Cuba

Una identità in movimento


Los Cultos Sincréticos. "Dioses sin Dueños"

Natalia Bolívar Aróstegui


Vino en un barco negrero
Del Africa Occidental
Y le atenazó el más fiero
Toque del sol tropical
(Manuel Serafín Pichardo, 1863-1937)


La iglesia católica no tiene el monopolio de Dios en Cuba. Desde que a esta isla llegó el primer negro esclavo, comenzaron a practicarse las religiones de origen africano y con el paso del tiempo devinieron las tres grandes creencias que existen en la actualidad: regla de Ocha o Santería, las reglas de Palo y la Sociedad Secreta Abakuá.

Las tres son cada vez más populares y gozan de muy buena salud, que es lo mismo decir de una aceptación creciente entre los pobladores de la mayor de las Antillas. Sus ritos son disfrutados tanto por practicantes como por cualquier otro cubano, dada la multiplicidad que se encuentra en una de estas ceremonias. Animales de corral son sacrificados en honor a los dioses, pero también hay comidas, frutas y aguardiente que los asistentes al rito, disfrutan como parte del homenaje a las deidades.

Increíblemente, un hecho que incluye arte, creencias, alegría, vida, amor, es valorado por desconocedores de la materia como religiones satánicas o diabólicas. Nada más lejos de la realidad.

El entorno sociocultural y económico en el que llegan a nuestro país las religiones africanas, y la somera revisión de que ha sido objeto su desarrollo como manifestación enraizada en Cuba, permiten afirmar que nos encontramos ante un fenómeno de autodefensa por parte de una religión primitiva y animista enfrentada a otra religión, la católica, que es aceptada universalmente.

La Santería — nombre popular con que ha bautizado nuestro pueblo a lo que verdaderamente se llama Regla de Ocha (Ocha = orisha: santo, deidad) — desde su aparición en Cuba con los primeros esclavos unidos en el temor implantado por la liturgia católica que infundía el pánico a sus mentes ingenuas, fue un culto individual, familiar, de hondas raíces. Vivió el esclavo asombrado ante el cambio de su estadio apacible en su Africa querida, por un régimen explotador que no podía entender; por el cruce de un océano lleno de peligros, encadenado y despojado de los hábitos de su vida diaria.

Algunos de ellos, de estirpe real y procedentes de tribus con sensibilidades artísticas y estéticas, trasladaron esos conocimientos a descendientes y contemporáneos, que sirven hoy a nuevas generaciones de cubanos de inspiración inagotable.

En las postrimerías de la primera mitad del siglo XVIII, los esclavos practicaban en sus Cabildos llamados "de nación", el culto a determinada deidad que imperaba en el seno de su tribu, en Nigeria, de la que procedían, ejemplo de ellas fue:

  • En la tribu de Oyó adoraban a Changó: Dios del rayo y del Trueno, deidad de la Guerra, dueño de la belleza viril y de los tambores Batá. Rey de Oyó. Sincretizado en Cuba por Santa Bárbara, Patrona de los Artilleros.
  • Las tribus de Egba, Nupe, Tapa, Abeokuta e Ibadan adoraban a Yemayá: Madre universal, deidad que representa al mar, fuente fundamental de la vida y es por ende dueña de las aguas. Madre de todos los orishas. Sincretizada en Cuba con la virgen de Regla, Patrona de la Bahía de La Habana y del navegante.
  • Las tribus de Ilesha, Ekiti y Ondo a Oggun: Dueño de los minerales, del hierro, de las montañas, del monte y las herramientas de trabajo. Sincretizado en Cuba por San Pedro. Dueño de las llaves divinas del Cielo.
  • Los de Ekiti, Osogbo, Iyesa e Ijebu a Ochún: Deidad dueña del amor, de la sexualidad, de la femineidad; símbolo de la gracia y la coquetería, dueña del río y las riquezas. En Cuba se sincretiza con la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba, protectora de mujeres gestantes y parturientas.

Así sucesivamente, podríamos repasar, comparando todo el extenso panteón que rige la vida religiosa y todas las historias de santos y orishas que representan las fuerzas de la naturaleza y hacen las delicias de creyentes e iniciados en los cultos afrocubanos.

Cada una de estas deidades tenía elementos propios que la hacían diferente de las demás, y sin embargo, poseían dos denominadores comunes: la piedra y el caracol, que coinciden en las nuevas tierras donde el esclavo ha llegado gracias a los cantos, lamentaciones por su tierra perdida y a los toques de tambores resonando para sus adorados orishas.

El negro africano, con su inteligencia primitiva pero ágil para entender su entorno, escondió, silenció a sus dioses, enmascaró sus creencias bajo la apriencia de haber absorbido las de los amos blancos. Pero en lo profundo de su mente siguieron prevaleciendo las fuerzas de la naturaleza, de lo desconocido; su lengua, tan rica en matices; sus toques, que con variaciones tonales que llaman y cuentan historias de sus venerados orishas. Es en fin, su Africa trasladada, transplantada, imbricada en cada país que recibió aquellos cargamentos humanos esclavizados que al final se asentaron en tierras desconocidas, lo que acabó por atraer la atención, en ese período, de una raza supuestamente superior, que sucumbió con su mestizaje al encanto y la fuerza de lo primitivo.

Ingenuidad graciosa de la inteligencia pura, de la memoria gigantesca propia de su lucha por la subsistencia, por ocupar su lugar — el lugar que tenían en sus tierras ancestrales — su libertad en llanos y bosques, en ríos y montañas, su igualdad social. De todos estos conceptos mamaron desde pequeños los criollos de nuestra América, pero sobre todo de Cuba, conformando su personalidad de raíces interoceánicas. Hábitos, costumbres, sentido de independencia, comidas, ética familiar, llevan la impronta de los yorubas, los ararás, los congos, los haussas, los carabalíes; en suma de las etnias que más contribuyeron con su aporte cultural y que renacieron en tierras del Nuevo Mundo.

De los lucumíes o yorubas recibimos el legado de su larga y rica tradición sociocultural, su altivez, su inteligencia y su susceptibilidad, que los hace difíciles de atropellar; de los ararás, su seriedad, su hermetismo, su valentía; de los congos, dulces y alegres, su adaptabilidad con rasgos de timidez, su desconfianza, su introversión y su dedicación a los ritos religiosos. También heredamos la hombría y el machismo característicos de los carabalíes, fieles amigos, soberbios, violentos, vengativos, indomables, pero con gran sentido de la familia; la alegría de vivir, las bromas, el choteo y las guasas las heredamos de los haussas y de los mandingas adquirimos la habilidad, el tesón, la generosidad, la capacidad como negociantes, la hospitalidad y la franqueza.

De todos ellos nos nutrimos diariamente y en esa síntesis encontramos al verdadero cubano, que preserva con todas esas virtudes y defectos, el hieratismo de las etnias africanas.

    ... Yoruba soy, soy lucumí
    Mandinga, congo carabalí.
    Atiendan, amigos, mi son, que sigue así:
    Estamos juntos desde muy lejos,
    Jóvenes, viejos,
    Negros y blancos, todo mezclado...
    (Nicolás Guillén, "Son Número 6")


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