Cuba

Una identità in movimento


Testimonios de mi generación 60's. El famoso lavado de cerebro (I parte)

Salvador E. Morales Pérez


No recuerdo quien acuñó la incisiva expresión. Sólo tengo en mente que ésta forma parte del arsenal lexicográfico de la ideología anticomunista que conocí desde niño en mis días con Los Maristas. Tal expresión desempeñó — ¿aun desempeña? — un papel descalificador, aviesamente descalificador, en la mitología contrarrevolucionaria contemporánea. Puede que haya algún componente interesante en la formulación — a lo mejor inspirado en Mary Shelley, la inventora de Frankenstein — si miramos su profundo sentido de quita y pon. El giro en las creencias no es un fenómeno nuevo. Lo más usual ha sido por coerción, pero no pocas veces ha sido producto de un mecanismo voluntario. Eso fue lo que ocurrió en las confrontaciones ideológicas de la Cuba de 1959 a 1961. Un cambio radical de mentalidad, de visión del mundo y de la sociedad. Para muchos una toma de conciencia no sólo diferente a la inculcada en la escuela tradicional, en los púlpitos eclesiales, por los medios informativos y formativos del sistema clasista dominante, cada uno con su carga específica. De repente cayeron en tela crítica un montón de juicios y prejuicios distorsionadores de la historia nacional y de las realidades sociales coetáneas.

Hasta aquellos momentos polémicos, nuestra visión del universo — de las mayorías políticamente analfabetas — había sido sugestionada por los consorcios de comunicación internacionales como la Associated Press, la AP, United Press Independent, la UPI, cuyos reportajes eran reproducidos por "la gran prensa" sin comentario alguno salvo situaciones excepcionales. En cuanto a las creencias, estas eran objeto de una casi total monopolización por la iglesia católica, que se decía la única verdadera y condenaba a todas las demás como herejías y supercherías. Nuestra idea de la historia patria aun se hallaba fuertemente marcada por una subyacente visión clasista, étnica, racista, eurocéntrica y patriarcalista, a la cual se le puede añadir un sentido sesgado del patriotismo y de la nacionalidad. Nuestra idea de la política, además de un concepto negativo de la misma, de sentina, de inmunda cloaca, se reducía a una sola forma de concebir la democracia y la participación ciudadana: depositar un voto en las urnas cada 4 años por unos individuos que hacían de las tareas de gobierno una industria capitalizadora, un quehacer corrupto, que nos alejaba de la misma como de la peste.

Desde los comienzos de enero de 1959 habían echado a andar las "lavadoras de coco". Recuerdo aquellos primeros números de la revista Bohemia, reveladores de las truculencias cometidas sistemáticamente por los sicarios de la dictadura. Horripilantes asesinatos fueron denunciados, torturas y atropellos explicados mediante aquellos artefactos hallados y fotografiados cuando se ocuparon las estaciones de policía y los cuarteles del ejército. El conocimiento detallado de talles crímenes permitió a toda una generación de cubanos, que habían padecido en muy diversos grados tan ominosa dictadura, deslindarse agresivamente de aquella caterva que lesionó al país gravemente. A ese tajante e inconciliable deslinde vino a sumarse el reposicionamiento nacional respecto a los Estados Unidos, quienes brindaron a los prófugos de la justicia revolucionaria inmediata protección, se negaron a la extradición de los criminales, a la devolución de los bienes robados en la huida y para cerrar la tapa al pomo iniciaron una fuerte campaña contra el flamante proceso revolucionario. Un modelo de análisis sociopolítico ganó terreno en la práctica. Categorías y conceptos ignorados se hicieron sitio en los conscientes colectivos.

Novedosa mentalidad fue emergiendo en las masas. Mitos como el de la deuda de gratitud con Estados Unidos por habernos dado en 1898 la independencia que no fuimos capaces de conquistar solos se resquebrajaron definitivamente. Ellos mismos contribuyeron a hacerlo añicos. Mitos como el de que los comunistas enviaban los niños a Moscú para enlatarlos, se desinflaron sin esfuerzo. Desde luego, las intervenciones televisivas y radiales de Fidel Castro y de otros líderes de la Revolución fueron una formidable escuela de renovación, actualización y recomposición de la cultura política.

