Cuba

Una identità in movimento

El Siglo de Alejo Carpentier

Roberto Fernández Retamar



Congreso Internacional El siglo de Alejo CarpentierEl 4 de abril de 1978, después de recibir en el paraninfo de la Universidad Complutense el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes de manos de S.M. el Rey de España D. Juan Carlos, Alejo leyó su texto "Cervantes en el alba de hoy", e imaginó en él una fiesta grande que ocurrió el domingo 9 de octubre de "un día de otoño ya muy lejano", en la "magnífica ciudad de Alcalá de Henares", cuando tuvo lugar la ceremonia del bautismo de Cervantes. Se trató de una

"... fiesta de muchísimos personajes — de tantos y tan renombrados personajes que el mismo historiador Cide Hamete Benengeli, de haber estado presente, hubiera perdido la cuenta de ellos, por lo numerosos".

Y añadió:

"... al memorable y jubiloso bautismo asistieron, entre muchos otros, las señoras Emma Bovary, Albertina de Proust, Ersilia de Pirandello y Molly Bloom, venida especialmente de Dublín, con su esposo Leopoldo Bloom y su amigo Stephen Dedalus, el príncipe Mishkin, el cándido Nazarín, taumaturgo sin saberlo, y hasta un Gregorio Samsa, de la familia de los Kafka — aquel mismo que, una mañana, había amanecido transformado en escarabajo — pertenecientes todos a la [...] cofradía de la dimensión imaginaria, fundada, con su llegada al mundo, por quien iniciaba entonces su existencia entre nosotros. Y es que con Miguel de Cervantes Saavedra — y no pretendo decir ninguna novedad con ello — había nacido la novela moderna".

Hoy, en vísperas de conmemorar el centenario de Alejo Carpentier, se anuncia otra fiesta de personajes aún más numerosos, muchos de los cuales, precisamente, fueron creados por el extraordinario cubano cuya secularidad celebramos. Tales personajes proceden de sus novelas Écue-Yamba-Ó , pero sobre todo de El reino de este mundo, con el que inició un ciclo admirable que incluyó también Los pasos perdidos, El acoso y El siglo de las luces; y un segundo ciclo formado por El recurso del método, Concierto barroco, La consagración de la primavera y El arpa y la sombra. Como si ello no bastase, muchos otros personajes imaginados o transformados por Alejo asoman sus rostros en los ballets La rebambaramba y El milagro de Anaquillé y en la ópera bufa Manita en el suelo; y en los relatos El camino de Santiago, Viaje a la semilla y Semejante a la noche (publicados conjuntamente con la novela El acoso en su libro Guerra del tiempo), en otros dispersos, y en páginas que dejó inconclusas, además de la obra de teatro La aprendiz de bruja. Ese impresionante conjunto, que lo hace uno de los fundadores y protagonistas de la moderna literatura de nuestra América, fue paralela a otra faena descomunal: la que desempeñó como periodista, faena gracias a la cual informó de la vida cultural de su momento desde la adolescencia. Los órganos de prensa en que colaboró fueron numerosos y de muy variados países. Por ejemplo, hace unos veinte años Araceli García-Carranza realizó un catálogo de más de mil setecientos artículos que Alejo escribió para la columna "Letra y solfa", en el mejor momento del periódico caraqueño El Nacional. Nacieron durante los fértiles años, entre 1945 y 1959, que Alejo vivió en Venezuela, donde alcanzó su madurez literaria (como le había ocurrido a Martí, también en Caracas, en 1881). Y habían sido antecedidos (y luego acompañados) por los que enviara a publicaciones periódicas de Cuba y otras tierras. En Cuba inició su tarea literaria y allí (aquí) se formó para siempre. La larga y fructífera estancia de Alejo en Francia, entre 1928 y 1939, así como su condición bilingüe, han confundido a algunos que han creído ver en él un representante más del latinoamericano ganado por las tempestades o las brisas de Europa. Nada más lejos de la verdad. El Alejo que por razones políticas harto conocidas sale de La Habana aquel 1928 con los papeles de su fraterno Robert Desnos y permanece más de una década en París (con el hiato de la Guerra Civil de España, cuando participó en su memorable Congreso en defensa de la cultura y escribió fuertes páginas contra la barbarie fascista) era ya un hombre formado. Y formado en el fuego de un ambiente en que se cruzaban las aspiraciones políticas y sociales de un país neocolonial en lucha por liberarse, con inquietudes artísticas que encontrarían pleno desarrollo años después, sobre todo en la propia obra de Carpentier. Sin duda su vinculación en Francia con el grupo surrealista habría de serle importante, y esto es válido incluso cuando rompió con él, considerando que sólo le sería dable ser allí un epígono. Pero buena parte de la ulterior discusión teórica de Alejo se haría teniendo a la vista la magna aventura surrealista. En Cuba había vivido ya a fondo las inquietudes políticas y estéticas de una época de fundación sofocada entonces. Un año antes de viajar a París, estuvo entre los firmantes de la memorable "Declaración del Grupo Minorista" que redactara en 1927 Rubén Martínez Villena, cuyo magisterio reconoció siempre Alejo. Por suficientemente conocidos no repito aquí todos los puntos de aquella "Declaración" en la que, de modo elocuente, se mezclaban las reivindicaciones "por el arte vernáculo y, en general, por el arte nuevo en sus diversas manifestaciones", junto a otras "por la independencia económica de Cuba y contra el imperialismo yanqui" o "por la cordialidad y la unión latinoamericanas". Ya en un artículo de 1931, América ante la joven literatura europea, donde comentaba el único número de la revista Imán, cuya jefatura de redacción ejercía, dijo:

