Miles de compatriotas como yo madrugaron a oscuras para llegar a los sitios previstos para los movilizados de los municipios de la capital. Había un ambiente festivo y parecía que todos nos habíamos puesto de acuerdo para darle colorido al encuentro con nuestras ropas, con letreros, fotos e improvisados, originales y espontáneos carteles.
Jóvenes que sus padres llevaron en brazos en manifestaciones anteriores cargaban ahora a los suyos; otros más jóvenes, aún estudiantes, en grupos bulliciosos, marchaban con el desenfado de la edad.
Muchas mujeres en compactos bloques femeninos o entremezcladas, más bellas que otros días y con combatividad contagiosa.
Los que votamos y desfilamos confrontamos y soportamos los problemas cotidianos que todos deseamos resolver lo antes posible. Hasta a veces algunos expresamos inconformidad con la lentitud de soluciones que hemos pensado podrían realizarse antes. También ansiamos disponer de información más sistemática sobre tal o cual asunto.
Pero todos, sobre todo los más jóvenes que son la mayoría, esos a los que antes Fidel les decía que no se dejaran confundir, no se han confundido, aún en medio de la más organizada campaña mediática para dividirnos que orquestan los norteamericanos y secundan los europeos y sus corifeos en el planeta para denigrarnos.
Esos millones de compatriotas expresaron, como su respuesta contundente y bien clara, en las solemnes ceremonias de la elección y votación de sus representantes y en estos bulliciosos desfiles en todo el país, su confianza en la Revolución que hicieron sus abuelos y ellos y sus padres continúan y continuarán luchando para perfeccionarla.
Casi al final del desfile vi a un compañero que portaba un cartel donde escribió una consigna con letra imperfecta pero nítida y de líneas precisas, cuyos rasgos me recordaban al del joven que escribió ya agonizando con su sangre "Fidel" cuando el ataque artero a los aeropuertos previos a la agresión de Girón.
Decía su preciso letrero, como un resumen, el criterio de los que votamos y marchamos: