Es conocido que a partir de la desintegración de la URSS y la caída consiguiente del socialismo europeo, el triunfalismo capitalista condujo al surgimiento natural de los Estados Unidos como potencia hegemónica mundial: Asumiendo tal carácter con la prepotencia y el espíritu avasallador, que les han sido característicos desde su formación como nación, los Estados Unidos, a través de sus gobernantes y clase dirigente, decidió imponer una tiranía mundial en que sus dictados tanto dentro como fuera de la Organización de las Naciones Unidas fueran aceptados y asumidos con una obediencia sumisa y obsecuente. Esta pretensión, ya en forma velada o manifiesta, incluyó también a las potencias aliadas menores, las cuales, prácticamente sin excepción, trataron de ocultar su sumisión servil, adoptando un papel de aliados igualmente protagónicos de las aventuras que sólo el imperio se había decidido a ejecutar sin tener en consideración el derecho ni opinión pública internacionales y, por supuesto, ni a los aliados que les objetaran su política.
Se ha afirmado que de la estupidez no se han salvado ni los dioses del Olimpo. En cuanto a la estupidez humana se ha escrito mucho y se ha sometido a la crítica mordaz actos mayores o menores que califican como tales. A pesar de que tal vez cada ser humano carga en su existencia una cuota mayor de estupidez, hay que prevenirse de esta calamidad, de tal manera que la afectación propia y ajena sea la menor posible. Sin embargo, existen seres que la acumulan exageradamente, que son a los que llamo incuincos, o sea los personajes más sobresalientes de un grupo de estúpidos. Personajes de menor o mayor linaje pueden ocasionar daños variados con sus acciones, pues la estupidez puede llegar a ser simplemente risible o, en casos graves, hasta criminal por sus resultados o consecuencias.
Cuando se trata de la estupidez de un imperio, el análisis y el enfoque resultan complejos, pues se entremezclan numerosos factores no siempre discernibles fácilmente, aunque los individuales sean los más visibles. Así que algo que merecería un voluminoso tratado, es necesario simplificarlo, para un mejor entendimiento, con algunos elementos aportados por el ejercicio del criterio. Y otros muchos más quizás sea conveniente irlos exponiendo en el futuro.
El imperio norteamericano blasona de ser una democracia perfecta y permanentemente lanza anatemas contra el ejercicio democrático en otros países, especialmente si los considera "enemigos". Con esto comete una injerencia en los asuntos internos de los demás.
Una referencia al sistema electoral norteamericano es importante ya que lo quieren presentar como el modelo perfecto para una democracia. Todo el mundo lo ha visto en marcha a ritmo de campañas políticas matizadas de discursos, declaraciones y recaudación de dinero para los candidatos a la presidencia. Conocemos los procesos electorales en la era Bush, tan desacreditados a nivel internacional. Por eso es bueno recomendar el estudio del sistema electoral de los países del mundo y en especial el de los Estados Unidos. Se verá que su sistema de elección "democrática" presidencial es quizás el más estúpido, pues un candidato como Gore, con cientos de miles de votos directos a su favor, perdió las elecciones, no sólo por el fraude electoral de Bush, sino porque el sistema electoral vigente de los llamados votos electorales de los Estados, lo permitía.
Se ha analizado este asunto y han existido personalidades y medios de prensa que han manifestado la necesidad de una modificación constitucional sobre este asunto. Pero hasta ahora la clase dirigente ni el pueblo norteamericano han dado mucha importancia a esta inconsecuencia. Así que, aunque estupidez de por medio, digamos que es necesario respetar esa tradición anormal, pero aceptada en los Estados Unidos. Sin embargo, este pecado original les invalida para andar pregonando como democrático un sistema electoral que en el fondo no lo es tanto.
En las pasadas elecciones presidenciales todo transcurrió más sosegada y coherentemente. No se produjo el robo de las elecciones y triunfó el candidato demócrata Barack Obama, tal como estaba vaticinado, a pesar de las suspicacias por su origen afronorteamericano, en una sociedad en que ha predominado un fuerte sentimiento y una política de discriminación racial. Fueron tantas las barbaridades y estupideces del mandatario anterior, George W. Bush, y fue de tanto impacto la crisis económica que se levantaba como un maremoto en los Estados Unidos, que prevaleció el sentido común en el pueblo estadounidense de escuchar el compromiso de una política nueva bautizada con el "yes, we can change". Pero el lector no debe olvidar el costo astronómico de estas elecciones aún en medio de la crisis financiera. La plutocracia instalada desde siglos siempre ha movido los resortes para que la clase inmensa, mediana o menos rica compre, por medios visibles, como la propaganda, e invisibles, la presidencia del país.
