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Cuba |
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Una identità in movimento | ||
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Símbolos emblemáticos habaneros
Angela Oramas Camero
El Templete y la Giraldilla trascienden los siglos envueltos en hermosas leyendas, salvados por la tradición oral de los habaneros que los veneran y elevan a la categoría de símbolos emblemáticos de la capital cubana. Así, el Templete fue la primera obra arquitectónica del movimiento neoclásico alzada en La Habana, durante el período colonial, y muy cerca de este pequeño edificio se halla la estatuita de la Giraldilla, en la cima de la torre y campanario del Castillo de La Real Fuerza, realizada para que originalmente tuviera la función de veleta de los vientos y guiara a los barcos por el mejor rumbo marino, hacia Sevilla, el único destino de las flotas españolas cargadas con los tesoros de América.
La leyenda de La Giraldilla se vincula al amor que sintió Doña Isabel de Bobadilla, hija del Conde de la Gomera, por su esposo, Hernando de Soto, quien fuera Capitán General de la Isla de Cuba y Adelantado de la Florida, en 1538. Luego de obtener lauros militares en las expediciones de conquista de Nicaragua y Perú, De Soto arribó a San Cristóbal de La Habana con la misión de construir una fortaleza para defender a esta villa de los ataques de corsarios y piratas. Apenas permaneció un año en La Habana, pues en 1539, Hernando de Soto partió hacia la Florida, al mando de 900 hombres en nueve naves y con 300 caballos. En su prolongado periplo, una antigua creencia lo guió a las márgenes del río Mississippi, donde pensó encontrar la Fuente de la Juventud. Sin embargo, allí halló la muerte a los 43 años de edad, luego de enfermar de fiebre amarilla, por causa de las picadas de mosquitos.
En la villa de San Cristóbal, doña Isabel había quedado a la espera del esposo; la desesperación por el rencuentro la obligaba otear el horizonte de la bahía largo tiempo, cada día, mientras duraba la claridad del sol, lo cual hacía desde la rústica torre de vigía de su morada. Decenas de años más tarde, el escultor y fundidor habanero Jerónimo Martín Pinzón (1607-1649) esculpió una artística veleta, La Giraldilla, destinada a indicar el mejor viento, una información preciosa para los barcos que en el puerto de La Habana esperaban salida. La estatuita de figura femenina, realizada en bronce, fue inspirada en la moruna giralda de la Catedral de Sevilla. Pero, los habaneros de entonces pensaron que ella evocaba a doña Isabel de Bobadilla, y la envolvieron en la leyenda de su amor y el regreso de la nave que le devolvería el amado.
La Giraldilla tiene 110 centímetros de altura y porta en la mano izquierda la Cruz de la Orden Militar española de Calatrava; su cabeza está coronada y su rostro es de facciones indocubanas. En su pecho fue inscrito dentro de un medallón el nombre de su escultor. Finalmente, la graciosa veleta, mirando al mar, fue colocada sobre la torrecilla de vigía construida en el extremo del baluarte noroeste del Castillo de la Real Fuerza, frente a la entrada del puerto de La Habana. Hoy la pieza original se exhibe en el Museo de la Ciudad y sobre el elevado del mencionado castillo existe una fiel reproducción, que sugiere el saludo al viajero llegado por la ruta marina.
Por su lado, El Templete, ubicado frente a la Plaza de Armas de la ciudad habanera antigua, da reconocimiento a la leyenda centenaria de que bajo la sombra de una frondosa ceiba, existente en ese sitio, fueron celebrados la primera misa y el primer cabildo de San Cristóbal de La Habana, en 1519, el mismo año de la fundación de esta villa. No obstante la tradición oral de siglos, algunos historiadores, antiguos y otros contemporáneos, ponen en duda la existencia de la mencionada ceiba. Asimismo, muchos investigadores refieren que, efectivamente, en ese lugar hubo una ceiba a cuyo tronco eran amarrados los esclavos negros para ser azotados.
