Después de un partido de dominó, la tensión comienza a liberarse y la debilidad despierta después de muchas horas sin ingerir alimentos. Carlos y Juan fueron rumbo a una cafetería cercana, pidieron dos sándwich de jamón y queso bien cargaditos y dos refrescos y, con ellos en las manos, salieron a merendar al aire libre, buscando un murito desde donde se veía el mar.
En ese instante, llegó un amigo en su auto y los saludó, dejando las meriendas en el muro, se acercaron a darle la mano y charlar un poco.
Y Rolo, un perro de sin raza de doce años, acertó a pasar por el lugar, muy pegado al murito donde quedaron los refrigerios de Carlos y Juan.
Desesperadamente, devoró el primer sándwich de un solo mordisco y en cuestión de segundos, hizo desaparecer el otro, golpeando con la cola, que movía de puro contento, las latas de refresco, que cayeron al piso con gran estrépito.
Cuando Carlos sintió el ruido y miró para atrás, quedó como atontado.
— Juan ¡Nos quedamos sin nada!
— ¿De quién es ese perro? — dijo éste, colorado de la furia.
— Es de Rolando, el mecánico, míralo allí, borracho, como cada tarde. Ese perro lleva poco tiempo con él. Se lo encontró en la calle, era de una familia que se fue del país y lo dejó abandonado, le dio comida y ya es su dueño. La gente, para bromear, le puso Rolo.
— Sabes, ¡lo voy a matar! Nos dejó hambrientos... Animal de porquería...
Fue para el banco donde estaba recostado el hombre, medio adormilado.
— ¡Oye Rolando! — le gritó — ¡Tu perro se comió nuestra merienda, lo vamos a moler a patadas!
Él se levantó, tambaleándose y les dijo:
— ¿Cómo? ¿Qué dicen? Mi perro no hace tal cosa, ese Rolo es un ángel.
— Pues sí, la dejamos en el murito para saludar a nuestro amigo y en un abrir y cerrar de ojos se la comió.
— ¡Bueno! Eso es otra cosa... Él pasó, vio algo sin dueño y seguramente pensó que Dios le estaba haciendo un regalo.
— ¿Oye, tú te estás burlando de nosotros? ¡Tu perro es un maleducado y tú un borracho perdido!
Rolo se puso delante de su dueño, observando con cara de pocos amigos a Juan y Carlos, que seguían gritando, exagerando el problema al punto que se congregaron muchas personas alrededor, sin entender tal espectáculo por dos pedazos de pan.
— Les diré algo — dijo Rolando, alzando la voz para que lo escucharan todos — mi perrito no hizo nada malo, solo tomó lo que ustedes abandonaron... ¡y yo no soy un borracho! A mucha honra soy un mecánico, tengo amigos, familia... sólo me doy un traguito después del trabajo, además, adopté a Rolo a pesar de ser un ancianito y aquí estamos, unidos, esperando que ustedes se convenzan que no se dejan cosas al descuido, ¡a quién se le ocurre dejar comida en un murito!
Los hombres se miraron y abandonaron el lugar, comprendiendo que estaban haciendo el ridículo. Solo se miraron entre sí mientras la gente del barrio daba la razón a Rolando.
Rolo se fue a dormir, lo cierto es que ya no necesitaba comer. La gente apreciaba mucho a Rolando, que a pesar de su defecto del alcoholismo le daba una mano a quien lo necesitara, además, amaba a su perro.
La mirada inocente del viejo perro era interpretada por todos, era como si les dijera:
"Yo solo tomé lo que me encontré".
Página enviada por Marié Rojas Tamayo
(19 de agosto del 2006)