-87) dio uno de los más notables pasos de avance en la introducción y avance de las ideas ilustradas en Cuba. Su primer curso de Filosofía electiva (Philosophia electiva, es el título del texto manuscrito de las conferencias)[24] se inició el 14 de septiembre de 1797, es una obra de fundación del pensamiento cubano (Ternevoi: 1981 p. 65).
La llegada a La Habana del obispo doctor Juan Joseph Díaz de Espada y Landa, en 1802, no sólo confirmó esa apertura de pensamiento y cultura en la Colonia, sino que la amplió y la acercó a los principios liberales, especialmente si se tiene en cuenta su firme posición antiesclavista, aún dentro de la Iglesia Católica Un detallado estudio de su obra de pensamiento y acción ha sido realizado por el Dr. Eduardo Torres Cuevas y fue publicado en 1990.[25] en La ciencia médica representa con toda dignidad a la investigación y aplicación de la ciencia integradas a la sociedad en la obra del doctor Tomás Romay Valdés, otro habanero ilustrado. Todos fueron socios de mérito de la SEAPLH.
En esta etapa el acelerado fomento económico de la colonia trajo como consecuencias sociales inevitables: el incremento de su población, gran parte de ella inmigrante y esclavizada, de diferentes raza y culturas; una mayor complejidad de la estructura social con un liderato criollo poderoso, capaz de iniciar por sí mismo la recolonización del país, en todas direcciones, como empresarios individuales, sin las ataduras de los estancos metropolitanos, y con solvencia suficiente para ampliar o fundar nuevos ingenios de azúcar, al estilo de las plantaciones esclavistas (de trabajo intensivo) que habían introducido en otras islas caribeñas los ingleses y los franceses. Los avances tecnológicos del capitalismo industrial, simbolizados por la máquina de vapor, se hicieron necesarios para los empresarios criollos, con vistas a aprovechar con la mayor celeridad, la oportunidad única que emerge del inicio de la Revolución de Haití en 1791, para copar el mercado internacional con la producción azucarera cubana. Ello creó nuevas ataduras, dado que el vínculo tecnológico con otros países más desarrollados, Inglaterra, Francia y los Estados Unidos de América, estimuló una dependencia de tipo material y de conocimientos, amén de una aspiración insaciable por una cultura y un modo de vida propio de las sociedades industriales, que no se producía directamente en la isla de Cuba, cuya economía era exportadora de unas pocas mercancías procedentes de la agricultura, la ganadería, y la extracción minera, e importadora del resto de sus necesidades y apetencias culturales.
Por lo tanto, las ideas liberales emergieron con grandes limitaciones en el marco de una sociedad esclavista, dividida en estamentos bien delimitados, integrados por varios tipos de "criollos", por españoles americanos y españoles peninsulares, con una base económica exportadora-importadora monopolista creada por la factoría de tabaco (en sus dos etapas: del Estanco, 1717-1817, y la Real Factoría, 1760-1817), en tránsito acelerado hacia la plantación azucarera esclavista, liderada por criollos habaneros "blancos" y ricos, pertenecientes a la burguesía esclavista con mentalidad aristocrática, al estilo europeo, que aspiraban a sentar las bases de una cultura "cubana" de elite, urgentemente necesitada de un identificar un pasado propio, cubano (raíz aborigen), del desarrollo de la ciencia y la tecnología sobre la base de la transferencia foránea y con aspiraciones políticas reformistas (dependientes).
El Director, el primer Conde de Santa Cruz de Mopox
A pesar de que en algunos casos se ha tratado de disminuir la importancia y el aporte de esta personalidad histórica (Guirao Vierna: 1991, p.), no es posible concebir una expedición de la envergadura, duración y resultados que tuvo la Real Comisión de Guantánamo, prescindiendo de Joaquín de Santa Cruz y Cárdenas Vélez de Guevara, u otro criollo similar en linaje, fortuna, posición militar, política y social, relaciones sociales, intereses y apertura mental hacia los cambios que transcurrían, además de contar con el apoyo simultáneo de la elite social criolla en La Habana y en la corte real.
El Director de la Real Comisión era un criollo habanero de quinta generación. Sus ancestros, por las dos vías (paterna y materna), eran familias de un antiguo origen vasco, asentadas en la isla de Cuba desde el siglo XVII.[26] Los Beltrán de Santa Cruz tuvieron origen vasco, y se encontraban en la primera línea de los conquistadores y fundadores de ciudades. En Islas Canarias, Juan de Santa Cruz y Gómez, fue licenciado y teniente de Adelantado; en la isla de Santa Cruz de Tenerife, evidentemente asociada a su apellido, fue regidor y gobernador en distintos momentos desde 1520 a 1530. En América del Sur fundó, alrededor de 1540, la ciudad de Santa Cruz de Mompox o Mompós, que actualmente pertenece a Colombia. De este ilustre antecesor don Joaquín retomó su apellido original, Santa Cruz, y el nombre de su segundo título condal, Santa Cruz de Mopox.