En 1754, el entonces gobernador de Cuba, don Francisco Cagigal, para conmemorar la fundación de San Cristóbal de Las Habana, mandó a erigir en el citado sitio una columna de tres caras que ostentaba en lo alto una imagen de la virgen del Pilar y en su base dos inscripciones alusivas a los supuestos acontecimientos que han sido recogidos y conservados en los textos de historia.
Veamos la opinión dada al respecto por Fernando Ortiz:
"El simbolismo de la ceiba de El Templete no era de carácter religioso y representaba por sí misma y en virtud de la consagración cívica que de ella se hizo, algo más que un hecho histórico. Sabemos que a los negros recalcitrantes se les condenaba a ser azotados en la ceiba, como recuerda Pérez Beato, pero no compartimos la opinión de éste en el sentido de que esa ceiba debió ser abominable. No. Creemos que la ceiba de El Templete fue el antiguo y permanente emblema de libertades ciudadanas que conservamos en Cuba".
De acuerdo con la leyenda, al desaparecer la ceiba primitiva, fue allí mismo sembrada otra, que más tarde sería también remplazadas por otras. En 1828 fueron alzadas tres ceibas, de las que sólo arraigó una, y como el tiempo deterioró la columna de Cagigal, en ese año, se levantó un monumento mayor, El Templete.
En la actualidad, se mantienen con vida las tradiciones relacionadas con la ceiba y El Templete. De ahí que las fiestas de San Cristóbal se inicien unos minutos antes de la medianoche del día 15 de noviembre. En ese lapso, el Historiador de la Ciudad de La Habana sale del Palacio de los Capitanes Generales y se encamina hacia El Templete, portando una de las copas de votación (utilizadas en el antiguo ayuntamiento habanero), con centavos que toma y lanza a su paso, seguido de una gran cantidad de público. La comitiva se detiene un instante frente a la ceiba de El Templete, para luego darle la vuelta al simbólico árbol, pidiéndole ver cumplidos sueños y deseos.
El Templete y la ceiba continuarán dueños de la veneración de los cubanos porque han adquirido carácter histórico y cultural, no obstante las dudas que pesan sobre la autenticidad de los motivos que determinan tal distinción. La fronda de la ceiba hermosea el paisaje de la Plaza de Armas, junto a El Templete, el cual sugiere que a sus pies se extendió la primitiva Habana, cuando en 1519 fuera trasladada la villa a la costa norte por las ventajas que entonces ofrecía como base y asistencia al reconocimiento y conquista para España de las tierras del fabuloso Noroeste (Yucatán y México), y luego La Florida, y a su muy conveniente ubicación geográfica, al facilitar a los veleros hispanos una rápida vuelta a Europa.
El Templete arquitectónicamente está inspirado en su homónimo de la ciudad vasca de Guernica, mayor y también con significativos valores históricos, con un gran árbol de roble. El pequeño edificio neoclásico de La Habana tiene en su interior tres grandes pinturas murales realizadas por el francés Jean Baptiste Vermay, inspirados en el acto fundacional de la villa, la inauguración del recinto y la bendición de la Ciudad por el obispo Juan José Díaz de Espada y Landa. Vermay, cuyas cenizas se guardan en El Templete, fue pintor de Napoleón I, en París, e ingresó a Cuba cuando la corriente migratoria francesa, una vez destruido el imperio napoleónico. Curiosamente, detrás de El Templete se halla la calle más pequeña de La Habana, llamada Enna, tiene algo más que un metro de ancho y varios de largo.
Pero no sólo la curiosidad mueve andar por las calles y callejuelas de la parte más antigua de La Habana, La Habana Vieja. Recorrer sus 142 hectáreas es como se viajara en la máquina del tiempo por alrededor de cinco siglos, para adentrarnos en épocas especialmente de la colonia española, a través de suntuosos palacios, basílicas de hechura mudéjar, fortalezas y residencias medievales y renacentistas, con sus estilos importados al Nuevo Mundo desde la Europa lejana. Todo este tesoro histórico y cultural motivó a la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO, para que en el 14 de diciembre de 1982, declarara Patrimonio de la Humanidad al Centro Histórico y las fortificaciones coloniales de la Ciudad de La Habana.
Cuba. Una identità in movimento
Webmaster: Carlo Nobili — Antropologo americanista, Roma, Italia
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