El 17 de febrero de 1957, en una finca situada muy cerca de Purial de Jibacoa, se realizó la primera reunión de la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio en la Sierra Maestra. Apenas habían transcurrido dos meses y medio de la llegada de Fidel Castro a tierras cubanas al frente de los expedicionarios del Granma.
Antes del ascenso a la Sierra, Haydée Santamaría y Frank País estuvieron conversando sobre la necesidad de convencer a Fidel para que marchara al extranjero y que, desde allí, continuara organizando y dirigiendo la lucha en condiciones de mayor seguridad para su persona.
En Manzanillo, Frank País le dijo a la heroína del Moncada:
Yeyé, hay que ver cómo se saca a Fidel de aquí; se tiene que ir para un país de América Latina y reorganizar el Movimiento. Yo no he hablado todavía con él, pero vamos a ver cómo le decimos eso. Pueden matarlo y no podemos permitirnos ese lujo.
Años después, Haydée le confesó a un periodista:
Cuando llegamos a hablar con Fidel, nos miramos para ver cómo se lo decíamos y en eso Fidel nos dice: "¡Mira cómo están los guardias allá abajo tirando tiros y no se atreven a subir aquí! ¡Si me traen ustedes tantas balas y tantos rifles yo les prometo que dentro de dos meses entro en combate de verdad!". Ni Frank ni yo pudimos decir ni medio, porque lo decía con una convicción... Y no era mucho lo que pedía: veinte rifles y un poco de parque.
Las palabras del Comandante en Jefe comunicaron tanto optimismo y seguridad que ninguno de los dirigentes del Movimiento presentes en la junta, se sintió con fuerzas para pedirle a Fidel que abandonara la Sierra Maestra en aras de una mayor seguridad personal.
Casualmente, al año justo de esta histórica reunión, cuando el 17 de febrero de 1958 se retiraban victoriosas las tropas guerrilleras que habían tomado por segunda vez al poblado de Pino del Agua, un grupo de oficiales del Ejército Rebelde decide dirigirse a Fidel para pedirle que no arriesgara más su vida.
Dos días después, el Comandante en Jefe le llega esa petición escrita en una carta firmada por cuarenta miembros del Ejército Rebelde, encabezados por el comandante Ernesto Che Guevara. La misiva recibida hace cincuenta años, decía textualmente:
Sierra Maestra, 19 de febrero de 1958.
Sr. Comandante
Dr. Fidel Castro
Compañero:
Debido a la urgente necesidad y presionado por las circunstancias que imperan, la oficialidad así como todo el personal responsable que milita en nuestras filas, quiere hacer llegar a usted el sentido de apreciación que tiene la tropa respecto a su concurrencia al área de combate.
Rogamos deponga esa actitud siempre asumida por usted, que inconscientemente pone en peligro el éxito bueno de nuestra lucha armada y más que nada llevar a su meta la verdadera Revolución.
Sepa usted, compañero, que esto está muy lejos de ser una movilización sectaria, que pretende demostrar fuerza de ninguna especie. Solo nos mueve sin que falte en ningún momento el afecto y aprecio que se merece, el amor a la patria, a nuestras causas, a nuestras ideas.
Usted sin egolatría de ninguna especie había de comprender la responsabilidad que sobre usted descansa y las ilusiones y esperanzas que sobre usted tienen cifradas las generaciones de ayer, de hoy y de mañana. Consciente de todo esto ha de aceptar este ruego de carácter imperativo, algo atrevido y exigente quizás. Pero por Cuba se hace, y por Cuba le pedimos un sacrificio más.
Sus hermanos de lucha e ideales.
Después del triunfo revolucionario, Ernesto Guevara publicó Pino del Agua II, un pasaje de la Guerra de Guerrillas donde narra recuerdos sobre estos hechos y reconoce que esa carta no cambió en nada la actitud de Fidel durante los combates. El Che concluye expresando:
Este documento, un tanto infantil, que hiciéramos impulsados por los deseos más altruistas, creemos que no mereció ni una leída de su parte y, de más está decirlo, no le hizo el más mínimo caso.
La historia le ha dado la razón al Guerrillero Heroico. La primera línea del combate siempre ha sido el lugar preferido de Fidel. Así lo demostró en todos los combates que dirigió durante su vida guerrillera hasta que entrara triunfante en Santiago de Cuba, el primero de enero de 1959.
