Cuba

Una identità in movimento


Natalicio del Héroe Nacional

Antonio Álvarez Pitaluga


Desafíos de una vida

Doña Leonor y Don Mariano compartieron igual ternura por el pequeño primogénito que en la madrugada fría de La Habana del 28 de enero de1853 lloraba por primera vez. En el transcurso del tiempo el niño recibió amor, entrega y deber paternos como trilogía esencial. Su propia existencia le enseñaría que aquel triple obsequio no era fórmula total, sino caminos constantes para una vida que solo afrontándola con pasión podría alcanzar en plenitud. Los retos fueron en él menester de convertir lo extraordinario en cotidiano. Su andar fue, entonces, un desafío a su tiempo, a su aparente destino, a él mismo.

El niño, el joven y el hombre que desafió su tiempo.

En el Hanábana, lugar de la Matanzas colonial, la historia recoge que contrarió en versos y lágrimas la suerte de un negro y se prometió no sufrir con lástimas, sino liberar a ese y otros de las cadenas que los ceñían a la muerte. Un jovencito blanco de ciudad, de padres españoles, impugnaba a una sociedad que vivía de la esclavitud. Fue reto sorprendente, aunque todavía le faltaban nutrientes para aquel declarado duelo. En José Martí, se trataba de una inicial oposición para llegar a otras mayores.

Sus dotes intelectuales y sensibilidad forcejearon contra el futuro que como comerciante pretendió darle Don Mariano. Y Rafael María de Mendive, el maestro y amigo venerado, estuvo allí presintiendo su porvenir, palpando las fibras del muchacho hasta empujarlo hacia el cause de su vida: amar al hombre. Don Mariano cedió ente esa fuerza mayor.

Otra amistad, la de Fermín Valdés Domínguez, fue cómplice de esa hoguera de sentimientos para vibrar con la alborada de La Demajagua y la agitada elocuencia de Carlos Manuel de Céspedes, el héroe paradigma que liberó a hombres para forjar patria nueva y provocó, en el ya brillante José Martí, el nacimiento de un volcán interior que tuvo como fuentes el odio invencible a quien la oprime, ... y el rencor eterno a quien la ataca.

Sufrió su primera prisión a los 16 años de edad por cuestionar la política española, y después vino el destierro en la península (1871-1874) donde alimentó su universo con lo mejor de la cultura hispana y denunció allí las deformaciones de un gobierno liberal. Intuyó que la "Revolución cubana" sería imposible ante la república española.

En México maduró su pensamiento político para presenciar otra forma de gobierno liberal que ahogaba al obrero azteca. Allí, y en las tierras volcánicas de Centroamérica, quedó perplejo ante uno de los grandes dramas americanos: la coartación del indígena. Cayó de rodillas ante el dolor. Años más tarde, su única novela, Amistad funesta (1885) llevó trozos de tales lamentos junto con pedazos de su propia vida. El grito indígena fue leña para que la hoguera de sus pensamientos tuviera llamas sudamericanas.

Al fenecer la Revolución del 68 dijo con experiencia:


"... nuestra espada no nos la quitó nadie de la mano, sino que la dejamos caer nosotros mismos".


Regresó a La Habana casado con la bella camagüeyana Carmen Zayas Bazán y comenzó a devolverle a su hijo los besos que un día su madre le regalara.

Trabajó para forjar la libertad antillana. España aquilató la temperatura de su lava revolucionaria, el recién Partido Autonomista se sorprendió en 1879 frente a su espíritu revolucionario. Ambos aplaudieron su segundo destierro que le llevó a 15 años de vida y estudio en las entrañas del "Monstruo" norteamericano. Vio con angustias funcionar su metabolismo económico, político y social, y advirtió que los avances del primero contenían inhumanos precios para aquella sociedad y pueblo. Estados Unidos le enseñó que un mundo sin todos no era clave de amor; todo lo contrario, "con todos y para el bien de todos" fue la base para el gran desafío.

También allí acumuló cultura y saber como ningún americano de su siglo. Aprendió de la vida inmigrante neoyorquina, del impresionismo pictórico que Monet, Degas y Renoir se disputaban, de la mirada crítica a la filosofía de Emerson y Spencer, de la fina prosa de Wilde y Whitman, del asombro al tecnicismo del puente brooklyniano; apoyado de un periodismo inmejorable que en La Nación, El Partido Liberal y La Opinión Nacional iluminaron América del Sur.

Martí recorrió la civilización de Nuestra América donde nunca vio la "barbarie" que otros pretendieron endilgarle a este continente. Creó un pensamiento de rica cultura para mostrar nuestros Arcontes con pilares en el frío de la Patagonia, el verdor amazónico, la altitud andina, el volcán y la selva mesoamericanos, los bailes del Apure venezolano, el imperio azteca usurpado y, por supuesto, el azúcar blanca hecha con sangre esclava.

Aquel coloso universal llamado José Martí sostuvo la luz de su faro en constantes escalamientos revolucionarios que su mente hizo para llegar a la cumbre de Cuba y del mundo porque su "patria es humanidad". Su consagración se elevó en la intensa necesidad de la transformación social para reabrir la guerra detenida de 1868.

Unir corazones dolidos de diez años fue su gran batalla para "con los pobres de la tierra" su suerte echar. Carmen y su pequeño Ismaelillo se hicieron recuerdos. Acudió a los virtuosos del 68. A Carlos Manuel de Céspedes e Ignacio Agramonte les agradeció haber sido pioneros de la libertad; contó siempre con Calixto García; Serafín Sánchez fue puente entre dos generaciones. Le llamaron Maestro. Se consagró a sumar a dos imprescindibles: Máximo Gómez y Antonio Maceo.

En 1882 les habló de un Partido que no fue posible en ese instante; en el 84 se regocijó de estar los tres juntos por primera vez para conspirar por la liberación; escribió sobre el rechazo al Plan sin equilibrios que el Generalísimo le propuso, sin dejar de señalar el cariño que sintió por este hombre. Algunos desacuerdos quedaron pendientes para el futuro.

En Maceo vio la integridad revolucionaria sin límites y la seguridad de la entrega en la próxima contienda. Con Gómez la relación se hizo madura y para siempre. A ambos héroes les mostró la pasión de su espíritu: el Partido Revolucionario Cubano, en el cual mezcló lo mejor de un siglo de pensamiento no para tomar el poder como meta, sino para trasformarlo como partida contra todo "sentido común" burgués. Liberación nacional y revolución social fueron desde entonces pensamiento y acción de su obra.

José Martí lloró de impotencia ante el fracaso del Plan de la Fernandina, en el que la delación de un hombre echó por tierra tres expediciones que vendrían a Cuba. Pero en tierras dominicanas de Montecristi firmó los por qué y para qué de la redención que tendría para las estructuras coloniales españolas una sentencia cual guillotina de la historia.

Como apuntó en su diario, en noche de luna roja del oriental Cajobabo, en abril de 1895, el imponente farallón y la manigua le anunciaron estar frente a su gran desafío. Se ciñó la mochila, apretó el fusil y ajustó su sombrero. Respiró ansioso. Luego de 42 años de entrega plena a la Patria y hasta la muerte en Dos Ríos el domingo 19 de mayo, su vida fue la suma de muchas pruebas, y la mayor era ya incontenible: una revolución en marcha


    M.SC. ANTONIO ÁLVAREZ PITALUGA
    Profesor de Historia, Universidad de La Habana



Tomado de: www.cubavisióninternacional.cu





Página enviada por Antonio Álvarez Pitaluga
(3 de noviembre de 2009)


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