Las islas del mar del Caribe constituyen la "antesala" o el "traspatio" de América. Allí se forjó la primera imagen captada por los españoles del nuevo continente, que hizo tomar conciencia definitiva a los europeos — según José Juan Arrom —, de la existencia de varios "mundos" integrados en una sola corteza terrestre. Más de cincuenta islas conforman la Antillia[1], con una superficie de 238.000 km2. En ellas habitan cerca de 30 millones de personas. Constituyen 29 unidades políticas de las cuales todavía 12 son colonias[2]. Esta constelación nace entre las penínsulas de la Florida y Yucatán, y describe un arco que se extiende hasta las costas de Venezuela. Forman cuatro grandes grupos: las Bahamas, próximas a la Florida; las Antillas Mayores — Cuba, Jamaica, La Hispaniola y Puerto Rico —; las Antillas Menores, a su vez subidivididas en islas de Sotavento (de Puerto Rico a Guadalupe) y de Barlovento (de Guadalupe a Granada); por último, el conjunto de aquellas cercanas a la costa de Venezuela: Trinidad, Tobago, Margarita, Aruba, Curaçao y Bonaire[3].
El tranquilo mar del Caribe — o embravecido repentinamente por la furia ciega de los huracanes —, cuyo color turquesa tiñe los bordes de las irregulares costas; la frondosa vegetación sobre los ondulantes territorios de las islas y el tórrido clima tropical, establecen el carácter de la naturaleza predominante. Así la definió Nicolás Guillén, al decir:
Trópico,
tu dura hoguera
tuesta las nubes altas
y el cielo profundo ceñido por el arco del Mediodía.
Tú secas en la piel de los árboles
la angustia del lagarto.
Tú engrasas las ruedas de los vientos
para asustar las palmeras.
Tú atraviesas
con una gran flecha roja
el corazón de las selvas
y la carne de los ríos.[4]
El "exotismo" de América aportó el necesario contexto de las sociedades ideales renacentistas: en La Nueva Atlántida de Bacon se habla español y La Ciudad del Sol de Campanella está referida al imperio Inca. Las islas del Caribe aparecen en la imagen ambiental de la Utopía de Tomás Moro[5]. La razón europea, a través de Cristóbal Colón, se "maravilla" ante la hermosura de la naturaleza encontrada en una tierra fragmentaria que preludia la búsqueda real e ilusoria de las riquezas prometidas y esperadas del lejano oriente: por una parte Cipango; por otra la Fuente de la Juventud o el Dorado. Comienza la integración cultural al adoptarse los nombres locales indentificadores del territorio insular: Borinquen (tierra de muchos burenes); Quisqueya (isla grande que no la haya mayor); Haití (tierra montuosa); finalmente Cuba, la isla grande (tierra, territorio).
Para los atónitos navegantes resultan paisajes surgidos del reino de la imaginación, poblados de seres fantásticos que expresan la identidad, a la vez ambigua, de lo "maravilloso-monstruoso"[6]. Aparece la imagen de la "otredad" alternativa al sistema de valores del Viejo Mundo: la evasión hacia una Arcadia idílica e inalcanzable — el contexto del Buen Salvaje de J.J. Rousseau —, o la negación de un universo irracional, decadente e inferior, con el cual se identificará el espacio americano. Perdura a lo largo de siglos el juicio emitido por la reina Isabel La Católica: "En esa tierra donde los árboles no se arraigan, poca verdad y menos constancia habrá en los hombres"[7]. Sin embargo de esta pertenencia a un mundo "otro" surgirá la noción de "criollo" y de "mestizo", elaboradas en el pensamiento de los precursores: Bolívar y Martí[8] abren la perspectiva de las ideas libertarias americanas. Seguidas finalmente por las categorías de "real maravilloso americano" y de los "contextos", forjadas por Alejo Carpentier en la fusión del mundo haitiano con el pensamiento surrealista francés, que aportan la óptica indispensable para describir la inesperada y sorprendente realidad del universo americano. Simbiosis que le permite aproximarse a la tantálica dimensión de la naturaleza, a la profusión de razas, al caleidoscopio cultural y a los inusitados fenómenos — humanos o naturales —, tan diferentes de la escala europea: "la desproporción es cruel por cuanto se opone al módulo de la euritmia pitagórica, a la belleza del número, a la sección de oro"[9].
Contradicciones presentes en toda la historia del Caribe desde la primera percepción de la realidad física realizada por Colón: por una parte reconoce la naturaleza fermosa — asimilacieon visual que se remonta a los atributos del dolce stil nuovo del Decamerón[10] —; por otra responde a la dinámica del incipiente capitalismo, en la búsqueda de riquezas apropiables (oro o tierra) para la corona española[11]. Es la antítesis entre el paisaje productivo de la plantación cuya forma coincide con la férrea explotación de millones de hombres, y el ambiente lúdrico, exuberante y sensual, utilizado primero por los terratenientes europeos y luego por el turismo utilitario y manipulador del "Primer Mundo". Dualidad a la vez presente en el ciclo climático que condiciona el tiempo vital de los seres humanos: a la calma armónica del sol brillante sobre el terso mar y el denso verde de palmas y árboles, le sucede la furia incontrolable de huracanes y ciclones que arrasan y destruyen el mundo material[12]. Resulta un tiempo irregular e inconexo, ajeno a la secuencia lineal del reloj y del calendario, ajeno al orden cartesiano del racionalismo europeo.
Antinomia vigente también en el plano social. Ha sido demostrado el carácter originario pacífico de los primitivos habitantes de las islas mayores — taínos ("tai-no", nosotros los hombres) y ciboneyes[13] —, frente a la agresividad de los caribes quienes, provenientes de tierra firme, poblaban las islas menores. Sin embargo, éstos caracterizaron la imagen pregnante de la región. Aunque Colón habla de "Caniba" refiriéndose a la gente del Gran Can (suponía haber llegado a las Indias)[14], la figura del caníbal está presente en la denominación del Caribe. Es la contraposición entre el salvaje Calibán, sometido y despojado de sus bienes, y el civilizado Próspero, quien lo educa y lo sojuzga, personajes protagónicos en "La Tempestad" de Shakespeare. Es la distancia existente entre el Paraíso encontrado[15] y la Leyenda Negra, símbolo del genocidio que los españoles llevan a cabo en las islas[16]. El sistema cíclico se cumple inexorablemente: los indios son exterminados violentamente por los colonizadores, negados a someterse al trabajo esclavo para extraer las riquezas de la naturaleza pródiga: para ello deben repoblar por la fuerza los territorios insulares y abrir así una nueva etapa de la historia. De aquí surge otra ambiguedad inherente a la idiosincracia social antillana: la violencia explosiva que se alterna con la serenidad reflexiva.
Manos negras para una riqueza blanca
En sus cuatro viajes a América, Colón visita la mayoría de las islas del Caribe. Luego, España ocupa las principales del arco antillano, pero, descubierta tierra firme, orienta sus esfuerzos hacia la apropiación de centro y suramérica, poseedoras de las anheladas riquezas minerales. Durante más de un siglo, los ibéricos dominan incuestionados la región: la Flota recoge las riquezas extraídas del nuevo continente, se concentra en La Habana y regresa a Cádiz por el estrecho de la Florida. Con la derrota de la Armada invencible de Felipe II en 1588, comienza a declinar el poderío marítimo de la Corona. A partir de entonces, según afirmara el historiador cubano Juan Pérez de la Riva, los territorios hispanoamericanos quedarían rodeados de un mar enemigo.
La expansión capitalista de las principales naciones europeas — Inglaterra, Francia y Holanda — requiere de territorios coloniales productores de materias primas y de mercados para las manufacturas. En el siglo XVII, el Caribe se convierte en una de las "fronteras imperiales"[17] de las luchas entre las potencias del Viejo Mundo; espacio "caliente" cuya significación estratégica perdurará hasta nuestros días. En 1623 Thomas Warner toma posesión de las islas de Sotavento — Saint Kitts, Nevis, Antigua y Monserrat — para Inglaterra; el cardenal Richelieu promueve la ocupación de Guadalupe y Martinica (1626) y Holanda se apropia de Aruba, Curaçao, Bonaire, Tobago y Saint Marteen (1624)[18]. De inmediato se crea la British West Indies Company para la explotación de los nuevos territorios que seguirán ampliándose hasta el siglo XVIII: en 1657, Oliverio Cromwell le arrebata Jamaica a los españoles y en 1756 el almirante Rodney integrará Dominica, Saint Lucia, San Vicente y Granada en Our Sugar Islands, universo anglosajón contrapuesto al latino originario. Para ellos, de ahora en adelante, el Caribe americano se denominará West Indies, eternizando así el error colombino.