"Si he creído útil, en los terrenos del periodismo, el dar a conocer los valores más representativos del arte moderno europeo, me he separado siempre del viejo continente en mi labor personal de creación".

Y en 1975, en su Problemática del tiempo y el idioma en la moderna novela latinoamericana, sería más explícito al proclamar que, radicado por razones políticas en Francia a partir de 1928,

"... se me presentó un dilema: escribir en francés, o escribir en español. No vacilé un solo minuto: escribir en francés aquello que me ayudaba a vivir — artículos, ensayos, reportajes que publicaba la prensa — pero lo que era mío, lo que era mi expresión, lo que era mi literatura, lo escribía en castellano".

Que el ideario de aquella "Declaración" habanera coincidía con el del joven Carpentier lo ratifica, entre muchísimas cosas, un texto que permaneció prácticamente desconocido durante cerca de medio siglo, y que el propio Alejo, a solicitud nuestra, nos entregara para la sección "Páginas salvadas" de la revista Casa de las Américas, donde apareció en su número 84, mayo-junio de 1974: su "Carta abierta a Manuel Aznar sobre el meridiano intelectual de Nuestra América", publicada originalmente en el Diario de la Marina el 12 de septiembre de 1927, el mismo año de la "Declaración del Grupo Minorista", y provocada por un insensato artículo eurocéntrico aparecido en la madrileña Gaceta Literaria. Para entonces, a pesar de su juventud, Alejo tenía el conocimiento profundo no sólo de aspectos fundamentales de su país, lo que incluía una familiaridad inusual con aportes africanos a distintas manifestaciones nuestras, sino además de muchas de las grandes creaciones contemporáneas mexicanas, pues a mediados de la década Alejo había visitado México, país que vivía a la sazón una efervescencia tanto política como artística que irradiaba sobre todo nuestro Continente. El periódico El Machete defendía allí aspiraciones de revolución social mantenidas por figuras cimeras de la plástica de aquel país. Rivera y Orozco, aun no considerados las grandes figuras que eran, le habían ganado el corazón para siempre al joven cubano. En aquella carta a Aznar, Alejo apunta que, a diferencia de lo que sucedía entonces en Europa,

"... en nuestra América [...] las cosas ocurren de muy distinta manera. Si los observa usted, verá que hay un gran fondo de ideales románticos tras los más hirsutos alardes de la nueva literatura latinoamericana. Desde el río Grande hasta el estrecho de Magallanes, es muy difícil que un artista joven piense seriamente en hacer arte puro o arte deshumanizado. El deseo de crear un arte autóctono sojuzga a todas las voluntades. Hay maravillosas canteras vírgenes para el novelista; hay tipos que nadie ha plasmado literariamente; hay motivos musicales que se pentagraman por primera vez (recuerdo que Diego Rivera me decía que hasta el año 1921 nadie había pensado en pintar un maguey). Estas circunstancias son las que propician ciertos ideales románticos: nuestro artista [...] ve algo más que un elevado juego en sus partos intelectuales. A veces sueña dejar sus huesos en algún Misolonghi andino. Y esto le induce a menudo a adoptar actitudes que en Europa resultarían completamente inverosímiles".

Esas palabras de la carta a Aznar concluyen con una posdata no menos aguda que las líneas transcritas. Dice allí Alejo:

"Me parece que nunca, en América, se acudió a la literatura francesa más que para encontrar la solución a ciertos problemas de métier, que interesan a todos los que intentan traducir matices del espíritu nuevo. Y ya sabe usted que la literatura gala de ahora — más inquieta que medular — se afana en resolver esos problemas".

