Cuba

Una identità in movimento


Fidel en los Estados Unidos

Luis Báez


Es un viaje diferente. No han pasado todavía ni cien días de haber entrado victorioso a La Habana. En otros tiempos los presidentes cubanos, de acuerdo a una infortunada tradición criolla, se trasladaban al poderoso país vecino a recibir las bendiciones de Washington.

Ahora, con Fidel, se rompe el lastimoso molde de subordinación política. Nunca un gobernante, en viaje por los Estados Unidos, ha sido tan cabal representante de su pueblo como el héroe de la Sierra Maestra.

Su última visita a los Estados Unidos la había hecho cuatro años antes, cuando, como revolucionario sin un centavo en los bolsillos, había solicitado a las comunidades cubanas contribuciones en metálico para financiar la prometida guerra necesaria.

El Primer Ministro cubano no es un invitado oficial. Viaja como ciudadano particular, respondiendo a una invitación de una entidad privada: American Society of Newspaper Editors (Sociedad de Editores de Periódicos). El acontecimiento no tiene precedentes.

Es una excelente ocasión para que el pueblo norteamericano sepa de viva voz lo que significa la Revolución. Adónde va. Qué es lo que quiere. No va a pactar nada ni a negociar nada. No va a rogar ni a amenazar. Va a esclarecer donde se vierte desde hace tres meses, por voceros interesados y malignos, toda suerte de calumnias sobre el nuevo régimen.

En su gran mayoría, los líderes latinoamericanos tan pronto llegaban al poder hacían una peregrinación a Washington para obtener la protección oficial y conseguir asistencias económicas. No obstante, Fidel es una excepción, pues se negó a pedir dinero, e incluso prohibió a sus acompañantes hablar de este tema, con lo que desconcertó a los altos cargos del país visitado.

Rufo López-Fresquet, quien fuera ministro de Hacienda en el primer gabinete del gobierno revolucionario y formaba parte de la comitiva, en sus memorias escritas en el exilio, reveló la siguiente conversación con Fidel:

    "No quiero que este viaje sea como el de otros nuevos gobernantes latinoamericanos, que siempre acuden a los Estados Unidos para pedir dinero. Quiero que este sea un viaje de buena voluntad" .

Este fenómeno histórico, que para los cubanos es tan evidente como el sol, no lo es aun para muchos norteamericanos.

La revelación de la visita altera el plácido sosiego de la blanca ciudad del Potomac. Hay urgentes reuniones y consultas. Fidel, aunque lo prefiera así, no puede ser considerado como un viajero anónimo en trance de satisfacer un compromiso social.

Es el gobernante de un país que mantiene relaciones diplomáticas con los Estados Unidos. Pero hay algo más que desborda el rígido marco protocolar. Se trata de una de las figuras de la época, un nombre que se repite con admiración en todos los continentes y en todos los idiomas. Es una bandera y un símbolo de América.

Aflora un tema de preocupación. Los criminales de guerra batistianos refugiados en territorio norteamericano se entretienen en sus holganzas de fugitivos con amenazas truculentas. El perverso aparato de Rafael Leonidas Trujillo, el dictador dominicano, opera en íntima convivencia con los prófugos de la justicia revolucionaria.

Cuando le advierten de las contingencias potenciales, Fidel no disimula su desprecio.

La visita había de resaltar la absoluta independencia de la naciente Revolución cubana con respecto a los Estados Unidos.


CONTINUACIÓN DE LA OPERACIÓN VERDAD

La salida está señalada para el miércoles 15 de abril de 1959. Es su segundo viaje al exterior después del triunfo revolucionario. El anterior fue a Venezuela el 23 de enero de este propio año.

En el aeropuerto de Ciudad Libertad se encuentra desde temprano la comitiva que acompañara al Jefe de la Revolución. En la pista un Britannia de la Compañía Cubana de Aviación.

Fidel hace su entrada a las cinco de la tarde. Viste su típico uniforme de campaña. Los reporteros gráficos se transforman en equilibristas para obtener su imagen. En breves declaraciones a la prensa expresa:

    — Esta visita es una continuación de la Operación Verdad, para defender a la Revolución contra todas las calumnias.

Se despide de los comandantes rebeldes y funcionarios que han acudido a la terminal aérea. Se encamina hacia el cuatrimotor. A mitad de la escalerilla se vuelve y alza la mano en un amplio gesto de saludo.

Le siguen Celia Sánchez, Regino Botti, Conchita Fernández, el capitán de Fragata Juan M. Castiñeiras, los "barbudos" de su escolta personal y personalidades de diversos sectores del país. También viaja este periodista.

A las 5:29 p.m. la nave levanta vuelo. La distancia a recorrer entre La Habana y Washington es de mil doce millas náuticas, con un aproximado de vuelo de tres horas y diez minutos. El capitán piloto es Guillermo Cook.

Fidel mueve la palanca del asiento hasta darle una ligera inclinación. Se despoja de la gorra y se frota con ambas manos las mejillas. Semicierra los ojos y parece que intenta llamar al sueño.

