Cuba

Una identità in movimento

El danzón: De Simpson a estas alturas

Madeleine Rodríguez Pernas



En su albor, el 1 de enero de 1879 no parecía diferir demasiado de jornadas similares destinadas a dar bienvenida al año nuevo.

Con las primeras horas de la mañana, la ciudad de Matanzas despejaba los sonidos sobrevivientes de la última noche de diciembre del 78, mientras algún que otro transhumante intentaba desandar la madeja de calles que lo separaban de su casa y encantadoras damiselas de tul y alabastro despertaban a la realidad tras decir adiós al sueño que las condujo a los brazos de algún imaginario amado.

Sin dotes de adivinos o profetas, los habitantes de la también conocida como Atenas de Cuba no podían vislumbrar la envergadura de la recién iniciada jornada llamada a inscribirse con tinta indeleble entre las fechas más trascendentales del acontecer cultural de la nación.

La tarde de ese propio día, en el Liceo de la ciudad, se estrenaban los acordes del primer danzón, titulado Alturas de Simpson y concebido por Miguel Faílde.

Muy pronto el novedoso tema musical y otros de su corte se colocaron en la preferencia de públicos de todas las edades y, con el correr del tiempo, el nuevo ritmo se convertiría en sello distintivo de la cubanidad y el carácter de los nacidos en la isla gracias a la cadencia y la sensualidad escondidas en sus compases de 2 por 4.

Luego de una introducción pletórica en notas espléndidas y durante la cual las parejas de bailadores representan o a veces protagonizan los rituales del cortejo, se asiste a una primera parte en que la melodía transcurre de modo más veloz que en la segunda puesto que está escrita para la agilidad del clarinete, instrumento que en las orquestas charangas, que no lo incluyen en su formato, es sustituido por la flauta.

Este género — derivado del conocido baile de figuras colectivo conocido como danza y de las conocidas Habaneras, ambos muy populares en la segunda mitad del siglo XIX — permitía al intérprete de la flauta hacer alardes de maestría y virtuosismo en pasajes escritos con configuraciones rápidas, precisamente para ese fin.

Luego viene nuevamente la introducción, con su ritmo más lento y asumiendo, esta vez, función de puente o empate tras el cual se pasa a la parte de los metales — violín en la charanga.

El último tiempo, por su parte, participa casi siempre de un movimiento acelerado que lo emparienta con la rumba o el son, según hace constar en su Diccionario de la Música Cubana el especialista Helio Orovio.

Otros danzones famosos como "El bombín de Barreto", "Marcheta", "Siglo XX", "Jibacoa", "La flauta mágica", "Almendra", "Papá Montero", "Tres lindas cubanas", "Las perlas de tu boca", "Flores negras", "Si llego a besarte", "Engancha carretero" y "El cadete constitucional", por sólo citar algunos, también se insertaron con melodía fina e inigualable, y por igual, en los exquisitos salones de la aristocracia habanera y en las modestas viviendas de los humildes operarios de industrias.

José Urfé añadió al género giros e influencias provenientes del son, en tanto Antonio María Romeu — conocido en el mundo artístico bajo el sobrenombre de "El mago de las teclas" — lo elevó a la categoría de Baile Nacional de Cuba.

Intérpretes cubanos de la envergadura de Fernando Collazo y Barbarito Diez hicieron del gustado ritmo toda una institución sobre la cual sustentaron los pilares de sus merecidísimas famas, asignándole a cada uno de los temas interpretados sus particulares e inigualables timbres y estilos.

Con el auge del son, allá por la década de los años 20 del pasado siglo, el danzón declinó en el fervor popular y dió paso a un nuevo ritmo conocido desde entonces como Danzonete.

En los años posteriores surgirían nuevos fenómenos de naturaleza musical y cambiarían las alineaciones de los grupos encargados de interpretarlos.

El danzón, aparentemente despojado de la realeza que otrora le acompañara, emigró hacia México, Puerto Rico, República Dominicana, Venezuela y otras naciones geográficamente allegadas a la Isla de su surgimiento en espera de tiempos mejores en los que vuelva a sonar como profeta en su tierra.

Veracruz, una de las más vistosas, prósperas y alegres ciudades cosmopolitas de la nación azteca le abrió sus brazos y desde entonces cuentan que es allí rara la celebración — aún entre aquellos que todavía clasifican como adolescentes o jóvenes — en que las parejas no sucumben al embelezo de su dulce melodía.

Cuba quiere de nuevo cobijar a su hijo pródigo y por tal motivo se apresta a celebrar el I Festival Internacional Danzón Habana, del 25 al 28 de marzo del año venidero.

Auspiciado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), el Ministerio de Cultura, el Instituto Cubano de la Música (ICM), el Consejo Nacional de las Artes Escénicas y el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), el encuentro contará con la participación de musicólogos, bailadores, agrupaciones musicales y de todos los amantes del género.

Los ya entrañables círculos de Amigos del Danzón, por esa fecha, volverán a extender sus brazos más allá de los lugares donde habitualmente se reúnen para dejar que suenen, en nuevos sitios por reconquistar, las depuradas interpretaciones de orquestas y solistas aún hoy consagrados a ese ritmo.

Subsedes del festival — en el que también se incluye un coloquio dedicado al análisis de temas relacionados con la génesis e historiografía del género — serán las localidades de Santa Cruz del Norte, Madruga y San Antonio de los Baños, en las cuales se conserva una parte significativa del patrimonio de grandes compositores y renovadores del danzón.

Agrupaciones de ejemplar maestría interpretativa como la Aragón, las charangas All Stars y la de Guillermo Rubalcaba, las orquestas América, la de Enrique Jorrín, las Estrellas Cubanas, Siglo XX, Renacer de Santa Clara, la cienfueguera Loyola y la Compañía Folklórica Cubana JJ, imprimirán nuevos aires de contemporaneidad a míticos danzones cuyos orígenes se sumergen en el tiempo.

El danzón merece ese regalo. Y Cuba también.


CUBARTE
Año IV, Número 1, 09 de enero del 2004



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