En mi propio "lavado de cerebro" intervinieron además dos personalidades: Raulito Delgado, el tío de mi novia Tania, y Emilito Roig de Leuchsenring, a quien visité en varias ocasiones en la Oficina del Historiador del Ciudad ubicada en la Plaza de la Catedral. Raulito, militante del Partido Socialista Popular desde los años 30, puso en mis manos las primeras publicaciones acerca de la Unión Soviética. Me llevó con Lalo Carrasco, todo un personaje pintoresco de la vieja guardia comunista que tenía una librería en la Avenida Carlos III. Por entonces se contaba la anécdota de que Fidel antes de salir del exilio había adquirido allí unos libros y en 1959, al pasar un día por el lugar se paró a pagar lo que le debía. Lalo fue quien puso en mis manos tres libros "marxistas": de Federico Engels, "Dialéctica de la naturaleza", (por más que lo intenté no entendí un coño por mucho tiempo excepto un apartado en donde está el interesante fragmento sobre el papel de la mano en la transformación del mono en hombre); el libro de Blas Roca, aún Secretario General del PSP, "Fundamentos del socialismo en Cuba", que despertó curiosidades teóricas, (dependencia, deformación estructural, desarrollo), inéditas preocupaciones y algunas dudas por cierto planteamiento historiográfico sobre una presunta etapa feudal cubana; y la "Historia de la URSS", facturada por la Academia de Ciencias de Moscú, la cual por muy oficialista que nos parezca hoy día, tuvo la virtud de abrirme las puertas de una historia desconocida. Una historia que había incidido notablemente las luchas sociales y nacionales del planeta. Mediante aquella revista ilustrada ampliamente circulada, Unión Soviética, nos abocamos al conocimiento de una gran experiencia, que por deforme que hoy nos pueda parecer constituyó un hito histórico, aun pendiente de un análisis crítico riguroso. Sin ese estudio, será imposible avanzar hacia una redefinición viable del socialismo, más allá de esa vaga idea de socialismo de siglo XXI. Lo cierto es que la URSS nos estaba echando la mano cuando más lo necesitábamos. La mayoría de esta joven generación revolucionaria cubana estaba más o menos al tanto de las críticas al stalinismo vertidas en el XX Congreso del PCUS. En La Habana de aquellos tiempos circuló una versión del informe secreto de Nikita Jrushov, en donde se denunciaban crímenes imperdonables e incompatibles con la ideología socialista y el culto a la personalidad. Con buen tino la dirección revolucionaria prohibió colgar retratos de los líderes en las oficinas estatales, disposición que no preciso en qué momento se olvidó. Años después se difundió la biografía crítica de Stalin, hecha por Isaac Deutscher, que me sigue pareciendo un estudio formidable. De manera que llegamos a ser aliados de la URSS, pero no incondicionales, como han reconocido estudios serios de críticos de Cuba.

Con Emilito, siempre en compañía de María Benítez quien hacía las veces de altavoz, eran pocas las pláticas y muchos los obsequios. Cada vez que lo visité salía con un paquetico de libros conmovedores bajo el brazo. Aun los conservo. No todos los devoré por igual. Particularmente recuerdo, tres de sus notabilísimos aportes a la conciencia histórica cubana: "Cuba no debe su independencia a Estados Unidos", "Martí antiimperialista" y "Estados Unidos contra Cuba libre". Creo innecesario decir que fui uno de los cubanos que se hizo radicalmente antimperialista después de aquellas lecturas. Antiyanki no, ese nunca ha sido un sentimiento de los revolucionarios cubanos que siempre hemos sabido distinguir lo uno de lo otro. Martí se me apareció bajo una nueva luz. Un más acá de los apotegmas conocidos. Sentencias moralizadoras que dispensaba la educación cívica de la época. Desgajadas de los contextos, pero así y todo, arietes cuestionadores de la realidad imperante.

Más allá de la experiencia personal invocada que bien puede no ser tan representativa, por asentarse en un joven proveniente de una familia de profesionales con inquietudes y perspectivas intelectuales en proceso de definición, estas son manifestaciones mensurables del clima mental en convulsión. Para la gran masa ávida de saber qué estaba en desarrollo, resultaba complementaria la producción periodística y la difusión cada vez más amplia de literatura política. Un papel nada desdeñable desempeñó el periódico Revolución, considerado en cierto modo como vocero oficial del Movimiento 26 de Julio, mediante aquella factura sensacionalista que le imprimió Carlos Franqui y el grupo adjunto. Sensacionalista, agresivo, bastante sectario. En esa tarea concientizadora también contribuyeron otros órganos emergentes, el diario Combate del Directorio, la revista Verde Olivo, surgida a iniciativa de Ché Guevara, la reaparición de Noticias de Hoy del PSP, la misma revista Bohemia, de la cual desertó luego su director-propietario, Miguel Ángel Quevedo.