La actitud de pleno reposo solo dura minutos. A poco está sumergido en la lectura de un libro: Rural Cuba, de Lowry Nelson que trata de los campos y de la agricultura en la Isla.

A las 9:02 de la noche el Britannia se posa en tierra norteamericana. Cinco minutos más tarde la escalera automática se acerca al avión. Cuando se abre la portezuela metálica y aparece el Comandante en Jefe, estalla la ovación. Es el mismo grito de La Habana y de Caracas:

    "¡Fidel, Fidel!".

Son centenares de cubanos y latinoamericanos que se han volcado sobre la capital, procedentes de Nueva York y otras ciudades próximas para darle la bienvenida.

Al descender recibe el saludo de los embajadores cubanos Ernesto Dihigo en Estados Unidos; Manuel Bisbé y Carlos Lechuga en Naciones Unidas y Raúl Roa en la OEA y el secretario auxiliar de Estado, Roy R. Rubottom.

Finalizado el trámite protocolar, inesperadamente, Fidel se desvía de la ruta, rompe el cordón protector y se dirige hacia las vallas exteriores. Camina a largos pasos. Centenares de manos se extienden para estrechar la suya. Algunos solo alcanzan a tocarle el rostro o la espalda.

Minutos más tarde la delegación aborda los automóviles. A su lado, en el auto, se sienta la esposa del embajador Dihigo. La caravana presidida por una escolta de motocicletas, enfila la avenida del Potomac hacia el 16 NW 2630 residencia de Cuba.

Al llegar se repiten las escenas del aeropuerto. En la acera opuesta se ha situado el público. Las ventanas, en los edificios aledaños están cuajadas de cabezas. Las líneas policíacas se extienden a lo largo de dos cuadras.

Ya dentro de la misión cubana a preguntas de los periodistas puntualiza:

    — Tengo el decidido propósito de que esta sea una visita de buena voluntad.

Los representantes de los medios de comunicación insisten. Fidel rehúsa contestar preguntas de contenido político.

    — No quiero ser descortés con la Sociedad de Editores de Periódicos que me ha invitado. No debo celebrar ninguna conferencia de prensa antes del viernes.

Se despide de los comunicadores. Sube al piso superior de la casa donde se encuentran las habitaciones. De repente reaparece. Desde las ventanas ha visto los grupos congregados frente al edificio.

Alguien pretende leerle la cartilla del protocolo. Molesto, replica indignado a quienes objetan su propósito de salir a saludar mujeres y hombres esperanzados de verle:

    — ¡Basta ya de protocolo!... De lo que puedo y no puedo hacer. Va a resultar que el desembarco en Estados Unidos es más difícil que el desembarco del Granma. Y para ese, más importante, no tuve en cuenta formulario alguno.


NO SOY HOMBRE DE BALCONES

Vista su disposición a extender la mano, a la gente de la calle, un tal míster Houghton, identificado como de los servicios de seguridad sugiere:

    — Es mejor que se asome a los balcones.

Fidel replica:

    — No soy hombre de balcones.

Se dirige a la puerta y la abre. Antes que los agentes del FBI se percaten está cruzando la calle. Sorprendidos por su intrepidez, a los policías se les desorbitaron los ojos y a los ciudadanos se les secaron las gargantas.

    — ¿Ustedes querían saludarme?

Le rodean, le estrujan. Los cubanos con su peculiar efusividad, le tutean y le dicen simplemente "Fidel". Los norteamericanos más circunspectos, le llaman "señor Castro". Es una práctica bilingüe. Se habla en dos idiomas, pero en un solo lenguaje de amistad y de pueblo. El diálogo se extiende hasta la madrugada.

En la primera actividad del jueves Fidel concede una breve entrevista a una radio local. Indagado sobre el objetivo de la visita, responde:

    — Ustedes están acostumbrados a ver a representantes de otros gobiernos venir aquí a pedir. Yo no vine a eso. Vine únicamente a tratar de lograr un mejor entendimiento con el pueblo norteamericano. Necesitamos mejores relaciones entre Cuba y los Estados Unidos.

A las 12:30 se encamina al Statler-Hilton para sostener un almuerzo con Christian Herter quien ejerce de Secretario de Estado pues el titular Foster Dulles se encuentra gravemente enfermo.

Frente al hotel se repiten las escenas entusiastas de la embajada. El calor popular es el mismo en todas las latitudes. Fidel se siente a sus anchas.

Una docena de batistianos sostienen burdos cartelones de propaganda contra el visitante. Posteriormente algunos de ellos confiesan a la prensa que los contrataron en Nueva York a 17 dólares la hora y quien paga es Trujillo.

