Regresó a La Habana casado con la bella camagüeyana Carmen Zayas Bazán y comenzó a devolverle a su hijo los besos que un día su madre le regalara.
Trabajó para forjar la libertad antillana. España aquilató la temperatura de su lava revolucionaria, el recién Partido Autonomista se sorprendió en 1879 frente a su espíritu revolucionario. Ambos aplaudieron su segundo destierro que le llevó a 15 años de vida y estudio en las entrañas del "Monstruo" norteamericano. Vio con angustias funcionar su metabolismo económico, político y social, y advirtió que los avances del primero contenían inhumanos precios para aquella sociedad y pueblo. Estados Unidos le enseñó que un mundo sin todos no era clave de amor; todo lo contrario, "con todos y para el bien de todos" fue la base para el gran desafío.
También allí acumuló cultura y saber como ningún americano de su siglo. Aprendió de la vida inmigrante neoyorquina, del impresionismo pictórico que Monet, Degas y Renoir se disputaban, de la mirada crítica a la filosofía de Emerson y Spencer, de la fina prosa de Wilde y Whitman, del asombro al tecnicismo del puente brooklyniano; apoyado de un periodismo inmejorable que en La Nación, El Partido Liberal y La Opinión Nacional iluminaron América del Sur.
Martí recorrió la civilización de Nuestra América donde nunca vio la "barbarie" que otros pretendieron endilgarle a este continente. Creó un pensamiento de rica cultura para mostrar nuestros Arcontes con pilares en el frío de la Patagonia, el verdor amazónico, la altitud andina, el volcán y la selva mesoamericanos, los bailes del Apure venezolano, el imperio azteca usurpado y, por supuesto, el azúcar blanca hecha con sangre esclava.
Aquel coloso universal llamado José Martí sostuvo la luz de su faro en constantes escalamientos revolucionarios que su mente hizo para llegar a la cumbre de Cuba y del mundo porque su "patria es humanidad". Su consagración se elevó en la intensa necesidad de la transformación social para reabrir la guerra detenida de 1868.
Unir corazones dolidos de diez años fue su gran batalla para "con los pobres de la tierra" su suerte echar. Carmen y su pequeño Ismaelillo se hicieron recuerdos. Acudió a los virtuosos del 68. A Carlos Manuel de Céspedes e Ignacio Agramonte les agradeció haber sido pioneros de la libertad; contó siempre con Calixto García; Serafín Sánchez fue puente entre dos generaciones. Le llamaron Maestro. Se consagró a sumar a dos imprescindibles: Máximo Gómez y Antonio Maceo.
En 1882 les habló de un Partido que no fue posible en ese instante; en el 84 se regocijó de estar los tres juntos por primera vez para conspirar por la liberación; escribió sobre el rechazo al Plan sin equilibrios que el Generalísimo le propuso, sin dejar de señalar el cariño que sintió por este hombre. Algunos desacuerdos quedaron pendientes para el futuro.
En Maceo vio la integridad revolucionaria sin límites y la seguridad de la entrega en la próxima contienda. Con Gómez la relación se hizo madura y para siempre. A ambos héroes les mostró la pasión de su espíritu: el Partido Revolucionario Cubano, en el cual mezcló lo mejor de un siglo de pensamiento no para tomar el poder como meta, sino para trasformarlo como partida contra todo "sentido común" burgués. Liberación nacional y revolución social fueron desde entonces pensamiento y acción de su obra.
José Martí lloró de impotencia ante el fracaso del Plan de la Fernandina, en el que la delación de un hombre echó por tierra tres expediciones que vendrían a Cuba. Pero en tierras dominicanas de Montecristi firmó los por qué y para qué de la redención que tendría para las estructuras coloniales españolas una sentencia cual guillotina de la historia.
Como apuntó en su diario, en noche de luna roja del oriental Cajobabo, en abril de 1895, el imponente farallón y la manigua le anunciaron estar frente a su gran desafío. Se ciñó la mochila, apretó el fusil y ajustó su sombrero. Respiró ansioso. Luego de 42 años de entrega plena a la Patria y hasta la muerte en Dos Ríos el domingo 19 de mayo, su vida fue la suma de muchas pruebas, y la mayor era ya incontenible: una revolución en marcha
M.SC. ANTONIO ÁLVAREZ PITALUGA
Profesor de Historia, Universidad de La Habana
Tomado de: www.cubavisióninternacional.cu
Página enviada por Antonio Álvarez Pitaluga
(3 de noviembre de 2009)