Quienes han visto las imágenes de los acontecimientos en Honduras los puede reconocer fácilmente. La oligarquía, escondida tras las bayonetas, pretende imponerse por la fuerza bruta, cuando no lo puede alcanzar por el engaño al pueblo.
Así se ha mostrado la oligarquía hondureña: confabulada toda la clase política, empresarial, judicial, militar y clerical, inventando subterfugios y falsedades para defender a ultranza sus intereses egoístas y reaccionarios; dispuesta a quebrantar cuantos principios nacionales e internacionales se interpongan a sus intenciones ambiciosas de poder y explotación; desconocedora e insensible a los verdaderos sentimientos y aspiraciones del pueblo, de los sectores mayoritarios y necesitados del país; brutal a la hora de actuar, con falta de respeto a la Constitución, a las leyes, a los principios, a las formalidades y esencias de la actuación gubernamental, y desplegando las fuerzas represivas de las botas castrenses; ausencia total de ética, capaces de mentir en todos los terrenos, incluso en forma burda y tonta, como fue presentar una carta apócrifa de la supuesta renuncia del Presidente Zelaya. ¡Qué clase de payazos serían, si no fueran además unos traidores y criminales, a los cuales no se les puede reír la ridiculez, y sí castigar ejemplarmente!
La historia de esta clase engreída y fatalmente peligrosa, viene de siglos, y allí existe una mezcolanza de intereses creados entre la burguesía nacional y extranjera. Hace 105 años, el ojo avizor de José Martí, nos la pintaba de esta forma, comentando la realidad de Honduras: