Cuba

Una identità in movimento


La historia y los ruiseñores

Cintio Vitier Bolaños


Hace pocos meses, tuve el gusto de referirme a la "civilidad de la polis criolla, política innata de la ciudad autóctona, ciudadanía de lo cubano universal", a lo que añadí:


"Si en algún país la poesía es elemento estructurador de la nacionalidad, ese país es Cuba".


Ahora en el aniversario del insólito estreno de nuestro Himno bayamés y nacional, quiero señalar, a lo largo del espacio y el tiempo irradiante de la Isla, algunos puntos de intensidad en nuestro modo de nacer a la historia como geografía moral, como naturaleza que se hizo paisaje, carácter, espíritu y destino; en cuanto se hizo alma, ánimus de los hombres que la habitan, lo que en verdad la cumplen y se cumplen.

Un primer punto es una epístola que nunca olvidaremos, la del maestro de música y gramática Miguel Velázquez en el Santiago de Cuba de 1547: "Triste tierra, como tierra tiranizada y de señorío", donde la cadencia no impide que la queja rehaga la altivez, y parece que pulsamos un hilo del reverso de la trova patria.

Si de algo salimos a la Plaza en que, rodeado por una muchedumbre electrizada, Perucho Figueredo, señor de su nombre, a caballo, entre relinchos, tiros, vivas y campanas al vuelo, escribió la letra del Himno, sentimos que aquella epístola llegó a su destinatario, que no era el obispo Sarmiento, sino lo mejor del pueblo de la Isla. Su flecha desde entonces nos hería para un perpetuo nacimiento, que sólo es posible por amor y sin dolor es imposible.

Los bayameses, en aquel punto incandescente de nuestro espacio-tiempo, fueron convocados al combate, y nadie dudó que ellos encarnaban entonces a todos los cubanos, porque lo merecían, y así lo demostraron incendiando su hermosa ciudad como no pudieron ya defenderla, erigiéndola con muros de fuego en el corazón mismo de la noche. Tales puntos, y otros análogos que están en la mente de todos, son los signos primigenios de la identidad nacional.

¿Cómo hablar de una cultura que no sea de lo que llamamos "nuestro interior", a veces sin bastante conciencia de lo que la misma palabra tan elocuente dice? ¿Qué otra cosa puede ser la cultura nacional sino la expresión de la intimidad del país? Y en un país que tan tempranamente se intuyó entero de punta a cabo, ¿Cómo discernir los aportes en relación con la distancia de un supuesto centro?

Centros indudables iban creándose en las distintas regiones, y por motivos geopolíticos y económicos La Habana fue instituyéndose capital de la Isla, pero, en cuanto a la cultura, sorprende, ya desde principios del XIX, la riqueza, inter-relación y coherencia de la trama.

Ateniéndonos ahora a los secretillos de la poesía, un ejemplo curioso lo ofrece la "Oda" aparecida en el Papel Periódico de la Habana del 18 de enero de 1798, firmada con el seudónimo de El Selvage (como quien dice el bárbaro, el silvestre, el primitivo o provinciano), sin duda primera versión de los "Ocios de Guantánamo" o "Silba cubana" del santiaguero Manuel Justo Rubalcava, huésped de Manuel de Zequeira en La Habana.

Cuanto debió agradar al cantor de la piña, en la sabrosa amistad poética, ese elogio de los frutos criollos alzados desde el clásico Beatus ille horaciano, reminiscente además para nosotros de la barroca ofrenda que, en llegando a Yara, hicieron al Obispo Altamirano los seres mitológicos del bosque. Así puede leerse en nuestro gracioso Espejo de paciencia, dedicado el 30 de julio de 1608 al mismo ilustre prelado cuando este partía de Puerto Príncipe hacia Bayamo, donde culminó la aventura que en el poema se cuenta y en cuya iglesia cantóse, a cargo de la "dulce voz del sacristán Blas López" — "a quien todo el Bayamo estima y precia" —, el Motete que Max Henríquez Ureña consideró nuestro primer poema conservado. Y así volvemos, como siempre y por todos los caminos de nuestra poesía, a la historia de Bayamo.