En el salón South América, Herter se adelanta a recibirlo. Fidel sostiene su gorra militar en la mano izquierda. Se sientan en un sofá. La conversación no se prolonga mucho. Se ponen de pie y se encaminan al comedor donde les espera el almuerzo. En el momento de los brindis, al responderle al norteamericano, Fidel levanta su copa y entre otras cuestiones señala:

    — Nuestra lucha, que costó miles de vidas, está llena de bellos episodios y sacrificios extraordinarios que esperamos que algún día los Estados Unidos podrán reconocer plenamente.

En la salida, William Wieland, director de la oficina de asuntos del Caribe del Departamento de Estado al presentársele le dice:

    — Doctor Fidel Castro, yo soy la persona que maneja las cosas de Cuba.

    — Perdóneme, pero quien maneja las cosas de Cuba soy yo.

Y la incidencia culmina en una sonrisa.

Lo que más le contraría son las limitaciones a que se ve obligado en su permanente afán de mezclarse libremente con el pueblo. El celoso cordón policial tiende barreras de aislamiento.

Al atardecer, Fidel se deja llevar por sus impulsos. Inesperadamente abandona la residencia de la embajada seguido por unos pocos miembros de su equipo. Antes de que haya avanzado mucho en dirección a un parquecito cercano ya se le suma una escolta popular.

Departe con un grupo de estudiantes que viajan en un bus. A las ventanillas asoman decenas de manos. Luego, en el parque se olvidan de las ordenanzas municipales y la multitud invade el alfombrado césped.

Los niños, sobre todo atraen su atención. Los pequeños, que nada saben de protocolo, le tiran curiosos de la negra barba.

Toma en sus brazos una preciosa criatura de dieciséis meses. Shirley Hayes, con un gorrito blanco, se acoge al ancho tórax de Fidel mientras agita gozosa sus manitos. Al día siguiente el Washington Daily News publica en su primera plana la foto de Fidel sosteniendo la niña.


HAY ALGO MÁGICO EN LOS OJOS CARMELITAS

Apenas despierta, a las siete de la mañana, Fidel lee las primeras ediciones de los diarios. Al ya tenso programa trazado para el viernes 17 se incorpora un nuevo e inesperado encuentro con la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado.

A las diez y treinta parte para la importante cita. Le aguardan los senadores Sparkman, Kefauver, Mansfield, Smathers, Langer, Long, Wiley, Aiken, Bennet, el representante James Fulton. Más tarde penetran otros legisladores de ambas Cámaras. La reunión es privada y en los pasillos quedamos los periodistas haciendo conjeturas. La entrevista se prolonga durante hora y media.

Aunque secreta, se supo que Fidel respondió con la misma sinceridad las preguntas disparadas a quemarropa que le hicieron los congresistas. No cedió una pulgada en sus convicciones.

A la mañana siguiente, el "Washington Post" al referirse a la reunión comenta:

    — El Primer Ministro de Cuba replicó con valentía las incisivas interrogaciones que se le impusieron, para protagonizar una de las sesiones más memorables que se recuerdan en el Capitolio.

Con la estela de una ovación abandona el Congreso. Fidel es convincente. No necesita más que hablar para persuadir. Es que en sus palabras hay mística y hay pasión: es capaz de convencer porque es el primer convencido de su causa.

Ahora, se dirige a la reunión con los Editores en el Stlater Hilton. Antes de responder las preguntas de los diaristas hace una exposición del proceso que se está viviendo en Cuba.

Fidel subraya cada frase con un gesto de la mano derecha. Da la impresión que aprisiona la idea en el aire y luego la arroja a sus oyentes.

El discurso transita a lo largo de la dramática historia de la Isla, donde siempre se burló la justicia y se engañó al pueblo. Así fue la colonia y continuó siendo la República, mediatizada en sus inicios por la Enmienda Platt, fuente de todos los conformismos y de todos los vicios políticos.

El recuento político se conjuga con el análisis de la trayectoria económica. Fidel insiste vigorosamente en ello, no ha venido a buscar dinero, sino a reclamar un trato justo en las relaciones con el vecino poderoso.

Se apasiona al evocar los horrores de la dictadura y con indignación expresa:

    — Hemos castigado a los criminales de guerra, pero no a todos, porque había demasiados para torturar y matar a más de veinte mil cubanos... Creemos que es difícil para ustedes comprender esto, porque nunca han vivido bajo una tiranía. Ustedes oyeron hablar de los crímenes de guerra de Batista, pues compárenlos con los crímenes contra los cristianos en los circos de Roma... Ustedes nunca vieron a sus hijos, a sus hijas capturados en la noche, torturados, desaparecidos para siempre...

Estalla una enorme y prolongada ovación. No es el aplauso convencional a que obligan las cortesías debidas a un huésped ilustre. Fidel ha penetrado la sensibilidad de sus oyentes. Se percataron que estaban frente a un estadista y un patriota.

Al igual que la intervención inicial responde todas las preguntas en ingles. Resulta claro, preciso. Convincente. Defiende su Revolución en otra lengua y lo hace con la misma pasión.

