Cuando en América Latina surgen los cambios políticos y sociales que desde siglos han esperado impacientes los pueblos, se manifiesta con una claridad meridiana la esencia de los problemas que hasta ahora urgen soluciones mejores y definitivas.
Tan pronto surgió la Revolución Bolivariana en Venezuela en el marco de las elecciones libres proclamadas con unción, hasta entonces, por las clases dominantes, inmediatamente la oligarquía junto a todos sus aliados inició su arremetida contra el poder que representaba a la mayoría, es decir, el pueblo. De ahí las denuncias reiteradas por Hugo Chávez sobre los planes de desestabilización puestos en marcha por la oligarquía venezolana, que llegó a materializar el fallido golpe de Estado. Durante este período, con el poder acumulado durante siglos, la oligarquía ha ensayado todos los métodos, legales e ilegales, para destruir el actual proceso revolucionario venezolano.
Otro tanto ha ocurrido en Bolivia tras el triunfo del gobierno de Evo Morales. La oligarquía, que no pudo impedir el acceso al poder de un líder revolucionario y popular, ha tratado, desde la oposición, de sabotear las medidas gubernamentales capaces de beneficiar a las grandes mayorías explotadas. Se han opuesto a todo el proceso que conllevó a la redacción de una nueva Constitución para el país y se opusieron contumazmente a la aprobación definitiva de la misma. Evo ha denunciado todas las acciones subversivas de la oligarquía, incluyendo las proclamas de autonomías en varios departamentos y, más recientemente, los intentos de sabotear la implantación de lo establecido en la Constitución aprobada por la mayoría del pueblo boliviano.
El presidente Rafael Correa ha denunciado las pretensiones de la oligarquía de impedir los cambios que impulsa en Ecuador después que se proclamó la nueva Carta Magna, mientras su gobierno y el pueblo luchan por el desarrollo de un proceso que ha denominado revolución ciudadana.
En todas partes en que se ha logrado el acceso al poder de gobiernos que pongan en riesgo los intereses inveterados y espurios de las oligarquías, éstas han puesto en marcha su maquinaria paralizadora y desestabilizadora. Para ello cuentan con una vasta experiencia en maniobras electoreras, con las confusiones ideológicas que han sembrado como semillas de la discordia, con los miedos creados a través de reflejos condicionados de carácter político, con el poder económico y financiero que acumulan producto de la explotación más atroz, con el control mediático que ejercen como dueños absolutos de los medios de información, con las alianzas internas y externas, que involucran al gobierno de los Estados Unidos y a otros gobiernos coligados en la política de injerencia en los asuntos internos de los países latinoamericanos.
Puede parecer que las denuncias y acusaciones contra las oligarquías por parte de los gobiernos que presiden Chávez, Evo, Correa, entre otros, obedecen al carácter socialista de sus propuestas políticas para estos países. Sin embargo, la esencia de este asunto no tiene nada que ver necesariamente con el surgimiento en ellos del socialismo como doctrina político-social proclamada en 1848 por Carlos Marx con su Manifiesto Comunista.
Este es un asunto de mucha mayor data. ¿Qué le parece, lector, si nos retrotraemos en el tiempo a una era anterior a la nuestra, es decir, antes de Cristo? Pensemos en el filósofo Aristóteles, nacido en el año 384 a.n.e., quien murió a los 62 años. Escribió muchas obras durante su vida. Pero entre ellas sólo mencionaremos su Política, donde encontraremos algunos juicios que pueden ilustrarnos sobre la esencia de las oligarquías de hoy como herederas de las que existían aún antes de Cristo.
Veamos algunos juicios y argumentos de Aristóteles sobre los regímenes políticos, y quizás no haya que seguir inventando mentiras para echarle la culpa al socialismo de algo que ya estaba claro antes de nuestra era. Decía Aristóteles: