"Aquella vez estábamos aquí mismo junto a la mesa. Me cogiste de la mano y me dijiste.
— María, debo irme.
— ¿Adónde?
— ¿Quién sabe?
— Alguien sabe — te dije —, ¿es para allá?
— No sé. Es mejor no saber — respondiste.
— ¿Hasta cuándo?
— No lo sé. Quizás no regrese.
— Eso no es un aliento — dije.
— Lo sé. Pero hay que ser realista.
— ¿Por qué me lo dices, si no puedo resolver nada? — inquirí.
— Era la única manera en que saldría. No podía traicionarte.
— ¿Se te hace más fácil así?
— Eso yo creo, tú eres todo para mí.
— ¿Y los niños?
— Ellos también. Pero no pueden participar en estas decisiones.
— ¿No piensas en cómo quedo?
— Me imagino. Pero sé que me comprendes — dijiste.
Besaste las palmas de mis manos. Yo las pasé por tu frente.
— Yo quedaré sola, sufriendo. Y los niños…
— Mi viaje no es de placer.
— Mi opción no lo es menos.
— Tú sabes cómo ha sido mi vida.
— La nuestra, Leandro.
— Es verdad, mi María.
— Tú sabes lo que significas para mí. No he tenido más dios que tú.
— Si tú eres mi María, no puedo ser Dios. Debo ser José. ¿No crees? — dijiste en son de broma.
— Tú sabes lo que quise decir.
— También tú sabes lo que eres para mí — dijiste.
— Y ¿cuándo te irás?
— Debe ser en unos días. Pero te pido que lo olvides.
— No me pidas imposibles. Trataré de comportarme como otras veces, aunque nunca me acostumbre.
— Te he causado muchos tormentos.
— No te recrimino, juntos escogimos este camino.
— Sí, ahora no vamos a retroceder, ¿eh?
— Yo nunca te pediría algo semejante.
— Lo sé. ¿Sabes que tú eres mi orgullo?
— Deja de halagarme — dije, y sonreí.
— Yo también quiero ser tu orgullo — me dijiste.
— Eres más que eso. Te dije que eres mi dios, y no te miento.
— Es mejor tu José, María — reíste con ganas, y me hiciste reír.
Quedamos callados por unos minutos. Tú acariciaste mis manos con las tuyas, gruesas y tibias.
— ¿Algo que quieras que haga? — pregunté.
— Que no me olvides. ¿Y tú qué quieres?
— Que me lo prometas.
— Te prometo, María, que no te olvidaré. Haré como siempre.
— Entonces haremos como siempre.
— Te prometo volver…si puedo — dijiste.
— Te prometo esperarte… siempre podré esperarte.
— Ésa será mi visa, María.
— Puedes ir y regresar, Leandro. Yo estaré contigo.
— ¿Sabes dónde te llevaré? Aquí y aquí — dijiste, señalando la frente y el corazón.
No me mates, amor, de tanta alegría por oírte decir eso.
No, vive alegre, mi María, de saberlo — dijiste, mientras me besabas.
Aquello pasó aquí en la sala, mientras los niños dormían en el cuarto de al lado. ¿Te acuerdas, Leandro? Ahora que has regresado es bueno recordar. ¿Cuántos años fueron? Creo que fue un siglo. Si tú supieras cómo pude soportar toda tu ausencia. Todas las noches yo te dirigía mi plegaria. ¿Te ríes de mí? ¿Piensas que yo soy una tonta? No te burles, Leandro.
Todas las noches yo te imploraba. ¿No te he dicho que tú eras mi dios? Yo te rogaba de esta forma: Creo en Leandro, mi único dios, que está allá y acá, y en todas partes. Creo en Leandro, que ahora me tiene en su memoria y en su pecho, como yo le llevo en todo mí ser. Creo en Leandro, que es tan poderoso que logra que no lo olvide ni de noche ni de día. Creo en Leandro, que un día salió por esa puerta, a nuevas aventuras, como un Quijote de mi caimán glorioso, y ha de volver algún otro día, y entrará por esa puerta, para cumplir con su promesa, como yo habré cumplido con la mía. No te rías, Leandro, que voy a pensar que no me crees, que te burlas de mí. Así fue como pude resistir tu lejanía. Así te esperé esperanzada con los niños a cuestas y mi amor intacto. ¿Quieres más de tu mujer, Leandro?".
Este relato de novela tiene algo de ficción y mucho de realidad. En el caso de la historia de los cinco Héroes, Gerardo, Antonio, Ramón, René y Fernando, todo es una realidad verdadera y tangible. Las experiencias personales vividas, que duran ya casi diez años, quizás sean temas para una gran novela o varias. El regreso de ellos no será exactamente como el de Leandro: será desde cárceles de alta seguridad de los Estados Unidos, cuando prevalezca la justicia y un tribunal ordene su plena puesta en libertad. Entonces, ya en la patria, se empezará a escribir en la realidad el relato de los hechos y circunstancias que han dado sentido a sus vidas, a sus madres y esposas y demás familiares, y al resto de los seres humanos que les han hecho una compañía amorosa y solidaria en todo el largo período en que la injusticia les impuso un tormento a sus generosas vidas. Vendrá con la victoria, la hora del recuento capaz de llenar ese mundo interior propio de cada persona y, con ello, dar luz a ese vasto mundo que habitamos. Mientras ese instante de la historia llega, en medio de una lucha sin descanso, veamos desfilar sus vidas con el mismo interés, pasión y vitalidad con que vemos desfilar nuestras propias vidas.
Wilkie Delgado Correa
Doctor en Ciencias Médicas
Profesor Consultante y Profesor de Mérito del Instituto Superior de Ciencias Médicas
Escritor y periodista
Página enviada por Wilkie Delgado Correa
(22 de abril de 2008)