Su inalterable determinación de asumir los riesgos que impone la dirección de la Revolución cubana, le ha acompañado siempre y aparece claramente expresada en su discurso del 23 de enero de 1959, durante el memorable acto por la Operación Verdad:
Antes de terminar quiero decir algo que considero importante: sé que el pueblo de Cuba está preocupado por nuestra seguridad; millares y millares de compatriotas se dirigen a nosotros para pedirnos que nos cuidemos, tienen el temor de que seamos víctimas de una agresión por parte de los enemigos de la Revolución; teme el pueblo que la muerte de uno de sus líderes pueda ser el fracaso de la Revolución. Y lo que yo le voy a decir al pueblo de Cuba hoy es que no, lo que voy a decir al pueblo de Cuba es que las revoluciones no pueden depender de un hombre, que el destino de los pueblos no puede depender de un hombre, que las ideas justas no pueden depender de un hombre y, además, ¡que los líderes no nos podemos meter en una caja de caudales! Que es mi invariable determinación seguir como hasta hoy, que es mi invariable determinación desafiar tranquilamente todos los peligros, y que pase lo que pase; por una razón: porque estoy muy consciente de que esta Revolución no la detiene nada ni nadie, y porque, además, a mis enemigos les voy a decir algo: que detrás de mí vienen otros más radicales que yo.
Sabemos que en los combates, el líder de la Revolución cubana nunca ha ocupado los lugares de la reserva. Día a día, paso a paso, toda su historia lo confirma. Sin embargo, por la connotación de los hechos o por el modo tan audaz de resolverlos, hay momentos que el pueblo los rememora como parte de su leyenda personal.
Uno de ellos ocurrió en Camagüey, el 21 de octubre de 1959, al producirse la traición del comandante Huber Matos siendo jefe del Regimiento. Ante este hecho, Fidel viajó a la ciudad y, caminando por sus calles, llegó hasta las puertas del Regimiento donde se encontraban los conjurados. No tenía más armas que todo aquel pueblo que espontáneamente se iba sumando a su paso para respaldarlo. Pocas horas después, Fidel reunido con los camagüeyanos, contó:
¿Qué hicimos? Ah, ¿Qué hay una conjurita en Camagüey? Un momento ningún soldado, ningún cañón, ningún mortero nos hace falta. Me traslado a Camagüey. Eso sí es creer en el pueblo, eso sí es tener confianza en el pueblo. Vengo solo a Camagüey y me bajo en mi cuartel, que es la plaza pública.
Y, años después, rememora:
Cuando la conspiración famosa de Huber Matos, nos bajamos allí, nos reunimos con el pueblo, íbamos sin un fusil y les íbamos a tomar el cuartel sin un fusil. Bueno, no nos dieron tiempo, porque Camilo se adelantó por allá y él solo habló para desarmar a los conspiradores.
Luego, en 1961, vendría la invasión por la Bahía de Cochinos y allí, en el teatro de las operaciones donde se decidía la victoria, Fidel estuvo dirigiendo e combate, disparando cañones y peinando playas en busca los mercenarios que huían.
En 1962, durante los días luminosos y tristes de la Crisis de Octubre, nadie olvida cómo enfrentó a amigos y enemigos para defender la dignidad del pueblo cubano, cuando sobre el país pendía la amenaza de un conflicto nuclear.
De su valor y presencia, conocen quienes habitan los territorios cubanos que han sido azotados por los vientos huracanados de los ciclones tropicales.
Inolvidable también fue verlo, en primera línea, marchando desarmado por las calles de La Habana cuando, el 5 de agosto de 1994, enfrentó a pecho descubierto los desafíos de un grupo de individuos que, instigados de la política norteamericana, pretendieron crear desordenes en la capital cubana.
A quienes calificaron su aparición en el escenario de los hechos como algo muy peligroso, el propio Comandante en Jefe, respondió:
Puedo hacer algunas cosas como la de hoy, porque es mi papel, es mi trabajo; al fin y al cabo, prefiero que me tiren a mí, incluso, y se lo dije a los compañeros de la escolta que iban conmigo: "Ni un solo disparo. Ustedes no pueden tomar ninguna decisión si no les doy una orden". Desde luego, yo no iba a dar órdenes a la escolta de disparar, tengan la completa seguridad, y se lo digo a mis enemigos, no tienen problemas. Mis armas más poderosas son morales.
La vida del compañero Fidel está llena de ejemplos similares. La Proclama de un adversario al gobierno de los Estados Unidos, del 14 de mayo del 2004, conserva, precisamente, en 14 palabras el sentido de su vida:
Yo estaré en la primera línea para morir combatiendo en defensa de mi patria.
Así ha sido su vida, así hemos aprendido de su ejemplo, así será siempre. Hoy cuando su deseo es solo combatir como un soldado de las ideas, su modelo escoltará a los revolucionarios que seguiremos en la primera línea, preparados siempre para la peor de las variantes y manteniendo a raya a nuestro adversario como lo hemos hecho durante medio siglo.
Y ahí estará usted Comandante.
Página enviada por Eugenio Suárez Pérez — Acela Caner Román
(20 de febrero de 2008)