Cuba

Una identità in movimento


Relatos del Camagüey: El asesinato del cacique Camagüebax[1]

Lázaro David Najarro Pujol


La princesa decidió seguir el destino de la muerte,
como su propio padre, el cacique Camagüebax.
Con el corazón destrozado por el dolor del sufrimiento
se encaminó a lo más alto del río y se lanzó a sus aguas.
Cuentan que en reclamo de justicia,
cada tarde emergía de la corriente el llanto
y la cabellera de la princesa.


La leyenda de la princesa Tínima será recordada eternamente en esta ciudad como un ejemplo de la firmeza de la mujer camagüeyana. Foto: Lázaro David Najarro PujolLas aguas del río Tínima se aprecian transparentes y limpias. Corren de este a oeste al compás de la música de una danza indígena que procede del cacicazgo cercano. El Tínima nace en el cerro de Yucatán, pasa por la aldea y después se une con el Hatibanico, formando ambas corrientes el Señor de las Altas Agua o río San Pedro, uno de los más largos de la región. Tínima y Hatibonico están protegidos por una tupida y majestuosa vegetación de más de 25 especies de maderos endémicos.

En el cacicazgo reina una tranquilidad perfecta bajo el mando del cacique Camagüebax, aunque al noroeste, en Caonao, unos años antes esa tranquilidad había sido interrumpida por un grupo de hombres, famosos por su crueldad despiadada, dotados de cabalgaduras y armas de fuego.

Había venido el pelotón de jinetes de Punta del Güincho, en la norteña Bahía de Pueblo Viejo, huyendo de los mosquitos, la falta de agua abundante, el acoso de los piratas y las muy adversas condiciones geográficas.

En toda esta zona donde hoy se levanta la centenaria ciudad radicó el cacicazgo de Camagüebax. Foto: Lázaro David Najarro PujolAquellos hombres despiadados cambiaron la tranquilidad de los aborígenes por la "civilización" o la barbarie. Las tierras de aquella apacible comarca se tornaron rojas por la sangre vertida por los indígenas. Había tenido allí una horrible matanza dirigida por Pánfilo de Narváez.

Los que sobrevivieron fueron despojados de todo derecho y sometidos a los más terribles vejámenes, hasta que diez años después, en 1527, los verdaderos dueños de aquellas tierras se sublevaron e inexplicablemente, a pesar del poderío de los ocupantes españoles, les causaron cuantiosas bajas y los obligaron a emprender una estrepitosa escapada llevándose solamente una cruz grande de madera y la campana de la Parroquial Mayor.

La marcha macabra de los fugitivos se dirigía hacia el centro de la región, donde gobernaba el indígena Camagüebax. Al llegar los castellanos a la comarca[2]

    "... fueron recibidos cariñosamente por su cacique Camagüebax, último soberano de su dinastía, quien, (a pesar de la tenebrosa trayectoria de los ambiciosos refugiados), le dispensó franca y generosa hospitalidad, disponiendo para aquellos la parte oriental del poblado donde se alojaron y tuvieron numerosos servidores, llamados "naborías", que les proveyeron de agua, leña, viandas y frutas y cuanto necesitaron... "

    "A los pocos días el propio cacique ofreció a los principeños un pequeño 'sao' cercano al poblado para que levantasen la Villa; estos aceptaron la oferta y acordaron, en "cabildo abierto" establecerse aquí definitivamente, tendiendo en cuenta para ello que quedarían en lugar central de la región y sobre el ya frecuentado camino de Bayamo a Sancti Spíritus. Improvisado alarife trazó una línea recta entre los ríos Tínima y Hatibonico para designar el centro de la población que iba a establecerse".

Aparentemente todo transcurría normalmente: los españoles ubicaron primero, a mitad de la línea, la sagrada cruz de madera, traída de Caonao la tarde anterior, junto con la campana de la Iglesia, testigos de la sangrienta masacre de los indios; luego trazaron la plaza central, levantaron un grupo de bohíos, la Casa Consistorial, la Parroquial Mayor (residencia del gobernador), el cuartel y la cárcel.

