[...] Acabo de terminar la lectura de un excelente libro de Elda Cento Muñoz y Ricardo Muñoz Gutiérrez — ambos historiadores camagüeyanos de generaciones recientes —, que se titula Salvador Cisneros Betancourt: Entre la controversia y la fe (Ciencias Sociales, La Habana, 2009, 490 pp.), el cual nos retrotrae a más de un siglo de antecedentes en la historia de las Guerras por la Independencia y la creación de la República de Cuba en armas (abril de 1869) y como estado nacional reconocido finalmente (1902). En todas estas etapas, fue un activo protagonista Salvador Cisneros Betancourt (Santa María del Puerto Príncipe, 10 de febrero de 1828 — La Habana, 28 de febrero de 1914)[2].
El libro – a cuyos autores debo una reseña, que realizaré en ocasión muy próxima como bien merece —, posee gran actualidad: una parte sintetiza la vida de Cisneros, poco divulgada hasta ahora, y además compila documentación valiosísima, entre ella está la relativa al nacimiento de las relaciones internacionales entre los Estados Unidos de América y una nueva república, ex colonia española, Cuba, especialmente sobre lo relacionado con ese tema desde 1899 hasta el 1914, cuando falleció Cisneros Betancourt.
Para quienes no conozcan la personalidad histórica a la que me estoy refiriendo, solamente les mencionaré que estuvo entre los primeros conspiradores y alzados cubanos en 1868 (todavía no existía esa nacionalidad y ciudadanía). Fue presidente por dos veces de la República de Cuba en Armas (creada en abril de 1869); al finalizar la Guerra de 1895, con la primera intervención y ocupación militar de tropas estadounidenses (1898-1902), fue elegido como representante del Camagüey — una de las provinciasmás importantes de Cuba[3], desde los inicios de la Colonia debido a su peso económico, político y en la cultura jurídica, porque acogió la Audiencia, trasladada desde Santo Domingo a fines del siglo XVIII. Fue senador vitalicio de la República hasta el final de su vida.
Aunque la sombra trágica de la neocolonia , o, del protectorado, impuesto por los Estados Unidos de América a la joven república, mediante la aprobación obligatoria de la Enmienda Platt como un apéndice de la Constitución de la República de Cuba de 1901, que no permitió a los cubanos y cubanas independentistas disfrutar totalmente de una victoria muy cara por la pérdida de vidas, y de bienes materiales y espirituales de miles de combatientes cubanos, históricamente se debe reconocer el valor y el patriotismo con que se desplegó aquella batalla final, política y diplomática, por los miembros de la Asamblea Constituyente republicana que no aceptaban el yugo colonialista de la citada Enmienda. Fue una heroica resistencia moral contra la imposición militar yanki,
Sin embargo, sólo había dos opciones para los asambleístas cubanos: aprobar la "Enmienda" (¿enmienda a qué? se preguntaba Salvador Cisneros Betancourt en las denuncias que escribía en el periódico habanero La Lucha), o, aceptar sobre ellos mismos la responsabilidad de alargar indefinidamente la ocupación militar estadounidense en Cuba, a causa de la "falta de preparación" de los cubanos para asumir su propia independencia y el gobierno del país.
¡Vergüenza! para la nación estadounidense que incumplió ante el pueblo cubano y ante el mundo de entonces, las promesas hechas en la Resolución Conjunta (Joint Resolution) del 18 de abril de 1898):