Historia que podemos darnos el lujo de empezar, si nos place, no por el misterio y levantisco asiento indígena que le dio nombre, ni por su traslado y bautismo a sangre y fuego hispánicos, ni por la picaresca del comercio del rescate, ni por el ejemplar castigo encomendado al brazo de un esclavo — "¡O Salvador criollo, negro honrado" —, sino por el canto oculto de unos ruiseñores. Pero antes de llegar a ellos, recordemos que el año en que José Martí nació, Carlos Manuel de Céspedes escribio versos a una mariposa en los que romanceaba:


Ya por el aire vano
Se lanza deliciosa, Y enamorado el sol La besa y tornasola, O un diamante la finge que el espacio azul corta, baja a la tierra rápida, sin tino gira loca; mas con arte se burla del niño que la acosa, ya de él parece que huye, ya vuelve y le provoca, y de sus blancas alas el rostro ya le roza; ya de vista la pierde, que el cielo se remonta, ya la cree en su mano y el aire sólo toca...


"Y el aire sólo toca": como si tocáramos esa nada, esa fuga, esa cosilla desasida de todo, inapresable, que va a reaparecer sutilizada al infinito (y recortada hasta la miniatura) en la poesía de Mariano Brull... Pero el niño de Martí, en "Dos Milagros" de La Edad de Oro, más afortunado, lograr cazarlas, y en seguida las libera con un nuevo sentido de resurrección (mariposa no es psyché, alma?) que transparece en la segunda estrofa:


Iba un niño travieso
Cazando mariposas;
Las cazaba el bribón, les daba un beso,
Y después las soltaba entre las rosas.

Por tierra, en un estero,
Estaba un sicomoro;
Les da un rayo de sol, y del madero
Muerto, sale volando un ave de oro.


El niño de Céspedes, sin duda él mismo, no lograba tocarla; el niño de Martí logra cazarlas una a una para enseguida liberarlas con un beso, y paralelamente, sin explicación ni enlace visibles (como en tantas estrofas esenciales de Versos sencillos), de un tronco muerto, besado por la luz, sale un ave de oro. Aunque estuvo tan seguro como enamorado de ella, Céspedes no pudo ni tocar su ilusión; Martí supo que dos milagros cotidianos eran posibles: la liberación y el renacer:


"Yo que vivo aunque me he muerto... ".


¿Y por qué esos milagros cotidianos no podían ser también Históricos? Sus símbolos naturales en el Diario – la paloma, la estrella — tuvieron una plenitud henchida de futuridad sensible.

A Céspedes los ruiseñores lo llaman, lo esquivan, lo escoltan, le anuncian arideces:


Un ruiseñor se posa entonces en algún árbol a la orilla del río y me envía sus armoniosos trinos, que a pesar de la distancia, recojo bastante bien en las alas de las brisas. No contento, sin embargo, con oírlo de lejos, deseoso de asistir a un concierto de esos músicos de los bosques, que me aseguraron cantaban en bandadas al son de las aguas en que refrescan sus piquillos, me trasladé a la margen del río en ocasión en que dejaban jugar en libertad sus gargantas flautadas; pero ay, semejantes a los niños melindrosos, se negaron a dejarme saborear sus melodías... (Ranchito, 13 de septiembre de 1872)

... en este campamento no habíamos oído ruiseñores y, sin embargo, desde la víspera, muy temprano, una bandada de esos cantores se presentó casi encima de nuestras cabezas y empezó con sus trinos a llenar de armonías el espacio. Esta galantería de los ruiseñores fue recibida con expresivas muestras de alborozo; y como esos pajarillos son cubanos pur sang, a usanza de los antiguos romanos se interpretó cual un feliz presagio (Vegas de la Guira, 11 de octubre de 1872).