Acaso sin proponérselo, en ese texto juvenil Alejo produjo un importante manifiesto. Para entonces, su producción literaria estaba prácticamente por hacer. La carta era una flecha disparada al porvenir. Lo sorprendente es la vigencia de esa flecha, que mucho tiempo después hizo a aquellas palabras tempranas dignas de situarse junto a otras de madurez como Tristán e Isolda en Tierra Firme (ensayo editado en Caracas, en 1949, que también había permanecido casi olvidado hasta que la revista Casa de las Américas lo republicara en su número 177, noviembre-diciembre de 1989, autorizada por la entrañable Lilia Carpentier, quien también nos diera para esa ocasión las páginas iniciales de la novela en que Alejo trabajaba al morir), el prólogo a la primera edición de El reino de este mundo (que después crecería hasta volverse De lo real maravilloso americano, incluido junto con varios de estos ensayos y otros en Tientos y diferencias, México, 1964), Literatura y conciencia política en América Latina, Problemática de la actual novela latinoamericana, Papel social del novelista, el conjunto de conferencias que reunió en 1975 con el título Razón de ser, o La novela latinoamericana en vísperas de un nuevo siglo. La lectura de estos materiales a menudo polémicos revela la penetración constante con que Alejo fue viendo no sólo su obra sino la que estaba por hacer, y también la de otros escritores y artistas, todo lo cual ratifica la justeza de José Antonio Portuondo cuando subrayó el alto valor teórico de muchos textos de Carpentier.

Pero sin duda fue su ficción la que le dio la primacía que ostenta su obra. Sólo que esa obra no puede verse desvinculada del músico que llevaba dentro, según palabras suyas, quien nos dio en 1946 la primera historia orgánica de la música en Cuba; del comentarista de literatura, artes plásticas, cine, ballet; del renovador de la radio, que en un momento creyó que de ella saldría un arte nuevo, como había sido el caso del cine; del promotor cultural que organizó en el Lyceum de La Habana, en 1942, la primera exposición personal de Picasso en la América Latina; del editor erudito y audaz. Y, quiero destacarlo, de la criatura nada neutral, que una y otra vez abrazó causas justas: sufrió en su juventud prisión política por combatir un régimen tiránico en Cuba; defendió a la agredida República Española; combatió en sus artículos al nazismo; se identificó plenamente con la Revolución Cubana, que lo movió a regresar a su patria y ponerse a disposición suya; fue testigo directo y denunciante de la guerra monstruosa que los Estados Unidos le infligieron a Vietnam; murió en su puesto, como un soldado de la guerra de su tiempo.

La Casa de las Américas considera un alto honor que la Comisión Organizadora del Centenario la haya escogido para organizar este Congreso, pero por otra parte era natural que ocurriera, dados los vínculos tan estrechos que Alejo mantuvo con ella prácticamente desde su fundación. Se sabe que él diseñó las bases del concurso que acabó llamándose Premio Literario Casa de las Américas, y sugirió los nombres de los integrantes del primer jurado, la calidad de cuyas obras marcó un nivel que caracterizaría a los venideros, los cuales a menudo contaron con su presencia. Colaboró frecuentemente en la revista que es órgano de la institución, y acaba de crear una colección de materiales aparecidos en ella cuya entrega inicial recoge textos de Alejo que vieron la luz allí. La presidenta y alma de la Casa, la compañera Haydee Santamaría, que tanto lo admiró y quiso, viajó a España para asistir a la recepción por Alejo del Premio Miguel de Cervantes. Puede decirse que Alejo fue uno de los hacedores de la Casa. Pero comprendemos que su dimensión nos desborda, como desborda a su patria y aun a nuestra América toda. Es un escritor de envergadura mundial. Lo que no está en contradicción con la fidelidad que toda su obra guardó al ámbito no sólo cubano, sino latinoamericano y caribeño. En más de una ocasión (incluso al recibir el Premio Cervantes) citó e hizo suyas las palabras de Miguel de Unamuno según las cuales

"... hemos de hallar lo universal en las entrañas de lo local, y en lo circunscrito y limitado, lo eterno".

Así procedió él.

Nos parece muy acertado el nombre de este Congreso. No es sólo la glosa del título de una de sus grandes novelas. Es que Alejo Carpentier es de los seres humanos que supieron encarnar, en sus luchas, sus creaciones, sus dolores y sus esperanzas, el convulso siglo XX. Y por haber sido a cabalidad un hombre de su época, seguirá siéndolo mientras la humanidad perviva en este asendereado planeta.


Palabras en la inauguración del Congreso Internacional "El siglo de Alejo Carpentier", realizado en la Casa de las Américas entre el 8 y el 12 de noviembre de 2004.


Fuente: Casa de las Américas



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