Escribo Seiba con "S" y en mayúsculas, como lo hacía nuestro José Martí quién sabe por que razones. Escribo Seiba, y no hay más que decir, para los pobladores de San Agustín. Todos saben de que estamos hablando, de qué lugar, de qué espíritu, de qué centro cultural, de qué Iglesia, de qué sombra y de qué brisa.
Todo lo que se haga a partir de ahora, respecto a nuestra Seiba, no la revivirá. Lo que la Naturaleza ha tardado más de un siglo en construir nosotros lo hemos arruinado en medio día. Somos realmente muy eficientes. Ya se sabe: destruir es cuestión de segundos; será por eso que resulta tan excitante y atractivo para muchos. Quizás el mejor castigo ya se lo procuro la Seiba misma, al lanzar aquellas abejas contra "el leñador" que serraba con maestría e intrepidez cada uno de sus macizos brazos. Lo otro que podamos hacer no será para su beneficio, no se nos escapa. Sin embargo, escribimos esto. Algún cauce debe tener este dolor y este desconcierto, algo tiene que suceder aquí, o será lo mismo que abrirle las puertas a la impunidad.
Lo primero que queremos saber es quién se auto-otorgó el título de propiedad de ese árbol, y quién, interpretando el deseo popular, llegó a la conclusión de que talarlo significaba la solución a determinado problema ¿Donde está la consulta popular? ¿Cómo una acción tan drástica y definitiva puede ser tomada a espaldas de los implicados (la comunidad)? Porque todos estamos implicados, no solo la doctora y su familia y el Consultorio. Todos los que crecimos y los que llegamos a ella, y pasamos bajo sus ramas a diario, y tememos en cada ciclón el destino de ella y de los seres humanos que la rodean, y que tememos también por nuestros inmuebles (pocos, viejos y deteriorados), todos los que amamos la vida y la Naturaleza, los que comprendemos el significado y la necesidad de ese árbol y los que no la comprenden, todos tenemos derecho a que nos respeten y a hacer valer el derecho de ella.
Allá estaba el delegado de nuestra circunscripción (Nº 30), asintiendo y aprobando con su presencia tal demostración de barbarie. ¿Es él quien lee nuestra voluntad? ¿Es él quien ha decidido? Allá estaban los representantes de Áreas Verdes Provincial (chapa HVW360), del Consejo de la Administración Provincial de Ciudad de La Habana, congratulándose entre ellos, muy sonrientes, y tomando fotografías antes y después, un trabajo registrado, como se ve, y definitivamente en defensa de las áreas verdes de la ciudad. Allá estaban los obreros, ejecutando las orientaciones recibidas con verdadero entusiasmo y fruición.
La gente, la comunidad, esos quedaron en la periferia observando, como quien mira una obra divina, la inevitabilidad del acontecimiento. No podían cuestionarse la legalidad y legitimidad de esa acción, pues una gigantesca grúa (chapa HUT317) parecía ser una evidencia inapelable. Algunos se persignaron, otros preguntaron, una señora lloró, muchos detuvieron sus bicicletas para fijar aquel momento, pero no hicimos más que eso, mirar desde la seguridad de la inacción.
Al parecer la chispa que desencadenó esta acción fue el estado constructivo del Consultorio del Medico de la Familia Nº5, inmueble con aproximadamente 15 años de construido, y que nunca ha sido sometido a mantenimiento ni reparación. Los proyectistas de esta obra decidieron ubicar la casa a escasos metros de la centenaria Seiba, quizás pensando en la belleza del lugar, la sombra y el buen ambiente que se propiciaba, pero... ¿no se debió considerar en aquel momento el potencial peligro a que se sometía ese inmueble y sus habitantes? ¿faltaba espacio en San Agustín? ¿por qué debe pagar la Seiba el error de otros? ¿no estaba ella ahí desde muchísimo antes?
Por otra parte, los trabajadores de Áreas Verdes reconocen perfectamente la diferencia entre podar y talar, y saben que la poda debe ser la mínima necesaria para que el potencial accidente no ocurra. Ellos tenían la orden de podar, según me dice uno de los obreros. Estoy convencido que una poda bien estudiada hubiera resuelto el problema que, dicho sea de paso, no era la posibilidad de que se cayera el árbol, que gozaba de perfecta salud y cuyas ramas cortadas han sido de mas de 1 metro de diámetro. Este coloso ha resistido los embates de todos los huracanes que han pasado por este sitio en los últimos 100 años, y prometía seguir resistiendo.
En última instancia, si el análisis de los especialistas no concordara con este mío (como sucedió al parecer) bien podrían haber trasladado el Consultorio a otro sitio. Claro, el antropocentrismo que nos corroe, esa falsa certeza de que somos el centro del universo y que todo gravita en torno nuestro, no parece haber sido desterrado de nuestra mentalidad; y es mucho más rápido (y sobre todo menos costoso) aniquilar aquello que nos molesta.
Es casi increíble que una actitud tan rústica e inculta tenga cabida en nuestra sociedad, que se precia de estar entre las más avanzadas del mundo en el tema de la cultura, que imparte clases de ecología por TV, que enseña en sus escuelas la importancia de la conservación de la Naturaleza.
Hay una gran contradicción entre la obra de amor y conservación del patrimonio arquitectónico y natural que lleva a cabo la Oficina del Historiador de la Ciudad, con este salvajismo que acabamos de presenciar. Nos emocionamos al ver cómo, después de un huracán, los árboles derribados en la Habana Vieja fueron trasplantados, y nos dolemos al ver como es muerta esta bella Seiba, en pleno esplendor. Nos alegra y nos llena de orgullo que un vecinito nuestro gane un concurso internacional de dibujo infantil hace pocas semanas, con un dibujo contra la deforestación; y nos avergüenza que el taller comunitario de donde proviene (Coloreando mi barrio) radique a 2 cuadras del sitio donde tan inhumana acción tuvo lugar.
¿Quién debe responder ante el pueblo de San Agustín?
¿De qué forma los responsables de este acto de crueldad resarcirán a los que hemos sido afectados con esa medida impensada?
¿Cuándo y de qué forma se van a aplicar las leyes que en materia de conservación y protección al medio ambiente existen?
Pido por nosotros, no por la Seiba, a ella ya no hay manera de salvarla; y quizás pido también para las otras potenciales dianas del "afán de leñador" que nos invade en esta época de huracanes y desconcierto.
Página enviada por Jesús Guanche
(24 de diciembre de 2004)