Luego vinieron los folletos de Marx, Engels, Lenin, Mao, traducidos e impresos en Moscú y en Pekín, que pulularon de un extremo a otro de la isla, pero la cultura política adquirida que generó la enjabonadura y ducha que sacó mugre de nuestras neuronas fue de factura local predominantemente. Esos años de polémicas diarias, de agudos debates sobre lo divino y lo humano encendieron los escenarios más íntimos con la suficiente luz para tomar partido. Dos enfoques de la sociedad, de la vida, de las ideas, se opusieron en una lucha a brazo partido. En poco tiempo los aparatos de formación de la opinión pública habían equiparado fuerzas. Tanto la comunicación impresa como la radial. Unos lo hicieron a favor de los cambios, los más, otros en contra, los menos. Cada quien con sus razones, intereses, emociones y creencias. El debate estremeció toda la nacionalidad cubana de un extremo a otro de la ínsula. La balanza de la historia se inclinó decisivamente por el nuevo orden en ciernes.

La prensa y los voceros de la reacción también contribuyeron notablemente a la redefinición gracias a su sistemática contraposición a todas las medidas de reforma y beneficio popular, identificadas cada vez más como propias del comunismo. Tales acusaciones terminaron por ser contraproducentes como muy bien reconocía la canción de compositor colombiano:


"Si las cosas de Fidel son cosas de comunista/que me pongan en la lista porque estoy de acuerdo con él".


Por intermedio de la literatura política que se expandió en manos de un pueblo ávido de saber se enriquecieron muchos horizontes y se renovaron enfoques y explicaciones, se abrieron paso interpretaciones ignoradas. Las herejías le ganaron el campo a los dogmatismos del antiguo régimen. Los efectos de esta conmoción político ideológica se dejaron ver en las mayorías de la sociedad cubana, pero muy especialmente entre los jóvenes de ambos sexos.

El lavado cerebral fue mucho más allá de las redefiniciones de carácter político ideológico, para afectar otros renglones de nuestro mundo interior. La antigua cosmovisión sufrió embates de mayor calado. Variaron o comenzaron a variar nuestros conceptos sobre la relación de pareja, el matrimonio, la familia, el divorcio, la educación de los hijos, el origen de nuestras creencias, los paradigmas estéticos y éticos, la capacidad crítica, las preferencias intelectuales, las interpretaciones de la historia propia y la universal, los conceptos sobre política, democracia, derechos humanos, justicia, igualdad, libertad, independencia... La lucha antimperialista y la pugna clasista redimensionaron las nociones de patria y nación.

Un indicio simpático y a la vez exagerado hasta la ridiculez fue el otorgamiento de patronímicos diferentes a los impuestos por el santoral católico. Tabla de nombres fundamentalmente de origen judío, como puede reconocer cualquiera que haya hojeado El Libro, la Biblia. Nominativos que algunos curas consideraban erradamente como españoles. Basta consultar la obra de Gutierre Tibón para hallar allí orígenes y etimologías sorprendentes. Particularmente, los nombres romanos que llenan otra parte del arsenal junto a buena porción de orígenes griegos y visigóticos. Cuando he fastidiado a ciertas amistades con aquello de que Claudia es la coja y César el melenudo, les suelto la historia cubana de los 60, con la catarata de Vladimires, Katias, Ivanes, Tamaras, Yuris, mezclados a las versiones franco italianas locales de Yanet, Ivet, Yosvani, Madelín, Yaquelín, Yanny y un largo etcétera de invenciones. Mi esposa Tania, le puso a mi hijo varón Karel, a resultas de asistir a la puesta en escena de La Madre, obra teatral antinazi del escritor checo Karel Capek. Reacciones anticatólicas en el fondo, pero más que nada la voluntad de salir de la rutina tradicionalista. Muchos curas se negaban a bautizarlos con aquellos nombres. No menos dificultades deparaban los registros civiles. Era una tendencia anterior a la Revolución que se multiplicó sin límites con la convulsión ideológica.