Apropiados de los escasos recursos naturales disponibles — las maderas preciosas de los densos bosques antillanos, utilizados en los navíos españoles, en las residencias y muebles de las aristocracias y burguesías europeas[19] —, dinámica que caracteriza la economía de "factoría", los colonos inician la producción de azúcar que abre la etapa del sistema de "plantación", hegemónico en la región hasta el siglo XX. La fertilidad de las tierras propicia además, los cultivos de café, tabaco y árboles frutales. Desaparecida la población indígena, resultan necesarios brazos en los cultivos intensivos para alimentar la población de las ciudades europeas. África aportará durante tres siglos la fuerza de trabajo necesaria en las plantaciones antillanas: el primer cargamento de esclavos llega a América en el temprano 1518 y el último, dirigido a Cuba — después de la abolición de la trata de esclavos —, en 1873[20]. El 90% de los casi 10 millones de africanos arrancados de sus tierras — que a su vez significó el exterminio de 135 millones de personas[21] —, fueron traídos al Caribe. Se define así el carácter de la "tercera" América[22], o parafraseando a Moreno Fraginals, la conformación del "África" en América Latina.
El escritor cubano Alejo Carpentier establece con claridad la importancia de este proceso en la definición de los atributos específicos de la región[23]. Primero, España aporta la noción de "coloniaje", al anexarse en forma estable las tierras americanas, hecho que no había ocurrido en los precedentes asentamientos portugueses en África o Asia. Luego, la aparición de la población africana crea una simbiosis racial también nueva: la integración entre blancos, negros e indios, que posteriormente — a partir del siglo XIX —, será complementada con la inmigración de chinos, hindúes y javaneses. Surge una mezcla de razas con múltiples derivaciones: los mulatos (africano y blanco); los mestizos (amerindio y blanco); los zambos (africano y amerindio); los doogalas (africano y oriental) y los chino-criollos. Esta interacción tendrá consecuencias significativas en la cultura multifacética de la región, forjada en un proceso que aún hoy escapa a una definición unidimensional: cabe hablar de sincretismo, aculturación, transculturación, criollización, mestizaje cultural. Esto se evidencia en la diversidad de idiomas existentes, no sólo los originarios — español, inglés. francés, holandés o danés —, sino también las versiones populares: pidgins, patois, creole, papiamento, taki-taki. Las religiones constituyen otro nivel importante de las manifestaciones locales: al catolicismo, protestantismo y sus múltiples derivaciones, unidos a la santería en Cuba y República Dominicana, el vudú en Haití, el shangó en Trinidad o el rastafari en Jamaica.
Estos elementos cohesionadores de las diferentes etnias no inciden similarmente en el desarrollo cultural de cada una de las islas ya que se produce una diferencia básica entre la colonización española y la "posesión" impuesta por Inglaterra, Francia y Holanda. En el primer caso, los habitantes originarios reproducen la estructura político-administrativa peninsular al asentarse en forma estable y aceptan la integración racial que facilita los vínculos orgánicos internos. En el segundo, los propietarios blancos se establecen transitoriamente, conciben el territorio en términos de usufructo productivo y evitan la contaminación con la raza negra. Resultan actitudes que marcan el carácter particular de cada sociedad, la capacidad simbiótica entre los diferentes factores culturales, así como los niveles de transformación interna que permitan emanciparse de los esquemas impuestos desde el exterior.
Por último, Carpentier demuestra que en las Antillas nace en América el concepto de "independencia" como cambio social radical. Ello ocurre en el juramento de Bois Caiman (1791), foco inicial de la rebelión de la población negra haitiana y del surgimiento en América Latina de una república autónoma, libre de ataduras con la metrópoli. Este principio político se basa además — según la socióloga puertorriqueña Miriam Muñiz —, en el cuestionamiento del sistema de trabajo de la plantación y en el concepto de "resistencia" a la dinámica socioeconómica proveniente desde afuera[24]. Actitud combativa presente en la oposición popular al proceso de "deculturación" establecido por los centros metropolitanos con el fin de anular o atenuar la expresión de la propia identidad cultural de los grupos étnicos y sociales. De allí el peso significativo en el Caribe, de las tradiciones orales, identificadas con la religión, los cantos y bailes que conforman las expresiones folclóricas locales. Tendencia reiterada en el siglo XX con la Revolución cubana, que nuevamente implica la reacción contra la explotación latifundista, ahora no ya ejercida por Europa sino por los intereses norteamericanos.