La trascendencia de su presentación ante tan importante auditorio de editores, quizás nadie la interpretó mejor que su presidente, George W. Healy, al presentar al vicepresidente Richard Nixon la noche siguiente:

    — Debe usted sentirse satisfecho, pues su presencia logra reunir una asistencia casi tan nutrida como la que escuchó ayer al doctor Fidel Castro.

    — Es que hay algo mágico en los ojos carmelitas de ese hombre — enfatiza Ed Koterba en el "Daily News" — que no se puede menos que sentir confianza en lo que dice.

La agenda para el sábado 18 registra, como único renglón formal, una recepción al cuerpo diplomático en horas de la noche. El Primer Ministro estrena un uniforme distinto. Guerrera sin medallas ni cintas, camisa blanca y corbata negra.

La mayoría de los embajadores acreditados en la capital estadounidense responden a la invitación. Solo se excusan el nicaragüense y el dominicano.

Cuando se retiran los invitados un grupo se desliza furtivamente de la embajada burlando a los agentes de seguridad. Lo componen seis personas: Fidel, Celia Sánchez y cuatro miembros del Ejército Rebelde.

Pasada la media noche penetran en un restaurante de comida china. Hay sorpresa en los clientes. Fidel se convierte en foco de la atención general. La noticia de su presencia se extiende rápidamente por el barrio y a pesar de la hora el vecindario afluye al establecimiento.

Desde allí se transmite un programa conducido por Steve Allison, de la estación WWDC. El locutor se anota una exclusiva al obtener una entrevista de Fidel.

A las tres de la madrugada están de regreso a la Embajada. En esos instantes cruzan frente a la mansión varias parejas que retornan de un baile. Reconocen a Fidel y enseguida se improvisa otra conversación en plena acera. La charla se prolonga casi hasta al amanecer.

Bajo una fina llovizna Fidel se dirige en horas de la mañana del domingo a Mount Vernon, sobre el río Potomac al sur de Washington, para rendir homenaje al Padre de la Independencia norteamericana y deposita una corona de flores con la siguiente inscripción:

    "El pueblo de Cuba a George Washington".

Durante una hora recorre la mansión donde vivió Washington, considerada monumento histórico.

El director del complejo Charles D. Wall, confiesa a Fidel que Washington se resignó en una ocasión a la idea de que los británicos incendiarían Mount Vernon.

    Fidel le comenta que si los ingleses hubiesen hecho "lo mismo que los soldados de Batista, él (Washington) no habría tenido esta casa".

    El líder revolucionario rinde homenaje a Washington, a quien califica como "un hombre de trabajo y estudio" y dijo que le atraía la "honestidad y su sensato sistema de vida".

En el monumento a Abraham Lincoln, Fidel se desprende de la seguridad y se mezcla con una muchedumbre de unas 500 personas repartiendo apretones de manos y conversando. Los guardias tienen que formar una cadena humana para sacarlo de entre la multitud.

También coloca una corona de claveles rojos al pie de la estatua de Lincoln y luego camina hacia un lado del edificio donde permanece varios minutos leyendo el discurso de Gettysburg, grabado en las murallas de piedra.

En el vecino monumento a Thomas Jefferson sitúa una corona de claveles blancos al pie de la estatua del tercer presidente de Estados Unidos.

Nuevamente lee las inscripciones de la muralla y señala una parte de la declaración de independencia, que suscribió Jefferson.

Un periodista le pregunta si estimaba que la filosofía de Jefferson apoyaba el derrocamiento de un gobierno, responde:

    — La declaración de Jefferson de que las leyes debían cambiar con el progreso de la humanidad, es también un principio revolucionario que contempla el cambio progresivo de las instituciones en la medida que se modifica la mente de los hombres.

Igualmente pone una ofrenda floral en la tumba del Soldado Desconocido en el Cementerio Nacional de Arlington.


NO ODIO A NADIE

A las seis de la tarde acude a los estudios de televisión de la NBC como invitado del programa Meet the Press. Las pantallas registran un close-up, a los integrantes del panel. Son rostros adustos, secos, en los que se trasluce una vaga sensación de hostilidad.

La presentación anticipa una tónica beligerante. Según el moderador Brooks, el gobierno de Cuba afronta problemas en toda la Isla. Fidel le interrumpe serenamente.

    — Quisiera decir algo. Dice usted que nuestros problemas internos y externos se han multiplicado, pero no es así. Hace solo tres meses que terminó la guerra. Si tuviésemos dificultades yo no estaría aquí.

El periodista Harvers inicia el interrogatorio. Habla agresivamente, más como fiscal que como reportero.

    — Doctor Castro, un periodista norteamericano publicó un editorial que decía que el doctor Castro odia a los Estados Unidos. ¿Es eso cierto?

    — ¿Cómo voy a odiar al pueblo de los Estados Unidos? No odio a nadie, inclusive a mis enemigos. Los que han sido mis más fuertes enemigos en Cuba, no los odio. Martí, nuestro Apóstol, nos enseñó a no odiar.