La paz comenzó a ser ultrajada por los indignos extranjeros, quienes como pago a la bondad o la inconsciencia de sus anfitriones, llevaron la maldición al cacicazgo. Pretendieron someter a Camagüebax y al no lograr su propósito, como escarmiento a la "desobediencia", le dieron muerte horrible y bárbara.

Más allá de donde se pierde, a nuestra vista, la ciudad fue arrojado desde la alta cima del Tuabaquey (500 metros de elevación), el cuerpo despedazado de cacique. Foto: Lázaro David Najarro PujolEl cuerpo despedazado de cacique fue arrojado desde la alta cima del Tuabaquey (500 metros de elevación), al norte del que fue su cacicazgo. La sangre del indígena tiñó eternamente rojas, en muchas leguas a la redonda, las tierras de Cubitas. Cuentan que el alma del desventurado cacique venía todas las noches a la loma fatal, en forma de luz.

Por Cubitas cruzaba el camino que desde Puerto Príncipe se dirigía a la costa. Los viajeros transitaban por la Matanza, cruzaban Los Paredones y se encaminaban a los embarcaderos del Jigüey y La Guanaja. Allí, en Cubitas, el espíritu del cacique anunciaba, a los descendientes de sus bárbaros asesinos, la venganza del cielo, que tarde o temprano caería sobre los culpables.

Pero los españoles — emparedados con el diablo — no se conformaron con el crimen del cacique y el destierro de la vida de los aborígenes, sino que además se ensañaron con la Princesa Tínima, quien es obligada a desposarse con un conquistador brutal. El verdugo, aún con la sangre del cacique en su “alma” pretendía poseer a la fuerza a la hermosa joven.

La princesa decidió seguir el destino de la muerte, como su propio padre. Con el corazón destrozado por el dolor del sufrimiento se encaminó a lo más alto del río y se lanzó a sus aguas. Cuentan que en reclamo de justicia, cada tarde emergía de la corriente el llanto y la cabellera de la princesa.

Con la muerte de la muchacha llegó la maldición a la comarca: a fines de 1616, una parte del rústico caserío fue arrasado por las llamas e hizo desaparecer la mayor parte de la riqueza y los archivos primitivos, como consecuencia de un levantamiento esclavo.

Un año más tarde se vuelve a emplazar la ciudad, pero no exactamente en el mismo sitio y tampoco por mucho tiempo, al ser saqueada e incendiada, en 1668 por el corsario Henry Morgan. Hacia 1679, el filibustero Granmont invadió Puerto Príncipe y rapó catorce mujeres. Los vecinos debieron pagar un elevado rescate por ellas.

Cerca de esta catedral, al lado del parque Agramonte, se reedificó una vez más la comarca después del incendio provocado por el corsario Henry Morgan, en 1668. Foto: Lázaro David Najarro PujolTuvo que transcurrir muchos años para que la Villa del Puerto del Príncipe, de calles estrechas y tortuosas, se volviera a reedificar. En el sitio existió la Plaza de Armas, la Plaza de Isabel II, la Plaza de Recreo… el parque Ignacio Agramonte…

Quizás fue el Mayor General Ignacio Agramonte, entre otros, quien dio por finalizado el reclamo de justicia de Camagüebax. A partir de entonces el alma del desventurado cacique no tenía que acudir nunca más a la loma fatal, en forma de luz para anunciar, a los descendientes de sus bárbaros asesinos, la venganza del cielo. El llanto y la cabellera de la hermosa princesa Tínima también dejaron de emerger de la corriente del río.


    Notas

    1. Tomado del sitio Web Camagüebax.

    2. Apuntes de Camagüey, Jorge Juárez y Cano, Camagüey. Imprenta Popular. Independencia 10. 1929. páginas 26-27.


Lázaro David Najarro Pujol


Lázaro David Najarro Pujol, escritor y periodista.
Labora en la emisora Radio Cadena Agramonte de Camagüey.
Autor de los libros Emboscada y Tiro de Gracia,
ambos publicados por la Editorial Ácana de Camagüey.
Editor del Sitio Web: http://camaguebax.awardspace.com/






Camaguebax. La página del escritor y periodista Lázaro David Najarro Pujol


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