Los caminos de la libertad
La revolución haitiana enciende la hoguera que se propagará por América Latina a comienzos del siglo XIX. En 1824 ya el continente se había liberado del colonialismo español. Sin embargo gran parte de las Antillas quedan ajenas a este proceso. En 1844 se proclama la República Dominicana, cuya existencia real comienza en 1863. En Cuba, las guerras de independencia alcanzan su éxito definitivo en 1898 al ser derrotado el poderoso ejército español instalado en la isla, pero se ven frustradas por la intervención norteamericana, que a su vez se hace presente en Puerto Rico. Las restantes islas conservan su condición colonial hasta la terminación de la Segunda Guerra Mundial.
Desde finales del siglo XIX, Estados Unidos convertirá el Caribe en su propio "traspatio" o, según Lloyd Best en el "hinterland de la explotación"[25]. La expansión de esta nación hacia el sur del continente norteño, el poblamiento de la península de la Florida y los crecientes lazos económicos y estratégicos impuestos a Centroamérica y las Antillas, orientan los intereses políticos y financieros en esta dirección: el valor militar del Canal de Panamá — abierto en 1914 — y de las islas que delimitan las vías de acceso al golfo de México; la creación de los latifundios agrícolas en el área tropical. Paralelamente, las corporaciones trasnacionales asumen el control de los recursos básicos modernos: el petróleo, el hierro, la bauxita, el níquel y el manganeso. La política del big-stick es aplicada por Theodoro Roosevelt en la mayoría de los países de la región. Los marines participan en la guerra inventada con España y ocupan, en 1898, Cuba y Puerto Rico. A partir de este momento, hasta la invasión de Granada en 1983, se harán presentes por la fuerza en diez y seis ocasiones en, Haití, República Dominicana y las islas citadas[26]. Por la vía pacífica, adquieren a Dinamarca (1917) las islas Vírgenes: Saint Thomas, Saint Croix y Saint John.
Como analizaremos en detalle en la evolución de la arquitectura y el urbanismo del presente siglo, el marco político que lo caracteriza resulta convulso y desgarrador: por una parte las fuerzas sociales progresistas que intentan encontrar una salida a las demandas populares; por otra los intereses externos e internos de los pequeños grupos de poder que controlan las abundantes riquezas de la región. Es un lugar común hablar de la pobreza generalizada en las islas antillanas, pero menos común es hacer referencia a las inversiones millonarias de las trasnacionales y al alto rendimiento del capital, cuyo índice duplica el obtenido en el resto de América Latina[27].
Las Antillas constituyen aún hoy un cruce de caminos, un espacio de encuentros y desencuentros sociales. Porque la autonomía de las islas, vinculadas y divididas a través del mar, agudiza los fenómenos de impulsión y expulsión. La sensación de claustrofobia de los llamados "Pueblos del Mar", generada por la "insularidad", incita al viaje, a la huída[28]. Por el contrario, para quienes habitan en los continentes, las islas asumen una significación misteriosa y exótica. De allí el nexo más directo que se establece entre isla-continente que entre isla-isla. Hasta el siglo XIX, la población creció a partir de sucesivos flujos migratorios provenientes de Europa, África y Asia que crearon el actual crisol de razas. En la presente centuria, los movimientos se hacen más complejos: surge un dinamismo regional interno generado por los trabajadores manuales: los jamaiquinos y barbadenses acuden masivamente a la construcción del canal de Panamá, y también como braceros en las zafras cubanas; también lo hacen los haitianos quienes emigran temporalmente a Cuba y República Dominicana[29]. Otra corriente, condicionada por la búsqueda de mejores condiciones de vida, articula las islas con los centros metropolitanos: en la actualidad, más del 20% de la población antillana — principalmente de Cuba, Puerto Rico, República Dominicana y Haití —, radica en Estados Unidos y Canadá. Por último, también incide en las transformaciones sociales la masiva presencia del turismo, que en la década del ochenta alcanzó la cifra anual de 11 millones de personas.