Seguimos nuestro camino el 22 de agosto por la mañana, empeñándonos cada vez más en la sierra; de suerte que ya empezamos a oír de nuevo a los ruiseñores, y con datos a la vista, creímos reconocer la exactitud de un proverbio mambí que dice: "Donde nace la manaca y canta el ruiseñor, hambre al por mayor... " (Arroyo de Jiguaní, 25 de sept. De 1873).


El traductor de la Eneida entraba, risueñamente, en augurios más reales y por tanto, más terribles. Con Céspedes una rama convertida en flecha del árbol de bayam, el árbol indígena de la sabiduría, llegó hasta el Egipto y regresó para clavarse en la sombría barranca de San Lorenzo. Nuestra historia es así un arranque de la casona paterna al universo; un regreso de lo más lejano a lo más entrañable y esgarrado. No localicemos nuestra historia, sin dejar por ello de mimarla en sus rincones más queridos. Ni un solo rincón de nuestra historia deja de pertenecer al universo.

Nada más emocionante, más divertido, más aleccionador, que el estreno del Himno Nacional, todavía sin letra, metido de contrabando en la liturgia ambrosiana del Te Deum de la Fiesta de Corpus Christi, alternando con los textos de Santo Tomás de Aquino, marchando de incógnito en el destello y la bulla populares, con la complicidad de los conspiradores y el Padre Batista a la cabeza, por las calles de Bayamo.

Así es la procesión de nuestra historia a la que todo pertenece y contribuye, nuestro secreto en público, únicamente por nosotros conocido. Así empezó, con un Himno oculto, nuestra única Revolución. El pueblo que sin saberlo la seguía, muy pronto aprendió que "morir por la patria es vivir", muy pronto vio cómo lo contempla desde su alegórico balcón "la patria orgullosa", oye siempre, irresistible, "de la patria el grito"; ya soltó sus mariposas a los cuatro vientos, ya está encarnando en su historia su poesía.

¿Una ciudad incendiada puede ser también una ciudad nupcial? Preguntémosle a aquella muchacha que, "si los jardines de su boca mueve", esta cantando absorta, junto al piano familiar y eterno de Latinoamérica, "La gentil bayamesa" en el colegio guatemalteco de José María Izaguirre. Es allí, en la ciudad incendiada, donde únicamente ella puede vestir de novia. Carlos Manuel trajeado de Capitán General es su padrino. De pie están los dos, solos, en la capilla ardiente. Pero el novio no llega nunca. Y sin embargo, cuando las cenizas se apagan, muchas palomas revolotean sobre el campanario. Y entonces escuchamos otros versos:


... ¿ qué céfiro ha pasado
Que el salterio sangriento y empolvado
Con soplo salvador vuelve a la vida?
Te lo dire: La arena de colores
Del páramo sediento
Tiembla, sube revuelta, y cae en flores
Nuevas y extrañas cuando pasa el viento.


Como un libro abierto de poesía, a nuestra historia podemos entrar por cualquier lado, que siempre nos conducirá a sus puntos de intensidad ostensible o secreta. Aprendamos al leer a Bayamo en el Zenea, de Nueva Orleáns, de México, de Nueva York. Bayamo en el Zenea, Dios mío, del Foso de los Laureles. Bayamo escribiendo en Londres y en París la Historia de la esclavitud. Bayamo pronunciado, ante la Real Academia Española, la oración fúnebre de Cervantes. Bayamo soñando, en la madrugada madrileña, el Mozart de Tristan de Jesús Medina.

Aprendamos a conocer la historia como el texto simultaneo que es, como el presente que sigue siendo de otro modo, en la futuridad de la memoria, suelto ya de la sucesión que silaba por silaba lo dictaba, saliéndose de si por todas partes, no como un río sino como el mar que nos rodea. Y sin embargo trayéndonos, como parece que nos traen las nubes, hasta el sitio en que estamos, en que estaremos, en que quisiéramos estar: todo moviéndose en su tecnología impredecible, todo esperando la llegada de los ruiseñores.




Boletín Mensual: Octubre del 2009. Año I. No. 9



Página enviada por Casa de la Nacionalidad
(28 de octubre de 2009)


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