Otro de los periodistas se interesa en conocer los resultados favorables de la visita.

    — He obtenido ventajas espirituales, puesto que deseo que el pueblo nos comprenda mejor. Era necesario hablarle a la opinión pública de los Estados Unidos y, por lo menos, decirle la manera cómo hicimos las cosas, porque a la opinión pública le es más fácil comprendernos.

Asoma al panel una dama ya entrada en años, tocada por un inverosímil sombrerillo. Es una cara hosca, sin sonrisa. Con visible irritación, sale en defensa de Trujillo y de otros dictadores.

    — ¿Qué derecho tiene usted para decirles a otros países latinoamericanos qué tipo de gobierno deben tener?

Y Fidel, imperturbable, ajeno a la aviesa intención y al tono descortés con que se le habla:

    — ¿Derecho? El derecho de hablar. De la misma manera que los Estados Unidos hablan de democracia yo también hablo de democracia, porque creo en la democracia y considero que no es justo que algunos países tengan gobiernos tiránicos, como Santo Domingo. Eso es un ideal.

La ácida señora, como un eco de la propaganda trujillista:

    "¿Y no se permite en su país conspirar contra otras repúblicas?".

    — Nuestras puertas están abiertas para todos los exilados políticos...

Agotado el tiempo, Fidel es interrumpido por Brooks sin que complete su pensamiento. Son las 6:30 de la tarde. El programa se escucha también en Cuba. Los cubanos recuerdan la famosa frase del histórico discurso de Columbia:

    "Cuando se me acabe la paciencia, buscaré más paciencia...".

Indudablemente, el panel de la NBC resulta demasiado pequeño para la estatura del invitado.

La escena en una rápida mutación se traslada para el despacho del vicepresidente norteamericano Richard Nixon en la oficina de este en el Capitolio. La entrevista se prolonga dos horas y 32 minutos. Los detalles de la plática no se revelan. Ambos eluden hacer pronunciamientos. Es el 19 de abril de 1959.

El dibujante David refleja el encuentro en una caricatura publicada en Bohemia, en que se observa a Fidel diciéndole al vicepresidente norteamericano:

    "¡Bueno Mr. Nixon, empecemos por llamarle al pan, pan...!".

Años más tarde, en entrevista con periodistas norteamericanos, Fidel reveló algunos pormenores de la conversación con Nixon.

    "Fue una entrevista muy franca por mi parte, porque le expliqué cómo veíamos la situación cubana y las medidas que teníamos intención adoptar. En general, él no discutió, sino que se mostró amistoso y escuchó todo lo que tenía que decirle. Nuestra conversación se limitó a aquello. Tengo entendido que él sacó sus propias conclusiones de aquellas conversaciones. Creo que fue después de aquello cuando comenzaron los planes para la invasión".

También, años más tarde, se conocerá el memorándum que sobre aquella conversación redactó Richard Nixon al presidente Eisenhower, donde le expresaba:

    "Castro es tan increíblemente ingenuo con respecto al comunismo o está bajo su disciplina. No debe considerarse, ilusoriamente, como un rebelde furibundo al estilo de Bolívar, por lo cual hay que obrar en consecuencia".

Exactamente, dos años más tarde, en la misma fecha, el 19 de abril de 1961, Fidel da a conocer al mundo que en menos de 72 horas el pueblo cubano ha derrotado la invasión mercenaria patrocinada por el gobierno de Estados Unidos. Nixon es uno de los padrinos de la criatura.

Uno de los últimos actos de Fidel en la ciudad del Potomac consiste en su visita al Club Nacional de la Prensa. Aprovecha para ampliar sus opiniones del programa Meet the Press. La visita de cinco días a Washington ha concluido.


NUESTRA REVOLUCIÓN HA PROBADO TRES COSAS

Entre Washington y Nueva York, Fidel hace escala en la Universidad de Princeton, invitado por la famosa institución docente. El viaje se realiza en tren.

En la travesía el líder revolucionario se pasea por el pasillo del vagón. Camina mientras hojea las últimas ediciones de los periódicos capitalinos. Junto a cada asiento hace una breve escala para formular una pregunta o hilvanar un comentario.

En la Ciudad Universitaria de Princeton, Fidel dicta una conferencia en el curso especial dirigido por el profesor Robert Palmer sobre civilización americana.

Los alumnos le acogen como uno de los suyos. El recibimiento es ruidoso y cordial. El ámbito estudiantil entusiasma al visitante.

    — Castro era abogado hasta que llegó Batista — le presenta Palmer —, y entonces tuvo que dedicarse a otras cosas...

Deja la frase en suspenso. No necesita decir más. La epopeya de Cuba ha permeado la sensibilidad del auditorio. Se ponen en pie aplaudiendo, mientras Fidel se encamina a los micrófonos.