Sin embargo, no resultan halagueñas las perspectivas de entrada al siglo XXI. Las dificultades existentes en implementar una política de integración regional, a pesar de los esfuerzos realizados por diversos organismos nacionales e internacionales[30], no facilitan la subsistencia de las islas pequeñas[31], monoproductoras, carentes de recursos energéticos, que no podrán alcanzar, como el caso de Haití, un per cápita anual de mil dólares[32]. Otras, subvencionadas por las metrópolis — Puerto Rico (Estados Unidos); Martinica y Guadalupe (Francia) —, poseen una economía artificial que no proviene de la producción interna: en ellas se consume lo que no se produce y se produce lo que no se consume. La creación de "parques industriales" en Haití y República Dominicana ha incidido mínimamente en el desarrollo del país, al reducirse el apoyo al uso limitado de una mano de obra barata. Tampoco el turismo ha dejado grandes beneficios: según Baltron Bethal, director de turismo de las Bahamas, de cada dólar gastado por los visitantes, 81 centavos regresan a Estados Unidos. Los casi 40 millones de habitantes que ocuparán la región antillana en el año 2000 constituye una fuerza significativa en el conjunto latinoamericano de naciones. Resultaría indispensable, dentro de la diversidad de culturas, de idiomas y de economías, una voluntad integradora para rescatar el bienestar social generalizado como contraparte humana a la belleza ambiental y paisajística caribeñas.
Citas
[1] "Indias Occidentales" en Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana, Tomo 5, Hijos de J. Espasa Editores, Barcelona, 1931, pág. 776. "Aquellas deben su nombre a la creencia general de la existencia de una sola isla fabulosa llamada Antiglia o Antillia, que desde el año 1367 venía figurando en los principales mapas entre Lisboa y el Japón. Pedro Mártir fue el primero que llamó así a las islas descubiertas por Colón".
[2] Tom Barry, Beth Wood, Deb Preusch, The Other Side of Paradise. Foreing Control in the Caribbean. Grove Press, Nueva York, 1984, pág. 2.
[3] Juan Torrente, Orlando Montejo, Atlas Regional del Caribe, Departamento de Geografía Económica, Instituto de Geografía, Academia de Ciencias de Cuba, Editorial Científico-Técnica, La Habana, 1979, pág. 11.
[4] Nicolás Guillén, "West Indies Ltd". (1934), Antología Mayor, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1969, pág. 53.
[5] Fernando Ainsa, Los buscadores de la Utopía. La significación novelesca del espacio latinoamericano. Monte Avila, Caracas, 1977, pág. 124.
[6] Roger Toumson, "L'exotisme: problématique de la représentation de l'autre et de l'ailleurs", Anales del Caribe No. 10, Casa de las Américas, La Habana, 1990, pág. 114.
[7] Antonello Gerbi, La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica (1750-1900). Fondo de Cultura Económica, México, 1960, pág. 37.
[8] José Martí, Nuestra América. Casa de las Américas, La Habana, 1974, pág. 25. "Con los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo, venimos denodados, al mundo de las naciones".
[9] Alejo Carpentier, "De lo real maravilloso americano" y "Problemética de la actual novela latinoamericana", en Tientos y Diferencias. Ediciones Unión, La Habana, 1974, págs.l6 y 99". Y es que, por la virginidad del paisaje, por la formación, por la ontología, por la presencia fantástica del indio y del negro, por la revelación, que constituyó su reciente descubrimiento, por los fecundos mestizajes que propició, América está muy lejos de haber agotado su caudal de mitologías. "Pero que es la historia de América toda sino una crónica de lo real maravilloso?"
[10] Erwin Walter Palm, Los monumentos arquitectónicos de La Española. Editora de Santo Domingo, Santo Domingo, 1984, pág. 8.
[11] Beatriz Pastor, Discurso narrativo de la conquista de América. Casa de las Américas, La Habana, 1983, pág. 67.
[12] José Juan Arrom, En el fiel de América. Editorial de Letras Cubanas, La Habana, 1985, pág. 81. "Para el hombre amerindio ésta (la historia) consistía en la repetición de épocas o etapas, cada una de las cuales terminaba en una catástrofe cósmica: terremotos, lluvias e inundaciones que aniquilaban la tierra, velaban el sol y destruían el género humano".