El imperio norteamericano, cuando se trata de otras naciones, especialmente por las que tiene ojeriza, se pronuncia por la separación o segregación o independencia de territorios pertenecientes a estos países. Así pasó durante la desintegración de la URSS, con Yugoeslavia, así lo hizo con Kosovo, y sigue apoyando la no incorporación de Taiwan a la República China. Y más recientemente ha atizado en Bolivia a los procesos autonómicos ilegales e inconstitucionales, y en Venezuela parece meter y esconder las manos con iguales propósitos.
Ahora trate de imaginarse que un Estado integrante de los Estados Unidos pretenda separarse de la Unión, aunque fuera producto de un plebiscito favorable a la independencia con una votación de 99,99 por ciento. ¿Podría hacerlo con la facilidad con que esto ha ocurrido en todas partes donde los Estados Unidos ha estado de acuerdo y dado su apoyo? Estudie los principios fundadores de la creación de la Federación norteamericana y se verá que eso sería prácticamente imposible, pues todos los otros Estados deberían estar de acuerdo también con la voluntad soberana de ese Estado. Por lo tanto, ¿sería fácil o posible tal separación o independencia de un Estado de la Unión americana? ¿Por qué entonces los Estados Unidos apoya tan fácilmente los intentos de autonomías o de independencia de determinados territorios, cuando de sus intereses malignos se trata? ¿Por qué no reconoce el derecho de Puerto Rico a la independencia, como merece por justicia histórica, y mantiene a la isla hermana sujeta a las cadenas esclavizantes del Congreso de Estados Unidos por la única razón del derecho de conquista de la primera guerra imperialista de la historia librada contra España? ¿Por qué se opone al proceso de descolonización en este y otros casos, a pesar de la política vigente al respecto en las Naciones Unidas?
El imperio norteamericano es poderosísimo. Es la potencia más poderosa relativamente de la historia. Acumula armas suficientemente mortíferas para acabar con la humanidad y, por lo tanto, consigo misma. Pero su actual creencia de que con tal poderío puede dominar al resto del mundo o ponerlo de rodillas, es sin duda una estupidez descomunal. Desconoce con ello las lecciones sabias de la historia. No toma en cuenta tampoco lo más importante, la realidad actual del mundo. Por simple proporcionalidad de su población, se puede afirmar que tiene armas de sobra, pero le faltan las manos para agarrar por el gaznate a todos los pueblos, y le faltan los pies para posarlos y pisotear con sus botas cada metro cuadrado del vasto territorio de los otros. En fin, no existen invasores suficientes para tantos invadidos. Por lo tanto, ni matemáticamente ni racionalmente es posible que pueda ser realidad el sueño norteamericano de posesión mundial al estilo de un cowboy imperial. Además, parece desconocer que la resistencia de los demás sería tan demoledora para los conquistadores que no tendrían futuro ni a corto ni a largo plazo.
Así que el sueño imperial de dominación del mundo debe quedar sepultado en el seno del pueblo norteamericano. El mundo no merece que se reviva el espantoso fenómeno de la Alemania de Hitler. El mundo no merece la pesadilla de un imperio sobre sus hombros y espaldas. La lucidez debe derrotar a tan tremenda estupidez criminal de pretender apoderarse del mundo en un vuelo de rapiña del águila imperial. El mundo espera que el pueblo norteamericano sea capaz de dar un giro a su historia y refunde una república que jamás se parezca a la Roma americana de estos tiempos y emerja en el futuro como nación pacífica, respetuosa del derecho de los demás y solidaria, Obama prometió cambios, pero en este terreno parece que pretende entonar un salmo de paz y guerra y seguir montado en el águila imperial. ¿No es así que se perfilan las cosas en Irak, Afganistán y ahora por extensión en Pakistán? ¿Qué pasará en otros escenarios viejos y nuevos?
Wilkie Delgado Correa
Doctor en Ciencias Médicas
Profesor Consultante y Profesor de Mérito del Instituto Superior de Ciencias Médicas
Escritor y periodista
Página enviada por Wilkie Delgado Correa
(1 de abril de 2009)