Varias generaciones después de Santa Cruz y Gómez, el tronco familiar de los Beltrán de Santa Cruz se creó en La Habana del siglo XVII por el Licenciado Pedro Beltrán de Santa Cruz Beitía, natural de Quito, quien fue designado por Felipe IV para fundar en la isla de Cuba el Real Tribunal de Cuentas, y ejerció como su primer Contador. Este personaje casó en 1612 con doña Isidora Noriega de Recio, natural de La Habana y proveniente de una importante familia fundadora de la oligarquía criolla isleña en el siglo XVI, los Recio, miembro de la nobleza criolla titulada en el siglo XVIII, Marquesado de la Real Proclamación (1763); recibieron de Carlos IV en 1807, otro título, Condado del Castillo unido a la grandeza de España.
Los Beltrán de Santa Cruz iniciaron una tradición en el terreno de la abogacía como carrera preferida por los varones de la familia, que pocas veces varió hacia el campo militar. Durante la toma y ocupación de la capital colonial por los ingleses, en la que estuvo involucrado el Dr. Pedro Beltrán de Santa Cruz y Calvo de la Puerta, alcalde ordinario de la ciudad durante el gobierno de Juan Prado primero, y, después, teniente gobernador del conde de Albemarle, la familia reiteró como estrategia su fidelidad al trono español. Precisamente, en la reorganización militar desarrollada a partir de 1763, obtuvo el cargo de capitán de milicias, el padre de Joaquín de Santa Cruz y Cárdenas Vélez de Guevara. Al fallecer tempranamente su progenitor, y siendo un niño aún, Joaquín, nacido en La Habana el 10 de septiembre de 1769,[27] solicitó su plaza en la milicia habanera y llegó a obtener el mismo rango que su antecesor. También fue el sucesor efectivo del título de III conde de San Juan de Jaruco, por línea de su tío abuelo Gabriel Beltrán de Santa Cruz y Aranda, hermano del padre, primer beneficiario de esa dignidad y por línea directa de la viuda de éste, su tía abuela, Teresa Beltrán de Santa Cruz y Calvo de la Puerta, II condesa del mismo título, poseedores de una de las mayores fortunas habaneras y señores de la ciudad condal de Jaruco.
Por línea materna, Joaquín descendía y estaba emparentado directamente con la familia fundadora de los marquesados de Cárdenas de Monte-Hermoso, señores de la villa de San Antonio Abad, y de Prado Ameno.
Al contraer matrimonio el 29 de junio de 1786, con María Teresa Montalvo O'Farrill, nieta de Lorenzo Montalvo y Ruíz de Alarcón, I conde de Macuriges e hija de Ignacio Montalvo Ambulodi, I conde de Casa Montalvo, sus relaciones de parentesco con la nobleza criolla titulada, de mayor poder económico azucarero, y en otros renglones, en la región histórica habanera, se consolidaron notablemente.
Su carrera militar fue muy favorecida cuando se trasladó con su familia a Europa; después de un corto viaje a Italia, se radico y solicitó su vecindad en Madrid y la obtuvo en 1793. Allí brillaba por sus méritos en campaña el general Gonzalo O'Farrill, tío de María Teresa. Las relaciones con la corte real fueron cultivadas por la joven pareja. La belleza, talento y la habilidad social de la esposa se desplegaron en la vida cultural madrileña, atrayendo al salón de su palacio ilustres personalidades de la época. Mientras que, Joaquín contribuía generosamente al erario real, a costa de su fortuna familiar. Por citar un ejemplo, desde 1792 era gentilhombre de la Cámara del rey, con entrada, por real título; es el fundador y, por supuesto, quien costeó los gastos, de la II Compañía Americana de Guardia Corps del rey Carlos IV. Sus muchos servicios al rey (que nada tienen que ver con acciones de guerra, de las cuales es eximido permanentemente), sobre todo, sus aportes monetarios, le ganaron la simpatía de otro joven cortesano, ilustrado en pleno ascenso, Manuel Godoy y Farias, duque de Alcudia y después de 1795 Príncipe de la Paz. Con los habaneros que residían en la corte real, también mantuvo estrechos vínculos, especialmente con Francisco de Arango y Parreño, de quien él mismo se declaraba apasionadamente gran amigo; Arango era su abogado y consejero para las múltiples empresas económicas y políticas acometidas por Santa Cruz en La Habana, entre ellas el abasto de harinas a la Marina, privilegio real que le es concedido desde 1796.[28]
En cartas intercambiadas con Arango y Parreño antes de 1796 afirma su preferencia y nostalgia por La Habana y su total aburrimiento de la vida de la corte; en ello no concuerda con su esposa, María Teresa, de quien prácticamente vivió separado por largas temporadas desde 1797 hasta su temprano fallecimiento en La Habana, cuando contaba treinta y siete años.[29]
El éxito de la Real Comisión de Guantánamo fue apreciado directa y personalmente por Carlos IV y Godoy; le hizo acreedor del ascenso a mariscal de campo de los Ejércitos reales, por patente real extendida en Barcelona el 5 de abril de 1802.[30] Sus numerosas condecoraciones y membresía en ordenes militares y religiosas pueden verificarse en una amplia bibliografía española y cubana. Su hijo menor, nacido en la corte de Aranjuez y bautizado por Carlos IV, Francisco Xavier, recibió el honor de grande de España, otorgado por el rey, en reconocimiento a los méritos de su padre, una vez que este murió en La Habana el 6 de abril de 1807.