    — Me siento mejor entre ustedes que en ninguna otra parte. Nuestra Revolución ha probado tres cosas: una Revolución es posible, aunque no haya hambre... Una Revolución es posible contra un ejército y una Revolución es posible contra un ejército moderno y bien equipado. Y estamos seguros que todo eso no ha sucedido por azar y que si volviéramos a hacerlo en las mismas condiciones, iguales serían los resultados.

Con pausado acento:

    — Otras revoluciones han implantado el terror para provocar cambios sociales. Nuestra revolución descansa en la opinión pública...

Responde a todas las preguntas. El interrogatorio contrasta con el asedio malévolo de Meet the Press. El afán de saber es desinteresado y limpio. El salón es una cátedra donde se exponen las aspiraciones y necesidades de un pueblo.

Cuando concluye, gritos entusiastas llenan el recinto. Seguidamente se traslada a la residencia del gobernador de Nueva Jersey para otra conferencia de prensa. Fidel, con creciente dominio del idioma, es exhaustivo en el análisis del proceso revolucionario.


QUIERO VER AL PUEBLO

El martes 21 en la mañana ya le espera Nueva York. La policía tiene barricadas alrededor de la Estación de Pennsylvania. El recibimiento se perfila con caracteres multitudinarios. La colonia hispanoamericana se vuelca en la zona aledaña a la terminal ferroviaria. Por doquier asoman banderas cubanas y dominicanas.

A las once y once ante meridiano el viajero penetra en la enorme sala de recepción. Los agentes de seguridad se apresuran a rodearlo. La ola popular envuelve el grupo, lo estruja, lo sacude.

    — ¡Viva Fidel! ¡Viva Castro!

La emoción como una onda expansiva sale a la calle. Miles de voces sin previo acuerdo, empiezan a cantar el himno nacional. Se agitan banderas y letreros. En casi todos los textos se repite una consigna:

    "Ayudemos a Cuba".

Afuera aguardan a Fidel más de veinte mil personas, estacionadas a lo largo del trayecto hacia el Statler Hilton. La policía, a caballo, protege las barreras. De pronto Fidel se le escapa con dirección al público. Empeño inútil por el momento. Otro núcleo de agentes lo intercepta.

    — Por favor, doctor Castro...

    — Yo quiero ver al pueblo...

La policía no accede. Las escenas de la estación se repiten en el hotel. Los guardias, apresuradamente, alzan insólitas barricadas en el vestíbulo del edificio, amenazado por una invasión. Es la primera vez que se produce semejante acontecimiento en la historia del Statler Hilton.

Todas las miradas están pendientes de las ventanas del piso 17, asignado a Fidel y sus colaboradores. Cada vez que alguien se asoma, estallan voces de cálida adhesión.

    — ¡Fidel! ¡Fidel! ¡Castro! ¡Castro!

Poco después de las dos de la tarde, el primer ministro abandona el hotel para cumplir su cita con la Universidad de Columbia. Les brinda una amplia información de la situación social y económica que ha encontrado en el país la Revolución.

La agenda de trabajo continúa con una conferencia de prensa y una mesa redonda con los alumnos de la Escuela de Periodismo. Fidel enciende la luz verde para todo tipo de preguntas.

Entre otras actividades durante su estancia en la Babel de Hierro es el orador principal en la reunión de la Asociación Femenina de Abogados de Nueva York. Es recibido por el alcalde de la ciudad Robert Wagner y sostiene un encuentro con la organización de corresponsales de Ultramar en el Overseas Press Club, en el hotel Astor, ubicado en el corazón del famoso Times Square, en la Avenida de Broadway y la calle 45 al oeste de la ciudad. Este hotel sería derribado años después para dar paso a nuevas construcciones.

Al hacer su arribo Fidel, y acercarse al puesto de honor se escucha una cerrada ovación y gritos de "Viva Fidel Castro".

    — El único mérito mío — responde a un periodista — es que creo en el pueblo, que es leal con quien le es leal y ama a quien le ama. Como dijo Lincoln: "Uno puede engañar a parte del pueblo todo el tiempo, y a veces a todo el pueblo, pero no se puede engañar a todo el pueblo todo el tiempo". Y en la época de Lincoln no había ni radio ni televisión.

Asiste a una reunión del Council of Foreign Affairs, institución formada por expertos en asuntos internacionales y cuestiones económicas y diplomáticas y hombres de negocios. El encuentro es privado y en él participa el embajador Raúl Roa García.

Inaugura las operaciones del día en la Bolsa de Café y Azúcar y posteriormente realiza un recorrido por el Parque Zoológico del Bronx.

En el piso 38 de las Naciones Unidas sostiene una breve y cordial entrevista con el secretario general Dan Hammarskjold. En los corredores y oficinas, el personal abandona sus labores para ver al legendario guerrero de la Sierra Maestra. El anillo de protección no le da oportunidad para charlas informales.

    — No me dejan moverme — se queja Fidel.

    — Han declarado "área restringida" — explica el embajador Bisbé.


VOZ INSPIRADORA

En el hermoso salón Indonesio, los corresponsales diplomáticos le ofrecen a Fidel un almuerzo.

