Wilkie Delgado Correa
Los enemigos de la Revolución Cubana no se detienen ante nada con tal de dañar el prestigio y la fortaleza moral que les son intrínsecos, pero que se han afianzado durante la práctica revolucionaria y su internacionalismo dentro y fuera del país. No se cansan en mentir y en calumniar, y ejercitan con fruición toda la bajeza y felonía que animan sus doctrinas y sus almas, que son innatas y gemelas.
Ante la campaña de medios de información sobre el triste suceso de la muerte de la estudiante boliviana, becada para sus estudios de Medicina en Cuba, Fidel brindó todos los elementos verdaderos de esta historia en una reciente reflexión. Las truculentas e inventadas informaciones sobre el caso, seguro que se han venido o vendrán abajo, y la defensa y reivindicación de Cuba se levantará como un escudo protector ante la canallada. Ya eso ha ocurrido precisamente en Bolivia, cuando los padres, familiares y muchos bolivianos han alzado sus voces para expresar su gratitud a Cuba por todo lo que ha significado su cooperación sincera y desinteresada con el país andino.
A todas las verdades esgrimidas ante la manipulación de este lamentable caso, pueden agregarse otras que quizás sea conveniente analizar.
La política solidaria practicada por Cuba se fundamenta en principios y en valores políticos y humanos que rebasan todo interés material y condicionamientos de cualquier naturaleza. Por tanto, responde a una filosofía y a una práctica revolucionaria, arraigada en convicciones consecuentes en el pueblo cubano bajo la dirección y el magisterio de Fidel Castro. De ahí que éste reiterara que cualquiera que sean las circunstancias en Bolivia, los colaboradores cubanos no abandonarán a sus pacientes y a sus alumnos.
La solidaridad de Cuba en el campo de la salud con otros pueblos, que ha sido llevada a cabo en más de un centenar de países del mundo, y ha tenido una concreción tangible con la participación de decenas de miles de médicos y otro personal de la salud que han brindado sus servicios gratuitos a millones de habitantes de éstos, se ha realizado con el objetivo de librar una lucha por la vida y la calidad de vida de esas personas.
Esta ayuda — bien que lo conocen amigos y enemigos — se ha ejercido en condiciones de paz y hasta en conflictos y guerras, en los sitios más apartados de los territorios de esos países y por tanto en condiciones realmente adversas y que implican gran sacrificio y riesgos para los internacionalistas cubanos, en tiempos climáticos normales o durante grandes catástrofes naturales, en situaciones político-sociales normales o convulsas, en pueblos cuyos gobiernos han sido amigos o incluso en aquellos cuyos gobiernos no mantenían relaciones con Cuba. ¿Puede alguien negar estas realidades?
Para salvar vidas humanas en cualquier parte del mundo se ha ofrecido la generosa colaboración médica cubana, así como en otros sectores.
Pero la vida y la muerte andan juntas desde que el mundo es mundo y desde antes y después del nacimiento de cada ser humano, o de cualquier especie viva. Por eso no produce asombro que todos los días mueran personas en distintos estadios de vida, en sus hogares, en las calles y avenidas, en sus países o fuera de ellos, de muerte natural o provocada por accidentes, homicidios y otras causas. Pero siempre duele una muerte, pues como ha dicho un escritor “con la muerte de cualquier persona quedo yo disminuido”.
Por tanto, en circunstancias de muerte se comparte el dolor. En esos momentos la solidaridad se extrema. ¡Y bien que conocemos los cubanos esas experiencias! Porque también en esas misiones internacionalistas para librar la gran lucha por la vida de las poblaciones pobres en otros países, han muerto cubanos — esos que movidos por la generosidad y sus principios humanitarios se han ofrecido voluntariamente para salvar a sus semejantes — como ley de la vida. Y las causas de muerte son las más variadas: de muerte natural inevitable, de muerte por enfermedades inexistentes en su país pero que son endémicas en los países donde prestan sus servicios, de muertes por accidentes, de muertes por homicidios (las menos). Y como duelen estas muertes a los demás colaboradores, a sus familiares y a todo el pueblo. Pero el pueblo cubano está formado en una filosofía política y existencial generosa y consecuente. Cuando la contrarrevolución nicaragüense asesinó a un maestro cubano que enseñaba en aquel país, la reacción de dolor e indignación fue acompañada con el compromiso voluntario de cien mil profesores para cumplir y continuar aquella misión en Nicaragua. Cuando un delincuente asesinó a un médico cubano en la misión Barrio adentro en Venezuela, ningún médico cubano abandonó su sagrada misión de salvar vidas y cuidar por la salud de los pobladores con quienes convivía. ¿Alguien duda de estos hechos y de estas actitudes que engrandecen a los seres humanos verdaderos?
Es momento oportuno para reiterar que la solidaridad debe llegar en cada instante que se necesite. La solidaridad cubana ha estado pronta y generosa ante la vida y la muerte. Los hechos lo demuestran irrefutablemente desde hace mucho tiempo.