[13] Ernesto E. Tabío y Estrella Rey, Prehistoria de Cuba. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1985, pág. 30.
[14] Roberto Fernández Retamar, Calibán y otros ensayos. Editorial de Arte y Literatura, La Habana, 1979, pág. 16.
[15] Graciela Scheines, Las metáforas del fracaso. Sudamérica Geografía del desencuentro?, Casa de las Américas, La Habana, 1991, pág. 13. "El descubrimiento de América representó la actualidad del mito. El paraíso perdido estaba al alcance de la mano, el pasado se hacía presente. Pero también el futuro; la imagen de América como espacio propicio para edificar la utopía".
[16] Dramático proceso narrado vívidamente por Cedric Belfrage en Mi amo Colón. Editorial de Arte y Literatura, La Habana, 1988.
[17] Juan Bosch, De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe, frontera imperial. Ediciones Casa de las Américas, La Habana, 1981, pág. 13.
[18] Mario G. Del Cueto, Historia, economía y sociedad en los pueblos de habla inglesa del Caribe. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1982, pág. 19.
[19] Manuel Moreno Fraginals, El Ingenio. Complejo económico social cubano del azúcar. Tomo I. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1978, pág. 15.
[20] Manuel Moreno Fraginals, (Edit.) África en América Latina, "Aportes culturales y deculturación". Unesco/Siglo XXI, México, 1977, pág. 13. Sobre este tema resulta fundamental el texto de Eric Williams, Capitalismo y Esclavitud, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
[21] José A. Benítez, Las Antillas: colonización, azúcar e Imperialismo. Casa de las Américas, La Habana, 1976, pág. 68.
[22] Eugenio Pérez Montás, "Conferencia sobre el Plan Carimos", Communications I. Encuentro de Arquitectura y Urbanismo de las Antillas, Santo Domingo, noviembre, 1989, pág. 13.
[23] Alejo Carpentier, "La cultura de los pueblos que habitan en las tierras del Mar Caribe", Anales del Caribe No. 1, Centro de Estudios del Caribe, Casa de las Américas, La Habana, 1981, pág. 197.
[24] Miriam Muñiz, "El Caribe, arqueología y política", Ponencia presentada al XVI Congreso Anual de la Asociación de Estudios del Caribe, La Habana, 21/24 de mayo de 1991.
[25] Henry Paget y Carl Stone, The Newer Caribbean. Decolonization, Democracy and Development. Institute for the Study of Human Issues, Filadelfia, 1983, pág. 97.
[26] Tom Barry, Beth Wood, Deb Preusch,op. cit., pág. 196.
[27] Ibid. pág. 16. "En 1982 las empresas trasnacionales alcanzaron los 29.1 billones de dólares en inversiones directas, 16 veces más que en 1970. En 1980 el retorno del capital fue del 30.5%, cuando el índice en el continente es de 15.8%. Entre 1976 y 1981, los beneficios obtenidos ascendieron de 585 millones a 1.310 millones de dólares".
[28] Antonio Benítez Rojo, La isla que se repite. El Caribe y la perspectiva posmoderna, Ediciones del Norte, Hanover, 1989, pág. XXXII.
[29] Rolando Alvarez Estévez, Azúcar e Inmigración, 1900-1940, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1988, pág. 19.
[30] Armando López Coll, La colaboración y la integración económica en el Caribe. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1987, pág. 306. En 1942 se creó la Comisión Angloamericana del Caribe (AACC); en l958 la Federación de las Indias Occidentales; en 1961 la Organización del Caribe; en 1968 la Caribbean Free Trade Association (CARIFTA); en l974 la Comunidad del Caribe (CARICOM). Esta última ha tenido mayor duración y a juicio del autor ha tenido un desarrollo exitoso.
[31] José J. Villamil (comp.), Planificación y desarrollo en países pequeños. Ediciones SIAP, Buenos Aires, 1979, pág. 13.
[32] Norman A. Graham y Keith L. Edwards, The Caribbean Basin to the Year 2000. Demographic, Economic and Resource-use Trends in Seventeen Countries. A Westview Replica Edition, Boulder, Colorado, 1984, pág. 2.
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