El "New York Post" en un editorial titulado "Bienvenido, Castro", encuentra el juicio exacto para calificar al huésped:

    "Fidel es una voz inspiradora en nuestro hemisferio".

En la noche Fidel conversa con los periodistas cubanos. Al jefe revolucionario le preocupan determinadas informaciones publicadas en algunos diarios habaneros.

    — Quiero que nadie se llame a engaño en cuanto a mi postura de plena dignidad, sin subordinaciones ni sometimientos.

Analiza con sus colaboradores más cercanos la posibilidad de asistir a la Conferencia Económica de los 21 que habrá de celebrarse en la Argentina y a la que ha sido invitado por el presidente Arturo Frondizi.

Después en el recibidor de la suite, el Primer Ministro queda a solas con Enrique de la Osa, redactor Jefe de la Sección En CUBA de la revista Bohemia. El diálogo privado, valoración de los resultados de la visita y enjuiciamiento de la situación nacional de la Isla y de los factores que en ella intervienen, se prolonga hasta las 2:45 de la madrugada.


AQUEL COMPAÑERO INOLVIDABLE

El gran acontecimiento en Nueva York es el mitin en el Parque Central el 24 de abril en horas de la noche. Inicialmente los organizadores del acto le propusieron a Fidel que la actividad se celebrara en el estadio conocido como Polo Grounds sede del equipo de béisbol los Gigantes de New York. El líder revolucionario se opuso a que se efectuara en un recinto cerrado.

Fidel sugirió el Parque Central. Eso le creó un fuerte dolor de cabeza a los organizadores de la actividad. Nunca antes se había celebrado un acto de este tipo en esos terrenos. Fue necesario solicitarle una entrevista al alcalde de la ciudad para que otorgara el permiso correspondiente. No fue posible verlo. Entonces, le plantearon la situación a Hubert Jack presidente de la Comisión de Presupuestos de la alcaldía. Su reacción inicial fue la de negar la solicitud. Se le explicó que el Parque Central era un lugar abierto, se encontraba en el mismo centro de Manhattan, lo cual hacía más fácil el acceso a la concentración. Finalmente, las autoridades municipales accedieron.

Desde el atardecer la ciudad viste una fisonomía íntegramente latinoamericana. Los ómnibus se vacían en las calles aledañas. De las bocas del subway brota un hormiguero incesante rumbo al punto de la cita histórica.

Se instalan 50 grandes reflectores, montados en nueve camiones. Los organizadores del acto, por su parte, alquilan enormes faros de vigilancia antiaérea y los colocan de forma que sus haces de luces dominen la explanada.

La ciudad destacó 500 policías uniformados. También 33 de la guardia montada. Numerosos autos patrulleros. Miembros del servicio secreto. Además de 200 detectives, de los cuales 50 de ellos ocuparon el lugar frente a la tribuna en la cual Fidel hablaría, ubicada en el sitio llamado "La Concha".

Fidel arriba a las 8:25. Numerosas banderas cubanas y dominicanas se alzan por encima de las miles de personas que se han dado cita en la histórica concentración.

Se ven retratos de Fidel, letreros alusivos, gritos de denuncia contra la satrapía trujillista. Sobre todo la consigna nacional: "Gracias, Fidel". Una banda de música de la Confederación de Sociedades Hispánicas interpreta las marchas rebeldes.

El capitán Jorge Enrique Mendoza, que fuera locutor de Radio Rebelde, pone una nota de emoción cuando clausura sus palabras repitiendo el grito de esperanza y combate que noche a noche se escuchaba en todos los rincones de América:

    — Aquí, Radio Rebelde, en su Cadena de la Libertad, desde las montañas de Oriente, territorio libre de Cuba...

Le toca su turno a Fidel. Las manos a la espalda, permanece de pie frente a los micrófonos en espera que se restablezca el silencio. Su solemne inmovilidad sugiere estatua y símbolo.

    — Pocas veces en la vida nos es dada la oportunidad de vivir un momento tan emocionante como este. Es posible que en los largos años de la historia de Cuba jamás se haya producido un acto como este, no por su dimensión numérica, aunque es verdaderamente grande. Es, según los entendidos, el acto de esta índole más grande que se ha producido en la ciudad de Nueva York que es, al mismo tiempo, la mayor ciudad del mundo.

    — El valor de este acto radica en las personas que están presentes. Su valor radica en que se han reunido no solo los cubanos; aquí están también presentes los dominicanos, los puertorriqueños, los mexicanos, los centroamericanos, los latinoamericanos, y también en número considerable los norteamericanos.

El orador mantiene el brazo izquierdo a la espalda. El derecho, describe vigorosos trazos en el espacio, subrayando cada idea.

    — No puede extrañar un simbolismo más profundo, no puede constituir para este continente una esperanza mayor. Parecía una empresa difícil. La revolución cubana no era comprendida cabalmente... No tanto en los pueblos latinoamericanos, que por haber sufrido las mismas cosas que nosotros hemos sufrido, por haber estado padeciendo de los mismos males políticos y sociales estaban en condiciones mentales para comprendernos mejor.