Estoy entre quienes creímos que la religiosidad obedecía a la ignorancia y a las supersticiones y que la instrucción científica la borraría del mapa social. Nuestras ideas ateístas se vieron reforzadas mediante el conocimiento de algunas obras abordadas desde el punto de vista historiográfico. Para mi fueron decisivas las de Charles Hainchelin, "Los orígenes de la religión", obra editada en francés en 1955 y traducida para la Editorial Platina de Buenos Aires; igualmente la obra de Ambrogio Donini, "Historia de las religiones", Editorial Futuro, 1961. Otros puntos de vista más complejos vendrían luego, pero en aquel momento esta toma de conciencia bastaba. No era mi caso el del "Retrato del artista adolescente", de James Joyce, en donde el joven protagonista se ve envuelto en un desgarramiento interno. Las evoluciones tropicales son más simples, no atraviesan por un dédalo de reconcomios mentales y espirituales, pasan del anticlericalismo escueto al escepticismo y de ahí al agnosticismo o ateísmo.

Línea a línea se fue dibujando una sensibilidad nacional novedosa. Mayoritaria pero no abarcadora. La homogeneidad es un sueño difícil de alcanzar cuando las bases sociales que deben contribuir a cristalizarlas están entorpecidas, torpedeadas, contrarrestadas, por fuerzas muy potentes. Un imaginario alternativo no es un resultado autogenerado, es producto de las condiciones de vida. Si estas condiciones de vida no alcanzan la sintonía entre lo deseado y lo posible, la pugna entre lo nuevo y lo viejo tiende estabilizar un conjunto de heterogeneidades perjudiciales al proyecto.

A partir de aquellos años, iniciales e iniciáticos, mi (nuestra) visión del mundo y la cultura sufrió un tremendo estirón. Sacamos las narices de las estrecheces accesibles: jolivudescas y revisteriles, fantasiosas e idílicas, para sumergirnos en el mundo de las realidades problematizadoras y lacerantes. La muchachada del barrio del Cerro donde nací, antes del predominio televisionero, no tenía más entretenimiento "cultural" que la matinée del domingo en el cine México. Con sus dosis de películas de Walt Disney, las aventuras de Durango Kid (motejado con singular acierto por un espectador anónimo "la cácara del tejao" (sic.): (cátedra del tejado) o de Hopalong Cassidy y otras hazañas de vaqueros acabando con los indios malos de cara y de entrañas — apaches, sioux, dakotas, navajos — a diestra y siniestra con nuestra aprobatoria complacencia. Eso pasaba con idéntica conformidad cuando el Tarzán de entonces, el inigualable e inolvidable Johnny Weismuller, — luego Jim de la Selva cuando engordó la barriga — lanzaba al aire negritos africanos como balones de basket ball. Hasta los mismos negros y mulatos aplaudían al bwana. Desconocíamos, como igual le pasó a Frantz Fanon, que eso era la enajenación. Tardaríamos en reconocer que tal equívoco era producto de una sociedad no sólo dividida en clases, en razas también. Cuando uno ha estado en el ápice de la pirámide etnocromática suele ignorar lo que está en la base, y cuando lo percibe, pensemos que del modo más cristiano, no puede menos que condolerse o sentir aberración por tan vergonzoso despropósito. Todo lo que nos había envuelto debía convulsionar para sentirnos verdaderamente libres de tantas ataduras, juicios y prejuicios, superar los miedos que nos distanciaban de los otros seres humanos. Ese estremecimiento desenajenante — el reconocimiento de la alteridad — no se hubiera producido sin la revolución en las relaciones sociales. Este revolico social y mental eliminó a los héroes de papel y celuloide para volcarnos a los arquetipos de carne y hueso tan abundantes en la dramática historia de liberación nacional y social. La flamante mentalidad tenía sus extremos. No nos conformamos con derribar el águila imperial en el monumento en recuerdo al hundimiento del Maine, arrancamos las estatuas dedicadas a los presidentes de la República, en un acto iconoclasta de condena histórica por su entreguismo, corruptibilidad y ejercicios autoritarios, no pocas veces bañados en sangre.


    Salvador E. Morales Pérez
    Instituto de Investigaciones Históricas, UMSNH



Parte I — Parte II





Página enviada por Lohania Aruca Alonso
(18 de noviembre de 2009)


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