Cuba

Una identità in movimento

Algo sobre Martí y Estrada Palma

Luis Toledo Sande



Alrededor de 1973 me tocó, como a otros estudiantes de la Universidad de La Habana, hacer tareas de promoción cultural en centros laborales de la ciudad. En un taller del gremio poligráfico — sobresaliente por su nivel de información —, la charla — de seguro más entusiasta que enjundiosa — giró en torno al Partido Revolucionario Cubano, y afirmé que Tomás Estrada Palma había traicionado la confianza de José Martí. Al final, alguien del público se me acercó para decirme, airada y taxativamente, que Martí no había confiado en Estrada Palma, porque este era anexionista.

Semejante juicio no se basaba en los textos de Martí, sino en el espíritu del momento. No hacía mucho que, sobre el pedestal del otrora monumento a Estrada Palma en la habanera Avenida de los Presidentes —ni siquiera el más inmerecido de los dos situados allí antes de 1959— solo quedaban pedazos de sus zapatos. La erección, la demolición y la restitución de monumentos no deben tratarse de pasada; pero ostensiblemente aquellos restos de estatua expresaban sentimientos determinados: los que, en medio de una Revolución antimperialista, tan victoriosa como amenazada por el imperio del cual había ella librado a la Patria, suscitaba el primer presidente de una República dominada por el imperio y que, en consecuencia, negaba las aspiraciones de Martí.

Ante aquel pedestal con restos de escultura se echa de menos una tarja que explique por qué se erigió el monumento original y por qué, aunque haya sido fruto de un tipo de exabrupto iconoclasta que no caracterizó a la Revolución cubana, hubo motivos para que alguien lo echara abajo. Esa tarja podría ser más pertinente y aleccionadora que la contrición de restituir la estatua. No pasó mucho tiempo sin que, frente a la negativa de reconocer que Martí había confiado en Estrada Palma, se afianzara, a tono con ciertos reclamos de "humanizar" al primero, ejemplo de humanidad concentrada, la tendencia a buscarle errores. Se puso entonces de moda sostener que había designado sustituto suyo en el Partido Revolucionario Cubano a Estrada Palma, afirmación sin fundamento, como recordé en el artículo "Martí: sustitución y democracia", que apareció en esta columna el pasado 16 de agosto.

Pero, si Estrada Palma traicionó la confianza de Martí, ¿es a este a quien debe pasársele la cuenta? ¿Adónde conduciría tal tabla de medir? La presencia de aquel en varios textos martianos revela dos motivaciones fundamentales: como ex presidente de la República en Armas, era un símbolo de unidad en la emigración cubana; y, al menos en aquellos años, tanto en actos públicos como en diálogos privados, se pronunció como un independentista consecuente. Martí, quien dio testimonio de ello, más de una vez fue su huésped, contó con su colaboración y acudió resueltamente a su consejo. Eso sería inconcebible si el profundo veedor no hubiera hallado en Estrada Palma la debida identificación de principios. En 1889, a propósito del Congreso Internacional de Washington, y refiriéndose a ejemplos concretos, dijo que la Patria por cuya libertad se luchaba no podía tener anexionistas por raíz.

Algunos elogios de Martí a Estrada Palma coinciden sin embargo, con advertencias que no deben eludirse. En Patria del 2 de julio de 1892 dedicó un artículo al colegio que el segundo tenía en Central Valley, cerca de Nueva York, para alumnos de nuestra América. En ese texto enalteció el quehacer pedagógico del maestro y reconoció en la población estadounidense "las virtudes del trabajo personal y del método"; pero subrayó los peligros de educar a niños y jóvenes lejos del pueblo donde tenían sus raíces y al cual debían servir. En la sección "En casa" de aquel periódico reservó el 8 de diciembre de 1894 a Estrada Palma "La mesa del maestro", nota que alaba su magisterio y es seguida por otra, "Un pobre", donde rinde homenaje a Lincoln y de hecho impugna, ante "los soberbios de la tierra", a quienes idealizaban la sociedad del Norte.

Pero esos temas son frecuentes en su obra. Puestos a conjeturar, a lo sumo podríamos inferir que quizás apreció en Estrada Palma excesiva admiración por dicha sociedad. Sería irrespetuoso imaginar a Martí usando refutaciones oblicuas si era necesario el enfrentamiento directo. Está por hacerse una valoración a fondo de Estrada Palma, no para librarlo de su dramática responsabilidad como gobernante de un país de independencia cercenada — a él tocó ser cómplice de una segunda ocupación imperialista —, o, para mencionar un caso concreto, de su vínculo con el asesinato de Quintín Bandera. Y menos para inventar un santón a quien reconstruirle un monumento.

Tampoco hay que ignorar, por ejemplo, su papel en que los Estados Unidos, como se aprecia en la reciente Historia de Cuba preparada en el país por el Instituto correspondiente, no tuvieran en nuestra Patria cuatro bases navales — aparte de la de Guantánamo pretendían tener otras en las bahías de Cienfuegos, Nipe y La Habana —, sino una sola, inaceptable, sí, pero que no es lo mismo que cuatro; y en la resistencia para que la Isla de Pinos no parase en manos yankis.

El estudio de la figura del primer presidente de aquella República confirmaría la tragedia de su vida: por la maquinaria de semejante engendro político no podía pasarse sino para salir héroe o mártir, como Antonio Guiteras, o con grados diversos de mácula, hasta imborrables. Y nada parece negar que Estrada Palma se atuvo perniciosamente al vicepoder que le tocó en desgracia. Por lo pronto, no salió de él ni mártir ni héroe; ni siquiera con ánimo o posibilidad para que el encuentro con jóvenes como Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena le insuflara fuego dignificador a su vejez.


Fuente: Granma Diario
http://www.granma.cubaweb.cu/secciones/comentarios/coment463.htm

Granma. Órgano Oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba


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