Expone las razones de su viaje a Estados Unidos:

    — No vine aquí a mentir; no vine aquí a ocultar nada, porque nuestra revolución nada tiene que ocultar. No vine aquí a pedir nada, porque nuestra revolución no tiene nada que pedir, como no sea amistad y comprensión.

Habla de sus sueños de exilado, cuando sus compatriotas en el exterior le dieron calor y apoyo. Las promesas de entonces son las realidades de hoy.

    — Lo que hace posible las grandes empresas libertadoras es la fe y el aliento. Sembremos fe y estaremos sembrando libertades. Sembremos solidaridad y estaremos sembrando libertades.

Es un discurso trascendental. En su espíritu pugnan el ímpetu del revolucionario y los deberes del estadista.

    — Cuánto me agradaría ser aquel joven estudiante que no vaciló en unirse a los dominicanos cuando se preparaban para liberar a su tierra... Pero hoy somos gobernantes, no porque lo queramos, sino porque lo demanda nuestro propio pueblo. Cuba se ha convertido en la esperanza y hay que salvar la esperanza.

Analiza el dramático pasado de las repúblicas latinoamericanas. Nunca se aplicó la justicia y el crimen quedó impune.

    — Durante cuatro siglos los verdugos se ensañaron con los pueblos, a través de cuatro siglos los verdugos ultrajaron y ensangrentaron impunemente a los pueblos de América... En tres meses, por primera vez en cuatro siglos, un pueblo ha castigado el crimen, ha castigado la tortura, ha castigado la crueldad, ha castigado el sadismo. Y cuando se nos pregunte por la justicia revolucionaria, respondamos: Es la voluntad de los pueblos... Es el sentimiento de los pueblos que no tuvieron nunca la justicia en cuatro siglos.

    — Hemos tenido que aplicar la justicia severamente, pero era un deber y era un derecho del pueblo cubano. La hemos aplicado con dolor y sin odios. Le ofrecimos al pueblo justicia y la justicia se ha cumplido.

Tiembla emocionada la voz del líder revolucionario cuando evoca su viaje a Nueva York en la compañía de Juan Manuel Márquez,

    "... aquel compañero inolvidable que hacía poner de pie a la multitud cuando hablaba".

    — No está presente hoy, pero la obra que inició está aquí presente. No está presente él, pero está presente su recuerdo. No está presente él, pero están presentes los frutos de su sacrificio... Juan Manuel Márquez, a ti dedicamos hoy el mejor recuerdo y el más sentido homenaje. Aquí está tu compañero, que siguió la lucha... No se pondrá hoy de pie la multitud con tu palabra, pero se pondrá de pie con estas palabras que pronuncio al conjuro de tu recuerdo.

Antes de partir de Nueva York recibe a Bobby Maduro presidente del equipo de béisbol los Cuban Sugar Kings que le informa de la crisis económica que viene sufriendo el conjunto beisbolero y que le puede costar a La Habana perder la franquicia en la liga Internacional Triple A. Fidel imparte instrucciones para resolver la situación.


ENCUENTRO CON RAÚL

De Nueva York viaja en tren a Boston. En la Universidad de Harvard se reúne con profesores y alumnos. Un grupo de jóvenes le entrega una placa de honor de José Antonio Echeverría y Fructuoso Rodríguez

    "... que dieron la vida para acabar con la dictadura en Cuba".

En la noche más de diez mil personas colman la vasta extensión del Dillon Field House en el Stadium de Harvard. El discurso impresiona profundamente a los oyentes.

Precisa declinar invitaciones de todas partes. De costa a costa reclaman a Fidel. San Francisco, Chicago, Detroit, Nueva Orleans solicitan su presencia.

De Boston, la embajada de buena voluntad se desplaza a Montreal. Canadá es otro jalón de éxito en el viaje de Fidel.

El lunes 27 arriba a Houston, Texas, para cumplir, siquiera brevemente, la calurosa invitación que le ha hecho este Estado. Es la última escala en territorio de Estados Unidos. Aquí lo espera el comandante Raúl Castro.

En breves declaraciones a la prensa el jefe de las Fuerzas Armadas, expresa:

    — Es un viaje rápido para cambiar impresiones. Le hice un informe de la situación en sentido general en el país y recibir nuevas orientaciones.

Se despiden los dos hermanos. Raúl parte hacia La Habana. El hemisferio sur se dispone a recibir al abanderado de la revolución cubana.


Granma Internacional Digital

http://www.granma.cu/espanol/2007/abril/vier13/fidel.html

(La Habana, 13 de Abril de 2007)


Cuba. Una identità in movimento

Webmaster: Carlo NobiliAntropologo americanista, Roma, Italia

© 2000-2009 Tutti i diritti riservati — Derechos reservados

Statistiche - Estadisticas