La Real Comisión de Guantánamo
Un motivo esencial para la creación de esta Comisión por Carlos IV, a instancia de Manuel Godoy Farias, príncipe de la Paz, y secretario de Estado, fueron razones geopolíticas y militares: a consecuencia de la desestabilización creada en el Santo Domingo francés por la insurrección general de los esclavos (1791) y dada la evolución ulterior de esa situación revolucionaria, que afectó directamente a la población de la parte española de Santo Domingo y amenazaba en general a toda la isla de Cuba, particularmente a la parte oriental por su cercanía al foco del conflicto. El estudio de la bahía de Guantánamo era imprescindible para su habilitación como puerto, fortificación y poblamiento, así como de toda la región que la rodeaba, como posible zona de asentamiento de la población española que era forzada a abandonar la isla vecina.
Por el Tratado de Basilea (22 de julio de 1795) concertado entre España (Godoy) y Francia (Napoleón Bonaparte), se había cedido la parte española del territorio dominicano a los franceses. Sin embargo, fue en 1796, cuando se hizo efectivo el traspaso, debido a la presión del general Toussaint Louverture, entonces al servicio del ejército francés. Algunos militares habaneros destacados en Santo Domingo participaron en esa significativa acción: Manuel Zequeira y Arango, que permaneció allí de 1794 a 1796, y que ganó su grado de sub teniente de granaderos en la batalla de Yacsí;[31] el otro que hemos identificado fue Sebastián-Nicolás de Bari Calvo de la Puerta y O'Farrill, "gobernador y comandante de la plaza de Bayajá" desde 1794, la cual entregó personalmente al general Laveaux en 1796.[32] Ambos fueron personalidades de la ilustración habanera, y se relacionaron con la nobleza criolla titulada.
El nombramiento de sub inspector general de tropas de la isla de Cuba (equivalente a teniente rey), además de director de la Real Comisión de Guantánamo, que se confiere a Joaquín de Santa Cruz y Cárdenas Vélez de Guevara, fue un acto que contribuyó a la alianza militar entre el rey y los nobles habaneros titulados, en un momento peligroso para la conservación de la Isla en manos españolas. Por otro lado, la aceptación de esta misión por el primer conde de Santa Cruz de Mopox y tercero de San Juan de Jaruco, le ofreció la oportunidad, muy apreciable, de ejercer un extraordinario poder, tanto militar como político, en la Colonia, respaldado por el grupo elite de habaneros que encabezaba un estratega de los quilates de Francisco de Arango y Parreño, sin perder de vista que desde la Real Sociedad Económica de Amigos del País de La Habana contaba con el respaldo de una estela de prestigio que le legaba su suegro, Ignacio Montalvo y O'Farrill (fallecido en 1795, primer Prior del Real Consulado de La Habana), y de otros muchos de sus parientes, enlazados por linajes y títulos nobiliarios, quienes ejercían un dominio casi total sobre el territorio habanero.[33] Debido a estas razones, a más de las orientadas por el rey, la Comisión se convirtió también en una expedición con objetivos de fomento económico, y hasta científicos, al estilo "ilustrado".
Los propósitos iniciales de la Real Comisión de Guantánamo y sus fines oficiales han sido clasificados y explicados suficientemente por fuentes españolas como de "fomento agrícola y comercial" reducidos a dos objetivos principales, "el examen de la bahía de Guantánamo con el fin de construir en ella una población y la mejora de las comunicaciones, que no tenía otra finalidad que la de facilitar la salida de los productos, fundamentalmente el azúcar, por los puertos más adecuados, en este caso el de La Habana" (Guirao de Vierna:1991, p. 22)[34] Menos se han referido los de tipo militares, que se revelan en los informes enviados por el I Conde de Santa Cruz de Mopox a las instancias de la Secretaría de Estado, los que hemos podido consultar directamente, y otros que develan la trascendencia de obtener un conocimiento más completo de las islas de Cuba y la de Pinos, de valorar su riqueza potencial y proyectar las formas de aprovecharlas para beneficio de la hacienda real y de los empresarios locales.
La organización, administración y los resultados de los trabajos de la Real Comisión de Guantánamo en la isla de Cuba, se pueden estudiar atendiendo a las características de las distintas tareas a cumplimentar: