Durante el pasado mes de marzo se celebró la décima edición del Encuentro de Teatro Profesional para Niños y Jóvenes que desde 1991 convoca el Teatro de la Villa en la legendaria ciudad de Guanabacoa.
Desde sus inicios el evento contempla una muestra de espectáculos teatrales destinados al público infanto-juvenil que cursa paralela al desarrollo de jornadas de debate y reflexión. De una frecuencia anual, en la primera etapa de su existencia, pasó a una realización bienal mientras adquiría carácter competitivo en pos del realce de los desempeños más altos en las diversas disciplinas. Entre los diferentes jurados que intervienen se distingue uno muy especial integrado exclusivamente por niños.
En la actualidad otros territorios del país cuentan con espacios para un intercambio de similar índole, pero en el instante de su aparición este encuentro tuvo una importancia cardinal. Con el cierre de la década de los ochenta los eventos especializados en la escena para los niños y los jóvenes desaparecieron.
Más tarde resultarían subsumidos en los dos grandes festivales que animan nuestro panorama teatral: el de La Habana y el de Camagüey, lo que si bien por una parte anunciaba la vocación de considerar la creación teatral como un todo, barriendo con las falsas jerarquizaciones y con los prejuicios hacia la labor dirigida a los infantes, por la otra impedía la concentración del examen sobre esta zona de la producción así como la concertación de esfuerzos. De modo que la iniciativa del Teatro de la Villa materializó el anhelo de una parte de los teatristas al proponerse rescatar la posibilidad del intercambio especializado.
A diferencia de los festivales de teatro para niños desarrollados con anterioridad, los cuales tomaban por sede una provincia distinta cada vez, estos cónclaves tendrían la histórica villa por sede permanente, en una estrategia irradiante de programación que se propondría abarcar la mayor área posible del territorio, involucrando calles, parques, plazas, casas de la cultura, instituciones comunales, escuelas, museos, galerías de arte, etc.
Sin embargo, con más de quince años de existencia y diez ediciones en su haber el encuentro no termina de encontrar el apoyo institucional necesario.
Entre los logros de esta ocasión se halla la promoción desplegada, a pesar de que las hermosas imágenes de la espectacular apertura fueron difundidas en los días próximos a la clausura y de que el Boletín Entretelones apenas le concedió espacio. Entre los dislates, el extravío — por el Centro de Teatro de La Habana — de la documentación enviada por una agrupación cienfueguera que, a causa de ello, se vio impedida de participar; el arribo de otra, desde Ciego de Ávila, sin previo acuerdo; la imposibilidad de otorgar el Premio de la Popularidad por no estar a tiempo las boletas para la votación; la ausencia del Guiñol de Holguín por no presentarse (así, sin más) el ómnibus que debió conducirlo hacia la capital.
Entre los sueños irrealizados, el poder disponer de las suficientes capacidades de alojamiento para recibir a los colegas de todo el país; el contar con un espacio sólidamente organizado en cuyo marco puedan conseguirse objetivos concretos dotados de significación para el desarrollo de esta particular expresión escénica.
Pese a que el territorio guanabacoense es el principal favorecido sus autoridades apenas intervienen en el aseguramiento del encuentro. Por otra parte, como en el reino de la burocracia este no figura en la relación de las citas que ostentan la categoría de “nacionales” carece de la asignación precisa de combustible y alimentos para su desarrollo. Esta vez, a última hora, y con un esfuerzo especial del Consejo Nacional de las Artes Escénicas se garantizó el traslado diario de los participantes desde diversos puntos de la capital, mientras una gestión de similar intensidad fue necesaria para poder contar con una precaria alimentación. No obstante, el problema ya endémico de las capacidades hoteleras de la capital colocó a sus organizadores y a los participantes del resto del país en un círculo del Infierno no previsto por Dante.
En tanto un total de cuarenta y cinco presentaciones eran realizadas en los siete días de duración del encuentro desde treinta y tres espacios diseminados por todo el municipio y miles de niños y adultos, entre maestros y familiares acompañantes, se hacían partícipes de esta fiesta de la imaginación y la belleza, las jornadas de almuerzo retrotraían a artistas, críticos, especialistas, investigadores y organizadores a los tiempos en que la ingestión de alimentos tenía como único fin la satisfacción de una necesidad animal. Ausente del acto todo viso estético este no podía ser ocasión propicia para el esparcimiento, la confraternización y el intercambio placentero. Como en nuestras mejores jornadas de trabajo voluntario la comida fue servida en una pequeña caja de cartón, sin los utensilios necesarios al efecto y sin bebida alguna que colaborara en su deglución. Tampoco fue posible disponer de un local adecuado donde desarrollar tal faena con una mediana comodidad.
Confieso que no sé si esto guarde relación con esa cultura de la marginalidad que adquiere cada vez mayor presencia en nuestra vida, con la displicencia que acompaña buena parte de las prácticas sociales o con el destierro de la belleza del marco que conforman nuestros afanes, pero estoy segura de que es posible hallar soluciones que incorporen, incluso, significaciones éticas, como sucedería en caso de llegar a compartir estas jornadas con los centros laborales del territorio.
En la actual ocasión más de veinte agrupaciones se dieron cita en los predios del Teatro de la Villa, contra viento y marea cinco de ellas provenían de otras provincias. La mayor parte de los colectivos de la capital estuvieron allí representados. Un promedio de siete funciones diarias fueron realizadas en los siete días de duración del encuentro, mientras las sesiones de reflexión y debate se vieron siempre colmadas de asistentes.
Las conclusiones del jurado central coincidieron esta vez con el sentir de la mayoría. Como mejores puestas en escena fueron premiadas Tejiendo un cuento, del Proyecto Pelusín, de Ciego de Ávila, y Aceite + Vinagre igual Familia, de Teatro del Viento, Camagüey; el galardón de mejor texto lo obtuvo Danilo y Dorotea, otra historia de amor del maestro René Fernández Santana, y las mejores actuaciones recayeron en Sisi Delgado, de Teatro del Viento, y Yerandi Basart, del Teatro de las Estaciones, en tanto Maylín Cabrales, del Proyecto Pelusín, y Erlys Sanabria, del Teatro Papalote, recibían los lauros por sus desempeños como titiriteros.
Esta vez los colectivos procedentes de otras provincias marcaron la pauta y salvo los espectáculos premiados hay que decir que la calidad no parece haber sido el rasgo distintivo de la muestra teatral.
Con respecto a la pertinencia de este certamen coexisten diversos criterios. Diez ediciones ameritan una seria reflexión colectiva que permita definir su destino. Si la cita permanece, su perfil deberá ganar en nitidez y su desarrollo en eficacia, y tal vez sea preciso replantearse su marco institucional.
De un examen semejante parece estar urgida la trama de festivales y eventos de toda clase que animan las estructuras provinciales a lo largo de la Isla, en el afán de conseguir vertebrar todas estas acciones y volverlas cada vez más eficaces. El tema de las giras interprovinciales de los mejores espectáculos no parece estar desconectado de este asunto. Quizás la clave radique en obtener el marco financiero idóneo para que nuestros colectivos y artistas puedan desarrollar las pertinentes sesiones de intercambio y aprendizaje sin necesidad de acudir a la cobertura que brindan acciones culturales de mayor relieve y complejidad.
Sea como sea, la situación actual del teatro para el más joven espectador parece solicitar un análisis detenido. Quizás esta modalidad teatral ofrezca el ámbito adecuado donde ensayar nuevas fórmulas de crecimiento artístico y espiritual.
Página enviada por Esther Suárez Durán
(26 de marzo de 2007)